Apoyó ambas manos sobre su generosa cintura y se miró.
– Como diría Gene: le proporciono calor en invierno y sombra en verano. -Antes que Maggie pudiera dejar de reír, ya la estaba llevando hacia la casa, apretada contra su costado. -Ven a saludarlo.
En el escalón trasero de la casa aguardaba Gene Kerschner, alto, anguloso, vestido con vaqueros y una gastada camisa escocesa. Sostenía la mano de una niñita descalza y en camisón que apenas si le llegaba a la cadera. Tenía el aspecto de un satisfecho granjero, de un padre feliz, pensó Maggie mientras él soltaba la mano de la niña para darle un abrazo de bienvenida.
– Así que ésta es Maggie. Ha pasado mucho tiempo.
– Hola, Gene. -Maggie sonrió al hombre de hablar pausado.
– Quizás ahora que estás aquí Glenda se calmará un poco.
La niñita le tironeó del pantalón.
– ¿Quién es, papi?
Él la levantó en brazos.
– Es Maggie, la amiga de mamá. -A Maggie, dijo: -Ella es Chrissy, una de los menores.
– Hola, Chrissy. -Maggie tendió una mano.
La niña se metió un dedo en la boca y apoyó la frente contra la mejilla de su padre.
Riendo, entraron mientras Glenda añadía:
– El resto está desparramado por allí. Justin tiene dos años y ya está durmiendo, por suerte. Julie y Danny están andando en Penélope, nuestro caballo. Erica salió con un muchacho: tiene dieciséis dulces años y está locamente enamorada. Todd está trabajando en el pueblo, de camarero en The Cookery. Tiene diecinueve y está tratando de decidir si debe alistarse en la Fuerza Aérea. Y Paul, el mayor, ya regresó a la universidad.
La casa era amplia y cómoda, con una cocina enorme dominada por una mesa con patas en forma de garra y ocho sillas. La sala se anexaba a la cocina y estaba amoblada con sofás gastados, un televisor grande y al final, donde había sido cerrada la galería, había un antiguo diván de hierro y dos mecedoras. La decoración no era elegante, pero apenas entró, Maggie se sintió en su casa.
Se dio cuenta de inmediato de que Brookie manejaba a su familia con mano firme pero amorosa.
– Dale un beso a mami -dijo Gene a Chrissy-. Te vas a la cama.
– ¡Noooo! -Chrissy pataleó contra su estómago y arqueó la espalda, fingiendo resistirse.
– Sí, a la cama.
Ella tomó el rostro de su padre entre sus manitos y probó un poco de seducción.
– ¿Por favor, papito, puedo quedarme un ratito más?
– Eres una brujita -dijo Gene, inclinándola hacía su madre-. Dale un beso, rápido.
Chrissy y Glenda intercambiaron un beso y un abrazo.
– Hasta mañana, mi vida.
Sin más protestas, la niña subió en brazos de su padre.
– Bueno -dijo Glenda-. ¡Ahora podemos estar tranquilas! Cumplí con mi promesa -añadió, abriendo la puerta de la heladera y sacando una botella verde de cuello largo-. Algo especial para la ocasión. ¿Qué te parece?
– Me encantaría una copa. Sobre todo luego de estar con mi madre durante las últimas tres horas.
– ¿Cómo está el sargento Pearson? -El apodo se remontaba a los días en que Brookie subía al porche de los Pearson y hacía un saludo militar ante la "P" de la puerta de alambre tejido antes de entrar con Maggie.
– Insoportable como siempre. Brookie, no sé cómo mi padre puede vivir con ella. ¡Seguro que vigila cuando él va al baño para que no le salpique la tapa!
– Qué lástima, porque tu padre es tan buena persona. Todo el inundo lo adora.
– Lo sé. -Maggie aceptó una copa de vino y bebió un sorbo.-¡Mmm, gracias! -Siguió a Brookie al extremo de la gran habitación. Brookie se sentó en una mecedora y Maggie en el diván, abrazando un almohadón. Brindó a Glenda un resumen de las críticas que ella y Roy habían recibido desde que pisaron la casa. Gene regresó, bebió un sorbo del vino de Glenda, le besó el pelo, les deseó que se divirtieran mucho y se marchó, dejándolas solas.
A los cinco minutos, sin embargo, Julie y Danny entraron ruidosamente, oliendo a caballo. Soportaron con estoicismo las premiaciones, luego huyeron a la cocina a prepararse bebidas frescas. Erica y su noviecito llegaron con otra pareja de su edad, alegres y ruidosos, para buscar en el periódico qué daban en el autocine local.
– ¡Ah, hola! -dijo Erica cuando le presentaron a Maggie-.Hemos oído un montón de cuentos sobre lo que tú y mamá hacían en la escuela. Éstos son mis amigos, Matt, Karlie y Adam. ¿Mami, podemos preparar pochoclo para llevar al cine?
Mientras lo preparaban, regresó Todd, bromeó con sus hermanos en la cocina y luego dijo:
– Hola, ma, ¿ella es Maggie? Está igual a la foto de tu anuario. -Estrechó la mano de Maggie, luego se apropió de la copa de su madre y bebió un trago.
– Dame eso. Te detendrá el crecimiento.
– Pues no parece haber detenido el luyo -bromeó Todd y saltó hacia un costado cuando ella intentó pegarle en el trasero.
– ¿Siempre es así aquí? -preguntó Maggie una vez que Todd regresó a la cocina a robar maíz y fastidiar a los hermanos menores.
– Por lo general, sí.
El contraste entre la vida de Maggie y la de Brookie era tan grande que las llevó a una serie de comparaciones y cuando por fin la casa quedó en silencio y estuvieron solas, hablaron como si nunca se hubieran separado, con franqueza y confianza.
Maggie describió cómo era perder al marido en un accidente de avión y enterarse a la mañana siguiente por el noticiario; Brookie le contó cómo era enterarse de que una estaba encinta a los treinta y ocho años.
Maggie habló de lo sola que se había quedado al partir su única hija para la universidad; Brookie admitió las frustraciones de tener siete hijos entre los pies todo el tiempo.
Maggie describió sus cenas solitarias en la casa vacía, Brookie, su eterno cocinar para nueve personas cuando hacían treinta y seis grados y la casa no tenía aire acondicionado.
Maggie le narró su malestar al haber recibido insinuaciones de un amigo casado en un club de golf cuyos greens tenían forma de patas de oso, con dedos y todo; Brookie le dijo que, mientras tanto, ella carpía veinte acres de cerezos para mantener las malezas bajo control.
Maggie le describió la soledad de enfrentar la cama vacía luego de años de acurrucarse junto a la persona amada. Brookie respondió:
– Nosotros todavía dormimos de a tres, a veces de a cuatro, cuando hay tormenta.
– Te envidio, Brookie -dijo Maggie-. ¡Tu casa está tan llena de vida!
– No cambiaría a ninguno de ellos, aun a pesar de que había épocas en que pensaba que se me caería el útero.
Rieron. Se habían bebido la botella de vino y se sentían ligeras y a gusto recostadas en los sillones. La habitación estaba iluminada sólo por una lámpara de pie y la casa silenciosa invitaba a las confidencias.
– Phillip y yo intentamos tener más hijos -admitió Maggie, tendida en el diván, con la copa vacía al revés entre los dedos -. Tuve dos embarazos más, pero los perdí y ahora ya estoy comenzando con la menopausia.
– ¿Ya?
– Alrededor de tres meses luego de la muerte de Phillip estaba en cama una noche a eso de las once cuando creí tener un infarto. Te juro que me sentía como creo que debes sentirte cuando te da un ataque al corazón, Brookie. Era algo que comenzaba en el pecho y se extendía como impulsos eléctricos por brazos y piernas, dejándome las manos y los pies húmedos. Fue aterrador. Me volvió a suceder, desperté a Katy y me llevó al hospital. Adivina qué era.
– No lo sé.
– Calores.
Brookie trató de disimular una sonrisa, pero no pudo.
– ¡Brookie, si te ríes, te mato!
– ¿Calores?
– Estaba sentada en el consultorio esperando al médico cuando la enfermera que me estaba tomando los signos vitales me pidió que le describiera lo que me había sucedido. Mientras lo hacía, me volvió a suceder. Se lo dije a la enfermera. Ella me miró y dijo: "Señora Stearn, ¿cuántos años tiene?" Le dije que tenía treinta y nueve y me contestó: "No está teniendo un infarto, le están subiendo los calores. Veo cómo se pone roja desde el pecho hasta el cuello en este mismo momento."
Glenda ya no podía ocultar la risa. Lanzó una carcajada. Luego otra. Pronto estaba tirada en la silla, desternillándose de risa. Maggie estiró un pie y le dio un golpe.
– ¡Te parece muy gracioso, pero espera a que te dé uno!
Brookie se calmó, se acomodó en la silla y cruzó las manos sobre su abdomen.
– Caray, ¿puedes creer que estemos tan viejas?
– Que estemos, no. Que yo lo esté. Tú sigues produciendo bebés.
– ¡Ya no, te lo aseguro! Ahora tengo un recipiente lleno de preservativos sobre la mesa del comedor.
Volvieron a reír, hicieron silencios cómodos y Maggie tomó la mano de Brookie.
– Es tan bueno estar aquí contigo. Eres mejor que el doctor Feldstein. Mejor que la terapia de grupo. Mejor que las amigas que me hice en Seattle. Te lo agradezco mucho.
– Bah, ahora nos estamos poniendo melosas.
– No, lo digo en serio, Brookie. No estaría aquí en Door si no hubieras llamado a todos y comenzado la ronda de llamadas. Primero Tani, luego Fish y Lisa, y hasta Eric.
– ¡Entonces te llamó!
– Sí; me sorprendió tanto.
– ¿Qué dijo?
– Que se había enterado por ti de la verdadera razón por la que lo había llamado. Temía que fuera a suicidarme, pero le aseguré que no había peligro.
– ¿Y?
– Y bueno, lo habitual. Hablamos de su trabajo, de cómo había sido la pesca, sobre mis clases en la escuela, cuánto tiempo habíamos estado casados, cuántos hijos teníamos o no teníamos y me dijo que es muy feliz en su matrimonio.
– Espera a conocer a su mujer. Es una bomba. Parece una modelo.
– No creo que la vea. Ni a Eric, para el caso.
– Sí, es difícil, pues estarás tan poco tiempo.
– ¿Por qué crees que no tuvieron hijos? Me parece extraño, pues cuando yo salía con Eric, siempre decía que no le molestaría tener media docena.
– ¿Quién sabe?
– Bueno, de todos modos no son asuntos que me incumban. -Maggie se desperezó. Eso hizo bostezar a Brookie. Maggie bajó los pies al suelo y dijo:
– Buena señal para que un invitado regrese a su casa. -Miró el reloj y exclamó: -¡Cielos, es casi la una!
Brookie acompañó a Maggie al coche. La noche era cálida y se sentía el aroma de las petunias y el olor de los caballos. Las estrellas se destacaban en el cielo negro.
– Es curioso esto de los pueblos natales -musitó Maggie.
– ¿Cómo te llaman para que vuelvas, no?
– Sí, en serio. Sobre lodo cuando tienes amigos. Y mañana estaremos todas juntas.
Se abrazaron.
– Gracias por estar allí cuando te necesité. Y por preocuparte.
Por una vez, Glenda no hizo bromas.
– Es lindo tenerte aquí de nuevo. Ojalá te quedaras para siempre.
Para siempre. Maggie lo pensó en el camino de regreso, en la tibia noche de agosto, fragante de cereales y manzanas en proceso de maduración que recordaban que el otoño estaba en puerta. En ningún lado el otoño era tan magnífico como en Door County, y hacía más de veinte años que no veía el cambio de color de las hojas allí. Sentía deseos de pasar un otoño de nuevo en Door. ¿Pero quedarse para siempre? ¿Con Vera en la misma ciudad? De ninguna manera.
En la casa, Vera se las había ingeniado para dejar una última orden. Apoyada contra la lámpara de la cómoda había una nota: Apaga la luz del baño.
Al día siguiente, a las once de la mañana, cuatro adultas maduras invadieron la casa de Brookie, convirtiéndose en un quinteto de chiquilinas risueñas y alborotadas.
Se abrazaron. Saltaron. Lloraron. Se besaron. Hablaron todas al mismo tiempo. Se llamaron por los sobrenombres olvidados de la adolescencia. Dijeron obscenidades con sorprendente facilidad luego de años de eliminar esos epítetos poco femeninos de su vocabulario. Admiraron a Lisa (todavía la más bonita), se conmiseraron con Maggie (la viuda), rieron de Brookie (la más prolífica) y de Carolyn (ya abuela) y de Tani (la más canosa).
Compararon fotografías familiares, personalidades de sus hijos, recuerdos obstétricos; anillos de casamiento, maridos y empleos; viajes, decoraciones de casas y problemas de salud; comieron ensalada de pollo, bebieron vino y se alborotaron todavía más; se pusieron al día sobre las familias: madres, padres, hermanos; chismearon sobre antiguas compañeras de clase; revivieron recuerdos adolescentes. Sacaron el anuario de Brookie y rieron ante los anticuados peinados y el excesivo maquillaje; criticaron a los profesores que habían odiado y alabaron a los que les habían tenido cariño allá por l965; trataron de cantar el himno de la escuela, pero no recordaban la letra (Brookie sí, pues seguía yendo a las Fiestas Deportivas). Por fin transaron con una versión de Tres palomas blancas volaron hacia el mar cantada por Lisa, Brookie y Maggie a tres dudosas voces.
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