– ¿Almacenó sus cosas?
– ¿Yo? No -aseguró sacudiendo la cabeza-. Eso es tarea del casero.
Hiram. El inútil. Genial.
Kristi dejó a la anciana murmurando para sí mientras arrancaba más malas hierbas del aparcamiento. Irene Calloway siempre se tomaba las cosas de forma negativa.
Tras cruzar descuidadamente la calle, Kristi se encaminó hacia el pabellón de Adán, el edificio con enredaderas que albergaba el departamento de Lengua, donde tenían lugar sus clases con el doctor Preston.
Al llegar a los escalones del Pabellón de Adán, su teléfono móvil hizo sonar la melodía reservada para su padre.
Cómo no.
– Hola -saludó ella, haciendo que su voz sonara jovial, incluso aunque le fastidiaba un poco que hubiese llamado. ¿Había amanecido algún día en que no hubiese comprobado cómo estaba, ideando cualquier excusa para hablar con ella? Bueno… puede que un par, pero a grandes rasgos, Rick Bentz la había llamado a diario, inventándose penosas excusas para hablar con ella.
– Pensé en llamarte porque dijiste algo acerca de que querías tu bicicleta, así que me dije que podría acercártela este fin de semana.
– Déjalo papá. Te lo estás inventando para saber cómo estoy -respondió ella, forzando la vista mientras volvía su mirada hacia la zona de césped que separaba el pabellón de Adán del centro religioso. La aguja de la capilla se elevaba sobre las ramas de los robles de alrededor y de la fachada de ladrillos del alojamiento del abad, el cual era contiguo a un claustro, formando todo ello parte del viejo monasterio ubicado en las instalaciones.
Su padre rió y Kristi no pudo evitar una sonrisa.
– Las viejas costumbres, ya sabes -se excusó.
– Claro que lo sé, y me gustaría tener mi bici, pero no te molestes en venir hasta aquí. La traeré en mi próxima visita.
– ¿Y la llevarás en el Honda?
– Tengo un portaequipajes para bicicletas… -Miraba hacia la capilla y vio dos siluetas que salían: una era un sacerdote; no el padre Tony, sino el otro tipo; y la segunda era Ariel O'Toole. ¿Cuántas horas pasaba Ariel en la capilla o con el sacerdote? ¿Tenía una aventura con ese tipo? ¿Quería convertirse en monja? ¿Confesar una miríada de pecados?
– Mira, papá, tengo que irme. Hablaremos luego… o envíame un mensaje, ¿vale? Adiós.
Cortó la llamada y observó como el padre Mathias, siempre meditabundo, se apresuraba a entrar en la capilla y Ariel, con la cabeza agachada, caminaba rápidamente hacia Kristi. Una vez más, Kristi la vio en tonos grises. A pesar de la luz del sol, una fría sensación recorrió las venas de Kristi. Tragó saliva con fuerza y supo que no podría encararse con la chica. Ariel seguramente pensaría que era una loca. No, tendría que averiguarlo discretamente. Subió los escalones restantes antes de deslizarse hacia el pasillo; entonces esperó hasta que las puertas de cristal volvieron a abrirse y un grupo de cinco o seis alumnos pasaron por ellas. Ariel se retrasó un poco detrás de ellos, pero no levantó la mirada ni percibió la presencia de Kristi mientras recorría el pasillo que llevaba al aula del doctor Preston.
Kristi la siguió y, tan pronto como las puertas del aula se cerraron tras Ariel, esta entró. Ariel dio con un pupitre vacío y Kristi ocupó otro cercano. No llamó la atención de la chica, sino que esperó fingiendo interés en el doctor Preston mientras este comenzaba su lección sobre la importancia de la perspectiva y la claridad al escribir.
– En fin, hablemos sobre el trabajo que os pedí la semana pasada -decía Preston. Dejó el trozo de tiza, cambiándolo por un montón de papeles impresos-. El trabajo era escribir dos páginas sobre el más profundo de vuestros miedos… ¿Verdad? La mayoría de vosotros ha usado muy bien la descripción, pero, veamos… -Fue pasando las páginas hasta llegar a la que buscaba-. El señor Calloway ha tenido una perspectiva interesante del tema. Escribe: «Se supone que esto es una clase de redacción creativa y no puedo escribir creativamente cuando me obligan a escribir sobre una materia específica. Mi creatividad (y esa palabra está entre comillas), se ve asfixiada». -Preston levantó su mirada y se fijó en Hiram Calloway, quien le devolvía el gesto de forma desafiante-. Bueno, es una forma interesante de librarse de un trabajo. -Miró hacia el resto de estudiantes, deteniéndose ligeramente en Kristi antes de continuar-. Sin embargo, estaría más impresionado si el señor Calloway hubiera dicho algo como: «Me siento encadenado al pupitre, obligado a escribir un trabajo que aborrezco». Podría haber obtenido un sobresaliente por esa respuesta; tal como está, tendrá que conformarse con un notable, ya que el trabajo, o la falta del mismo, ha sido original. -Luego sonrió; sus blancos dientes contrastaban con su bronceada piel, su pelo rubio destellaba bajo los focos-. Ahora, me gustaría leeros algo más tradicional y merecedor del sobresaliente que ha recibido. Este trabajo está escrito por la señorita Kwan, y yo diría que comprende a la perfección lo que significa escribir visceral y descriptivamente.
Kristi miró hacia Mai, quien levantó un poco el mentón mientras Preston comenzaba a leer.
– Temo al diablo. Sí, Satán. Lucifer. La encarnación del mal. ¿Por qué? Porque creo que él, o ella, por si eres de los que creen que una fémina, se oculta en todos nosotros; al menos, si soy sincera, habita en mí, en las más profundas regiones de mi alma. Lucho por mantenerlo atrapado y encerrado, por miedo a lo que él, y yo, como su envase, podríamos hacer. No puedo imaginar el dolor y sufrimiento que podría infligir de ser liberado.
Preston sonrió hacia Mai, casi como si la conociera en la intimidad. ¿De qué iba todo aquello?
– Ese era tan solo el primer párrafo y ya podemos sentir la batalla del autor, su miedo, la angustia por su propia psicosis. En ese párrafo vemos que ella aún tiene la sartén por el mango. No habla del diablo liberándose, sino de ser ella misma quien lo libere. Ella aún tiene el control, aunque es un tenue agarre para Satán y su cordura. -Asintió como si estuviera de acuerdo consigo mismo; su pelo rubio atrapaba la luz de las bombillas fluorescentes, que vibraban sobre su cabeza-. Bien hecho, señorita Kwan. Ella ha recibido el único sobresaliente porque ha sido la única que me ha hecho creer que realmente escribía desde el corazón.
Mai sonrió con autosuficiencia, ruborizada, y luego bajó la mirada hacia su pupitre, como si se sintiera ligeramente avergonzada, pero Kristi no se lo creía. Conocía lo bastante a su vecina como para creer en ese acto de humildad. Pero el tema de los miedos de Mai la hizo dudar.
¿Satán dentro de su alma? ¿No arañas, serpientes o lugares sombríos, o aviones, o caer desde un puente o casarse con la persona incorrecta, sino el diablo oculto en su alma? ¿De dónde sacaba eso?
– Jesús -suspiró Kristi, y se vio sorprendida por una mirada reprensora de Ariel-. Me refería a que eso ha sido bastante macabro. -Ariel se encogió de hombros mientras fruncía el ceño.
Su intento de hacerse amiga de Ariel no iba por buen camino. A ese paso, Kristi tardaría eones en ganarse su confianza, y sentía como si se estuviera quedando sin tiempo. ¿Por qué le importaba siquiera? ¿Porque Ariel era amiga de Lucretia? ¿Y qué? Además, lo de su cara grisácea podía ser producto de su imaginación.
Reclinándose en su asiento, Kristi concentró toda su atención en la clase. Finalmente, después de que Preston lanzase su tiza unas cuantas veces, devolviese los trabajos y les encargase una nueva tarea, Kristi recogió sus cosas y salió del edificio, unos pasos detrás de Ariel. El día aún era más caluroso de lo normal, pero ahora la luz del sol se veía filtrada por unas altas y finas nubes, que causaban sombras salpicadas sobre la tierra.
Kristi imaginaba que había fastidiado su ocasión de aproximarse a la chica. No le sorprendía. Nunca había sido capaz de fingir una amistad o de esconder sus verdaderos sentimientos. No podía contar las veces que le habían dicho que llevaba el corazón a la vista. Simplemente no le apetecía fingir, así que decidió preguntarle llanamente a Ariel qué tal le iba.
– Oye, Ariel -la llamó.
Al oír la voz de Kristi, Ariel se detuvo en seco.
– ¿Qué? -preguntó, y miró su reloj de forma insistente.
– ¿Te encuentras bien?
– ¿A qué te refieres? -comenzó a caminar de nuevo, algo más rápido. Era obvio que intentaba escabullirse.
– Pareces preocupada. -Kristi aguantaba su ritmo, zancada tras zancada, tratando de no pensar en que tenía que ir a trabajar en menos de media hora.
Ariel aventuró una rápida mirada hacia Kristi.
– Ni siquiera me conoces.
– Me doy cuenta de que algo te está molestando.
– ¿Y has venido para ayudarme? -Le lanzó una mirada confusa y, en ese instante, Kristi decidió sincerarse con ella.
– Mira, sé que esto suena extraño, pero… yo… tengo esta cosa, ¿vale? Llámala percepción extrasensorial, o lo que sea, pero la he tenido desde que estuve en el hospital y casi muero. La cuestión es que… es como si pudiera ver el futuro. No siempre, pero a veces; y puedo ver si alguien está en peligro.
Ariel se cruzó de brazos, encogiéndose bajo su enorme chaqueta con capucha.
– O estás loca, o esto es una especie de broma extraña.
– Lo digo en serio.
– ¿Qué quieres decir? ¿Que estoy metida en problemas?
– Peligro. Posiblemente amenaza tu vida -respondió Kristi con seriedad.
– ¡Oh, Dios mío! ¡Estás chiflada! Déjame en paz.
– Es solo que en ocasiones, cuando te veo, no hay color en tu piel. Es como si estuvieras en una película en blanco y negro.
Ariel sintió un escalofrío a pesar de su bravata. Retrocedió alejándose de Kristi, moviendo sus ojos alrededor, como si buscase ayuda.
– Déjame en paz. No vuelvas a hablarme nunca. Debes estar flipando. O estás como una cabra. Esto no tiene gracia, ¿sabes? -Kristi dio un paso hacia delante y Ariel pareció estar a punto de gritar.
«Aléjate de mí. ¡Ahora!
– Solo estoy preocupada.
Ariel se sorbió la nariz, poniendo más distancia entre ellas.
– Serías la primera -murmuró con fiereza mientras vacilaba junto a la verja de la casa Wagner. Su rostro estaba tan descolorido que parecía estar ya medio muerta-. ¡Mantente alejada de mí! ¿Me oyes? No vuelvas a acercarte o llamaré a la policía y haré que te impongan una orden de alejamiento.
Antes de que Kristi pudiera decir nada más, Trudie y Grace doblaron una esquina no muy lejos de la biblioteca. Ariel las vio y comenzó a agitar su brazo frenéticamente, como una aterrorizada mujer que se estuviese ahogando y esperase ayuda. Sin pronunciar palabra, se encontró con sus amigas y pasaron a través de las puertas abiertas. Todas ellas subieron los escalones hacia la vieja mansión de piedra. Por lo que Kristi sabía, la casa Wagner había sido el hogar del fundador de All Saints. Ahora era un museo.
Grace tiró de una de las puertas dobles y las tres chicas se adentraron en su interior. Ariel se giró para dedicar a Kristi una última mirada, con el rostro ensombrecido y macilento. A pesar de encontrarse tan solo a unos metros la una de la otra, Kristi sentía como si hubiera océanos de distancia entre ellas. La pesada puerta de madera se cerró tras el trío con un golpe característico.
Kristi dudó. Obviamente, la chica no deseaba su ayuda. ¿Y quién era ella para decir que Ariel estaba atrapada en alguna situación terrible y fatal? Era cierto que aquella mujer del autobús había muerto, pero ¿y qué? Su padre aún seguía vivo, ¿verdad? Verdad; las imágenes que había visto del fantasmagórico Rick Bentz habían sido fugaces y pasajeras; a veces no aparecían durante meses, pero no parecía estar al borde de la muerte.
El nudo de su estómago decía lo contrario, pero ella deseaba creer desesperadamente que estaba equivocada con respecto a él; que estaba equivocada con respecto a todas sus visiones. Sin embargo, en el caso de Ariel O'Toole, la apariencia fantasmal era fija. Cada vez que Kristi la veía, estaba descolorida, pálida y gris. Ariel necesitaba ser advertida, pero Kristi ya sabía que había cometido un error al confiar en ella. Ahora Ariel creía que Kristi estaba trastornada y que debería estar en un hospital mental, o que le estaba gastando una broma cruel. Aún peor, el secreto que Kristi había guardado durante los meses anteriores ya no le pertenecía a ella sola. No debería haberle contado la verdad, pero ¿qué otra opción le quedaba?
Levantó la mirada hacia los ventanales de la casa Wagner y creyó ver la imagen de Ariel, fragmentada y deforme, a través de los irregulares paneles de cristal. Incluso así, parecía un fantasma.
Capítulo 11
La oficial Esperanza, de Personas Desaparecidas, no estaba contenta. Una mujer de grandes pechos se inclinaba al otro lado del mostrador que separaba el espacio de trabajo de la sala de espera y miraba hacia Portia.
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