Jamás volvería a ver a Jay.

Nunca discutiría con su padre.

Todo estaba perdido…

Mientras la negra cortina se cerraba ante sus ojos, se preguntó vagamente si existiría un cielo. ¿Y un infierno? ¿Se elevaría su alma y volvería a ver de nuevo a su madre? Jennifer Bentz, quien se había convertido en poco más que un recuerdo, tan deteriorado como las fotos del viejo álbum que había encontrado en el ático. ¿De verdad volvería a verla de nuevo?

Se le hizo un nudo de lágrimas en la garganta al acordarse de aquella madre que apenas recordaba mientras era mantenida a flote por una psicópata que deseaba su sangre más que otra cosa.

Dios mío… tal vez debería simplemente dejarse llevar.

Jamás se había sentido tan sola.

Jay, pensó débilmente, y casi lloró con el pensamiento de cuánto lo amaba.

Tenía frío y la negrura que flirteaba con ella empezó a inundarla. Kristi había sido una luchadora durante toda su vida; puede que finalmente fuera el momento de sucumbir.


* * *

Voces.

Jay oyó un sonido de voces.

Levantó su mano hacia Bentz, quien asintió.

Con tensión en los nervios, agachados y dispuestos para un ataque en la oscuridad, cada uno de ellos ocupó un lado del largo túnel que se abría a una cámara oscura y enorme. La habitación estaba vacía, salvo por media docena de sillas situadas en arco, alrededor de una plataforma elevada, como un escenario, sobre el que se posaba un desgastado diván de terciopelo. Una neblina púrpura se elevaba desde el suelo, y una luz roja palpitaba, casi como un latido, al iluminar la sala.

Las voces salían de una puerta abierta que llevaba de vuelta hasta los túneles.

Se separaron sin decir una palabra, ocupando cada uno un lado del siguiente túnel. Había ramificaciones, puertas que parecían estar cerradas. Pero al final del oscurecido pasillo, una habitación brillaba con una luz parpadeante, como si estuviera iluminada por cientos de velas.

Sin hacer ruido, se dirigieron hacia la puerta, y las voces llegaron a los oídos de Jay.

– Su sangre fluye, Elizabeth… cubriendo tu cuerpo… ya casi ha terminado. El corazón de Jay estuvo a punto de detenerse.

Apretando los dientes, intercambió una mirada con Bentz, asintió y entraron de golpe en la habitación, donde Kristi yacía, blanca como el papel, en una bañera rebosante de una espesa agua roja y que era ocupada por otra mujer, quien levantaba su mirada hacia un hombre desnudo que se disponía a entrar en la bañera.

– ¡Las manos sobre la cabeza! -rugió Bentz.

El doctor Preston volvió su cabeza.

La mujer se giró y Jay casi titubeó.

¿Althea Monroe? ¿La mujer a quien había sustituido? ¿La profesora que debería estar cuidando de su frágil y despechada madre? ¿Era ella quien estaba en una bañera llena de sangre con Kristi?

– ¡Al suelo! -ordenó Bentz-. ¡Ahora mismo, cabronazo!

– ¡Vlad! -vociferó Althea-. ¡Mátalos!

Como si ella tuviese un completo control sobre él, Preston se movió, cuchillo en mano. Arrojó el cuchillo a Jay con increíble decisión y, en el mismo movimiento, corrió a través de la habitación, directo hacia Bentz. Con las manos extendidas y los dientes al descubierto, se abalanzó sobre él.

Jay se agachó, y el cuchillo pasó rozándole el hombro; un dolor le bajó por el brazo.

Bentz disparó su arma contra el hombre desnudo hasta que cayó a sus pies. En un instante, Jay estaba al pie de la bañera sacando a Kristi de aquella agua espesa y roja. Estaba inconsciente, su cuerpo pálido y débil; los cortes de sus muñecas, oscuros con manchas carmesí. Jay se desgarró su camisa, haciendo tiras para vendas. Ahora no podía perderla. Ni hablar. Tenía que salvarla. Enrolló frenéticamente el tejido alrededor de su muñeca derecha.

– ¡No! -rugió Althea-. ¡La necesito! -Al salir de la bañera, se abalanzó sobre ella; sus ojos brillaban de locura. ¡Bang, bang, bang!

Un arma disparó y el cuerpo de Althea se retorció cuando las balas atravesaron su carne.

Ahogó un chillido, cubriendo sus heridas mientras caía gritando.

– No, no… oh, no… Cicatrices… No puedo tener… cicatrices… -La sangre salió por su boca con esas últimas palabras.

Montoya permanecía en el umbral, con su arma todavía apuntando hacia ella.

– ¡Llama al nueve uno uno! -exclamó, al tiempo que Jay cubría las muñecas de Kristi con las tiras de algodón.

– Están de camino. -Mai ya se encontraba junto a Bentz cuando él empujaba a un lado el cuerpo de Preston-. ¿Se encuentra bien?

– Sí. -Se puso en pie y cruzó la sala para arrodillarse al lado de Jay, quien mecía a Kristi. El más leve de los pulsos era visible en su cuello, pero Jay sabía que había perdido demasiada sangre.

– Aguanta, Kristi, tú aguanta. No se te ocurra dejarme. -Tenía un nudo en la garganta y, aunque sabía que Bentz deseaba tocar a su hija, abrazarla, Jay no podía soltarla. Respiraba, pero mínimamente, y él deseó que ella viviera tanto como que Althea Monroe hubiese exhalado su último aliento.


* * *

A través del velo, Kristi oyó la detonación de un tiroteo, olfateó el acre aroma a cordita y oyó voces… Voces frenéticas. Gente gritando. Gente corriendo. Gente chillando. Se sintió siendo arrastrada fuera del agua y una voz era más fuerte que las demás. ¿Jay?

Intentó abrir los ojos pero no pudo, y aunque sentía sus brazos alrededor de los de ella, y oía su voz apagada diciéndole que aguantase, aquello era imposible.

No se te ocurra dejarme…

Otra voz. ¿Era su padre?

Si tan solo pudiera retirarlas, si pudiera encontrar la fuerza para abrir sus ojos, para retirar las cortinas…

– ¡Kristi ¡Quédate conmigo, cariño! ¡Kristi!

La voz de Jay era firme, decidida, como si estuviera deseando que regresara con él, pero era demasiado tarde. Deseaba decirle que lo amaba, que no debería preocuparse por ella, pero sus labios no se movían, las palabras no llegaban, y se sintió caer más profundamente, alejarse flotando…


* * *

Pareció que los sanitarios tardaban una eternidad en llegar, pero cuando lo hicieron, Kristi aún respiraba. Su aliento era débil, pero aún estaba viva. Los enfermeros la atendieron; le pusieron una mascarilla de oxígeno sobre la cara, y se la llevaron en una camilla.

– Voy con ellos -insistió Jay.

– Yo también. -Bentz estaba cubierto de sangre, la sangre de Charles Preston, la de Vlad, y sin embargo estaba ileso. La herida de Jay era superficial, y le aseguró al enfermero que estaría bien hasta que llegasen al hospital. Le pidió a Mai que se ocupara de Bruno, en la camioneta, y luego se apresuró a acompañar a la camilla.

Afuera, la tormenta aullaba y arreciaba, los relámpagos destellaban salvajemente. Bentz observó como Jay se subía a la ambulancia con Kristi, y luego caminó hasta la entrada de la casa Wagner, donde había aparcado el Crown Vic. La lluvia caía de los cielos, el viento aullaba a través de las calles.

– Yo conduzco -dijo Montoya mientras Bentz hacía una pausa para echar un último vistazo a la casa Wagner.

En ese instante, un relámpago cruzó el cielo. Como si hubiera sido arrojado por furiosos dioses, un rayó cayó sobre un enorme roble del patio delantero.

– ¡Cuidado! -gritó Montoya.

Bentz se echó al suelo cuando la madera crujió y se hizo añicos. El árbol se partió en dos y mientras Bentz y Montoya se apartaban a toda prisa, una enorme rama cayó sobre la tierra.

Bentz se fue al suelo cuando la rama lo golpeó, la pesada madera crujió contra su espalda, y una de las ramas rotas atravesaba su ropa y su carne. El dolor atravesó su espina dorsal, y durante un segundo no fue capaz de respirar.

Luego no hubo nada, salvo oscuridad.


* * *

Kristi abrió un ojo hinchado. Jay la estaba mirando.

– Bienvenida de nuevo -le dijo, ofreciéndole una sonrisa. Sus labios estaban secos y agrietados, la lengua pastosa.

– Tienes un aspecto horrible -gruñó, y se dio cuenta de que estaba en la cama de un hospital, con vendas en sus muñecas.

– Tú estás preciosa.

Ella empezó a reír; tosió y consiguió hablar.

– ¿Qué pasó?

– ¿No lo recuerdas?

– No todo, no lo que ocurrió antes, pero anoche… Ella lo miró y Jay sacudió la cabeza.

– Fue hace tres noches. Has estado inconsciente durante bastante tiempo.

– Cuéntamelo. Todo -insistió, y sentía que él le tocaba los dedos con sus manos.

Lo hizo. Le explicó que Althea Monroe, quien había muerto a causa de sus heridas en la escena del crimen, se había aliado con el doctor Preston, asesinando chicas para obtener su sangre, en un esfuerzo por mantener a Althea joven y hermosa.

– Elizabeth de Bathory -dijo Kristi.

– Exacto. -Jay le contó que el doctor Preston era un fraude. Había sido ingresado cadáver en el hospital, pero sus huellas dactilares le identificaron como Scott Turnblad, un hombre con un historial delictivo impresionante en California, donde el verdadero doctor Preston había residido antes de su muerte.

»El doctor Grotto había sido una parte de su plan debido a sus afilados incisivos, aunque, cuando estaba vivo, insistía en que lo que había hecho era por un bien mayor, en que Preston le había convencido de que aquello ayudaría a la chicas problemáticas a desaparecer y empezar una nueva vida. A cambio, Grotto llevaría al escenario su extravagante producción y desarrollaría sus propias y enfermizas fantasías vampíricas. Su público, las chicas para las que interpretaba, eran tan malas como él, y estaban bajo su hechizo, buscando nueva sangre, y no les importaba que las reacias participantes desaparecieran.

– ¿Estás hablando de Trudie, Grace y Marnie? -preguntó.

– Y algunas más, incluyendo a la camarera que añadió algo extra a tu bebida. Todas ellas estaban medio enamoradas del doctor Grotto y cumplían su fantasía.

– Más Elizabeths por llegar -dijo apretando sus dedos.

– Más tiempo entre rejas por llegar. También hay cargos contra ellas.

– ¿Qué hay del padre Mathias? ¿Y Georgia Clovis?

– Los vástagos de los Wagner parecen ser inocentes, pero Mathias está muerto; probablemente fue asesinado por Vlad, porque sabía demasiado. No estamos seguros, pero parece ser que Mathias podría haber llevado a las chicas problemáticas hacia sus muertes. Probablemente de forma inadvertida. La conjetura es que escuchaba sus problemas durante la confesión, o tal vez las aconsejaba. Intentaba ayudar, les ofrecía papeles en las obras y permitía que Dominic Grotto las guiase, y uso libremente el término guiar. Incluso aunque Grotto podría no haber sabido lo que les ocurría finalmente a las chicas, no era precisamente un santo. Probablemente tenía asuntos con ellos.

Kristi se estremeció al pensar en las inocentes víctimas.

– Pero el verdadero maníaco en todo esto era Vlad, alias doctor Preston, alias Scott Turnblad. Suponemos que demasiada gente sabía demasiado. Lucretia se ocupó de Grotto, pero quedaba el padre Mathias. Vlad no podía dejarlo escapar.

– Estaba como una cabra. Y también Elizabeth.

– Althea. Sí. Nos engañó a todos. Resulta que su madre ni siquiera había vivido nunca en Nueva Orleans. Lo único que quería era seguir siendo Elizabeth un poco más.

– ¿De dónde le venía eso?

– Era una pariente lejana de la condesa, supongo.

– Y una chiflada.

– Demostrada. Se había obsesionado con lo de no envejecer. Encontramos sus diarios. Además de estar emparentada con la «Condesa Sangrienta», Althea estaba convencida de que podía invertir el paso del tiempo, recuperar la juventud perdida bañándose en la sangre de mujeres más jóvenes.

– Majareta…

– Sí, además de eso, había estado casada, y su marido la dejó por una mujer más joven, justo igual que su padre había dejado a su madre dos veces por mujeres florero.

– ¿Y qué? Les pasa a un montón de mujeres. Y no se convierten en maníacas homicidas.

– Tú misma lo has dicho. Majareta. Althea, alias Elizabeth, encontró su alma gemela en Vlad. Su relación empezó siendo muy jóvenes. Hemos estado indagando en el sórdido pasado de Turnblad. Puede que sus crímenes empezasen pronto, con sus propios padres. Y se salió con la suya.

– Así que aprendió desde pequeño de lo que era capaz.

Los labios de Jay se torcieron ante la idea, de la forma en que siempre lo hacían cuando encontraba un problema que no era capaz de comprender.

– Resultando en que él y Althea…

– ¿La nueva Elizabeth de Bathory?

– Estás prestando atención -le dijo con un guiño-. Descubrimos que se conocían desde que eran niños.

– No quiero imaginar a qué clase de cosas jugaban. Jay puso una mueca de desagrado.