– Dijiste que no ibas a venir -dijo Maggie, como defendiéndose.
– Y tú dijiste "Está bien", como si no te importara.
– Me importaba. Temía que supieras cuánto me importaba.
– Ahora lo sé, ¿no?
Maggie sintió deseos de llorar. En lugar de hacerlo, se levantó y fue hasta el baño.
Eric quedó tendido donde estaba; la luz se prendió. Corrió el agua. Eric suspiró, luego se levantó y la siguió. Se detuvo en la puerta abierta y la encontró desnuda, contemplando el lavatorio. Era un baño pequeño, con techo en ángulo, empapelado de azul pastel con una guarda a lo largo del cielo raso. Contenía solamente el lavatorio y el inodoro, sobre paredes enfrentadas. Eric vio una caja de pañuelos de papel y entró para quedar espalda contra espalda con Maggie, atendiendo a sus necesidades.
– No quería venir esta noche. Fui a casa de Ma y me quedé allí hasta tarde, para saber que estarías en la cama. Si la casa hubiera estado a oscuras, no me habría detenido.
– Yo tampoco quería que vinieras.
Maggie abrió la canilla y se mojó la cara. Él hizo correr el agua del inodoro, luego se volvió para mirar la espalda de ella, inclinada sobre el lavatorio. Maggie tanteó con una mano, dio con una toalla y hundió la cara en ella, mientras él le acariciaba el hueco entre los omóplatos y preguntaba:
– Maggie, ¿qué pasa?
Ella se enderezó y bajó la toalla hasta el mentón, enfrentándose con los ojos de Eric en el espejo, un espejo ovalado colocado alto en la pared, que cortaba sus imágenes a la altura de los hombros.
– No quería que fuera así.
– ¿Así cómo?
– Sólo… sólo lujuria.
– No es sólo lujuria.
– ¿Entonces por qué pensé en esto todo el día? ¿Por qué sucedió lo que acaba de suceder en la cocina, justo lo que yo pensaba que iba a suceder si volvías esta noche?
– ¿No te gustó?
– Me encantó. Eso es lo que me asusta. ¿Dónde estaba el elemento espiritual?
Eric adhirió su cuerpo al de ella, le pasó los brazos debajo de los pechos y bajó los labios al hombro de Maggie.
– Maggie, te amo.
Ella alineó los brazos con los de él.
– Yo también te amo.
– Y lo que sucedió en la cocina fue producto de frustración.
– No creo que yo sirva para esto… para tener una aventura, Emocionalmente, ya estoy hecha un desastre.
Eric levantó la cabeza. Por unos instantes, se miraron a los ojos, consternados.
– ¿Puedo quedarme aquí esta noche?
– ¿Te parece prudente?
– Anoche no te cuestionaste la prudencia.
– He estado pensando desde entonces.
– Yo también. Por eso fui a casa de Ma.
– Y estoy segura de que llegamos a las mismas conclusiones.
– De todos modos, me quiero quedar.
Pasó esa noche y la siguiente en la cama de Maggie y el viernes por la mañana, cuando se preparaba para irse, la misma tristeza cayó sobre ellos. Se quedaron junto a la puerta de la cocina, él con las manos sobre los brazos de Maggie, ella con los brazos caídos. Maggie se había resguardado tras una coraza de serenidad.
– Te veré la semana que viene -dijo Eric.
– Muy bien.
– Maggie, yo… -Él se debatía otra vez con su feroz conflicto interior. -No quiero volver con ella.
– Lo sé.
Eric se sintió algo confundido por la calma de Maggie. Se mantenía serena, casi distante, mirándolo con ojos secos, mientras él sentía deseos de llorar.
– Maggie, necesito saber qué estás sintiendo.
– Te amo.
– Sí, lo sé, pero ¿has pensado en el resto de tu vida? ¿En volver a casarte?
– A veces.
– ¿En casarte conmigo? -preguntó con sencillez.
– A veces.
– ¿Lo harías? ¿Si yo fuera libre?
Ella vaciló, temiendo contestar, porque en los últimos tres días había tenido tiempo para considerar cuan apresurado había sido todo eso y adonde llevaría su vida.
– Maggie, soy totalmente nuevo en esto. Nunca tuve una relación hasta ahora, y si parezco inseguro es porque me siento así. No sé qué se debe hacer primero. No puedo mantener relaciones con dos mujeres al mismo tiempo, y ella está por regresar a casa y tengo que tomar una decisión. ¡Ay, qué torpe me siento!
– Los dos nos sentimos así. Yo tampoco he tenido nunca una relación. Eric, por favor, entiende. He pensado en lo que sería estar casada contigo. Pero fue… -Hizo una pausa, intentando ser franca -Pero fue más una fantasía que otra cosa. Porque fuiste el primero para mí y yo la primera para ti y si las cosas hubieran sido diferentes, podríamos haber estado casados todos estos años. Supongo que fue natural que te idealizara y que fantaseara contigo. Y luego, de pronto, apareciste de nuevo en mi vida como… como un caballero sobre un corcel, un marino al timón, haciendo sonar tu sirena y acelerándome el corazón. Mi primer amor.
Apoyó las manos sobre la campera de cuero de Eric, a la altura del corazón.
»Pero no quiero que nos comprometamos con cosas que no podemos cumplir o que exijamos cosas que no tenemos derecho de exigir. Hemos estado juntos nada más que tres días y bueno, seamos sinceros, por como ha sido la parte sexual, es posible que en este momento estemos razonando con los genitales.
Eric suspiró y dejó caer los hombros.
– Me dije lo mismo por lo menos una docena de veces al día y, a decir verdad, temía sacar el tema del matrimonio por las mismas razones. ¡Todo está sucediendo tan rápido! Pero quería que supieras, antes de que me fuera de aquí, que he tomado una decisión y voy a atenerme a ella. Esta noche le diré a Nancy que ya no puedo vivir con ella. No voy a ser uno de esos hombres que arrastra a dos mujeres detrás de él.
– Eric, escúchame. -Le tomó el rostro entre las manos. -A una parle de mí le encanta oírte decir eso, pero hay otra parte que ve con claridad cómo las personas que están en esta situación suelen hacer lo que en última instancia es peor para ellas. Eric, piensa. Piensa mucho en tus motivos para dejar a Nancy. Tienen que ser por tu relación con ella, no por tu relación conmigo.
Eric contempló sus ojos castaños, y pensó cuan sabia era, y cuan poco clásicas las reacciones de ambos: suponía que en muchos casos como el de ellos, la persona sola se aferraría y la casada se mostraría evasiva.
– Te lo dije antes de que esto comenzara, ya no la amo. Hace meses que me siento así. Hasta hablé con mi hermano Mike sobre eso, el otoño pasado.
– Pero si has tomado la decisión de dejarla y lo hiciste impulsivamente, hay muchas posibilidades de que estés reaccionando a las unas tres noches en lugar de a los últimos dieciocho años, y ¿qué debería pesar más?
– Dije que tomé la decisión y me atendré a ella.
– De acuerdo. Haz lo que debas hacer, pero hazlo comprendiendo el hecho de que acabo de embarcarme en una nueva etapa de mi vida. Tengo esta casa y el negocio de la hostería que acabo de empezar y algunas cosas que lograr por mí misma. -En voz más baja, agregó: -Y todavía tengo cicatrices que curar.
Durante algunos instantes se mantuvieron separados, sin tocarse.
– Muy bien -dijo Eric, por fin-. Gracias por ser sincera consigo.
– Leí en algún lado que para comprar un arma se debe llenar un formulario y aguardar tres días. Los legisladores creen que eso evita muchas muertes. Quizá debieran hacer una ley similar en cuanto a dejar a las esposas cuando comienza un romance. -Sus ojos se encontraron: los de Eric, tristes, los de Maggie, consternados. -Eric, nunca me consideré una rompehogares, pero yo también siento culpa por lo que sucedió.
– ¿Qué quieres hacer, entonces?
– ¿Accederías a posponer cualquier decisión por un tiempo y durante ese tiempo, mantenerte alejado de mí? ¿De aquí?
Eric la miró, acosado.
– ¿Por cuánto tiempo?
– No establezcamos un límite de tiempo. Considerémoslo un tiempo de sensatez.
– ¿Podría llamarte? -preguntó él. Parecía un niño castigado.
– Si lo crees prudente.
– Lo estás dejando todo por mi cuenta.
– No. Yo sólo te llamaré si me parece prudente, también.
Eric tenía expresión triste.
– Sonríeme una vez, antes de irte -le pidió Maggie. En lugar de hacerlo, Eric la abrazó con fuerza.
– Ay, Maggie…
– Lo sé… lo sé -lo calmó ella, acariciándole la espalda. Pero no lo sabía. Tenía tan pocas respuestas como él.
– Te extrañaré -susurró Eric. Su voz sonaba torturada.
– Yo también te extrañaré.
Un instante después, él se volvió, la puerta se abrió y Eric desapareció.
Capítulo 13
Nancy tuvo un viaje difícil desde Chicago y llegó de mal humor. Los caminos habían estado helados, el tiempo, peor y los empleados de las tiendas, insoportables. Cuando abrió la puerta de la cocina y entró, cargada de equipaje, Eric estaba allí para recibirla. El aroma de la habitación enseguida le quitó el mal humor.
– Hola -dijo Nancy, sujetando la puerta con el talón mientras él tomaba la maleta y el bolso de mano.
– Hola.
Nancy levantó el rostro hacia él, pero Eric tomó las cosas y las llevó adentro sin el beso habitual. Cuando regresó a la cocina, fue directamente a la heladera y sacó una botella de jugo de lima.
– ¡Qué rico olor hay aquí! ¿Qué tienes en el horno?
– Perdices rellenas con arroz integral.
– Perdices… ¿a qué se debe?
A la culpa, pensó Eric, pero respondió:
– Sé que te encantan. -Cerró la heladera, destapó la botella y abrió el armario inferior para arrojar la tapita al tacho de residuos.
Nancy estaba junto a él cuando se volvió.
– ¡Mmm, qué linda bienvenida! -murmuró sugestivamente.
Eric levantó la botella y bebió un trago.
Nancy lo rodeó con los brazos, aprisionándole los codos contra el cuerpo.
– ¿No me das un beso?
Eric vaciló antes de darle un beso rápido. La expresión de su rostro hizo sonar una alarma en la cabeza de Nancy.
– Eh, un momento. ¿Nada más que eso?
Eric se soltó.
– Tengo que controlar las perdices -dijo y tomó un par de pinzas de la mesada antes de rodear a Nancy para llegar al horno-. Discúlpame, tengo que abrir el horno.
La alarma volvió a sonar dentro de Nancy, esta vez con más insistencia. Fuera lo que fuere que lo molestaba, era serio. Tantas excusas para evitar un beso, una mirada. Eric controló las perdices, bebió agua, puso la mesa, sirvió el plato preferido de ella, le preguntó cómo había pasado la semana y mantuvo contacto ocular durante quizás unos diez segundos de toda la cena. Sus respuestas eran distantes, su sentido del humor se había extinguido y dejó la mitad de comida en el plato.
– ¿Qué sucede? -preguntó Nancy, al terminar la cena.
Eric levantó el plato, lo llevó a la pileta fregadero y abrió la canilla.
– Es sólo una depresión invernal.
Es más que eso, pensó Nancy y sintió una oleada de pánico. Es una mujer. La verdad la golpeó como una andanada: él había comenzado a cambiar el día que su antigua novia regresó al pueblo. Nancy volvió a sumar todo: su distracción, sus silencios poco característicos, la forma en que de pronto había empezado a evitar el contacto físico.
Haz algo, pensó, di algo que lo detenga.
– Querido, he estado pensando -dijo, dejando la silla, amoldando su cuerpo al de Eric y enlazándole los brazos alrededor de la tintura-. Quizá pida que me dividan el territorio para poder pasar un par de días más en casa. -Era mentira. No lo había considerado ni por un instante, pero, llevada por la desesperación, dijo lo que pensaba que él querría oír.
Bajo la mejilla, lo sintió tensar los músculos mientras lavaba un plato.
– ¿Qué opinas? -preguntó.
Eric siguió lavando. El agua corría.
– Si lo deseas…
– También he estado pensando más en tener un bebé.
Eric quedó inmóvil como una araña amenazada. Con la oreja contra su espalda, Nancy lo oyó tragar.
– Quizás uno no sería tanto problema.
El agua dejó de correr. En el silencio, ninguno de los dos se movió.
– ¿Por qué el repentino cambio de opinión? -preguntó Eric.
Nancy improvisó a toda velocidad.
– Estuve pensando que puesto que tú no trabajas durante el invierno, podrías cuidarlo en ese lapso. Si yo volviera a trabajar, sólo necesitaríamos niñera la mitad del año.
Nancy deslizó una mano por los vaqueros de él y la curvó contra la tibieza de sus genitales comprimidos. Eric apretó las manos contra el borde de la pileta y no dijo nada.
– ¿Eric? -susurró Nancy, comenzando a acariciarlo.
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