– Te dije que te encargaras de eso -dijo ella-. ¡No lo conviertas en mi problema!

La otra voz sonaba apagada, más lejana. Era un hombre. ¿Pertenecía al padre Mathias Glanzer? ¿O a otra persona?

Kristi aguzó el oído cuando las primeras gotas de lluvia empezaron a caer, pero no pudo oír lo que estaba diciendo aquel hombre; tan solo la respuesta chillona de la mujer.

– Todo el asunto ha fallado, lo sé, pero deberías ser capaz de controlarlo. Cuanto antes, mejor. Antes de que la policía se involucre. ¿Sabes lo que ocurriría entonces? ¿Lo sabes?

La voz masculina otra vez.

¿Estaba discutiendo?

¿Dando explicaciones?

¿Poniendo excusas?

El corazón de Kristi latía con fuerza y tenía los nervios de punta. Estaba a punto de correr el riesgo y de subir los escalones cuando volvió a sentirla… era aquella espeluznante sensación de estar siendo vigilada. Lentamente, elevó su mirada hacia la fachada del edificio, más allá de la cocina y de la segunda planta, hasta una ventana a mayor altura, tapada por enormes aleros. La sangre se le heló al ver un rostro… el rostro de una chica… pálido como la muerte, encogido por el miedo.

¿Era Ariel O'Toole?

Puede que otra persona. La imagen era demasiado borrosa.

Kristi parpadeó y la chica había desaparecido; la ventana estaba vacía.

Capítulo 20

– Es domingo por la mañana, ni siquiera mediodía, ¿y cómo sabía que ibas a estar aquí? -preguntó Del Vernon mientras sostenía un sobre color manila y apoyaba las caderas sobre el escritorio de Portia Laurent, en la comisaría.

– ¿Insinúas que no tengo vida?

El se encogió de hombros.

– No. Tan solo que eres una adicta al trabajo.

– Hace falta serlo para reconocer a otro. -Portia se reclinó en su silla y se quedó mirándolo. Por Dios, era un hombre muy guapo. Ojos oscuros como la noche, nariz larga y recta, una cabeza afeitada totalmente perfecta y una fila de dientes blancos y derechos.

– Posiblemente.

– Entonces, ¿qué te trae por aquí? Es domingo por la mañana.

– Pensé que querrías ver esto. -Le entregó el sobre-. Creo que podrías tener tu cadáver.

– ¿Mi cadáver?

– Bueno, al menos parte de uno.

Ella abrió el sobre y extrajo una fotografía de ocho por diez.

– ¡Madre de Dios! -susurró al contemplar la imagen de lo que parecía ser un brazo ligeramente descompuesto. Un brazo de mujer. El izquierdo. Con esmalte de uñas.

– ¿Dónde lo habéis encontrado?

– En el estómago de un caimán capturado ilegalmente. Tenemos suerte de que el cazador, un paleto llamado Boomer Moss, haya tenido el detalle de entregarse. Estamos registrando esa parte del pantano donde fue capturado el caimán, pero no albergamos muchas esperanzas. El animal pudo haberse movido de un sitio a otro, el cuerpo pudo flotar a la deriva… Por su aspecto, suponemos que el brazo estuvo en el agua menos de una semana, pero el forense no está seguro; al menos todavía.

Portia se estaba animando a gran velocidad. Había venido al departamento un domingo para poner al día el papeleo, el cual dejó a un lado de inmediato.

– ¿Entonces crees que se trata de una de las chicas del All Saints? ¿Que nuestro criminal las captura, las mantiene con vida, finalmente las mata y se deshace de los cadáveres? -expuso, sintiéndose justificada, emocionada y mareada al mismo tiempo. También ella había conservado esperanzas de que las chicas hubiesen huido, abandonado la ciudad esperando desaparecer, pero al contemplar la fotografía del brazo cortado, supo que no había sido así. Solo le quedaba rezar para que, si la situación que acababa de imaginar era la correcta, alguna de las estudiantes desaparecidas estuviese aún con vida.

Puede que torturada.

Con seguridad, traumatizada.

Pero viva.

Del Vernon frunció el ceño, con la mandíbula bien apretada.

– Aún no tenemos muchas respuestas. Existe la posibilidad de que esto no pertenezca a ninguna de las chicas de All Saints.

Portia resopló. Su intuición le decía que aquel brazo pertenecía a Tara, Monique o Rylee. La única estudiante excluida era Dionne, debido a su raza. El brazo de la foto pertenecía a una chica blanca. A una chica a quien le gustaba el esmalte de uñas color ciruela.

– Si no las mantiene con vida, ¿entonces por qué el brazo no muestra más señales de descomposición?

– No lo sé, pero no parece que le haya cortado las extremidades. Está desgarrado y mordido, encaja con la mordedura del caimán.

Portia sintió que se le encogía el estómago. Ninguna de las posibilidades que barajaba en su cabeza le parecía buena.

– El forense cree que fue obra del caimán. Pero no había más partes del cuerpo en su aparato digestivo. Lo hemos comprobado.

– ¿Entonces qué es lo que te ha convencido de que este brazo pertenece a una de las chicas del All Saints?

– El departamento de Personas Desaparecidas dice que no se ha informado de ninguna otra desaparición de una chica blanca; al menos no por aquí; Nueva Orleans tiene unas cuantas. Ya me he puesto en contacto con los hospitales locales y no se ha presentado nadie que haya perdido un brazo debido a un incidente con un caimán hambriento u otra cosa. Pero hay algo extraño; lo primero que advirtió el médico forense fue que no había sangre en el brazo.

– Puede que se desangrara cuando fue cortado.

– No. El examinador médico dice que la disección fue post mórtem.

– A lo mejor se vació en el estómago del caimán. O se disolvió en el agua con el tiempo, o en el ácido del estómago.

– El forense lo está revisando otra vez -contestó Del, aunque no parecía convencido.

– ¿Qué hay de marcas características? -inquirió Portia-. Monique tenía un dedo roto, el índice izquierdo, una vieja lesión de béisbol. Si los dedos están intactos, podría servir; y creo que Tara tenía un tatuaje en el brazo. -Portia acercó su silla al monitor del ordenador y sus dedos revolotearon sobre el teclado para extraer sus archivos sobre las chicas desaparecidas. Un segundo más tarde, se encontraba leyendo la información que había reunido acerca de Tara Atwater-. Sí, aquí está, un corazón partido; pero maldita sea, el tatuaje está en su brazo derecho.

– ¿Qué hay de las otras?

– Estoy mirando. -Portia ya había comenzado a mirar todas las notas y documentos que había recopilado-. Lo normal es que hubiera algo -añadió, impaciente por encontrar una pista, cualquiera, que ayudase a identificar a la chica-. Me imagino que le habéis tomado las huellas. -Señaló con su barbilla la imagen del brazo cortado.

– Lo intentamos. Pero incluso con una huella decente, existe la posibilidad de que las chicas no estuvieran fichadas.

– Algunas tenían antecedentes, fueron arrestadas por drogas… Sí, aquí está… Tanto Dionne como Monique fueron arrestadas y condenadas cuando dejaron de ser menores. Dionne tiene un tatuaje de un corazón en la espalda, con flores y un colibrí. Sabemos que una de las chicas tenía una señal característica en su mano izquierda… -Sin embargo, no había nada obvio en sus fichas.

– Creí haberte dicho que dejaras en paz este caso -dijo Del Vernon mientras Portia cerraba uno de sus archivos.

– El haberte ignorado ha resultado positivo para ambos.

Él dejó escapar una sonrisa. Del Vernon, el del semblante eternamente preocupado y pensativo, y prieto trasero, le ofreció una rauda aunque atractiva sonrisa.

– Ignorarme nunca es una buena idea. Esta vez tú tenías razón y yo no. Es posible que quieras señalar este día con letras rojas porque dudo seriamente que vuelva a ocurrir alguna vez.

Oh-oh, pensó Portia al verle alejarse despacio.


* * *

¿Ariel? ¿Realmente era el rostro de Ariel el que había visto tan aterrorizado? ¿Y qué estaba haciendo en el interior de la casa Wagner?

Tras apartar a un lado sus dudas, Kristi se apresuró en subir los escalones de la parte trasera de la casa Wagner e intentó abrir la puerta. Se abrió bajo su mano con un chasquido. No estaba cerrada con llave. Llena de asombro, se adentró en la oscura cocina y su corazón latió con fuerza. Vio la puerta que llevaba hasta el sótano y supo que aquella era su oportunidad. Nadie sabía que ella estaba dentro.

Aún.

Anduvo de puntillas hasta la puerta del sótano y llevó su mano hacia el pomo.

Demasiado tarde. La puerta se abrió de golpe delante de ella. Kristi retiró la mano cuando el padre Mathias entró en la cocina.

– ¡Oh! -masculló sorprendido. Después, dirigiéndose a Kristi, la reprendió con dureza-. Otra vez tú. ¿No te dije que el museo no estaba abierto?

– Sí, pero mis gafas…

– Ya las he buscado en objetos perdidos. No están allí. -Cerró la puerta a su espalda, visiblemente irritado-. Ahora en serio, tienes que marcharte.

– ¿Padre? -habló una voz femenina. La misma voz que había oído a través de la ventana-. ¿Qué es lo que ocurre? -Una mujer de aspecto regio, envuelta en un abrigo de oscuro pelaje, se adentró rápidamente en la cocina. Sus ojos hundidos coronaban una nariz aguileña-. ¿Quién eres tú? -exigió saber; entonces, antes de que Kristi pudiera responder, continuó hablando-: ¿Y qué estás haciendo aquí?

– Dice que perdió las gafas en su anterior visita.

Una de las cejas de aquella mujer se elevó con notable suspicacia.

– ¿Cuándo?

Kristi tenía preparado el embuste.

– El pasado fin de semana. Vine con unas amigas.

– ¿De verdad? -Su sonrisa revelaba escepticismo-. Bueno, el personal se encargará de buscarlas. Vuelve cuando la encargada esté de servicio.

– Es que realmente las necesito para trabajar. -Kristi se mantuvo en sus trece-. Hoy mismo.

– Sí, sí, ya me lo has dicho, pero como te dije, el museo está cerrado -insistió el padre Mathias.

– ¿Entonces no es usted la encargada? -aventuró Kristi, a quien no le gustaba aquella mujer, con su tez perfecta y su actitud entrometida, aunque deseaba saber algo más de ella.

– Por supuesto que no -respondió la mujer-. ¡Esa es Marilyn Katcher!

Kristi insistió.

– ¿Y por qué está usted aquí? Para ser un lugar cerrado a los visitantes, parece haber mucha gente por aquí.

– Soy Georgia Clovis -pronunció con claridad-. Georgia Wagner Clovis -añadió como si eso tuviera que significar algo para Kristi.

Mathias, como si fuera un títere bajo sus cuerdas, habló con rapidez.

– La señora Clovis es descendiente de Ludwig Wagner y…

– Descendiente directa -le corrigió con frialdad, torciendo hacia abajo las comisuras de sus rojos labios.

– Descendiente directa del hombre que tan galantemente donó esta casa y la propiedad a la archidiócesis para establecer la universidad.

Kristi le dedicó a Georgia una insulsa mirada de «¿y qué?».

– La señora Clovis, junto con su hermano y su hermana, todavía son miembros de la junta de la casa Wagner. Son muy importantes para el All Saints. Ahora, si regresas cuando la señora Katcher esté aquí…

– Hay alguien arriba -dijo Kristi, tan solo para medir su reacción. Si había llegado hasta allí, podría ir un poco más lejos. No creía que llegase a disponer de otra oportunidad y ninguna de aquellas dos personas la asustaban. El padre Mathias solía estar meditando y parecía un hombre débil. Georgia Clovis era alta, delgada, con su oscuro pelo enroscado sobre su cabeza, hacía lo que podía para intimidar, y no se le daba nada mal, pero Kristi no estaba dispuesta a acobardarse.

– No hay nadie más en la casa -espetó Georgia entre dientes-. Aunque eso no es asunto tuyo.

– He visto a alguien en la ventana. Esa es la razón por la que he entrado. Era una chica, digo, una mujer; y parecía estar muy asustada.

– Imposible. -Georgia sacudió la cabeza, pero su perfecta fachada se agrietó por un instante-. Lo debes haber imaginado.

– No lo he imaginado.

– Un efecto de la luz -adujo Mathias, mirando hacia Georgia.

– Hay una forma de averiguarlo. -Sin esperar ninguna clase de consentimiento, Kristi comenzó a atravesar el comedor, en dirección a las escaleras.

– Espera un momento. ¡No puedes subir allí! -exclamó Georgia a su espalda, repiqueteando con sus tacones sobre la madera del suelo-. ¡Espera! -se volvió hacia el sacerdote con su voz estridente-. ¿Qué cree que está haciendo?

Kristi no perdió ni un segundo. Corrió hasta la tercera planta y, una vez allí, se dirigió hacia la puerta de la habitación que daba al patio trasero, en la que estaba segura de haber visto a Ariel, u otra persona, permanecer frente a los deformes paneles de cristal.

Oyó el pesado avance del padre Mathias subiendo las escaleras.

– Señorita… por favor… no está permitido…

Kristi giró el picaporte y la puerta se abrió de golpe hacia una estancia vacía. Era la que contenía la casa de muñecas victoriana. No había nadie en el interior pero la casa de muñecas, que antes estaba cerrada, ahora estaba abierta, mostrando sus habitaciones perfectamente amuebladas.