– Trabaja para el departamento de policía de Nueva Orleans -protestó Kristi, y luego comenzó a tener un mal presentimiento cuando vio aquel brillo triunfal en los ojos de Lucretia, mientras se colgaba el asa del bolso sobre uno de sus hombros.

– Pero imparte una asignatura aquí. Es una clase nocturna, creo. Sustituye a una profesora que tenía problemas familiares y tuvo que pedir una baja temporal o algo así.

– ¿De veras? -Kristi no podía creerlo, pero no quería discutir. Lucretia debía estar completamente equivocada o tomándole el pelo para molestarla. No estaba dispuesta a otorgarle ningún crédito hasta que viera a Jay McKnight con sus propios ojos. Después, un nuevo mal presagio la asaltó-. ¿Qué clase?

– No lo sé… creo que algo de criminología.

El estómago de Kristi se contrajo.

– ¿Introducción a la ciencia forense?

– Podría ser. Ya te he dicho que no estoy segura.

Oh, Dios; no, por favor. No podía imaginar a Jay siendo su profesor; eso sería demasiado para ser verdad. Rememoró cómo había roto con él tan bruscamente y sintió vergüenza. Incluso habiendo ocurrido hacía casi un década, no quería ni pensar en que existiera la posibilidad de encontrarse con Jay en el campus. O de que él pudiera ser su profesor. Aquello sería una tortura.

– Nos vemos. -Lucretia ya se dirigía hacia la puerta cuando Kristi vio el gran reloj instalado sobre la pared trasera del edificio, sobre las puertas que llevaban hasta las oficinas de administración.

Miró la hora.

Eran las once menos tres minutos.

No había forma de que pudiera llegar a tiempo al otro lado del campus. Llegaría tarde, sin duda. Pero quizá merecía la pena. Los temores de Lucretia, sus teorías sobre un culto allí, en el campus, eran sin duda interesantes. Merecía la pena investigarlas. Pero ¿realmente eran vampiros?

– No me hagas reír -se murmuró a sí misma; después se sintió molesta al sentir un escalofrío involuntario que recorrió su espina dorsal.

Capítulo 6

Las puertas dobles del centro de estudiantes se cerraron con un golpe detrás de Lucretia; después volvieron a abrirse cuando una nueva oleada de estudiantes mojados por la lluvia, que charlaban y reían, se abrieron camino hacia el interior y se dirigieron hacia la barra para pedir sus consumiciones.

Sin perder tiempo, Kristi recogió su ordenador y su bolso, luego salió corriendo hacia fuera y bajó los escalones mientras las campanas de la torre de la iglesia empezaban a tocar la hora.

– Genial -murmuró, observando los pocos que aún apretaban el paso a través del complejo.

Todo el mundo se encuentra ya en clase.

Incluso Lucretia, quien había salido un momento antes que Kristi, no se veía por ninguna parte, como si se hubiera desvanecido en el oscuro día.

Esta no es forma de empezar el trimestre, se reprochó mientras correteaba a lo largo de un camino de ladrillos que abandonaban el campus y atajaban por la capilla rodeando la casa Wagner, la mansión de piedra de doscientos años donde la familia Wagner, que había donado la tierra para el colegio, vivió una vez. Haciendo ahora las veces de museo y siendo objetivo de rumores que decían que estaba encantada, la imponente mansión se elevaba hasta tres plantas, y su aspecto final se lo aportaban sus ventanas con contraluces, gárgolas sobre los bajantes y buhardillas que asomaban desde un tejado de corte abrupto.

La lluvia empezaba a caer mientras Kristi se apresuraba junto a la verja de hierro forjado que separaba el antiguo caserón del borde del campus, luego cortó tras un edificio de ciencias. Dobló una esquina y casi se dio de bruces contra un hombre alto, vestido de negro, que le daba la espalda. Levantó una mano hasta su frente, como si estuviera protegiéndose los ojos de la lluvia. Estaba envuelto en una discusión con alguien a quien Kristi no podía ver, pero, al darse prisa en pasar, vio de reojo su alzacuello blanco y sus marcadas y severas facciones. Hablaba con una mujer pequeña que llevaba un abrigo de gran tamaño. El rostro de ella se volvió hacia él mientras bajaba la voz al pasar Kristi, pero Kristi reconoció a la amiga de Lucretia, Ariel. Su pelo estaba recogido en una coleta; llevaba una bolsa de libros y sus gafas estaban salpicadas por la lluvia, pero, incluso así, parecía estar al borde del llanto.

– … Yo… yo solo pensé que debería saberlo, padre Tony -dijo Ariel, colocándose sobre la cabeza la capucha de la chaqueta.

Padre Tony. El sacerdote del que Irene Calloway se había quejado por estar demasiado a la última. Kristi había visto su nombre en el cuaderno de profesorado, donde estaba incluido como padre Anthony Mediera. En la casilla de información del All Saints, el sacerdote aparentaba estar sonriente y tranquilo, vestido con una sotana mientras miraba a la cámara con grandes ojos. Ahora aquellos ojos azules eran oscuros y cautelosos, su mentón rígido y sus finos labios apretados en un gesto de rabia contenida.

– No te preocupes -le respondió con un matiz de acento italiano, también bajando la voz cuando pasó Kristi-. Yo me ocuparé. Te lo prometo.

La sonrisa de Ariel era trémula y llena de adoración, hasta que se percató de la presencia de Kristi. Su expresión cambió con rapidez y se apresuró en alejarse, como si esperase que Kristi no la hubiera reconocido, como ella obviamente había reconocido a Kristi.

Lo cual estaba bien.

Kristi llegaba tarde. Cualquier cosa que Ariel le estuviera confesando al padre Tony no tenía nada que ver con ella.

Zigzagueó tras el centro religioso y, finalmente, casi diez minutos tarde, alcanzó el pabellón de Adán, en el que subió los escalones exteriores de dos en dos. Dentro del viejo edificio, aceleró hasta la segunda planta, donde las puertas de su clase ya se encontraban cerradas.

Maldición, pensó, abriendo las puertas de golpe hacia una sala tan silenciosa que estuvo segura de que cualquiera podría oír la caída de un alfiler; y no digamos su brusca entrada.

Las ventanas estaban cubiertas con persianas gruesas y oscuras, y el rectangular espacio del aula iluminado con falsas velas. Había un hombre alto sobre el estrado. El corazón de Kristi casi se detuvo cuando se quedó mirándola con sus ojos casi negros; después miró hacia el reloj sobre la puerta.

Kristi encontró uno de los pocos asientos libres que quedaban y trató de convencerse de que el hombre no la miraba con ojos como brasas, oscuros, aunque amenazando con ponerse al rojo vivo. Todo no era más que una combinación de luces y su propia imaginación. Porque el aula se había convertido en algo siniestro, y la imagen que era exhibida detrás de él, sobre la pizarra, desde un proyector instalado en su ordenador, no era sino la de Bela Lugosi, con su disfraz de Drácula, con camisa blanca y capa.

La imagen de Bela desapareció, cambiando a otra diferente; la de una horrible criatura con los dientes afilados como agujas y sangre goteando de sus labios.

– Los vampiros aparecen en muchas formas y tamaños y tienen varios poderes -dijo el doctor Grotto, mirando la siguiente fotografía, la portada de un viejo cómic con el dibujo de un vampiro acechante, a punto de lanzarse sobre una rubia huidiza y escasamente tapada, con una silueta que haría que Barbie sintiera envidia.

Kristi trató de pasar inadvertida entre los demás estudiantes, pero no tuvo suerte. El doctor Grotto pareció fijarse en ella mientras abría su cuaderno y su ordenador portátil. Finalmente, se aclaró la garganta y bajó la vista hacia sus apuntes.

– Daremos comienzo al trimestre con Drácula de Bram Stoker, y discutiremos dónde encontró su inspiración. ¿En el cruel Vlad, el Empalador, como cree la mayoría? ¿En Rumania? ¿En Hungría? ¿En Transilvania? -inquirió, pausando para causar más impresión-. ¿O tal vez en otros monstruos históricos, como Elizabeth de Bathory, la condesa que torturaba a sus sirvientas y después se bañaba en su sangre para conservar su declinante belleza? ¿Mito? ¿Leyenda? ¿Hecho? -Grotto prosiguió hablándoles del curso en sí y de lo que requería. Kristi tomó apuntes, pero estaba más interesada en el hombre que en su discurso. Caminaba sutilmente de un lado a otro de la sala, captando la atención de los estudiantes; cautivándolos en apariencia. Alto y ágil, encarnaba el objeto de su lección.

Las imágenes continuaban cambiando detrás de él; desde cutres hasta crueles. Cuando apareció a su espalda un tráiler de la serie de televisión Buffy Cazavampiros, Grotto pulsó un botón de su escritorio. Las luces del techo se encendieron y las cortinas volvieron a su lugar. La imagen de Buffy y su pandilla desapareció y la sala se transformó en un aula corriente.

– Ya es suficiente espectáculo -dijo Grotto y la clase emitió un quejido generalizado-. Ya sé que a todos nos gusta un buen espectáculo, pero esto es un curso académico acreditado, así que confío en que todos hayáis recibido un programa por correo electrónico y que sepáis que hay que leer Drácula de Bram Stoker para finales de semana. Si no es así, venid a verme después de clase.

»En fin, comencemos la discusión… ¿Qué sabéis acerca de los vampiros? ¿Son reales? ¿Son humanos? ¿Realmente se alimentan de sangre humana? ¿Se transforman en una variedad de criaturas? ¿Duermen en ataúdes? Hoy discutiremos lo que sabéis sobre los vampiros, o lo que creéis saber. -Entonces sonrió, mostrando unos relucientes colmillos, tan solo para quitarse la pieza postiza y colocarla sobre la mesa-. Dije que ya había terminado el espectáculo, ¿verdad?

A partir de ese momento, el doctor Grotto retuvo la atención de todo el mundo hasta el final de su charla. La clase estaba despierta con las preguntas de Grotto, así como con sus respuestas, y resultaba muy obvio por qué esa clase era una de las más concurridas en el colegio.

Dominic Grotto podía transformarse con la misma facilidad que las míticas criaturas bajo su estudio. Durante un momento era oscuro y pensativo, y al siguiente animado e ingenioso. Se expresaba con facilidad, y utilizaba toda la parte delantera del aula como su escenario, caminando de un lado a otro, realizando anotaciones en la pizarra o señalando a los estudiantes para que expresaran sus ideas.

Kristi reconoció a varios estudiantes de la clase, un par de ellos que habían estado en su clase de Shakespeare, con el doctor Emmerson, incluyendo a Hiram Calloway; ¿es que no había forma de alejarse de ese bicho raro? De nuevo, descubrió a la amiga de Lucretia de pelo erizado, Trudie, y a Mai Kwan, la chica que vivía debajo de Kristi.

El mundo es un pañuelo, se dijo Kristi, para corregirse en el acto pensando, el campus es un pañuelo. Con menos de trescientos estudiantes en todo el colegio, no era sorprendente descubrir rostros familiares en sus clases.

En cuestión de segundos, la puerta volvió a abrirse y el profesor se distrajo, enfadado, mientras Ariel se deslizaba hacia el interior del aula, ocupando el primer asiento libre que encontró junto a la puerta. Ariel no parecía desear otra cosa que derretirse en su asiento. Kristi la comprendió. Ariel captó la mirada de Kristi, pero desvió la atención hacia su cuaderno, y lo abrió mientras el profesor retomaba su discurso.

Una chica extraña, pensó Kristi, preguntándose sobre la cohibida amiga de Lucretia. Ariel parecía tímida, incluso desamparada; la proverbial flor de alhelí que quería desaparecer en el ambiente. Kristi miró de nuevo a la chica, pero Ariel había levantado su cuaderno, ocultando la mayor parte de su rostro.

¿Aún estaba llorando?

¿Por qué? ¿Era nostalgia? ¿Algo más?

Fuera lo que fuese, el padre Tony había prometido «ocuparse de ello», así que Kristi dirigió toda su atención al frente de la sala.

Escuchó con interés al doctor Grotto, examinando su aspecto. Era alto, tenía unas cejas pobladas y expresivas, una robusta mandíbula y una nariz que parecía como si se hubiera roto un par de veces ya. Sus ojos no eran rojos ni negros, sino de un marrón oscuro; sus labios eran finos; su cuerpo estaba bien formado, como si hiciera ejercicio. Había arrogancia en él, pero también cordialidad, y las palabras de Lucretia resonaron en su cerebro: «Es un hombre maravilloso. Educado. Vivaz».

¿Como opuesto a muerto? No… igual que en «animado», se reprendió Kristi.

Toda esa charla sobre vampiros le estaba afectando. Lucretia había sido verdaderamente rápida al defender al doctor Dominic Grotto, a pesar de sus sospechas. Se había comportado como si aquel hombre fuera casi un dios, por decirlo así, y luego estaba el asunto del anillo…

Kristi observó las manos del profesor. Eran grandes. De aspecto fuerte. Se le notaban las venas cuando escribía en la pizarra. Pero su mano izquierda estaba desnuda. No había anillo de compromiso. Tampoco señales de bronceado o marcas que indicasen que se lo acabara de quitar. ¿Qué le había dicho Ezma en el trabajo? ¿Que había rumores de que Lucretia estaba liada con uno de los profesores? ¿Un gran secreto? Hmmm.