Estuve junto a ti cada vez que me necesitaste, Katy, durante toda ni vida. Fui una madre buena y abnegada que te dedicó tiempo y jamás dejé que mi trabajo me hiciera estar menos contigo. Y ahora, cuando necesito tu aprobación para que mi emoción sea completa, no me la das. Pues bien, jovencita, te guste o no, ha llegado el momento de hacer lo que deseo y no lo que tú quieres.
Maggie se sorprendió ante su propia determinación. De pie en la cocina donde había dado de comer en la boca a Katy, donde años más tarde ella le había dejado migas de pan para que limpiara, Maggie se sintió como una oruga que sale del capullo convertida en mariposa.
Cielos, pensó. Tengo cuarenta años y todavía sigo creciendo. En ese momento comprendió otra cosa más, algo que el doctor Feldstein había dicho en numerosas ocasiones: tenía dentro de ella el poder de crear o destruir la felicidad a elección. Ella lo había hecho. Ella había ido a Door County, renovado viejas amistades, explorado una casa antigua y puesto emoción de nuevo en su vida. Y la emoción y las expectativas eran lo que hacía la diferencia. Una vida sin ellas hacía que una madre se apoyara demasiado en los hijos, un paciente demasiado en su psiquiatra, una viuda, demasiado en sí misma.
Se dirigió a la salita íntima y se paró en medio de la habitación, girando lentamente y contemplando el sitio que guardaba cientos de recuerdos. Me iré de aquí sin remordimientos, recordando sólo con cariño. No te molestará, Phillip, lo sé. No hubieras querido que mantuviera la casa como urna de reliquias a cambio de mi propia felicidad. Katy llegará a comprenderlo con el tiempo.
Se mudó a Door County a mediados de septiembre. La casa de Seattle no se había vendido, de modo que dejó los muebles y se llevó solamente los objetos personales que le cabían en el coche.
Nunca había sido muy resistente para conducir en viajes de larga distancia, y volvió a sorprenderse a sí misma al mantenerse completamente despierta durante períodos de diez horas sin nadie con quien turnarse. En el pasado, ella había sido siempre el relevo, y aun así, se había cansado luego de la primera hora al volante. Ahora, sabiendo que debía arreglárselas sola, lo hizo.
Tampoco había estado nunca sola en un hotel. Siempre estaba Phillip para bajar las maletas del baúl, un compañero con quien buscar un sitio para cenar, y luego, un cuerpo tibio y familiar en una cama fría y desconocida. Resolvió el tema de la cena yendo a la ventanilla para coches de un McDonald y comiéndose la hamburguesa y las papas fritas en la habitación del motel. Agotada luego del día detrás del volante, se quedó dormida casi antes de terminar la última papa frita y durmió como un bebé. Apenas si echó de menos a Phillip.
Idaho le resultó rocoso, Montana, hermoso, Dakota del Norte, interminable y Minnesota emocionante, pues se estaba acercando a casa. Pero cuando cruzó el río St. Croix y entró en Hudson, sintió la diferencia. ¡Esto era Wisconsin! Las cuidadas y ondulantes granjas con inmensos rodeos de vacas lecheras blancas y negras. Las orgullosas casas de campo de dos plantas junto a graneros rojos con techos a la holandesa. Grandes campos de maíz que lindaban con vastos bosques. Tiendas donde se vendían quesos, tiendas de antigüedades y un bar en cada cruce de caminos. En una oportunidad, cerca de Neillsville, vio a un granjero -de la secta Amish, sin duda-, cosechando detrás de una yunta de caballos. Y más al este, los cultivos de ginseng con los toldos de sombra extendidos como mantas sobre las plantas.
Dio la vuelta a la Bahía Green y tomó hacia el norte, sintiendo la misma emoción que la última vez que entró en Door County, apreciando su invariabilidad, comprendiendo la necesidad de conservarla. Parecía un trozo de Vermont mal ubicado. El zumaque silvestre -precursor del otoño- comenzaba a ponerse rojizo. Ya estaban recolectando las primeras manzanas de la temporada. Las pilas de madera eran altas junto a las puertas de las casas.
Al acercarse a Fish Creek, decidió pasar primero por su casa. Tomó a la izquierda desde la carretera por un camino sinuoso que desembocaba en Cottage Row, su nuevo vecindario. Bajó la ventanilla y saboreó los aromas: el áspero olor de los cedros y el perfume a hierba que tienen los álamos en determinados momentos del año cuando se mueve la savia. El corazón le dio un vuelco cuando tomó una curva y atisbó su propia hilera de árboles. Estacionó en la cancha de tenis junto a la vieja glorieta y miró hacia la casa. Más allá de los descuidados arbustos no se veía más que el techo, pero tan sólo eso la llenó de emoción. Junto al camino, un cartel de Vendido había sido agregado al de la inmobiliaria Homestead.
Vendido… a Maggie Steam; el comienzo de su nueva vida.
Se instaló temporariamente -muy temporariamente, se prometió- en casa de sus padres y llamó a Katy para hacerle saber que había llegado bien. La respuesta de Katy fue: "Sí, bueno, mamá. Oye, no puedo hablar ahora, las chicas me están esperando para bajar al comedor." Después de cortar, pensó: Despabílate, Maggie, los hijos no se preocupan por los padres de la forma en que los padres se preocupan por ellos.
Vera dio pruebas de esto cargoseándola incesantemente.
– Asegúrate de que el abogado lea bien todo, así sabes en qué te metes. Hagas lo que hicieres, no vayas a contratar a los Hardenspeer para hacer las remodelaciones. Irán a trabajar medio ebrios, se caerán de una escalera y te querrán sacar hasta el último centavo con un juicio. Maggie, ¿estás segura de que estás haciendo lo correcto? Me parece que a una mujer sola se la puede estafar de mil formas en la remodelación de una casa tan grande. ¡Casi hubiera preferido que te quedaras en Seattle, por más que me guste tenerte aquí! ¡No sé en qué pensaba tu padre al apoyarte en esta locura!
Maggie soportaba los aguijoneos de Vera manteniéndose ocupada. Fue a Bahía Sturgeon y llenó un formulario de solicitud de permiso condicional de uso para abrir un establecimiento de hospedaje y desayuno en Fish Creek. Hizo los arreglos necesarios para la inspección de agua que requería la ley antes de la reventa de cualquier casa que tuviera su propio pozo; abrió una cuenta en el Banco de Fish Creek, solicitó servicio eléctrico y telefónico y una casilla de correo, puesto que Fish Creek no tenía reparto postal a domicilio fuera de los límites de la ciudad. Se reunió con cada uno de los albañiles con los que se había puesto en contacto por teléfono y juntó los presupuestos. El más bajo rayaba los sesenta mil dólares.
El sentido común le decía que esperara a que le otorgaran el permiso antes de proceder a la compra de la casa, pero el tiempo se convirtió en algo de primera importancia: pronto llegarían las heladas. Debido a la cantidad de trabajos de plomería que había que hacer, y al hecho de que habría que demoler una pared entera y cambiar la caldera, Maggie tomó la decisión de llevar el negocio a término y esperar lo mejor.
El trato se cerró en la última semana de septiembre, y dos días más tarde, los hermanos Lavitsky, Bert y Joe, abrieron un boquete en la pared del cuarto de servicio lo suficientemente grande para meter su camión: las remodelaciones habían comenzado.
Maggie recibió el llamado de la Junta de Adaptaciones de Door County -comúnmente llamada la junta de planeamiento- esa misma semana, solicitándole que se presentara ante ellos la noche del martes siguiente.
Lo que significaba que debía ponerse en contacto con Eric.
No lo había visto ni le había hablado desde su regreso, y sintió resquemor al tener que marcar su número. En una fría mañana de viernes con los arces junto a su ventana cubiertos de escarcha, se quedó de pie en la ruidosa cocina de su casa nueva vestida con un grueso pulóver, con la mano apoyada sobre el teléfono. Adentro, Bert Lavitsky arrancaba los placares de la pared. Afuera, su hermano cambiaba el piso de la galería trasera. KL5-3500. Por alguna extraña razón, sabía el número de memoria, pero retiró la mano sin marcar y cruzó los brazos con fuerza, frunciendo el entrecejo mientras miraba el teléfono. No seas tonta, Maggie, recuerda lo que dijo Brookie. No es nada importante, así que no le adjudiques una importancia que no tiene. Además, seguro que contestará Anna.
Levantó el teléfono y marcó el número antes de poder arrepentirse. La voz que respondió decididamente no era la de Anna.
– Excursiones Severson.
– Ah… hola… ¿Eric?
– ¿Maggie?
– Sí.
– ¿Pero cómo estás? Oí que habías vuelto y cerrado el trato con la casa.
Maggie se tapó un oído.
– ¿Podrías hablar un poco más fuerte, Eric? Estoy en la casa y están martillando por todas partes.
– Dije que me enteré de que habías vuelto y cerrado trato con la casa.
– Antes de lo que sería prudente, pero la nieve puede llegar en menos de un mes, de modo que pensé que sería mejor poner a los Lavitsky a destruir las paredes sin demora.
– Así que los Lavitsky, ¿eh?
– Son ellos los que están haciendo todo este ruido. Estuve averiguando y parecen tener buena reputación -dijo por encima de los golpes de martillo.
– Son honestos y trabajan bien. La velocidad con que lo hacen es otro asunto.
– Prevenir es curar. Lo tendré en cuenta y me encargaré de apurarlos. -En ese momento Bert se metió el martillo en un bolsillo del mameluco y salió a sentarse con Joe en el escalón de la galería para tomarse un café matinal.
– Ay, qué alivio -suspiró Maggie ante el repentino silencio-. Es hora del recreo, así que ya puedes dejar de gritar.
Oyó reír a Eric.
Luego de una pausa, añadió.
– Tuve noticias de la junta. Quieren que me presente ante ellos el martes por la noche.
– ¿Sigues con ganas de que te acompañe?
– Si no es demasiada molestia.
– No. Eh absoluto. Será un gusto.
Maggie suspiró, obligándose a relajarse.
– Qué suerte. Te lo agradezco de veras, Eric. Bien, te veré allí, entonces. A las siete y media en el tribunal.
– Espera, Maggie. ¿Vas a ir sola hasta allí?
– Era lo que había pensado.
– Pues no tiene sentido que vayamos en dos coches. ¿Quieres que te lleve?
Tomada por sorpresa, Maggie balbuceó:
– Bueno… sí… claro, es una buena idea.
– ¿Te paso a buscar por la casa de tus padres?
A Vera le daría un ataque, pero ¿qué podía decir Maggie?
– Perfecto.
La noche del martes no se puso gel en el pelo y eligió la ropa con cuidado para causar una impresión favorable ante la junta. Quería parecer madura, elegante y -tenía que admitirlo- suficientemente adinerada como para tener la solvencia necesaria para restaurar un sitio del tamaño de la Casa Harding. Pero no demasiado llamativa. Eligió una falda plisada con los colores del otoño, una blusa color marfil con la parte delantera bordada, un cinturón de cuero con hebilla grande y, en el cuello, un broche ovalado con una amatista. Sobre el conjunto, se puso una chaqueta entallada de gamuza color ciruela.
Cuando bajó, su madre le dirigió una mirada y comentó:
– Un poco demasiado elegante para una reunión en el pueblo, ¿no crees?
– No es una reunión en el pueblo, es una presentación ante la junta que me juzgará a mí tanto como al negocio que les propongo. Quería dar a entender que sabría cómo devolver su atractivo a una casa decrépita. Me pareció que el broche ovalado era un bonito toque pintoresco ¿y a ti?
– Pintoresco es, no cabe duda -replicó Vera-. Ya no sé adonde iremos a parar. Una mujer sola corriendo por todo el distrito con un hombre casado, y en las narices de su propia madre.
Maggie sintió que se ruborizaba.
– ¡Mamá!
– Vamos, Vera -dijo Roy, pero ella no le prestó atención.
– Bueno, eso es lo que haces, ¿no?
– Eric va a tratar de convencer a la junta para que me aprueben, ¡nada más!
– Pues ya sabes lo que dirá la gente. La mujer nunca está en casa y él hace de escolta a una viuda recién llegada.
– ¡No me hace de escolta! ¡Además, no me gustan tus insinuaciones!
– Puede ser que no te gusten, Margaret, pero soy tu madre y mientras estés en esta casa…
El timbre la interrumpió y Vera se apresuró a ir a la puerta antes de que pudieran adelantársele. Para angustia de Maggie, resultó ser Eric, de pie en el pórtico con un rompevienlos azul que decía EXCURSIONES SEVERSON en el pecho. Si solamente hubiera estacionado y tocado la bocina, Maggie se habría sentido menos culpable. Pero allí estaba, sonriente y de buen humor, como en los días en que pasaba a buscarla cuando salían juntos.
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