Kristi subió las escaleras hasta la primera planta y encontró a Jay sentado en un banco junto al rellano. Estaba a menos de quince metros de la puerta del doctor Grotto.

– Buen trabajo, Sherlock -le dijo, y ella le lanzó una mirada de «no me provoques».

– Lo has escuchado -aventuró mientras cruzaban las puertas principales y una ráfaga de frío aire invernal los golpeaba.

– He escuchado que has llevado el vial, que lo has usado para tomarle el pelo; ¡has estado jugueteando con una prueba!

– Pensé que podría resultar efectivo.

– Maldita sea, Kris, eso no era parte del trato.

– Debía habértelo contado -admitió al recorrer el camino de ladrillos, por donde otros estudiantes cruzaban el concurrido campus. Las bicicletas y monopatines pasaban a toda velocidad y un corredor con dos perros sujetos por una correa corrían en dirección contraria.

– Pero de haberlo hecho, sabías que no te hubiera dejado tontear con él. ¿En qué estabas pensando?

Kristi no estaba dispuesta a inventarse excusas. En cambio, desvió la atención.

– Creía que tenías que estar esperando en el exterior.

– Sí, bueno, quería estar un poco más cerca, por si acaso.

– ¿Por si acaso qué? ¿Creías que podría atacarme?

Jay se encogió de hombros, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta.

– Tal vez. Lo sacaste bastante de quicio. -La cogió del brazo y la arrimó hacia él cuando un ciclista atravesó el patio-. A partir de ahora, no hay secretos. Si estamos juntos en esto, tenemos que ser sinceros entre nosotros.

Kristi asintió.

– De acuerdo.

Parecía como si Jay no la hubiera creído, pero no soltó su brazo mientras caminaban con ligereza hacia el centro de estudiantes. Jay tiró de la puerta y ambos entraron. Les impactó una corriente de aire cálido y los sonidos de risas, música y conversación que llenaban el recinto donde los estudiantes se reunían: algunos estudiaban, otros estaban enganchados a sus iPods, y otros estaban con amigos. Parecían tan inocentes, tan desprevenidos del mal que Kristi pensaba que acechaba en los rincones y grietas del campus…

¿Quién sería la siguiente?, se preguntó, y pensó en lo pálido que le había parecido el doctor Grotto.

– ¿Le crees? -La voz de Jay la devolvió a la realidad.

– ¿A Grotto? -Sacudió su cabeza-. Estaba ocultando algo. -A pesar de la calidez del sencillo y bien iluminado edificio, Kristi sintió el susurro del frío en las profundidades de su corazón. Levantó la vista hacia Jay y vio que sus ojos eran de preocupación-. Y estaba mintiendo a través de sus colmillos.

Capítulo 25

Jay tomó asiento en su despacho y, usando una lente de aumento, examinó una imagen del brazo cortado. Había visto el auténtico, por supuesto, pero estaba siendo congelado con la esperanza de encontrar el cuerpo del que había sido despojado. También había fotografías por ordenador, aquellas que podían ampliarse, pero a veces, el viejo estilo le resultaba más cómodo.

El martes había estado en el laboratorio durante diez horas. Casi era la hora de marcharse en ese momento y estaba irritable. Nervioso. No se había sentido bien por regresar a Nueva Orleans, a pesar de la insistencia de Kristi la noche anterior. Se había negado a escuchar ninguno de sus argumentos; ni siquiera consideraría vivir en la cabaña de su tía o incluso quedarse con su perro. Se había vuelto a instalar en su apartamento a pesar de todas sus protestas. Jay se mantenía en contacto constante con ella, bien por teléfono, mensajes o el correo electrónico, y hasta ahora se encontraba bien.

Hasta ahora.

¿Y cómo vas a sentirte si le pasa algo?

Trató de no ponerse inmediatamente en el peor de los casos, pero siempre estaba ahí, oculto en los rincones de su cerebro, listo para saltar una y otra vez sobre su consciencia. Tuvo que dejar de preocuparse por Kristi. Como ella le había dicho en una ocasión, era una adulta. Podía cuidar de sí misma. Le juró que la idea de que su presunto espía de las grabaciones pudiera intentar entrar en su apartamento no le molestaba. Dijo que casi era bienvenido.

– ¡Y una mierda! -murmuró, volviendo a centrarse en la decoloración entre el codo y la muñeca.

– ¿Estás hablando conmigo? -preguntó Bonita Washington al entrar en la zona de laboratorio, contemplando los microscopios y teniendo cuidado de no tocar el cromatógrafo.

– Supongo que hablaba solo -le dijo, rodando hacia atrás con su silla.

– ¿Has detectado algo extraño en ese brazo? -Señaló hacia la fotografía que yacía sobre su lugar de trabajo.

– Le falta el cuerpo.

– Qué listo eres. ¿Nada más?

– Su esmalte de uñas no va a juego con su lápiz de labios, oh, espera… Washington, que normalmente era lacónica o taciturna, mostró una auténtica sonrisa.

– Me refería a esto -dijo, señalando con un dedo una mancha sobre la piel del antebrazo-. ¿A ti qué te parece que es?

– No estoy seguro.

– ¿Una quemadura por congelación? Jay volvió a mirar.

– Igual que cuando metes un pollo en el congelador y la bolsa no está bien cerrada o, aunque lo esté, permanece ahí durante un largo tiempo.

Jay rodó con su silla de vuelta a su escritorio y usó su microscopio para examinar la mancha sobre el brazo.

– Crees que el brazo… no, que el cuerpo fue congelado antes de ser introducido en el pantano.

– Así es.

– De modo que nuestro hombre no las conserva con vida -pensó en voz alta. Su esperanza de encontrar vivas a las estudiantes desaparecidas sufrió un duro golpe.

– No sabemos lo que les hace, pero apostaría gustosa mi nuevo Porsche a que, en un momento dado, esta mujer fue congelada.

– Creía que tenías un Pontiac.

– Por el momento. Pero si tuviera un Porsche, lo apostaría. -Ella asintió como si confirmase lo que decía-. No podría permitirme perder el Grand Am.

¿Por qué introduciría el asesino los cadáveres en hielo? ¿Por qué no simplemente arrojarlos frescos después del homicidio? ¿Acaso no deseaba que se pudriesen y olieran? ¿No podía llevarlos rápidamente a un vertedero? ¿Y por qué no había sangre en el miembro seccionado?

Jay golpeó la goma del extremo de su lápiz sobre el escritorio.

¿Qué clase de chiflado estaba detrás de todo esto?

Pensó en Kristi una vez más y, esta vez, no pudo controlar su miedo.


* * *

A mitad de la semana, Kristi no estaba más cerca que antes de la verdad. Nadie había osado entrar en su apartamento; su encuentro con el doctor Grotto no había hecho más que dejarlo más tranquilo; incluso tuvo el valor de llamarla en clase y sonreír de una forma casi bondadosa. Los foros que frecuentaba cada noche, esperando coincidir con «DrDoNoGood» o con «SoloO», eran un continuo fracaso. Se habían ido silenciando lentamente, quizá a causa de los exámenes parciales que acechaban durante las próximas semanas. El campus estaba tranquilo.

Casi demasiado tranquilo.

La calma antes de la tormenta, se dijo a sí misma al maniobrar con su bicicleta a través del patio central, dirigiéndose a su clase de Redacción. Encadenó su vehículo en la horquilla para bicicletas y después se apresuró a entrar en el edificio, unos metros por detrás de Zena y Trudie.

Perfecto.

Caminaban sin prisa y ella apretó el paso, cerrando el hueco entre ellas de forma que, cuando llegaron a la puerta del aula, Kristi se encontraba pegada a sus talones. Zena encontró un sitio libre. Trudie ocupó el contiguo y Kristi tomó asiento en uno cercano. Miró alrededor de la sala. ¿No estaba Ophelia («SoloO») en aquella clase? De ser así, no se la veía por ninguna parte. Kristi estaba deseando intentar hacerse amiga suya después de su último encuentro, durante la obra de teatro. Pensaba que O guardaba secretos que compartir.

Tampoco veía a Ariel por ninguna parte. De hecho, pensó Kristi, Ariel no había aparecido por ninguna de sus clases en toda la semana.

Y Kristi había presenciado su cambio de color al blanco y negro lo cual, recientemente, no había querido decir gran cosa.

Aun así…

De no ser la temporada de la gripe, Kristi habría empezado a pensar mal. En cambio, tomó una nota mental para comprobar el estado de la chica.

Cuando Preston comenzaba su clase, volvió a mirar a Zena, pero no pudo captar la atención de la otra chica. Tendría que esperar. Fingió interés en el doctor Preston mientras este les hablaba de la importancia de la perspectiva y la claridad al escribir, y Kristi esperó no quedarse dormida.

Hoy se sentía más inclinado a reposar sus caderas embutidas en unos vaqueros sobre el borde de su mesa que a pasear. Aún así, lanzaba la tiza hacia arriba con una expresión de amabilidad; pero por debajo de ese bronceado y de su imagen californiana, Kristi creyó ver una faceta más severa.

Pero ¿acaso no había experimentado la misma sensación con los doctores Grotto y Emmerson? Incluso la profesora Senegal, madre de mellizos, parecía tener un lado oscuro, uno que ocultaba tras sus elegantes gafas y sus labios color borgoña.

La mayoría de estudiantes parecían estar en el mismo estado de letargo que ella. Kristi empezaba a reconocerlos. Unos cuantos asientos por delante, estaba Marnie, la rubia a quien había seguido hasta la casa Wagner. Según parecía, Marnie también formaba parte del grupo de amigas que incluía a Trudie y a Grace. Luego estaba Bethany, otra chica que compartía con Kristi la mayoría de sus clases. Tomaba apuntes afanosamente; sus dedos volaban sobre el teclado de su ordenador portátil, como si el doctor Preston estuviera revelando los secretos del universo.

Uno de ellos, pensó Kristi mientras la chica formulaba una pregunta para aclarar una cuestión sobre simbolismo. Una auténtica lameculos.

Hiram fruncía el ceño en su asiento y Mai dedicaba su atención a la clase tomando aburridos apuntes.

Socorro. Aquella clase era demasiado básica para su gusto. Kristi ya había publicado artículos sobre crímenes reales y tan solo deseaba afinar su destreza para el libro que estaba preparando. No estaba segura de que el doctor Preston fuera la solución.

Parecía como si le hubiera leído el pensamiento.

– ¿Señorita Bentz? -dijo, entonando con autoridad.

Kristi se quedó petrificada.

– ¿La estoy aburriendo? -inquirió y, cuando se quedó mirándola, quiso que la tierra se la tragase-. ¿O a usted? -continuó, dirigiendo su mirada hacia Hiram Calloway.

– Sí -respondió Hiram con insolencia-. Algo parecido.

– ¿Parecido? -insistió Preston, apretando la tiza en su puño.

– Muy bien, no; lo hace. Me está aburriendo. Lo único que quiero es escribir. No creo que necesitemos estudiar simbolismo o figuras literarias. Estudiamos todo eso en el instituto. ¿No se supone que esto es una clase universitaria? Jodeeeeeeeeer. -Tras decir eso, cerró su ordenador, metió sus libros en la mochila, tiró su silla de una patada y abandonó el aula.

Kristi creyó que se desatarían todos los demonios del infierno. Pero la ira desapareció enseguida del rostro del doctor Preston.

– Si hay alguien más que opina lo mismo que el señor Calloway, le invito a que se marche ahora.

La sala quedó en un absoluto silencio. Nadie se atrevió ni siquiera a toser.

La mirada de Preston se paseó entre los estudiantes y, una vez que estuvo convencido de que nadie más tenía pensado marcharse, se aclaró la garganta.

– Bien. Continuemos…

Una vez más, comenzó a pasear lanzando su tiza hacia arriba.

Kristi prestó atención con todas sus fuerzas. Pero era difícil. Hiram tenía razón, la clase era muy aburrida.

Miró el reloj y se pasó los siguientes cuarenta y cinco minutos con la sensación de que Trudie y Zena fingían interés en la clase mientras se enviaban mensajes. Sostenían sus móviles bajo los pupitres y eran lo bastante hábiles escribiendo sobre el teclado para enviarse los mensajes sin ser descubiertas, lo cual resultaba algo extraño. Aquello era la universidad, y no el instituto. Pero Kristi también interpretó su papel, haciendo lo imposible por leer la información que se intercambiaban.

Resultó ser imposible, en su mayor parte. Las pantallas eran demasiado pequeñas, aunque logró captar una o dos frases y apuntó rápidamente los fragmentos taquigráficos que logró ver. «CW» aparecía frecuentemente… ¿Casa Wagner? ¿O eso era lo que ella deseaba? También llegó a ver: «Grto», lo cual dio por hecho que era una referencia al doctor Grotto, y una serie de números que, según creía, se referían al viernes, lo cual era más que el simple comienzo del fin de semana; también se trataba de la fecha en la que tendría lugar la última representación de Everyman. El resto de la información no tenía sentido de forma alguna, pero la anotó de todos modos.