Eric vio a Maggie desde atrás, vestida de blanco con un chal rosado pálido cubriéndole el cuello y un hombro. Seguía morena, seguía delgada. Estaba conversando animadamente con los demás; movía las manos, aplaudió una vez, luego cambió el peso del cuerpo a una pierna y ladeó el otro zapato de taco alto contra la acera.
Al acercarse, Eric sintió un nudo de tensión… expectativa y curiosidad. Maggie clavó un dedo en el tórax de Brookie, sin dejar de hablar y el grupo rió. Cuando Eric llegó a ella, estaba exclamando:
– …¡el inspector de leche del estado de Wisconsin, por favor!
Eric le tocó un hombro.
– ¿Maggie?
Ella miró hacia atrás y quedó inmovilizada. Se miraron largamente. Habían pasado los años, pero la antigua intimidad los mantuvo atrapados por un instante en el que ninguno supo qué hacer ni qué decir.
– Eric… -Maggie fue la primera en recuperarse y sonreír.
– Me pareció que eras tú.
– Eric Severson, qué gusto me da verte. -Maggie habría abrazado a cualquier otra persona, pero a él sólo le tendió las manos.
Él se las tomó y las apretó con fuerza.
– ¿Cómo estás?
– Bien. Mucho mejor. -Maggie se encogió de hombros y sonrió ampliamente. -Feliz.
Estaba delgada como un junco. El hoyuelo todavía le daba forma de corazón al mentón, pero junto a él había dos líneas profundas que le encerraban la boca entre paréntesis cuando sonreía. Tenía las cejas más finas y le habían aparecido patas de gallo alrededor de los ojos. Vestía ropa elegante y tenía el pelo -todavía castaño- peinado con estudiado descuido.
– Feliz… bueno, qué alivio. Se te ve fantástica.
– A ti también -respondió ella.
El azul del Lago Michigan todavía se veía en sus ojos y tenía la piel lisa y tostada. El pelo, en algún tiempo casi amarillo y largo hasta el cuello de la camisa, se le había oscurecido a un color sidra y ahora estaba corto y bien peinado. Había madurado de su apostura juvenil para convertirse en un hombre atlético y buen mozo. Su cuerpo estaba más ancho; la cara, más llena; las manos eran firmes y grandes.
Maggie las soltó con discreción.
– No sabía que estarías aquí -dijo Eric.
– Yo tampoco. Brookie me convenció de que regresara y Lisa insistió en que viniera a la boda. Pero tú… -Rió, sorprendida y feliz. -Tampoco esperaba encontrarte.
– Gary y yo somos miembros de la Asociación Cívica de Fish Creeck. Trabajamos juntos para evitar que demolieran el antiguo edificio del municipio. Cuando pasas tanto tiempo con un proyecto, te haces amigos o enemigos. Gary y yo nos hicimos amigos.
En ese momento Brookie dio un paso adelante e interrumpió.
– ¿Y a nosotros, el resto de tus amigos, Severson? ¿Ni siquiera vas a saludarnos?
Eric se volvió hacia ellos.
– Hola, Brookie. Gene.
– Y este es Lyle, el marido de Lisa.
Se estrecharon la mano.
– Soy Eric Severson, un viejo amigo de la escuela.
– Cuéntale las novedades, Maggie -dijo Brookie con satisfacción.
Eric bajó la mirada cuando Maggie levantó el rostro para sonreírle.
– Voy a comprar la vieja casa Harding.
– ¡Mentira!
– No, de veras. Acabo de pagar la seña y firmar un contrato de compra condicional.
– ¿Esa vieja y enorme monstruosidad?
– Si todo va bien será la primera hostería con desayuno incluido de Fish Creek.
– Eso sí que fue rápido.
– Brookie me obligó a hacerlo. -Se tocó la frente como si estuviera mareada. -Todavía no puedo creer que lo hice… ¡que lo estoy haciendo!
– La casa parece estar a punto de desmoronarse.
– Puede que estés en lo cierto. La semana que viene irá un ingeniero a echarle un vistazo y si las estructuras no están buenas, el negocio se anula. Pero por ahora, estoy entusiasmadísima.
– Pues no te culpo. ¿Y hace cuánto tiempo que estás aquí?
– Llegué el martes. Me voy mañana.
– Un viaje corto.
– Pero intenso.
Se encontraron mirándose otra vez: dos viejos amigos y algo más que eso. Ambos comprendieron que siempre serían algo más.
– Oye -dijo él de pronto, mirando por encima del hombro-. Ven a saludar a mi madre. Sé que le encantaría verte.
– ¿Está aquí? -preguntó Maggie con entusiasmo.
Una sonrisa trepó por la mejilla izquierda de Eric.
– Se hizo rulos especiales para la ocasión.
Maggie rió mientras se volvían hacia un grupo que estaba a unos metros de distancia. Reconoció a Anna Severson de inmediato, canosa, de pelo rizado, y rellena como un cono de helado de dos gustos. Estaba con el hermano de Eric, Mike, y su mujer, Barbara, a quien Maggie recordaba como una colegiala mayor que ella que había desempeñado el papel de asesina en una obra de teatro de la escuela. Con ellos, también, había una bellísima mujer. Maggie adivinó enseguida que era la mujer de Eric.
Eric la impulsó hacia adelante tomándola del codo.
– Ma, mira quién está aquí.
Anna interrumpió lo que estaba diciendo, se volvió y levantó las manos.
– ¡No lo puedo creer!
– Hola, señora Severson.
– ¡Margaret Pearson, ven aquí!
Anna la abrazó con fuerza y le golpeó la espalda tres veces antes de apartarla y mirarla con atención.
– No se te ve muy diferente de lo que eras cuando venías a mi cocina y me liquidabas medio pan recién horneado. Un poco más delgada, sólo.
– Y un poco más vieja.
– Sí, bueno, ¿a quién no le pasa? Todos los inviernos digo que no voy a manejar la empresa de nuevo en la primavera, pero cuando se derrite el hielo comienzo a sentir ganas de ver llegar a los turistas llenos de entusiasmo y excitación por el pez que han sacado y de ver entrar y salir a los barcos. Te pasas mirando barcos toda tu vida y luego no sabes hacer otra cosa. Los muchachos tienen dos ahora, sabes. Mike se encarga de uno. ¿Recuerdas a Mike, no? Y a Barbara.
– Claro que sí. Hola.
– Y ella -interrumpió Eric, apoyando una mano posesiva sobre la nuca de la mujer más impresionantemente bella que Maggie jamás había visto-…es mi esposa, Nancy. -Sus facciones tenían una simetría natural casi sorprendente en su perfección, acentuada por el maquillaje aplicado con maestría, cuyas sombras se mezclaban como en una obra de arte. El peinado era estudiadamente sencillo, para que no distrajera los ojos de su belleza. Añadido a lo que la naturaleza le había dado había una esbeltez cuidadosamente lograda, acentuada por ropa cara llevada con elegancia.
– Nancy… -Maggie le estrechó la mano con calidez y la miró a los ojos, notando las pestañas finamente pintadas sobre su párpado inferior. -Media docena de personas me han hablado de su belleza y veo que tenían razón.
– Gracias. -Nancy retiró su mano. Las uñas eran rojas, bien formadas, largas como almendras.
– Quiero disculparme de inmediato por despertarla la otra noche cuando llamé. Debería haber mirado la hora antes.
Nancy curvó los labios, pero la sonrisa no llegó a sus ojos. Tampoco hizo ningún comentario conciliatorio, dejando un incómodo vacío en la conversación.
– Maggie tiene novedades -anunció Eric, llenando el silencio-. Me dice que acaba de señar la vieja casa Harding. Quiere convertirse en posadera. ¿Qué opinas, Mike, se mantendrá esa vieja casa en pie lo suficiente como para que valga la pena?
Anna respondió.
– ¡Pero claro que sí! La construyeron en los tiempos en que sabían cómo edificar casas. Cortaron toda la madera en la Bahía Sturgeon y trajeron un tallador polaco de Chicago para que viviera allí mientras la construían y tallara todas las columnas y repisas de las chimeneas y qué sé yo qué más. ¡Solamente los pisos de esa casa valen su peso en oro! -Anna se interrumpió y miró a Maggie con atención. -¿Así que posadera, eh?
– Si es que puedo conseguir un permiso zonal. Hasta ahora ni siquiera pude averiguar a quién se lo debo pedir.
– Muy fácil -dijo Eric-. A la Junta de Planeamiento de Door County. Se reúnen una vez por mes en el tribunal de Bahía Sturgeon. Lo sé porque solía formar parle de ella.
Radiante por haberlo podido averiguar por fin, Maggie se volvió hacia Eric.
– ¿Qué tengo que hacer?
– Presentarte ante ellos y solicitar un permiso condicional de uso y explicarles para qué será.
– ¿Crees que tendré problemas?
– Bueno… -Eric adoptó una expresión de duda y se pasó una mano por la nuca. -Espero que no, pero será mejor que te advierta que es posible.
– ¡Ay, no! -Maggie pareció alicaída. -Pero la economía de Door County depende del turismo, ¿no? ¿Y qué mejor para atraer turistas que una hostería B y B?
– Estoy de acuerdo contigo, pero por desgracia ya no estoy en la junta. Hace cinco años lo estaba y tuvimos una situación en que…
Brookie interrumpió en ese momento.
– Ya nos vamos para la recepción, Maggie. ¿Vienes con nosotros? Hola, todo el mundo. Hola, señora Severson. ¿Les importa que me lleve a Maggie?
– Pero… -Maggie miró a Brookie y a Eric, que puso fin a su consternación, diciendo:
– Ve tranquila. Nosotros también estaremos en la recepción. Podremos terminar de hablar allí.
El Yacht Club estaba sobre el lado de la península que daba al Lago Michigan, a veinte minutos de automóvil. Durante todo el trayecto Maggie habló animadamente con Brookie y Gene, trazando planes, proyectándose a la primavera y al verano siguientes en los que esperaba haber abierto la hostería, preocupándose por su contrato en la escuela de Seattle, por las dificultades que podría tener para rescindirlo, y por la venta de su casa. Al llegar al club y ver el embarcadero, exclamó: -¡Y nuestro barco! ¡Me olvidé del barco! ¡Tengo que venderlo, también!
– Tranquila, querida, tranquila -le aconsejó Brookie con una sonrisa torcida-. Primero vamos a pasarlo bien en la fiesta, luego podrás preocuparte por tu nuevo negocio y hacer planes.
El Yacht Club del puerto Bailey siempre había sido uno de los sitios preferidos de Maggie y al entrar después de tanto tiempo, sintió otra vez su familiaridad. Enormes ventanales rodeaban el edificio amplio y bajo, brindando un cautivante panorama del embarcadero y los muelles donde los lujosos cruceros con cabina, traídos desde Chicago para el fin de semana, compartían las amarras con veleros más modestos. Junto a los tablones desteñidos de los muelles sus cubiertas blancas relucían como un collar de perlas flotando sobre las cristalinas aguas azules. Entre el club y los muelles, un jardín bien cuidado descendía suavemente hasta el agua.
Adentro, la alfombra era mullida y el aire estaba saturado con el aroma de calentadores recién encendidos en una extensión de cinco metros de mesas de bufé colocadas contra los ventanales. Llamas azules ondeaban bajo brillantes fuentes plateadas. Una hilera de cocineros con altos gorros blancos aguardaban con las manos cruzadas detrás de la espalda, saludando a los invitados con la cabeza a medida que éstos entraban. En el salón adyacente, un grupo tocaba perezosas melodías de jazz que llegaban hasta el comedor, volviendo el ambiente aún más agradable. Las mesas estaban cubiertas por manteles de hilo blanco; sobre cada plato del mismo color había una servilleta coral prolijamente doblada y las copas de cristal aguardaban que las llenaran.
A medida que entraban los invitados, Maggie reconoció muchos rostros familiares, algo mayores, pero inconfundibles. La vieja señora Huntington, que años atrás había sido cocinera en la escuela secundaria, se acercó a Maggie para saludarla con cariño y ofrecer sus condolencias por la muerte de su marido. Dave Thripton, que cargaba combustible en los muelles de Fish Creek, se acercó y dijo:
– Te recuerdo: eres la hija de Roy Pearson. Cantabas en las reuniones de padres y maestros, ¿no es así? -La señora Marvel Peterson, miembro del grupo de damas de caridad de su madre, la invitó a pasar por su casa cuando quisiera. Clinton Stromberg y su mujer, Tina, que tenían una hostería cerca de Bahía Sister, ya se habían enterado de su intención de comprar la vieja casa Harding y le desearon suerte.
Maggie estaba hablando sobre el tema del hospedaje en Door County cuando por el rabillo del ojo vio llegar a Eric y su familia. Escuchando a Clinton con un oído, vio cómo Eric saludaba y recibía una copa de champagne de una camarera y luego encontraba un sitio para su mujer y su madre en el otro extremo de la habitación y se sentaba con ellas.
Maggie se había dado cuenta perfectamente de que Nancy Severson la había recibido con frialdad, y si bien estaba ansiosa por continuar su conversación con Eric, le pareció mejor no acercarse a él de nuevo. Junto con su grupo, encontró lugar para sentarse lejos de donde estaba Eric.
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