Bentz se puso al volante del Crown Vic. Mientras Montoya, pendiente de la radio y del rugido del motor, le explicaba lo del brazo descubierto en el pantano norte de Nueva Orleans, Bentz condujo hasta un lugar de su jurisdicción donde los equipos habían precintado una zona de la orilla.

Los equipos de televisión ya habían recibido la noticia del descubrimiento, y ya estaban allí, sobre sus cabezas, dos nuevos helicópteros, con sus aspas girando ruidosamente, iluminaban la oscuridad para obtener una mejor visión del escenario. Unos policías de uniforme contenían a una creciente muchedumbre.

Bentz casi deseó que empeorase el tiempo para mantener apartados a los mirones. El agua era turbia y fangosa; el húmedo perfume del Misisipi penetraba en sus fosas nasales y una fría brisa empezaba a arreciar.

– ¡Detective Bentz! -Se dio la vuelta para encontrarse a una periodista muy guapa, blandiendo el micrófono y caminando directa hacia él.

– ¿Puede confirmar que ha sido encontrada una mujer en el río?

– Acabo de llegar.

– Pero parece como si hubieran sacado un cuerpo del Misisipi, y hay rumores de que podría tratarse de una de las chicas que desaparecieron del colegio All Saints, en Baton Rouge.

– Esa es una presunción muy grande -afirmó, intentando no dar nada por sentado.

– ¿Y no es cierto que fue recuperada una parte de un cuerpo en el pantano más cercano a Baton Rouge?

Hijos de puta, pensó, pero se volvió rápidamente para contestar.

– No estoy autorizado a decirlo, pero estoy seguro de que el oficial de información pública hará algunas declaraciones para la prensa a modo de resumen. -Le mostró a la mujer una profesional sonrisa antes de pasar bajo el cordón policial.

– ¡Detective Montoya! -llamó la mujer.

– Sin comentarios. -También él se deslizó bajo el cordón y se aproximaron juntos al borde del agua, donde los miembros del equipo de la escena del crimen y el juez de instrucción ya estaban reunidos. Bonita Washington les saludó con un asentimiento; su rostro era el reflejo de la seriedad.

– ¿Dionne Harmon? -preguntó Bentz.

– El tatuaje es el mismo. Afroamericana. De la misma edad, tamaño y peso. -Washington anduvo hasta una bolsa de cadáveres y bajó la cremallera, cubriendo el contenido de las miradas inoportunas con su propio cuerpo.

Bentz se quedó mirando el rostro parcialmente descompuesto de lo que alguna vez había sido una hermosa mujer negra. La hija de alguien. La hermana. La amiga. Aunque nadie, en especial el cretino de su hermano, pareció preocuparse. Además, se vio envuelta en una relación con un novio que era un mal bicho, por lo que había oído. Estaba desnuda, con las manos metidas en bolsas por los criminólogos, con la esperanza de que hubiera combatido a su asaltante y que aún quedase algún resto de adn bajo sus uñas; sus ojos permanecían abiertos, sin vida, en el interior de la gruesa bolsa.

Sobre sus cabezas, los helicópteros se mantenían suspendidos, revolviendo las turbias aguas.

Bentz conservaba pocas esperanzas de encontrar suficiente adn del asesino que no estuviese degradado para servir de algo.

Se le revolvió el estómago. Apartó la mirada.

– Hijo de puta -murmuró Montoya.

– Dionne Harmon desapareció hace cosa de un año -dijo Bentz, calculando mentalmente el estado de descomposición.

– Sí, lo sé. -Washington estaba muy por delante de él.

– Este cuerpo, tan solo parece que haya estado en el agua durante unos días, y antes de eso… -Se encogió de hombros.

– Estaba con vida -aventuró Bentz, jugando con su imaginación-. Así que las mantiene con vida, las encierra durante un año, ¿y después decide matarlas?

– Tal vez. -Obviamente, Washington estaba tan confusa como él.

– ¿Conoces la causa de la muerte?

– Aún no, pero he notado algunas heridas de pinchazos en el cuerpo.

– ¿Con qué las hicieron?

– Todavía no lo sé, pero tiene lo que parece ser la marca de un mordisco en su cuello. -Washington señaló los dos agujeros bajo la oreja de la mujer muerta-. Y luego hay otra, mayor y solo una, aquí, sobre la yugular. Y otra sobre la carótida. -Levantó la vista hacia él antes de volver a cerrar la bolsa del cadáver.

Bentz se enderezó.

– ¿Qué significa?

– Nada bueno -respondió ella, con el rostro lleno de preocupación-. Nada bueno.

– ¡Eh! -Era un grito desde la lancha.

Bentz se preparó para lo peor mientras los helicópteros se acercaban para obtener una vista mejor. Sabía lo que venía ahora. El oficial a bordo gritó sobre el estrépito de las aspas de los helicópteros.

– ¡Parece que tenemos a otra!

Capítulo 26

Kristi cruzaba el agua, nadando con fuerza; sus brazadas eran rápidas y continuas mientras trataba de imaginar una manera de entrar en el círculo interno de estudiantes que ella estaba segura de que estaban relacionados con el culto vampírico. Incluso había publicado una petición en Internet: «Se buscan almas perdidas». Luego, en unos anuncios clasificados de la red, había hecho un llamamiento como «ABnegl984» para enlazar con otros creyentes en el reino de los vampiros. No sabía si alguien respondería, ni siquiera si su demanda tenía algún sentido, pero estaba de pesca y le interesaba descubrir lo que podría pescar.

Probablemente nada más que bichos raros y fracasados, todos ellos con menos de trece años.

Pero las buenas noticias eran que, hasta el momento, no había visto ningún vídeo de su apartamento en Internet. Había buscado a través de MySpace y YouTube y unos cuantos sitios más de Internet y no había encontrado ningún vídeo granulado u oscuro de ella y Jay haciendo el amor. Eso le permitió ser un poco más optimista. ¿Pero entonces, quién había puesto allí la cámara? Le había dado vueltas en la cabeza cientos de veces y siempre volvía a Hiram Calloway. ¿Quién más podría ser? ¿Alguien que se hacía pasar por técnico? No lo sabía y eso la ponía de los nervios, algo que no le contaba a Jay, ya que no quería que insistiera en que debería mudarse.

Al llegar al extremo de la piscina, se sumergió, tomó impulso y comenzó el último largo. No dejaba de pensar en su próximo movimiento y en lo harta y cansada que estaba del juego de la paciencia al que había estado jugando. Era el momento de la acción, y planeaba empezar en la última representación de Everyman. Después, pretendía tener una conversación cara a cara con el padre Mathias, quien parecía estar de alguna forma involucrado en todo aquello. Le descubrió en la casa Wagner subiendo desde el sótano. Y era íntimo de Georgia Clovis, así como de Ariel O'Toole, quien no había aparecido en toda la semana.

Cuando Kristi vio a las amigas de Ariel en el centro de estudiantes ayer por la tarde, se detuvo a propósito en la mesa de Trudie y Grace para preguntarles por ella. Mientras masticaban tiras de pollo con ensalada ranchera habían insistido en que la desaparición de Ariel no era algo extraño en absoluto. A Ariel le gustaba tener su propio espacio y, en ocasiones, especialmente cuando se acercaba un examen final, ella desaparecía, y salía tan solo para un imperativo café en Starbucks. Aquella muestra de sabiduría le había sido concedida por Grace, la chica casi anoréxica con ortodoncia y el pelo rojizo de punta.

Trudie había asentido, conforme con el análisis de Grace.

– Todo el mundo necesita su tiempo de tranquilidad -había dicho, mojando un trozo de pollo frito en una pequeña taza de plástico llena de salsa-. Tan solo es que Ariel necesita más que la mayoría de nosotras. -Subía y bajaba la cabeza, como si estuviera de acuerdo consigo misma.

Kristi había tratado de comenzar más de una conversación que no aburriese a las chicas, pero parecían estar más interesadas en su comida que en preocuparse por Ariel, la Empollona. Aunque se habían mostrado un poco más amistosas de lo habitual, haciéndole sitio para que pusiera una silla de plástico, así que Kristi lo consideró como un progreso. Al sentarse con ellas, parlotearon sobre lo impacientes que estaban por ver la segunda representación de la obra del «macizo» padre Mathias, derrochando una serie de comentarios quejumbrosos y anhelantes acerca de que era una lástima que hubiera contraído sus votos de celibato. Luego mencionaron citarse antes de la representación para beber algo. Ellas siempre se tomaban una o dos copas en el Watering Hole, justo a la salida del campus, antes de ver la obra de teatro.

– Deberías venir alguna vez -le ofreció Grace, que obviamente intentaba ser amable. Trudie le lanzó una mirada y Kristi se encogió de hombros, como si aquella invitación no fuese gran cosa.

– Puede que lo haga. Algún día -concedió Kristi, ignorando la intensa mirada de alerta en el aceitunado rostro de Trudie.

– Bien. -Grace estaba contenta, o al menos lo parecía.

No tanto su amiga. Trudie, obviamente alterada, tiraba de su colgante coleta con ambas manos, empujando la goma elástica hasta lo alto de su cabeza, de forma que la espesa y negra mata de pelo colgaba desde mayor altura y le rozaba los hombros. No dejó de fruncir el ceño hacia Grace mientras jugueteaba con su cabello.

Kristi se había comportado como si no tuviera una especial preferencia entre una u otra opción. No estaba segura de cómo tomarse aquella rama de olivo de la amistad, pero las amigas de Ariel sabían algo; estaba segura de ello. Tan solo tenía que ganarse su confianza, fingir ser como ellas. Aquello sería una proeza, ya que cuanto más sabía de aquellas chicas, quienes parecían firmes candidatas para el culto vampírico, menos le gustaban.

Salió de la piscina, se dio una ducha rápida, se secó con una toalla y se vistió con su ropa de calle. Sus músculos, que habían estado tensos durante dos días, ahora estaban más relajados y el ejercicio la había animado un poco, elevando su espíritu, centrándola en lo que necesitaba hacer para descubrir la verdad acerca de las cuatro chicas desaparecidas y el maldito brazo cortado. No le molestaba que Jay regresara esa noche.

En realidad le echaba de menos.

¿Quién lo habría imaginado?

Con unos mínimos arreglos, su pelo se convirtió en un moño mojado sobre su cabeza, y el vial que había prometido a Jay que no tocaría colgaba de la cadena que rodeaba su cuello; abandonó los vestuarios y salió hacia la noche. Durante el tiempo que había estado ejercitándose, la oscuridad que amenazaba con caer, había caído, y con fuerza. No se veían estrellas por encima de las lámparas de las calles y, el viento, el cual había estado callado todo el día, soplaba ahora con fuerza, deslizándose entre los árboles, acompañando a unas cuantas hojas secas a través del césped del campus, y helándole la nuca.

Temblando, caminó con ligereza a través del callejón junto a las hermandades, cruzó una de las calles más concurridas, cercanas al campus, y se abrió paso entre las puertas del Watering Hole. Vio a Trudie, Grace y Marnie, la rubia a quien había seguido a través de la casa Wagner, sentadas en una mesa alta estilo cafetería en una de las esquinas de una oscura sala. Las tres chicas se encontraban agrupadas alrededor de unas copas de cóctel, rellenas de un brebaje rojo brillante.

Kristi se dirigió hacia ellas, forzando una sonrisa que no sentía mientras sorteaba las mesas hasta su destino.

Lista o no, era la hora de la función.


* * *

El apartamento de Ariel O'Toole no daba la impresión de haber estado deshabitado durante días. Había platos apilados en el fregadero, la cama estaba deshecha, había una bolsa de patatas metida entre las sábanas y salsa de queso, mohosa y sólida en la superficie, en un recipiente junto a la cama.

– Hay algo que no encaja -dijo Portia mientras ella, el agente uniformado, el casero del edificio y Del Vernon se movían lentamente a través del estudio con su muro de ladrillos decorativo y una cortina separando el dormitorio del cuarto de estar-. Mirad este lugar.

– No hay señales de lucha -observó Del.

Eso era cierto.

– Así que es una dejada -continuó Del-. No ha limpiado en varios días.

Portia abrió el armario. Todo estaba pulcramente organizado; su ropa ordenada por colores, sus zapatos brillantes y guardados en pareja. También sus cajones estaban ordenados meticulosamente, y los libros de la estantería estaban derechos y en orden alfabético.

– No lo creo. Esta chica es una maniática del orden que simplemente no ha limpiado después de un aperitivo nocturno. -Abrió la puerta de un pequeño frigorífico y vio que el contenido se encontraba cuidadosamente dispuesto. Se apartó para que Del pudiera verlo.

– No es una dejada -convino.

Portia se volvió hacia la puerta, donde el casero del apartamento se había arrinconado lentamente.