Llegaron al automóvil y bajaron juntos a la calle.

– Bueno, el almuerzo fue divertido, de todos modos -dijo Eric, tratando de hablar con tono animado.

– Sí, muy divertido.

Él abrió la puerta y Maggie dejó la leche sobre el asiento.

– Y tu padre hace unos sandwiches estupendos. Dile que me encantó el que comí.

– Se lo diré.

Maggie subió al Lincoln y él quedó con las manos entrelazadas sobre el borde superior de la puerta abierta.

Maggie levantó la mirada hacia Eric y por un instante, ninguno qué decir.

Élseguía teniendo los ojos más lindos que ella hubiera visto en un hombre. A ella le seguía quedando estupendamente bien el color rosado.

– Aquí viene Dutch. Vas a tener que seguir trabajando.

– Sí. Bueno… cuídate.

– Tú también.

– Nos vemos. -Eric cerró la puerta y dio un paso atrás mientras Maggie introducía la llave en el arranque, luego se quedó en la calle hasta que el automóvil comenzó a moverse y levantó una mano enguantada a modo de saludo.


Esa noche, sola en su cocina, Maggie sacó el cartón de leche para servirse un vaso. Abrió el pico y le vino a la mente la imagen de Eric como lo había visto ese día: con el mentón levantado, el pelo rubio aplastado contra la pared, los ojos entrecerrados y la nuez de Adán marcando cada trago de leche que tomaba. Maggie pasó un dedo por el extremo del pico vertedor.

Con decisión, alejó la imagen de su mente, llenó el vaso y guardó el cartón en la heladera, para cerrar luego la puerta con fuerza.

Es casado.

Y no es feliz.

Estás tratando de justificarte, Maggie, lo sabes.

¿Qué clase de mujer se negaría a darle hijos a su marido?

Estás emitiendo juicios, y sólo has oído una versión de la verdad.

Pero siento compasión por él.

Perfecto. Siente compasión por él. Pero quédate de tu lado de la calle.


La advertencia siguió en su mente mientras contaba los días que faltaban hasta el desayuno de la Cámara de Comercio, volviéndola indecisa respecto de asistir o no. Como mujer, le parecía más prudente evitar más encuentros con Eric Severson mientras que, como empresaria, reconocía la importancia no solamente de unirse a la organización, sino de interesarse por el grupo y conocer a los demás miembros. En un pueblo del tamaño de Fish Creek, las referencias de ellos podrían traerle muchos clientes. Desde el punto de vista social, si iba a vivir aquí, tenía que comenzar a hacerse amistades en alguna parte. ¿Qué mejor sitio que un desayuno así? En cuanto a volver a ver a Eric, ¿qué podía tener de malo para los demás si se encontraban casualmente en un desayuno al que asistían todos los empresarios del distrito?

Ese martes por la mañana se levantó temprano, se bañó y se puso un pantalón de lana verde oscura y un suéter blanco con cuello redondo, bolsillo aplicado y hombreras. Probó de ponerse un collar de perlas, lo cambió por una cadena dorada y reemplazó ésta por un reloj prendedor que colocó sobre el lado izquierdo. Eligió unos pequeños aros dorados en forma de gotas.

Una vez que estuvo peinada y maquillada, se descubrió perfumándose por segunda vez y levantó los ojos con seriedad hacia su imagen en el espejo.

Sabes lo que haces, ¿no es así, Maggie?

Voy a un desayuno de trabajo.

Te estás vistiendo para Eric Severson.

¡Mentira!

¿Cuántas veces te has maquillado los ojos desde que vives en Fish Creek? ¿Y puesto perfume? ¡Y dos veces, para colmo!

Pero no me vestí de rosado ¿no?

¡Vaya, qué gran cosa!

Fastidiada, apagó la luz con violencia y salió del baño.


Condujo hacia el centro, consciente de que ya varias cosas del pueblo le recordaban a Eric Severson. En la mañana gris como el acero, la calle principal parecía tener un techo abovedado iluminado, hecho por Eric. Los escalones frente a la iglesia le traían a la mente el primer análisis sorprendido que habían hecho el uno del otro el día de la boda de Gary Eidelbach. El banco blanco delante del negocio le recordaba ese almuerzo juntos.

La camioneta de Eric estaba estacionada sobre la Calle Principal y Maggie no pudo evitar la reacción de su cuerpo al verla allí: se sonrojó de pies a cabeza y sintió que se le aceleraba el pulso, igual que cuando comenzó a enamorarse de él tantos años antes. Sólo un tonto negaría que se trataba de una advertencia.

Al entrar en The Cookery, lo vio de inmediato entre dos docenas de personas y el corazón le dio un vuelco que le advirtió que debía evitar por todos los medios acercarse a él. Eric estaba del otro lado del salón, hablando con un grupo de hombres y mujeres, vestido con pantalones grises y una chaqueta deportiva azul sobre una camisa blanca con el cuello abierto. Tenía el pelo rubio prolijamente peinado y un papel en la mano, como si hubieran estado hablando de algo escrito en él. Levantó la vista de inmediato, como si la entrada de Maggie hubiera activado algún sensor que le advertía su presencia. Sonrió y fue directamente hacia ella.

– Maggie, ¡me alegro tanto de que hayas venido!

Le estrechó la mano con firmeza, en un gesto absolutamente correcto, sin prolongar el contacto ni un segundo más de lo necesario. No obstante, ella se sintió electrizada.

– Tienes anteojos nuevos -comentó, sonriendo. Le daban un levísimo aire de desconocido y por un momento, Maggie se sumió en la fantasía de que lo veía por primera vez.

– Ah, éstos… -Una fina banda dorada sostenía los lentes sin marco que hacían resaltar los llamativos ojos azules. -Los necesito para leer. Y tú tienes abrigo nuevo -observó, poniéndose detrás de ella mientras se desabotonaba el abrigo blanco.

– No, no es nuevo.

– Esperaba ver la campera rosada -admitió Eric, ayudándola a quitarse el abrigo-. Siempre te quedó sensacional ese color.

Ella le dirigió una mirada por encima del hombro y descubrió que una habitación llena de empresarios no ofrecía ninguna protección, pues sus palabras resucitaban recuerdos que había considerado eran sólo fantasías de ella y contradecían cualquier indiferencia que pudiera haber fingido. No, él no era ningún desconocido. Era la misma persona que le regalaba cosas rosadas cuando eran jóvenes, que una vez dijo que su primer hijo sería niña y que le pintarían la habitación de rosado.

– Pensé que lo habías olvidado.

– No lo recordé hasta el otro día, cuando desde ocho metros de altura te vi entrando en el correo con una campera rosada. Me trajo a la mente muchos recuerdos.

– Eric…

– Voy a colgar tu abrigo y enseguida vuelvo.

Se volvió, dejándola turbada y tratando de disimularlo, aferrada al perfume sutil de su loción para después de afeitarse y admirando su espalda ancha y la línea de su cabeza mientras se alejaba.

Cuando regresó, Eric le tocó el codo.

– Ven, te presentaré.

Si Maggie había esperado demostraciones falsas de indiferencia por parte de él, le había hecho una injusticia, porque con toda transparencia él tenía intención de ser su anfitrión personal. Antes de que se sentaran a la mesa, la hizo circular, le presentó a los miembros, luego la sentó a su lado en una mesa redonda para seis. Le pidió a la camarera que trajera té, sin preguntarle si le gustaba más que el café. Le preguntó si ya había llegado su papel para la pared.

– Tengo algo para ti -dijo y buscó en el bolsillo interno de su chaqueta-. Toma. -Le entregó un recorte del periódico. -Pensé que podría interesarte. Debería de haber muchas antigüedades.

Era un aviso de venta de una propiedad. Al leerlo, los ojos de Maggie se iluminaron de entusiasmo.

– ¡Eric, esto parece estupendo! ¿De dónde lo sacaste? -Lo dio vuelta entre los dedos.

– Del The Advocate.

– ¿Cómo pudo escapárseme?

– No lo sé, pero allí dice que hay una cama de bronce. ¿No es eso lo que quieres para la Habitación del Mirador?

– ¡Y un diván Belter tapizado con bordado francés! -exclamó Maggie, leyendo el aviso -… Y porcelana antigua, y espejos biselados y un par de sillones de madera de palo de rosa… ¡Voy a ir con toda seguridad! -JUEVES DE NUEVE A DIECISIETE HORAS, JAMES STREET 714, BAHÍA STURGEON, decía el aviso. Maggie levantó la vista, sonriente y entusiasmada. -Muchísimas gracias, Eric.

– De nada. ¿Necesitas una camioneta?

– Es posible.

– La vieja puta es algo temperamental, pero está a tu disposición.

– Gracias, quizá me venga bien.

– Disculpen -interrumpió una voz masculina.

Eric levantó la vista.

– Ah… hola, Mark. -Empujó su silla hacia atrás.

– Deduzco que ésta es la nueva dueña de la Casa Harding -dijo el hombre- y como hoy tendré que presentarla, me pareció que antes debía conocerla. -Tendió su mano a Maggie. Ella levantó la vista hacia un rostro largo y delgado de unos cuarenta y tantos años, enmarcado por pelo castaño ondulado. El rostro podría haber sido atractivo, pero a Maggie la distrajo el hecho de que lo acercó demasiado al de ella y el aroma a colonia era tan fuerte y dulce que le hizo sentir cosquillas en la garganta.

– Maggie Stearn, él es Mark Brodie, presidente de la Cámara. Mark… Maggie.

– Bienvenida de regreso a Fish Creek -dijo Mark, estrechándole la mano -. Tengo entendido que se graduó en la escuela secundaria Gibraltar.

– Sí, así es.

Él le sostuvo la mano demasiado tiempo, la apretó con fuerza excesiva y Maggie adivinó en menos de diez segundos que no tenía pareja y que estaba lanzándose al ataque de la mujer nueva del pueblo. En efecto, él monopolizó su atención durante los siguientes cinco minutos, lanzando ondas de interés tan inconfundibles como su colonia dulzona. Durante esos cinco minutos logró confirmar el hecho de que se había divorciado por propia decisión, que era dueño de un restaurante exclusivo llamado Posada Edgewater y que estaría muy interesado en ver a Maggie y su casa en el futuro cercano.

Cuando se alejó para cumplir con sus funciones como jefe del grupo, Maggie se volvió hacia la mesa y bebió un poco de agua para sacarse el sabor a colonia de la boca. Las otras personas de la mesa estaban escuchando a una mujer llamada Norma contar una anécdota sobre su hijo de nueve años. Eric se echó hacia atrás en su silla y miró a Maggie.

– Brodie no pierde el tiempo -comentó.

– Mmm.

– Y está solo.

– Mmm.

– Le va muy bien con su negocio.

– Sí, se aseguró de que lo supiera.

Sus ojos se encontraron y los de Eric permanecieron absolutamente inexpresivos. Estaba reclinado hacia atrás, con un dedo curvado alrededor del asa de la taza de café. Maggie se preguntó a qué vendrían sus comentarios. Llegó la camarera y se interpuso entre ellos para dejar los platos sobre la mesa.

Después del desayuno, Mark Brodie pidió silencio y se encargó de un par de temas comerciales antes de presentar a Maggie.

– Damas y caballeros, tenemos un miembro nuevo con nosotros hoy. Nació y se crió aquí en Fish Creek, se graduó en la escuela secundaria Gibraltar y está de nuevo entre nosotros para abrir nuestra más nueva hostería. -Mark se acercó al micrófono. -Es muy bonita, también, debo agregar. Saludemos lodos a la nueva dueña de la Casa Harding, Maggie Stearn.

Ella se puso de pie, sintiendo que se ruborizaba. ¡Cómo se atrevía Mark Brodie a ponerle su marca delante de lodo el pueblo! ¡Mejor dicho de todo el distrito! Su presentación marcó el final del desayuno y Maggie se vio rodeada de inmediato por miembros que reforzaron la bienvenida oficial de Mark, le desearon lo mejor y la invitaron a llamarlos si necesitaba ayuda o consejos. En el amable coloquio, Maggie quedó separada de Eric y minutos más tarde levantó la vista para verlo con un grupo de personas, poniéndose el abrigo y los guantes cerca de la puerta. Alguien le estaba hablando a ella y alguien le estaba hablando a él, cuando abrió la puerta de vidrio y salió. Justo antes de que la puerta se cerrara, echó una mirada a Maggie, pero su único saludo fue un levísimo retraso en permitir que la puerta se cerrara detrás de él.


Mark Brodie no perdió el tiempo para confirmar la primera impresión que Maggie había tenido de él. La llamó esa noche.

– ¿Señora Stearn? Mark Brodie.

– Oh, hola.

– ¿Disfrutó del desayuno?

– Sí, todos se mostraron muy cordiales.

– Quise hablarle antes de que se marchara, pero estaba rodeada de gente. Me preguntaba si le interesaría ir a un paseo en trineo el domingo por la tarde. Es para el grupo de jóvenes de la iglesia y pidieron voluntarios para ir de chaperones.