– Todas vamos allí -confesó Grace sobre la fuerte música, y parecía tener problemas para mantenerse sentada.

– Sí, nos encontramos allí.

– Esta noche vamos a reunimos en la casa Wagner -insistió Grace-. A lo mejor te gustaría venir.

Las palabras de Grace sonaban divertidas, como si le llegaran a través del agua. Y su imagen oscilaba. Se sentía incómodamente cálida y fuera de control. Kristi se relamió los labios y trató de responderle, pero las palabras se le atascaron en la garganta.

– Oh, Dios, parece que la bebida te ha subido con fuerza. -Marnie parecía preocupada-. Salgamos de aquí.

– Yo invito -dijo Grace y le hizo señales a la camarera… ¿Cómo diablos se llamaba? Bethany… la chica de la clase de Grotto… Llegó en un suspiro y empezaron a hablar entre ellas. Cogieron a Kristi por debajo de los brazos y la ayudaron a llegar hasta la puerta. Señor, estaba borracha; sus piernas apenas respondían. Oyó frases como: «No aguanta bien el alcohol… la llevaremos a casa».

Pero aquello no estaba bien. La habían drogado. Lo sabía.

De algún modo, de alguna forma, le habían introducido algo en su bebida, y ella había sido lo bastante estúpida como para fiarse de la camarera. Maldita sea…

Nadie en el bar parecía darse cuenta de que la sacaban por una puerta lateral hacia la oscura y fría noche. Intentó gritar, pero las palabras no salían, y cuando consiguió mover un brazo, con el que casi golpea el mentón de Grace, la otra chica se rió.

Parecía una universitaria borracha más.

¿Y ahora qué?, pensó, pero incluso aunque las palabras acudían a su mente, no tardaban en escapar de nuevo. Su agudeza mental había desaparecido, al menos por el momento. La negrura le reclamaba desde los rincones de su consciencia y creyó que se iba a desmayar.

¡No! ¡Sigue despierta! ¡Tienes que mantenerte alerta!

– Ya está -dijo Bethany, abriendo una puerta, y las dos chicas la guiaron al exterior, manteniéndola en movimiento mientras sus propias piernas se volvían cada vez menos firmes.

Afuera, el aire era frío, en agudo contraste con la pesada, ruidosa y cálida atmósfera del bar.

– La llevaremos desde aquí -dijo Marnie.

– Tengo que volver dentro… -Bethany sonaba enfadada.

– Si alguien pregunta… -Era la voz de Grace, como desde la distancia.

– Sé a lo que te refieres. Tan solo sacadla de aquí ahora mismo, antes de que llegue alguien.

Bethany había sido la encargada de adulterar la bebida de Kristi. ¡Estúpida! ¡Sabías que ella también estaba en la clase de Grotto! Intentó gritar, pedir ayuda, pero solo el más leve sonido salió de sus labios.

La puerta se cerró de golpe detrás de ellas y Kristi se dio cuenta de que estaba sujeta entre Marnie y Grace, y de que no podía moverse en absoluto, no podía ordenarles a sus músculos que hicieran lo que el cerebro estaba pidiendo.

En cuanto a las otras chicas, toda la jovialidad y estupidez de la noche parecía haber acabado para ellas.

– Estúpida zorra -espetó Marnie, empujando a Kristi hacia un oscuro callejón-. Estúpida zorra entrometida.

– ¿Quieres aprender algo sobre los vampiros? -le preguntó Grace a la vez que el miedo de Kristi iba en aumento-. Créeme, esta noche lo vas a aprender. -Sonrió con una malicia tan fría que a Kristi se le encogió el corazón. Detrás de su ortodoncia, apenas visibles había un par de relucientes y blancos colmillos.

Kristi parpadeó, trató de gritar, hizo un último intento por patear a las dos chicas que la arrastraban al callejón, pero estaba tan indefensa como un gatito. Sus extremidades se negaban a moverse, su voz estaba apagada, el mundo se distorsionaba, la negrura amenazaba con imponerse.

Creía que la habían introducido en un coche… pero no sabía si era cierto.

Yacía extendida sobre el asiento trasero, unas luces brillaban en el techo del coche; Marnie y Grace estaban en el asiento delantero. ¿Estaba Trudie con ella ahí detrás, vestida como la Muerte? ¿O era Bethany?

Su cabeza le daba vueltas y, por mucho que lo intentaba, Kristi no podía distinguir la realidad. Jay… oh, Dios… pensó en Jay. ¿Dónde estaba? ¿Le había dicho que lo amaba? Y su padre… ¿estaba vivo? ¿Acaso no había visto el rostro de Rick Bentz en blanco y negro? ¿Dónde demonios se encontraba?

Parpadeó y fue consciente del viaje en coche; si se trataba de eso, todo habría terminado. De nuevo la llevaban medio a rastras. ¿Adónde la llevaban? ¿Qué tenían planeado?

Las campanas de la iglesia sonaron con fuerza… tan cerca que supo que se encontraban en el campus… Perdió la consciencia durante un segundo (¿o más tiempo?), tan solo para darse cuenta de que estaba sola.

Y estaba desnuda.

Yacía sobre alguna especie de sofá.

Había una neblina a su alrededor.

¿Cómo diablos había ocurrido? Su mente empezaba a despejarse un poco, pero no podía moverse, no podía abrir la boca para hablar. Había una luz roja, bañándolo todo con un escalofriante brillo rojizo. Miró todo lo que podía ver, pero aparte de la constante niebla, no pudo vislumbrar nada por encima o más allá de aquel sofá de terciopelo sobre el que estaba posada.

¿Cómo había perdido la ropa?

¿Era un sueño?

Recordaba vagamente estar en un bar, sorbiendo de una bebida color rojo sangre, hablando y riendo con chicas de su clase… ¿Quiénes eran? Grace, sí; Grace, con el pelo de punta y… y oh, sí, Marnie, la rubia. Creía haber sido tan lista, al tratar de ganarse su confianza, y ahora… oh, Dios, ahora… ¿cómo iba a salir de esta?

¡Piensa, Kristi, piensa! ¡No te rindas!

Cerró los ojos e hizo fuerza, intentó mover sus músculos, pero no ocurrió nada. No hubo respuesta. Estaba atrapada. Oyó el roce de un zapato, un leve murmullo. ¿No estaba sola?

¿Dónde? ¿Dónde estaban ellos? Intentó verlos con todas sus fuerzas pero, más allá del velo de la niebla, no veía nada… ni una sola cosa.

El pánico se apoderó de ella. Su mente se aclaraba y lograba pensar. Obviamente la habían drogado, pero seguramente se le pasaría. Aquella parálisis no podía ser permanente.

¿O sí podía serlo?

Un nuevo terror la golpeó.

Con un esfuerzo máximo, intentó levantar el brazo y, aunque lo tensaba y deseaba que su pesado miembro se moviera, este permanecía quieto y sin vida. Se oyó una tímida tos. Le recordó que estaba siendo observada. Se reían de ella.

¡Maldita sea, Kristi, mueve el condenado brazo!

Volvió a intentarlo, con tanta fuerza en su interior que creyó que podría explotar.

No ocurrió nada.

Oh, Dios, ayúdame. ¡Ayúdame!

Su corazón latía erráticamente, espoleado por la adrenalina y retumbando en sus oídos. Aquello era lo que les había ocurrido a las chicas desaparecidas, estaba segura de ello, igual que ahora creía con seguridad que estaban muertas.

Y también ella lo estaría pronto.

A no ser…

Con toda su voluntad, se tensó para mover sus músculos, pero fue en vano. Las pisadas se oían ahora con más fuerza, y el sonido retumbaba en su cerebro. Lentas. Acompasadas. Cada vez más cerca.

Trató de girar la cabeza mientras la luz roja parpadeaba, era una interpretación visual de sus latidos. ¿Qué era aquello?

Una vez más, intentó mirar por encima del hombro, obligar a su inmóvil cabeza a girarse. Sintió una ligerísima respuesta, como si sus hombros se hubieran movido mínimamente. ¿O era su imaginación? Una leve mota brilló en el frío aire. Sacando fuerzas de flaqueza, volvió a intentarlo.

No ocurrió nada.

Pero no se rindió. Maldita sea, lucharía mientras le quedase un soplo de vida.

– Esta es la hermana Kristi -entonó una profunda voz masculina.

¡Le conocía! La voz le era familiar. Tan solo tenía que pensar, que ubicarla. ¿Por qué la estaba presentando? ¿A quién? Forzó la vista hacia la oscuridad más allá del reptante velo de niebla y humo, pero no veía nada. Presintió que allí había más de una persona oculta en las sombras, como si fueran espectadores, el público.

Su sangre se quedó tan fría como la muerte.

¡Público! ¡Por Dios, eso era!

¡Aquello era parte de algún macabro espectáculo!

¡Jesús!, tenía que escapar, y escapar ahora. Él se encontraba tan cerca. Le resultaba tan familiar, y aún así, su mente no podía dar con su nombre. Notó que estaba de pie junto a ella, y una mano se deslizó sobre su espalda desnuda.

Experimentó un cosquilleo.

¡Oh, qué perverso!

Unos fuertes dedos recorrieron su piel.

¿Qué era aquello? ¿Un intento por seducirla? ¿En el escenario con quién sabe cuántas personas mirando? O tal vez no fuese más que el primero de muchos… Se le revolvió el estómago ante la idea y trató de apartarse, de alejarse.

– La hermana Kristi se une esta noche a nosotros voluntariamente -dijo con convicción.

¿Voluntariamente? ¿Qué?

¿Es que no podían ver que todo lo que estaba diciendo era mentira? ¿Que era una prisionera en su propio cuerpo paralizado?

Por supuesto que no, Kristi. Recuerda: ellos quieren creer.

– Está preparada para el último y definitivo sacrificio.

Su mente imaginó toda clase de torturas, violaciones y muerte. ¿Definitivo? ¿Como «final»? Jesús, ¿es que iba a sacrificarla allí mismo? ¿A cortarle el cuello como a un cordero sacrificial? Luchó con todas sus fuerzas.

Pero sin resultado.

Los dedos de aquel hombre se movieron sensualmente sobre su piel y ella sintió que su cuerpo respondía. ¡Oh, Dios, aquello era tan perverso, tan condenadamente perverso! Tuvo las agallas de tocarle los pechos, de mirar cómo sus pezones respondían, y ella supo en ese instante que, si tuviera la ocasión, lo mataría. A pesar del deseo que empezaba a latir a través de su cuerpo. Lo haría. ¡Mataría a ese jodido bastardo!

Ahora se inclinaba hacia abajo, su aliento le acariciaba el pelo mientras sus manos se deslizaban más abajo y con más fuerza.

Si al menos pudiera patalear. Si pudiera morder. Si pudiera escupirle a la cara. ¿Quién era? ¿Quién?

Sintió que su cabeza giraba un poco, casi por su propia voluntad y, en ese momento, sus ojos se encontraron con los de él, y ella se quedó mirando los oscuros ojos del doctor Dominic Grotto.

Grotto…

Kristi luchó por gritar y agitarse, golpear o retroceder, pero permaneció inmóvil.

– Lo siento -susurró.

¿Lo sientes? ¿Qué es lo que sientes? ¡Suéltame, miserable hijo de puta!

Él se inclinó aún más; su aliento era tan cálido como el fuego del infierno, sus labios se encogieron para mostrar sus colmillos, brillantes, relucientes bajo la tenue luz roja.

Ella gritó, pero ningún sonido fue más allá de sus labios mientras él mordía su carne. Su piel fue atravesada por los horrendos colmillos y entonces… oh, Dios… entonces, su sangre comenzó a ser succionada.

Y él empezó a alimentarse.

Capítulo 27

Era un trabajo a la medida de Vlad. No había ninguna duda.

Y Elizabeth estaba tan nerviosa como un gato, mirando sobre su hombro, convencida de que serían descubiertos en cualquier momento. No es que no tuviera motivos para preocuparse, pensó Vlad al deslizarse entre las sombras del campus, pero él se estaba ocupando de todo. ¿Acaso no lo hacía siempre? Le irritaba de una forma inconmensurable que ella, aquella a quien adoraba, no pudiera, o no quisiera, confiar en él.

Había estado preparando los detalles durante mucho tiempo. Era el momento de que ella tuviera algo de fe en él.

Maniática del control, pensó al sentir el cambio en la atmósfera, la calma de la noche se alejaba con una ráfaga de viento. Unas finas nubes pasaban frente a la luna, tornándose más espesas y moviéndose más deprisa a medida que pasaban los minutos. La promesa de tormenta pesaba en el aire, y le enviaba su canto sangriento a través de sus venas.

Se acercó reptando hasta el pabellón de Adán, escondido entre la maleza al abrirse camino hasta la capilla. Al deslizarse silenciosamente entre las sombras empapadas de noche, pensó en Kristi Bentz… hermosa, asustada, la ágil Kristi… saboreó con la imaginación lo que estaba por llegar. Se relamió los labios ante la idea de su sangre, lo dulce que sería su sabor, y no pudo evitar imaginar lo que le haría. Las imágenes en su cabeza provocaron una respuesta inmediata entre sus piernas, y tuvo que acallar la lujuria que hervía a través de sus venas.

Pero antes, había trabajo que hacer.

No podía distraerse.

Más tarde la saborearía, por completo…, viva y muerta.

La tormenta arreciaba; ráfagas de viento cruzaban el campus, inclinando la hierba y los arbustos, había amenaza de lluvia y algo más… puede que truenos. Las campanas comenzaron a sonar y las nubes se arremolinaban sobre la luna cuando se deslizó en la capilla. En el interior, el sonido del viento se apagó, y una fila tras otra de velas, con sus diminutas llamas parpadeando junto a la entrada, le dio la bienvenida. Olfateó el ardiente aroma; la cera se tornaba líquida.