Sus ojos encontraron los de ella en la oscuridad. Lo poco que podía ver la descubría por completo.
– Kris… -susurró él.
Ella volvió su cara hacia la de él y Jay la besó. Suavemente al principio, como si se adelantase a su rechazo.
Pero ella no fue capaz de apartarse.
Allí, en el santuario de su apartamento, con los males de la noche atrapados en el exterior, ella le devolvió el beso mientras abría su boca, notando como su lengua se elevaba entre sus clientes, sintiéndole moverse de forma que una de sus grandes manos se extendía contra el valle de su espalda, justo sobre sus nalgas.
Los recuerdos de hacer el amor con él años atrás la invadieron mientras lo saboreaba. Era salado. Familiar. Atractivo. Tan masculino. ¿Cómo había podido pensar que no era lo bastante bueno? ¿O que no era lo bastante intelectual? ¿O que no era lo bastante hombre?
Estúpida, estúpida chica.
Su corazón latía con fuerza, aunque ahora no era a causa del miedo, sino del deseo. Sus extremidades, tan pesadas durante la pesadilla, estaban rebosantes de energía. Le abrazó ansiosamente, acercándolo hacia ella. Su piel, que había sentido tan mojada a causa del agua enrojecida de su sueño, estaba húmeda de nuevo. Y caliente. Con el cálido sudor y la excitación de aquella necesidad física.
Jay se movió, con su cuerpo en equilibrio sobre el de ella, y le apartó un mechón de pelo de su rostro. Kristi le vio tragar saliva, su nuez de Adán moviéndose mientras intentaba contenerse, y sintió la dureza de su erección empujando contra la unión de sus piernas. Dura, fuerte y tensa. Separada de ella por tan solo una ligera barrera de algodón.
– Kris -volvió a susurrar, y bajo aquella media luz, ella pudo ver el deseo en sus ojos, la dilatación de sus pupilas-. No quiero…
– Claro que quieres.
– Me refiero…
– Me quieres -dijo ella, devolviéndole las palabras que él mismo había usado aquella tarde, para incitarlo.
Con un gruñido, Jay comenzó a apartarse de ella, pero Kristi le agarró por los hombros, sujetándole con rapidez.
– Son las cuatro de la mañana, Kristi. No estoy de humor para juegos de palabras.
– ¿Y para qué estás de humor?
– No hagas eso -le pidió él.
– ¿Hacer qué?
– Ya lo sabes.
– Sí.
– Es arriesgado -la advirtió.
– No, Jay, no lo es -replicó ella y levantó su cabeza para besarlo con fuerza en los labios. Él no se lo devolvió, pero Kristi pudo sentir su calor, la tenue resistencia que ponía a sus emociones.
– ¿Antes me dijiste que no funcionaría y ahora, después de lo que supongo que ha sido una pesadilla, quieres hacer el amor?
– No pensaré mal de ti por la mañana. Te lo prometo.
Jay se rió ligeramente.
– Maldita sea, Kristi, te echaba de menos. -Antes de que ella pudiera responder, él la besó de nuevo y esta vez no hubo vuelta atrás. Kristi le bajó los calzoncillos por debajo de las nalgas, y Jay casi le arranca el pijama de su cuerpo.
Los brazos de Kristi rodearon su cuello mientras ambos se retorcían sobre la pequeña cama, estirando y entrelazando sus extremidades.
Igual que habían hecho años atrás.
Parecía algo tan natural mientras la vieja cama rechinaba y el perro, tendido sobre la alfombra, bostezaba en silencio.
Kristi besó a Jay con fervor, unas cálidas sensaciones se aceleraban por sus venas; su piel ardía cuando él la acariciaba. Su respiración se convirtió en entrecortados y rápidos jadeos. Jay besó sus labios, su garganta, el hueco entre sus pechos. Sus pulgares rodearon los pezones de ella y en su interior hirvió el deseo en una espiral ascendente, y ella solo pensó en hacer el amor con él hasta el amanecer, quizá hasta más tarde…
Los dedos de Kristi arañaron los fibrosos músculos de sus hombros y sintió el roce de un incipiente pelo contra su delicada carne mientras Jay hundía su cara entre sus pechos tan solo para tomar un pezón entre sus dientes.
Ella se arqueó y él besó el rígido bulto, acariciando su carne con la lengua; su cuerpo dolía de tanto deseo. El sonido procedente de su garganta era jadeante y primitivo. La sangre se aceleraba en sus venas en arrebatos de calor.
El descendió más abajo y los latidos de Kristi se acentuaron cuando Jay separó sus piernas del todo y la elevó, con las manos en sus nalgas. Kristi cerró sus dedos sobre las sábanas y arqueó su espalda.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que le había amado? ¿Cuántos años había desperdiciado? Kristi gemía mientras Jay la besaba y lamía, dando origen a un deseo tan urgente que ella comenzó a retorcerse, queriendo más, anhelando todo su ser.
– Jay -susurró ella con la voz temblorosa-. Jay… ¡oh, oh, Dios!
– Estoy aquí, cariño. -Y su cálido aliento alcanzó lo más profundo de su cuerpo antes de levantarla sobre la cama, colocando sus piernas sobre los hombros de él.
Ella se mordió el labio para no rogarle que la penetrase y entonces, mientras le miraba a los ojos, Jay sonrió perversamente en la noche, empujando sus caderas hacia abajo hasta rozar con su miembro. Con una lenta arremetida, entró en ella.
Ella ahogó un grito, sintiendo como se le nublaba la vista; su corazón latía con tanta fuerza que pensó que podría estallar. Jay retrocedió, y Kristi gimió con fuerza, tan solo para recibir una nueva acometida.
– ¡Oh, Dios!
Él empujó una y otra vez, con los dedos clavados en su carne, tensando su cuerpo con cada una de sus potentes embestidas.
Y ella contrarrestaba con impaciencia; la cabeza le daba vueltas, con los ojos abiertos, viendo como se movía con facilidad, dándole placer mientras aún se contenía.
Su garganta se tensó, y todo su cuerpo se calentaba mientras él bombeaba en su interior más y más deprisa hasta que apenas podía respirar, y no era capaz de pensar. A pesar de estar a oscuras, ella lo veía, olía su pura esencia.
Jay la penetró más y más rápido, la apretó contra su cuerpo, y las piernas de Kristi se enroscaron en su cuello al entregarse más a él; sintió su mano acompañando su erección, tocando sus partes íntimas, provocando más y más descargas a través de sus sentidos.
Más, pensó ella salvajemente, ¡Más!
¡Más deprisa, más deprisa!
Kristi apresó los brazos de Jay y arqueó su espalda mientras la primera ola de placer la atravesaba y las imágenes de su mente aparecían detrás de sus ojos. Entonces miró el rostro de Jay, aquella juvenil y pícara sonrisa, y esos fibrosos músculos, y… y… y… Entonces ella se convulsionó, su cuerpo se agitó mientras Jay gemía y se derrumbaba sobre ella.
Se sacudió varias veces y ella jadeó en busca de aire, agarrándose a él, envuelta en la fragancia del sexo, el perfume y las velas, que se habían consumido en su mayor parte.
Entonces Kristi lo besó sobre el hombro y saboreó la sal de su sudor. Dándose la vuelta, Jay apretó sus labios contra su cuello y después la pellizcó con los dientes.
– ¡Oye!
Él rió revolviéndole el pelo.
– Solo estaba jugueteando contigo.
– Es peligroso -respondió ella, aún esforzándose en respirar al tiempo que él rodaba hasta ponerse a su lado-. No sabes lo que estaba soñando.
– Oh, vale, lo siento. -Pero volvió a reír y ella giró sus ojos hacia arriba-. ¿Vas a echarme otra vez al sillón?
– No… aunque puede que te lo merezcas, cretino.
– Para ti soy el profesor Cretino.
– Había olvidado lo repetitivo que puedes llegar a ser -gruñó.
– Y lo atractivo, y lo masculino, y…
Kristi cogió la almohada de detrás de su cabeza y le golpeó con ella.
– No me pongas a prueba -le advirtió. Ella arqueó una ceja.
– ¿Ah, sí? ¿Y qué vas a hacer al respecto?
– ¿Quieres verlo?
– Tú hablas mucho, pero haces poco.
– ¡Oh, diablos! -Jay volvió a ponerse encima de ella, apretando su cuerpo fuertemente contra el suyo-. Entonces supongo que tendré que demostrártelo, ¿no? -La besó con fuerza y Kristi sintió que aquellos fuegos controlados recientemente, empezaban de nuevo a arder.
Sonreía y se sentía segura y a salvo por primera vez desde que se había mudado a Baton Rouge.
– ¿Estás seguro de poder hacerte cargo, profesor Cretino?
Volvió a besarla como respuesta y luego, tras elevar su cabeza, giró a Kristi hábilmente sobre su estómago y colocó la almohada con la que ella le había golpeado bajo sus caderas. Tumbado sobre ella, se inclinó hacia delante para que su aliento acariciase el pelo sobre su oído.
– Tú solo mira -le susurró perversamente y Kristi hundió su rostro en el colchón y dejó escapar una risita nerviosa hasta que los lentos y sensuales movimientos de Jay recibieron una respuesta igualmente lenta y sensual de su interior, y ella se vio jadeando, rogando y pidiéndole que la amase más… y más… y más…
Capítulo 19
¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!
Kristi gruñó al girar sobre la cama y mirar el reloj. Eran las nueve y media de la mañana… Un domingo por la mañana. ¿Quién estaría llamando a la puerta? ¿Y por qué? Kristi deseó taparse la cabeza con una almohada antes de darse cuenta de que no estaba sola. Jay yacía apretado contra ella.
Las imágenes de una noche de sexo discurrieron abundantemente por su cabeza y sonrió para sí.
¡Toc! ¡Toc!
Quienquiera que fuese, era insistente. Lárgate, pensó, cómodamente abrazada a Jay, antes de despertarse de un sobresalto al pensar que la persona al otro lado de la puerta podía ser su padre.
Bruno emitió un suave ladrido de descontento.
Jay levantó la cabeza.
– ¿Qué pasa? -Le echó un vistazo al reloj y parpadeó.
– Tienes una pinta horrible -le dijo ella al ver sus ojos hinchados y su pelo revuelto en todos los ángulos.
– Tú estás preciosa.
– Oh, sí, claro.
El golpeteo continuó y, antes de que Kristi pudiera detenerlo, Jay se levantó del estrecho sofá cama y se puso sus calzoncillos.
– ¡No abras la puerta! -le advirtió, despejándose la cabeza, sintiéndose como si tuviese arena metida en las cuencas de los ojos. No quería que nadie viese a su profesor medio desnudo abriendo la puerta-. ¡No lo hagas!
Pero Jay no la escuchaba. Miró por la mirilla y comenzó a apartar la bicicleta.
– ¿Quién es? -Kristi se apresuró a ponerse el pijama. ¿Qué le pasaba?-. Jay… oh, maldita sea… ¡No!
La ignoró y abrió la puerta justo cuando ella cubría su cuerpo desnudo con la parte de debajo de las sábanas. Su ropa interior estaba en el suelo. Maldijo para sí mientras se ponía la horrible camiseta con el nombre de All Saints.
Una ráfaga de aire frío entró en la habitación, pero nada más. Jay permaneció bloqueando la entrada con Bruno asomando el hocico y agitando la cola. A través de la rendija de espacio que quedaba entre su cintura y el marco de la puerta, Kristi vislumbró una camiseta roja y unos pantalones color caqui.
– ¿Puedo hacer algo por ti? -inquirió él.
– Oh, esto, estaba buscando a Kristi… Kristi Bentz -preguntó una voz femenina. Mai Kwan. Kristi hizo una mueca. Genial. Su vecina fisgona. De nuevo a las andadas.
Kristi salió del sofá cama oyéndolo chirriar; dispuso la colcha sobre lo que era un maremágnum de sábanas y mantas, y luego mandó sus braguitas a un rincón de una patada. Tras apartarse el pelo de sus ojos, apareció detrás de Jay.
– Usted es el doctor McKnight -afirmó Mai, extendiendo su mano al mismo tiempo-. Soy Mai Kwan, una vecina. Vivo en la segunda planta.
¡Jesús! ¿Se estaba presentando a Jay? ¿Y ahora qué?
– Profesor. No estoy doctorado, al menos todavía.
– ¡Hola! -Kristi intentó sonar alegre y animada, aunque no se sintiera así en absoluto. Rodeó a Jay, pero los ojos de Mai no hicieron más que parpadear en su dirección.
Estaba centrada en Jay.
– Y trabajas en el laboratorio criminalista, ¿verdad?
¿Cómo podía Mai saber aquello?
– Sí.
– No sabía que vosotros dos… -Movió su mano atrás y adelante para, finalmente, volver a mirar a Kristi-. Quiero decir… que no sabía que os conocíais.
– Fuimos al mismo instituto -explicó Jay. Demasiada información.
– ¿Has venido por eso o querías algo más? -inquirió Kristi, preguntándose cómo cerrarle la boca a Jay. Contempló horrorizada como además colocaba un brazo alrededor de sus hombros. Maldito sea, lo estaba disfrutando. Kristi le lanzó una mirada esperando que recibiera el mensaje.
– Estaba pensando que a lo mejor querías salir a dar una vuelta, o a tomar un café o algo así -dijo Mai-. Pero ya veo que estás ocupada, que ya tienes compañía, así que… puede que en otra ocasión.
¿Sería cosa de la imaginación de Kristi o realmente Mai había mirado a Jay de forma lasciva al realizar la última oferta?
– De todas formas no habría podido ir en este momento; tengo un montón de deberes y después comienza mi turno en el trabajo, dentro de unas horas -dijo Kristi. ¿Por qué tenía que darle explicaciones? Lo que ella hacía no era de la incumbencia de Mai. Kristi solo le rezaba al cielo para que Jay no fuera lo bastante educado, o lo bastante estúpido, para invitar a la chica a que entrase.
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