– Oye, ¿es que nunca trabajas?

– Incluso los polis nos tomamos un rato libre de vez en cuando.

– ¿Entonces has decidido tomarte uno y ver si estaba bien?

– Me llamaste tú.

– Oh, es cierto. -Se le había olvidado… un nuevo pequeño recordatorio de que no se encontraba al cien por cien; su maldita y penosa memoria. Cada cierto tiempo, se le olvidaba por completo algo importante-. Mira, quería darte mi nueva dirección y contarte que he conseguido un trabajo en el Bard's Board. Es una cafetería y cada plato tiene el nombre de un personaje de Shakespeare. Ya sabes, por ejemplo, el capuchino helado Yago, o el Reuben [2] de Romeo, o el sándwich de palitos de pollo Lady Macbeth y cosas así. Creo que los dueños son dos ex profesores de Lengua. En fin, tengo que aprendérmelos todos para el lunes por la mañana, cuando empiece. Supongo que me ayudará a acostumbrarme a memorizar de nuevo.

– El Reuben de Romeo suena a algo sexual.

– Tan solo a ti, papá. Es un sándwich. Yo no se lo mencionaría a tu compañero.

– A Montoya le va a encantar.

Ella sonrió y, al llegar al edificio de apartamentos, le pregunto:

– ¿Cómo te encuentras?

– Bien, ¿por qué?

Pensó en la imagen de él tornándose gris mientras ella estaba al volante el otro día.

– Solo por preguntar.

– Haces que me sienta viejo.

– Es que eres viejo, papá.

– Niñata engreída -le dijo, aunque con humor en su voz.

Kristi estuvo a punto de responder: «Me viene de familia», pero detuvo la respuesta automática. Rick Bentz aún se mostraba algo sensible cuando le recordaban que él no era su padre biológico.

– Escucha, tengo prisa. Luego hablamos -le dijo en cambio-. ¡Te quiero!

– Yo a ti también.

Kristi comenzó a ascender la escalinata exterior para encontrarse con una chica de corta estatura en el rellano de la segunda planta, quien parecía tener problemas con una bolsa de basura goteante.

La chica asiática de pelo negro elevó la mirada y sonrió.

– Tú debes ser la nueva vecina.

– Sí. Estoy en la tercera planta. Me llamo Kristi Bentz.

– Yo soy Mai Kwan. Apartamento 202. -Con un amplio gesto, señaló hacia la puerta abierta de la vivienda más cercana que había en la segunda planta-. ¿Eres estudiante? Oye, espera un segundo mientras llevo esto al contenedor.

Rodeó a Kristi moviéndose con gracilidad y se apresuró en bajar los restantes escalones; sus sandalias resonaban con fuerza en la lluvia.

Kristi se preguntó si estaría algo majareta, con esas sandalias y la bolsa goteante. Y, de cualquier forma, Kristi no estaba dispuesta a esperar bajo el frío y la lluvia. Al alcanzar la tercera planta, oyó el golpeteo de las sandalias de Mai, correteando en las escaleras, por debajo de ella. Nada más abrir la puerta y poner dentro el primer pie, Mai la llamó desde la oscuridad.

– ¡Espera, Kristi!

¿Para qué?, pensó Kristi, pero permaneció tras el umbral de la puerta mientras el aroma de la lluvia impregnaba su apartamento. Mai apareció justo entonces y no esperó a que la invitasen; se limitó a avanzar tranquilamente hacia el interior, con sus sandalias haciendo charcos sobre aquel viejo suelo de madera.

– ¡Oh, vaya! -exclamó Mai, al contemplar el nuevo hogar de Kristi. Su pelo, cortado en frondosas capas que le llegaban a la barbilla, brillaba bajo la luz de la lámpara-. ¡Esto es genial! -Sonrió, mostrando sus dientes blancos y rectos, encerrados bajo unos labios de brillo coralino. Sus ojos oscuros, con pestañas cuidadosamente sombreadas, inspeccionaron el lugar.

Había una pequeña cocina encajada tras una doble puerta plegable en un extremo de la extensa habitación, la cual estaba salpicada de ventanas que permitían la vista sobre los muros del campus. Kristi había situado un pequeño escritorio en uno de los huecos de las ventanas abuhardilladas, y un sillón de lectura con escabel en el otro. Había limpiado los muebles lo mejor que había podido y repartido unas cuantas alfombrillas baratas por todo el suelo. Una de las lámparas, una falsa Tiffany, era suya. La otra, una moderna lámpara de pie cuya pantalla estaba quemada de tener demasiado cerca la bombilla, ya venía incluida con la vivienda. Las paredes estaban cubiertas con pósteres de escritores famosos y fotografías de la familia de Kristi, y también había comprado velas y las había colocado sobre los alféizares y los extremos rayados de las mesas. Con un espejo que compró en una tienda de segunda mano y unas cuantas macetas con sus respectivas plantas bien situadas, el lugar tenía todo el aspecto estudiantil que pudo conseguir.

– ¡Es genial! Dios, si hasta tienes una chimenea. Bueno, supongo que todas las viviendas del ala norte la tienen. -Mai anduvo hasta el hogar profundamente labrado y pasó sus dedos por la vieja madera-. Adoro las chimeneas. ¿Tú también estudias aquí? -añadió.

– Sí. Tercero. Licenciatura en periodismo -aclaró Kristi.

– Me llevé una sorpresa al oír que habían alquilado este sitio. -Mai aún seguía paseando por el apartamento, mirando las fotografías que Kristi había colgado sobre la pared. Entornó los ojos y se inclinó para acercarse a una ampliación enmarcada-. Oye, esta eres tú y ese famoso poli de Nueva Orleans… espera un momento. Kristi Bentz, ¿cómo la hija de…?

– Del detective Rick Bentz, así es -admitió Kristi, un tanto incómoda debido a que Mai hubiese reconocido a su padre.

Mai se acercó un paso más hacia la foto, y examinó la instantánea enmarcada como si quisiera memorizar cada detalle de la fotografía de Kristi y su padre en un bote. La imagen tenía ya cinco años, pero era una de sus favoritas.

– Resolvió un par de casos de asesinos en serie por aquí, ¿no es cierto? ¿No fue uno en ese viejo manicomio? ¿Cuál era su nombre? -Chasqueó los dedos antes de que Kristi pudiera responder-. Nuestra Señora de las Virtudes, ese era el nombre. ¡Oh, vaya! Rick Bentz… Esto… Es algo así como una leyenda viviente.

Bueno, aquello sí que era estirar la verdad.

– No es más que mi padre.

– Espera un minuto… -Mai inclinó su cabeza-. Y tú… tú… -Se dio la vuelta para mirar otra vez a Kristi a la cara y un gesto de admiración se iluminó en su rostro-. Tú también te viste metida, ¿verdad? Casi como una víctima. ¡Jesús! Me encanta todo eso de los asesinos en serie… No significa que los admire ni nada de eso; son malvados; pero los encuentro fascinantes, ¿tú no?

– No. -Kristi fue tajante al respecto. Sin embargo, estaba aquel libro sobre crímenes reales en el que estaba pensando. En ese sentido, también ella sufría algo más que un interés pasajero por los perturbados, cuyo número parecía aumentar cada día. Pero no se sentía con ganas de discutirlo con una vecina a la que había conocido hacía menos de cinco minutos-. Antes dijiste algo sobre que te sorprendió que yo alquilase el apartamento.

– Que cualquiera lo haya alquilado. -Mai volvió a dirigir su atención a la foto de Kristi y su padre.

– ¿De verdad? ¿Por qué?

– Por su historia.

– ¿Qué historia?

– Oh… ya sabes. -Cuando Kristi no dijo nada, Mai continuó hablando-. Lo de la anterior inquilina.

– Vas a tener que ponerme al día.

– Era Tara Atwater, ¿recuerdas la Tara Atwater que desapareció en primavera?

– ¿Qué? -El corazón de Kristi casi se detuvo en seco.

– Tara es la tercera chica desaparecida. La segunda, Monique, es la razón de que la prensa empezase a meter las narices con un poco más de intención. Fue el pasado mayo. Pero era el final del trimestre de primavera y la gente dio por hecho que se había marchado. La historia perdió fuelle hasta el otoño, cuando Monique dejó el colegio antes de que acabase el trimestre de otoño. ¿Dónde has estado?

– En Nueva Orleans -respondió Kristi, fingiendo ignorancia. No quería que Mai viera lo afectada que estaba en realidad.

– Tienes que haber oído lo de las chicas desaparecidas. -Sin esperar una invitación, Mai se desplomó sobre el enorme sillón, sentándose de lado, de forma que sus pies colgaban por encima de uno de los brazos-. Lo han dicho en todas las noticias… bueno, al menos durante los últimos días. Antes de eso, la administración actuó como si simplemente se hubieran marchado o escapado o lo que sea. Nadie pudo probar que ninguna de ellas había desaparecido realmente. Pero lo más extraño es que a sus familias ni siquiera parece importarles. Todo el mundo asume que se marcharon y adiós. -Volvió a chasquear los dedos-. Desvanecidas en la nada.

No todo el mundo, pensó Kristi, recordando las preocupaciones de su padre.

– Desaparecen de repente y es una gran noticia. Luego la historia se cae de la primera página y todos parecen olvidarlo, hasta que la próxima chica desaparece. -Frunció el ceño, arrugando la suavidad de su frente de pura frustración.

– Así que una de ellas vivió aquí. -Kristi realizó un ademán hacia el interior de su apartamento, la «ganga» que había encontrado en Internet. No era extraño que hubiera estado al alcance de su bolsillo.

– Sí. Tara. De Georgia. Del sur de Georgia, creo; sí, de algún pueblucho en el culo del mundo. Un «melocotón de Georgia», lo que eso signifique. No sé mucho acerca de ella. Nadie sabía mucho. Me refiero a que la vi un par de veces, pero nada más. Luego acabó desapareciendo; durante un tiempo, nadie se dio cuenta de que ya no estaba.

– ¿Así que ese fue el motivo de que nadie alquilase este sitio?

– La señora Calloway lo anunció en Internet y clavó la señal de «se alquila», entonces desaparece Rylee Ames. Ahora las chicas desaparecidas vuelven a ser noticia; ¡no me puedo creer que no lo supieras! Pero para entonces, ya habías alquilado el apartamento. -Extrajo una pluma del excesivamente embutido brazo del sillón y la dejó flotar hasta el suelo.

El vello de la nuca de Kristi se erizó al pensar en Tara Atwater. ¿Realmente había alquilado una morada recientemente ocupada por una chica que había desaparecido y que podría terminar siendo la víctima de un crimen? Maldita sea, ¿cuántas posibilidades existían? Kristi observó su estudio con otros ojos.

– ¿Y la policía está segura de que ha desaparecido? ¿De que las demás también desaparecieron? ¿De que no ha sido una simple fuga?

– Una simple fuga -repitió Mai-. Como si no fuera nada. -Se encogió de hombros-. No sé lo que cree la policía. En realidad no creo que hayan pensado en ello hasta hace poco. -Dejó escapar un suspiro de disgusto-. ¿Qué dice eso de nuestra cultura, eh? Una simple fuga.

Kristi pensó en los pestillos y cerraduras que no funcionaban en su apartamento.

– Háblame de Hiram.

– ¿El nieto de Irene? Es un pringado. Le van todas esas cosas técnicas.

– Se supone que tiene que arreglar los pestillos de mis ventanas e instalarme un nuevo cerrojo.

– ¿En qué siglo? Es como un fantasma, nunca se le ve.

– ¿Un fantasma tecnopringado?

– Exacto. Oye, si no tienes planes para Nochevieja, algunos amigos y yo vamos a ir de marcha al Watering Hole. Podrías venir con nosotros y, ya sabes, celebrar el Año Nuevo. El Auld Lang Syne, [3] gorritos graciosos, confeti, champán y todo eso. Sale bastante barato. Tan solo hay que poner lo bastante para pagar al grupo de música.

– Puede que vaya -contestó Kristi, comportándose como si su agenda social no estuviese completamente vacía-. Ya veremos.

Sonaron las primeras notas de una pieza clásica que Kristi no pudo identificar, y Mai se llevó una mano al bolsillo en busca de su móvil. Tras echarle un vistazo a la pantalla, sonrió.

– Tengo que irme -dijo rápidamente mientras se ponía en pie-. Ha sido un placer.

– Lo mismo digo.

– Lo digo en serio. Llámame si te apetece ir de fiesta en Año Nuevo. -Apretó un botón de su teléfono mientras alcanzaba la puerta y la abría con su mano libre-. ¡Oye! Me preguntaba cuándo iba a saber algo de ti. ¿Un mensaje? No, no lo recibí… -Salió por la puerta envuelta en su conversación con la persona al otro lado de la línea.

Kristi cerró la puerta en cuanto salió y, una vez sola en el apartamento, le asaltó una sensación angustiosa.

– No dejes que esto te supere -se dijo a sí misma. El edificio tenía varios siglos, mucha gente pudo haber muerto allí, puede que asesinados. Allí podían haber ocurrido todo tipo de atrocidades a lo largo de los años. La desaparición de Tara Atwater no tenía por qué ser necesariamente un crimen. Contempló la acogedora habitación, pero no pudo evitar un súbito escalofrío. ¿Qué le había ocurrido a la chica? ¿Realmente estaba su desaparición relacionada con las otras? ¿Qué les había ocurrido a todas ellas? ¿Habían sufrido un espantoso destino como su padre parecía creer?

Averígualo, Kristi. Esta es la historia que has estado buscando. Aquí te encuentras en todo el meollo, en el maldito apartamento del que una de ellas desapareció. ¡Aquí lo tienes!