– ¿Cuál es su relación con el caso?

– Creo que está jugando a ser detective aficionada.

– Justo lo que necesitamos -protestó-. ¿Y qué hay de McKnight?

– Él es su profesor. Y su amigo.

– ¿Algo más que amigo?

– Probablemente.

– Genial -espetó, pensando que la tal Bentz era demasiado inquieta para no meterse en medio.

– McKnight también quiere que compruebe las fichas de algunos profesores y parte del personal que trabaja en ese colegio.

Portia enarcó las cejas.

– ¿Cree que alguno de sus compañeros está implicado?

– Tengo la información del departamento de Vehículos Motorizados motor, pero pensé que podrías trabajar en lo del personal, para que pueda tomarme unos días libres mientras mi ex está en el hospital por un implante de rodilla. Tengo que cuidar de los chicos. Estaré de vuelta el viernes. -Le entregó una hoja de papel con una lista de nombres y otra con cinco vehículos que eran posibles coincidencias. Luego le hizo un resumen de lo que les había ocurrido a Jay y Kristi Bentz.

Portia no pudo evitar el primer cosquilleo de emoción que corría por sus venas. Durante más de un año, había intuido que aquellas chicas eran algo más que unas simples fugitivas. Al menos ahora, alguien parecía estar de acuerdo con ella.

– Lo dejo en tus manos -dijo Crawley tocándole la nariz con un dedo-. Y no la jodas, ¿vale? Me estoy jugando doce latas de cerveza en esto.

– ¿Y qué parte me toca a mí? Crawley levantó una comisura de sus labios.

– Si das en el clavo, te invitaré a un trago de verdad. ¿Qué es lo que bebes? ¿Cosmopolitan? ¿Daiquiri?

– Martini seco. Con tres aceitunas.

– Una mujer que sigue mis pasos.

– Justo lo que quiero oír -sentenció ella mientras se quitaba su abrigo y se preparaba para lo que iba a ser una larga, pero prometedora noche.


* * *

Elizabeth no solía visitarlo.

Era una norma no escrita: él acudía a ella. Siempre.

La última vez que se había dejado ver en sus aposentos privados fue hace un año, pero ahora se paseaba por el borde de la piscina; la luz submarina le otorgaba al agua un brillo color aguamarina, el reflejo proyectaba azuladas sombras sobre su pálida e inmaculada piel. Caminaba de un extremo a otro de la sala con un abrigo largo y negro, y unas botas.

Vlad terminó de hacer sus largos, negándose a interrumpir su rutina a pesar de su presencia; después salió de la piscina.

– Algo va mal -dijo él, desnudo y mojado, dejándose acariciar por el frío aire. Él había esperado pasar algo de tiempo en el congelador con Ariel y Karen Lee, también conocida como «Cuerpodulce», después de su sesión, pero obviamente tendría que cambiar de planes.

– Tenemos que trabajar más rápido -dijo Elizabeth, mirándolo como si todos los fallos fuesen por su culpa-. Acordamos atrapar más y tiene que ser pronto.

– ¿Qué ha pasado?

– ¿Aparte del brazo que han encontrado? -se mofó-. Tengo contactos en el departamento de policía. Eso fue un descuido, Vlad. Cuando te deshaces de los… cuerpos, tienes que llevarlos lejos de aquí. Fuera del distrito. Fuera del estado. -Daba vueltas a su alrededor, mostrando la ira en el movimiento de sus ojos, en la dilatación de sus fosas nasales-. Por el amor de Dios, ¿qué tiene de malo el jodido golfo de México? Podrían servir para alimentar a los tiburones… jamás serían encontrados. Hay gente que se cae de los barcos y jamás es encontrada.

Como si fuera tan fácil deshacerse de un cuerpo.

– El incidente con el caimán fue desafortunado.

– ¡Y estúpido! ¿Qué posibilidades hay de que aparezca el resto del cadáver? ¿O los demás? -Elizabeth temblaba, y él estaba deseando poner sus manos sobre ella para intentar calmarla, pero sabía por anteriores experiencias que tocarla ahora, mientras no estaba desnuda ni sumergida en su espeso baño, tan solo la enfurecería aún más.

– No pueden relacionar el brazo con nosotros.

Ella lo miró como si estuviera hablando con un cretino.

– ¿Es que ni siquiera ves la televisión? Lo que -hizo unas comillas con sus dedos- «ellos» pueden hacer es muy sofisticado. Puede que no tan sofisticado como en C. S. I. y desde luego no tan rápidamente, pero sofisticado de todas formas. ¡Con el tiempo suficiente, oh sí, pueden relacionar ese maldito brazo con cualquiera de las chicas a quien pertenezca, y finalmente con nosotros! -Mientras se rascaba su largo cuello con aire pensativo, la incansable Elizabeth continuó su paseo, entonces se detuvo en seco al ver su reflejo en uno de los espejos que Vlad había colocado en la habitación. Sus dedos se enroscaron sobre sí mismos hasta darse cuenta de lo que estaba haciendo, de que podría estropear su piel al rascarse. Momentáneamente distraída, obsesionada con su imagen, tomó aire con fuerza varias veces seguidas y la calma se reflejó en su rostro una vez más. Las arrugas de preocupación y frustración entre sus cejas y alrededor de los bordes de sus ojos se suavizaron, y la expresión de hirviente rabia desapareció.

«Tenernos que acelerar las cosas. Inmediatamente -afirmó con más calma-. Sabes lo que hay que hacer. Hemos planeado este día, tan solo desearía que no hubiese llegado tan pronto. -Dejó escapar un suspiro mientras sacudía la cabeza; su oscuro cabello le acariciaba los hombros-. Este viernes -dijo con un aire de nostalgia-. Será nuestra última actuación aquí.

– ¿Y después?

Elizabeth enarcó una de sus perfectas cejas.

– Empezaremos de nuevo, por supuesto. Tan solo necesitamos conseguir bastante sangre para que dure hasta establecernos en algún otro lugar. -Parecía haber ahuyentado su ira con pensamientos de un nuevo futuro, un nuevo lugar, nuevos cuerpos, jóvenes y ágiles-. Pero, por ahora, debemos concentrarnos.

Cruzó el cavernoso habitáculo hasta el hueco donde estaba el escritorio de Vlad, y vio que ya había esparcido las fotos identificativas para el campus por toda la superficie; fotografías de aquellas que él creía más valiosas. Apoyó sus caderas contra el escritorio y apartó rápidamente las que ella consideraba que no eran lo bastante hermosas, o lo bastante ágiles, o lo bastante saludables. Vaciló entre unas cuantas y chasqueó la lengua ante las descartadas.

Al final, quedaron tres fotografías.

– Estas son las elegidas -le comunicó y bajó su mirada hacia las hermosas chicas de las fotos. Todas eran una versión más joven y dinámica de la propia Elizabeth.

La fotografía del centro era de Kristi Bentz.

– Tres será difícil.

– Entonces tendrás que agudizar tus sentidos, ¿no? -Le mostró una sonrisa, una cuidadosa y serena mueca que provocó algunas líneas en su piel-. Si no puedes conseguirlas a todas, asegúrate al menos de atrapar a esa tal Bentz.

Demasiado optimista, pensó Vlad.

– Y recuerda, estas -pasó un dedo por encima de las fotografías- son las que necesitamos exclusivamente por su sangre. Hay otras de las que también debemos deshacernos.

Por supuesto que sabía a lo que se refería: la «limpieza». Deshacerse de aquellos que podían arruinar su plan. Esa idea le resultó más que agradable. Estaba impaciente por deshacerse de ellos. Habían sido una molestia desde el principio.

Merecían morir.

Lo habían estado pidiendo.

Vlad, con la bendición de Elizabeth, no sentía más que felicidad por obedecer.


* * *

El despacho del doctor Grotto se encontraba en el piso inferior del imponente edificio que albergaba el departamento de Lengua, bajando una escalera hasta un pasillo en el ala norte. Aquella parte del edificio, separada de la mayoría de las aulas, estaba en silencio. Vacía. No había estudiantes ni miembros de la facultad deambulando por los pasillos. La mayor parte de las puertas de los despachos, con sus paneles de cristal tallado, estaban cerradas y vacías; no había luces que brillasen a través de los oscuros cristales.

Kristi espoleaba su coraje mientras recorría el pasillo con sus silenciosas zapatillas deportivas, sin hacer un solo ruido. Así que finalmente iba a encararse con el doctor Grotto, mano a mano. No estaba segura de cómo iba a jugar sus bazas exactamente, pero su mente desplegaba posibles situaciones:

¿Una inocente indirecta, al preguntarle por su trabajo de clase, sobre algún tipo de culto?

¿Directamente, como si ella fuera una investigadora del departamento de policía?

¿De forma evasiva? ¿Coqueta? Intentando sonsacar la información alimentando su ego?

Los ácidos de su estómago le abrasaron la garganta ante la mera idea.

Improvisa, se dijo; a pesar de que sus nervios estaban tan tensos como cuerdas de piano, su impaciencia crecía a cada paso que daba. Comprobó el contenido de su bolsillo. Su teléfono móvil estaba encendido, pero en modo silencioso y, según esperaba, Jay sería capaz de escuchar toda la conversación, incluso aunque podría no gustarle. Odiaba depender de él, pero decidió no ser estúpida. Grotto podría ser peligroso. Ella no tenía idea de cómo reaccionaría su profesor al verse atrapado.

Llegó a la esquina y oyó voces parcialmente apagadas, pero lo bastante fuertes para descifrar que se trataba de una discusión.

– Te digo que esto es peligroso -decía una mujer, elevando su voz con emoción. Kristi se detuvo en seco.

¿Era Lucretia?

– Tienes que parar. -Sí, era Lucretia, y sonaba como si estuviera desesperada. Kristi probó a asomarse a la vuelta de la esquina y vio que el pasillo estaba vacío.

– Sé lo que estoy haciendo -dijo la voz de Grotto. Enfadada. Profunda. Le llegaba desde detrás de una puerta tan solo un poco entornada, tan poco que probablemente no se dieron cuenta de que estaba abierta. Con el corazón en un puño, Kristi se deslizó a lo largo de la pared, acercándose.

– ¿Es que no ves que te están utilizando? Por el amor de Dios, Dominic, sal de ahí ahora mismo. Antes de que sea demasiado tarde.

– No sabes de lo que estás hablando.

– Sé que está ocurriendo algo terrible. Algo maligno. Y… y odio lo que te está haciendo a ti. Por favor, Dominic, sal ahora. Podemos dejarlo. Nadie lo sabrá jamás. -Lucretia estaba asustada.

Aterrorizada.

Kristi sintió lástima en su interior al preguntarse cuánto abuso mental podría resistir su ex compañera de cuarto, ¿y para qué? ¿Por ese asqueroso que traficaba con el vampirismo?

– ¿Nadie lo sabrá jamás? Es irónico viniendo de ti -se mofó, acentuando su acusación con la voz-. Ya que eres tú quien ha abierto la boca.

– Cometí un error.

– Un error que tengo que enmendar.

Kristi apenas podía oír nada por encima de sus propios latidos. ¡Estaban hablando sobre ella! Sobre la petición original de Lucretia a Kristi para que investigase acerca de una especie de culto vampírico.

– ¡Estaba preocupada! ¡Por ellos! ¡Por ti! -Lucretia estaba casi histérica-. ¡Por… por nosotros!

– Deberías haber pensado en eso antes de que decidieras hablar con tu amiga.

– No es mi amiga -dijo Lucretia con rapidez.

– La hija de un policía, para ser exactos. Y no cualquier policía, sino un detective de homicidios. De homicidios, Lucretia. Como en los asesinatos. ¿En qué coño estabas pensando? -Ahora Grotto estaba realmente furioso y levantaba la voz-. Lo último que necesitamos es más atención de la maldita policía.

– Es… es que pensé que podría ayudar.

– ¿Cómo? ¿Descubriéndolo todo? Jesucristo, Lucretia, suponía que eras una mujer inteligente. Pero hablar con alguien tan cercano a la policía, atraer su atención hacia mí, pedir ayuda cuando ni siquiera comprendes lo que ocurre…

– Dominic, por favor… -La voz de Lucretia se quebró y Kristi casi sintió lástima por ella.

– Te dije que se había terminado -aseguró bajando la voz, igual que las campanadas por un muerto. La afirmación sonó fría y despiadada, mucho peor que si se la hubiese gritado, de haber existido un mínimo rastro de sentimiento en su voz.

– No… no lo dices en serio -respondió ella entre sollozos.

Pasa de él, no es más que un idiota sin corazón, pensó Kristi, acercándose más a la puerta. De acuerdo, era sexi, pero también cruel, y obviamente estaba mezclado en algo turbio y peligroso, definitivamente ilegal, algo relacionado con las chicas desaparecidas, muy posiblemente asesinato. Se preguntó cómo iba a poder mirarlo a la cara después de aquello.

Lucretia trataba de defenderse.

– Le… le dije que eras… inocente. Que eras una víctima.

– Pero no se lo creyó, ¿verdad?

Silencio.

Un silencio condenatorio.

– Ahora tengo que vérmelas con ella. He intentado evitarla desde el comienzo del año escolar, desde que me di cuenta de quién era, pero es persistente y… -dejó escapar un suspiro-, va a venir a verme en unos minutos. Bajo la excusa de sus trabajos de clase.