– Vamos, Kristi. Llama -dijo. Pero el teléfono permaneció en silencio y, mientras conducía hacia el colegio, su inquietud y preocupación no hacían sino ir en aumento.


* * *

En el servicio de señoras del centro de estudiantes, Kristi se colgó alrededor del cuello la cadena dorada y se preguntó si estaría cometiendo el peor error de su vida. El vial destellaba bajo las intensas bombillas fluorescentes; su oscuro contenido parecía casi negro.

Lo sentía extraño.

Excéntrico.

Casi maligno.

Emitiendo un quejido, Kristi introdujo el collar bajo su jersey de forma que el diminuto cristal tocó su piel. Estaba frío, sorprendentemente frío para su reducido tamaño.

Tras aplicarse un poco de brillo en los labios, anduvo a propósito hacia el extremo más lejano del campus, donde se unió a una multitud de estudiantes y miembros de la facultad que se dirigía hacia el edificio de ladrillos que albergaba el departamento de Lengua y un pequeño auditorio, no muy lejos de la casa Wagner. Las luces brillaban alrededor de la entrada meridional y una señal blanca, pintada con letras negras rezaba: «Obra de esta noche: Everyman».

La quintaesencia de las obras moralistas, pensó Kristi mientras seguía con su mirada a la chica llamada Ophelia, quien se llamaba a sí misma «O» y también llevaba un vial de su propia sangre.

Perfecto.

La misteriosa O trataba de comprar una entrada a una chica sentada tras una mesa muy larga. Una especie de música medieval de viento llenaba la antesala y, la vendedora de entradas, vestida totalmente de negro, parecía tener problemas para controlar visualmente el cambio y a las personas al mismo tiempo. Su cabello negro peinado hacia atrás, que mostraba raíces de color marrón claro, contrastaba singularmente con la gruesa capa de maquillaje blanco que cubría su rostro.

– ¿Ya no quedan entradas para la obra? -inquirió Ophelia, enfadada con la chica que estaba a cargo de la caja.

– Sí… quiero decir, no lo sé… Espera un momento.

– ¡En clase nos han pedido que la veamos! -O no estaba dispuesta a ceder-. Tengo que entrar como sea.

– ¡Ya lo sé! Todos están diciendo lo mismo. -La alterada muchacha vio de repente al padre Mathias, quien permanecía junto a la entrada al teatro, cubierto por una cortina. Vestido con una sotana negra que probablemente era la última moda para clérigos en el siglo XV, se subió una manga, la que cubría un trozo del vendaje apenas visible.

– ¿Padre Mathias? ¿Puede usted ayudarme un momento?

– ¿Qué ocurre, Ángel? -inquirió, y Kristi se preguntó si Ángel era el verdadero nombre de aquella chica. ¿O es que tenía algo que ver con la obra? O aún peor, ¿era el nombre afectuoso del padre Mathias para la chica alterada?

– ¿Sabe usted cuántos asientos nos quedan?

– Unos pocos -respondió suavemente. Con paciencia. A pesar de la ansiedad de la chica-. Estamos preparando algunas sillas plegables adicionales. -Miró hacia la multitud que se amontonaba-. Me lo estaba temiendo -dijo para sí. Después, habló en voz alta para la gente-. Gracias a todos por asistir. Desgraciadamente, la asistencia es mayor de lo que habíamos previsto.

Hubo una serie de empujones detrás de Kristi, y un tipo exclamó: «¿Estás de broma?».

»El auditorio tiene un número máximo de asientos según la jefatura de bomberos y estamos con el aforo completo.

– ¿Qué? -Una chica detrás de Kristi estaba muy encrespada-. ¡Se supone que tengo que hacer un trabajo sobre esta producción!

– Oye, ¿qué es lo que pasa? -exclamó otro.

El padre Mathias levantó sus manos y volvió a bajarlas mientras hablaba.

– Por favor, aceptad todos mis disculpas. Esta noche tan solo podemos vender diez entradas más, pero tenemos pensado repetir la actuación mañana, o posiblemente el viernes, en cuanto el auditorio vuelva a estar disponible y los actores puedan actuar, de forma que todos podréis ver la función.

– ¿Mañana? ¿Pero qué coj…?

– Yo trabajo los lunes por la noche -protestó una nueva voz.

– Esto es una mierda -espetó un muchacho furioso.

– Por favor, por favor. -El padre Mathias se mantuvo firme-. Estoy seguro de que podremos solucionarlo. Vamos a grabarlo y, si no podéis ver la sesión en directo, estará disponible en el departamento de Teatro. La próxima representación será publicada en la página web del campus en cuento pueda organizarlo todo. ¡Gracias a todos!

Entonces se apartó, dejando que la pobre Ángel se ocupara de la enfurecida muchedumbre. O consiguió obtener una entrada; también Kristi fue una de las últimas afortunadas asistentes que, por cinco pavos, recibieron un fino y sofisticado programa y un tique de entrada. Anduvo hasta llegar a una pequeña sala de espera, donde una persona registró el contenido de su bolso como si estuviese asistiendo a un concierto de rock y pudiese llevar contrabando.

– Debemos pedirte que dejes aquí tu teléfono móvil -dijo el vigilante.

– ¿Por qué?

– No podrías creer los problemas que ocasionan. -Le entregó a Kristi un colorido tique de resguardo y un bolígrafo.

– Pero si ya está apagado.

– Son las normas. Tienes que dejarlo. Escribe tu nombre y un teléfono fijo o una dirección de correo electrónico donde puedas ser localizada, solo en caso de que se mezclen.

A Kristi no le gustaba entregar su teléfono, pero no tenía muchas alternativas si deseaba entrar. Rellenó la información, se quedó con la mitad del tique de resguardo y, sorprendida de que no hubiesen confiscado su bote de espray, agarró su bolso y se apresuró hacia el interior, donde la temperatura pareció elevarse veinte grados. La gente estaba apretujada en las filas de asientos del auditorio, pero ella logró dar con una silla plegable esquinada en un pasillo lateral; y junto a O, quien ya se encontraba colocando el bolso a sus pies, con los ojos fijos en el escenario. El descolorido telón de terciopelo, que una vez fue de un oscuro granate, se abrió de golpe, y en el techo aparecieron tenues luces centradas sobre el escenario. El auditorio disponía de un aforo de unas cincuenta personas; aunque esa noche se acercaba más a sesenta y cinco. La calefacción era excesiva y la maldita música renacentista se imponía a todo, resonaba sobre los susurros y el murmullo de la multitud.

Un hombre de treinta y tantos años sentado delante de Kristi se había aplicado demasiada loción para el afeitado, posiblemente para ocultar el olor a marihuana que desprendía. El truco del Old Spice no había funcionado; tan solo hacía más evidente el empalagoso aroma.

El sonido se acopló durante un segundo, chirriando por todo el auditorio, luego todo se quedó en silencio repentinamente. Kristi miró a su alrededor y vio rostros conocidos, personas que también estaban en sus clases de Lengua. Cercano al fondo de la sala, Hiram Calloway leía su programa con interés. Estaba solo, según parecía, y Kristi se preguntó si la habría traicionado dándole a alguien una llave de su apartamento, o si sería él quien había estado grabando en vídeo su salón. Se puso colorada ante la idea y le lanzó dardos con la mirada. Él levantó la mirada como si sintiera sus ojos, la vio y entonces volvió a meter rápidamente su nariz en el programa.

Kristi recordó la persecución del tipo que había visto en su apartamento, y Hiram no parecía dar el tipo. Él estaba un poco fofo, igual que un ex jugador de fútbol americano que se hubiera retirado, y ella era una atleta, siempre había sido rápida. De no haberse dedicado a la natación, probablemente habría sido una estrella de la pista, así que seguramente le habría dado alcance al perseguirlo en mitad de la noche.

La adrenalina pudo haberlo estimulado. El miedo a ser atrapado. En ese caso, era un milagro que no hubiese sufrido un ataque al corazón. O quizá no había sido él. Pero la única persona que también tenía una llave era Irene Calloway, y ella casi tenía que usar un bastón. Con seguridad, Kristi la habría alcanzado enseguida.

¿Quién entonces?

Se quedó mirando a Hiram, quien no se atrevía a mirar en su dirección. Pardillo, pensó Kristi, y paseó su mirada alrededor de la sala. Vio a Grace cerca de la parte delantera del auditorio. Pero no vio a Lucretia. Ni a Ariel. Comprobó su programa, pensando que Ariel podría estar entre el reparto, pero tampoco estaba entre los nombres de los intérpretes, ni de los que trabajaban detrás del escenario. Había una referencia a la doctora Croft, como jefa del departamento de Lengua, y al padre Mathias, por supuesto, así como al doctor Grotto, quien aparecía como «consejero», aunque no sabía qué diablos significaba eso. Zena Regent, la próxima Meryl Streep, estaba incluida como intérprete del papel de Buenas Obras, mientras que Roben Manning, un estudiante afroamericano que estaba en algunas de las clases de Kristi, era el protagonista. Gertrude Sykes interpretaba a la Muerte. Y al final de la página al dorso se mencionaba el nombre de Mai Kwan, quien había diseñado el programa y colaborado en la «promoción y notas de prensa».

Mai nunca había mencionado que estuviera relacionada con el departamento de Teatro, pero tampoco Kristi se había interesado mucho por sus clases o sus actividades extraescolares. Kristi sabía muy poco sobre esa chica, aparte de que era una entrometida estudiante de Periodismo, que había entablado amistad con Tara Atwater y que le daba miedo hacer la colada en el sótano.

Ahora también Mai estaba relacionada con el departamento de Teatro y, por lo tanto, con el padre Mathias y su obsesión por las obras moralistas… las obras a las que habían asistido todas las chicas desaparecidas.

Las luces parpadearon y, entonces, en el transcurso de unos minutos, se apagaron al mismo tiempo. Tras el subsiguiente silencio, apareció la luz de un foco y el padre Mathias dio inicio a la introducción.

Kristi nunca había visto antes la obra, pero la había leído, o al menos parte de ella, en el instituto. La esencia era que Everyman, que simbolizaba a todos los hombres y mujeres sobre la tierra, también se había visto atrapado por los placeres terrenales y había perdido su alma. Cuando fue reclamado por la Muerte, Everyman no tenía nada. Se encuentra con otros personajes, incluyendo a Buenas Obras, Conocimiento, Confesión, y algunos más en su búsqueda para llevar a alguien con él al Más Allá.

Lo que le interesaba a Kristi no era tanto la obra en sí misma, sino los actores que representaban los papeles. Reconoció a la amiga de Lucretia, Trudie, que aparecía como Gertrude en el programa e interpretaba a la Muerte. Zena, por supuesto, paseaba, muy expresiva, por todo el escenario, y algunos de los demás personajes le resultaban familiares, como si les hubiese visto en clase, pero no podía estar segura de sus nombres. Uno de los personajes, Ángel, era interpretado, aunque de forma poco convincente, por la chica que había vendido las entradas. El público también estaba lleno de estudiantes que compartían las clases de Lengua de Kristi y, durante un fugaz instante, creyó ver a Georgia Clovis escondida en el hueco de una salida lateral.

¿Qué estaría haciendo allí?

Los ojos de Kristi se centraron en otros asistentes. Algunos de sus profesores también habían aparecido, creando una habitual lista de eminencias del departamento de Lengua. La doctora Natalie Croft, jefa del departamento, se encontraba sentada junto a un hombre que Kristi no reconoció y junto al doctor Presión, quien aún parecía estar a punto de coger la gran ola. Él, por otro lado, estaba sentado junto a la profesora Senegal, la docente de Periodismo de Kristi.

¿Es que aquella gente no tenía vidas?

¿O acaso se trataba de una aparición obligatoria?

En la oscuridad, Kristi tiró de la cadena alrededor de su cuello, levantándola para que el vial permaneciese por encima del jersey. Aún estaba parcialmente oculto por la chaqueta, pero, cuando las luces se encendieran, tenía pensado hablar con unas cuantas personas y comprobar si alguien se daba cuenta o le comentaba alguna cosa. La obra continuó, con tan solo unos mínimos fallos de texto, y el tipo que había delante de ella, el que apestaba a hierba y almizcle, empezó a roncar. Su cabeza se inclinó hacia delante y la mujer que había a su lado le golpeó en el costado.

Se despertó con un último ronquido, sonando igual que una sierra eléctrica, y la mujer le chistó con intensidad.

Kristi se sentó al borde de su butaca. Esperó nerviosamente y, cuando al fin la función terminó y el reparto apareció para un saludo colectivo, estuvo preparada. Cuando los aplausos se apagaron y se encendieron las luces, Kristi pasó junto al hombre que roncaba y alcanzó a O mientras salía de la fila.

– Tú eres O, ¿verdad? -comenzó Kristi como si acabara de verla en ese preciso instante-. Creo que estamos juntas en una clase.