– Gracias, Brookie.

– ¿Y cómo estás?

– Bueno, algunos días son mejores que otros.

– ¿Hoy fue un mal día? -preguntó Brookie.

– Sí… bastante malo. He pasado peores, pero… -De pronto Maggie sucumbió. -Ay, Brookie. -Apoyó un codo sobre el escritorio y se cubrió los ojos. -Es un horror. Katy acaba de partir para la Northwestern de Chicago y una mujer de mi grupo de terapia trató de suicidarse la semana pasada y yo estoy aquí sentada en la casa vacía preguntándome qué mierda pasó con mi hermosa vida.

– Ay, Maggie…

Sorbiendo los mocos contra el puño, Maggie dijo:

– El psiquiatra dijo que a veces hace bien hablar con viejas amigas… reírse de los viejos tiempos. Así que aquí me tienes, llorando sobre tu hombro, igual que cuando éramos adolescentes y teníamos problemas con chicos.

– Ay, Maggie, deberían fusilarme por no haberte llamado yo antes. Cuando tienes tantos hijos a veces te olvidas que hay un mundo afuera de la cocina y el lavadero. Perdóname por no haberte llamado ni escrito. No tengo excusas. Maggie… ¿me oyes? -Brookie parecía alarmada.

– Sí -masculló Maggie.

– Ay, Maggie… ¡Dios, cómo me gustaría estar más cerca!

– A mí también. A veces daría c…cualquier c…cosa por poder sentarme contigo y llorar hasta reventar.

– Ay, Maggie… caramba, no llores.

– Lo siento. Parece ser lo único que he hecho en este último año. Es tan difícil.

– Lo sé, mi querida, lo sé. Ojalá pudiera estar contigo… Vamos, cuéntame todo. Tengo todo el tiempo del mundo.

Maggie se secó los ojos con el dorso de las manos y respiró hondo.

– Bueno, tuvimos que hacer un ejercicio en la terapia esta semana, donde poníamos a alguien en una silla y le decíamos adiós. Yo lo puse a Phillip y me despedí, y supongo que realmente dio resultado porque me estoy dando cuenta por fin que se fue y ya no volverá.-Era tan fácil hablar con Brookie. Los años de separación podían no haber pasado. Maggie le contó lodo, lo feliz que había sido con Phillip, cómo trató de persuadirlo de no hacerse esa escapada a los casinos, cómo él la convenció por fin prometiéndole hacer un viaje a Florida juntos en las vacaciones de Pascua, el horror de enterarse que el avión había caído con cincuenta y seis personas a bordo, la agonía de enviar registros dentales y esperar a que confirmaran los nombres de los muertos, lo extraño y fantasmagórico del servicio fúnebre sin cuerpo mientras las cámaras de televisión enfocaban su rostro y el de Katy.

Y lo que había sucedido después.

– Es realmente extraño lo que pasa cuando eres viuda. Tus amigos te tratan como si fueras leprosa. Eres la que crea lugares desparejos en una cena ¿me entiendes? La quinta para jugar al bridge. La que sobra. Phillip y yo éramos socios de un club, pero hasta allí cambiaron las cosas. Nuestros amigos… bueno, yo creía que eran amigos hasta que él murió y dos de ellos se me tiraron lances mientras sus mujeres jugaban al golf a menos de seis metros de distancia. Después de eso abandoné el golf. La primavera pasada finalmente dejé que una de las profesoras me concertara una cita a ciegas.

– ¿Y cómo salió?

– Pésimamente.

– ¿Como con Frankie Peterson?

– ¿Frankie Peterson?

– Sí, recuerdas a Frankie Peterson, ¿no? ¿Un dedo en cada orificio?

Maggie lanzó una carcajada. Rió hasta no poder más, hasta quedar recostada en la silla con el teléfono sujetado contra el hombro

– ¡Por Dios, me había olvidado de Frankie Peterson!

– ¿Cómo puede una chica de la Gibraltar olvidar a Frank el rápido? ¡Estiraba más elástico que los Empaquetadores de Bahía Green!

Rieron otro poco y luego Brookie preguntó con tono serio:

– Bueno, cuéntame sobre este tipo con quien te hicieron salir. Trató de encamarse contigo, ¿verdad?

– Exactamente. A la una de la mañana, empezó a manosearme en la puerta de entrada de mi casa, por Dios. Fue horrible. Pierdes la práctica para sacártelos de encima, ¿sabes? Me hizo sentir vergüenza, humillación y… y… ¡Caramba, Brookie, qué rabia me dio!

– ¿Qué hiciste, lo echaste de un puñetazo?

– Le cerré la puerta en la cara, me metí en casa y preparé albóndigas.

– ¡Albóndigas! -Brookie reía tan fuerte que casi no pudo pronunciar la palabra.

Por primera vez. Maggie vio el humor de la situación que le había resultado tan humillante en aquel entonces. Se echó a reír con Brookie, lanzando fuertes carcajadas que la dejaron sin aire y con dolor de estómago, caída hacia atrás en la silla y mirando el cielo raso.

– Por Dios, qué bien me hace hablar contigo, Brookie. Hacía meses que no me reía así.

– Bueno, al menos sirvo para algo que no sea tener hijos.

Rieron un poco más. Luego la línea quedó en silencio y Maggie se puso seria otra vez.

– ¡Es un cambio tan grande! -Se acomodó en la silla, meciéndose y jugueteando con el cable del teléfono. -Sientes tanta necesidad, no sólo de sexo sino también de afecto. Luego sales con un hombre y cuando trata de besarle te pones tiesa y te comportas como una tonta. Volví a hacerlo la semana pasada.

– ¿Otra cita a ciegas?

– Bueno, no del todo. Era un hombre que trabaja en el supermercado, que también perdió a su mujer hace muchos años. Lo conozco de vista hace tiempo y me daba cuenta de que yo le gustaba. En fin, en el grupo de terapia me volvían loca para que lo invitara, de modo que finalmente lo hice. ¡Y no vayas a creer que me fue fácil! La última vez que salí con alguien, eran los hombres los que invitaban. Ahora lo hace cualquiera. Así que lo invité a salir, y trató de besarme y yo… bueno, yo me congelé.

– Eh, Mag, no te sientas presionada. Dicen que lleva tiempo y solamente fueron dos salidas.

– Sí… bueno… -Maggie suspiró, apoyó la sien contra un dedo y confesó: -A veces sientes deseo, sabes, y se te nubla el pensamiento.

– Muy bien, vieja calentona, escúchame. Ahora que me lo confesaste y no me morí de horror, ¿te sientes mejor?

– Muchísimo mejor.

– ¡Bueno, qué alivio!

– El doctor Feldstein tenía razón. Dijo que hablar con personas del pasado hace bien, que nos remonta a una época en la que no teníamos preocupaciones. De modo que te llamé, y no me fallaste.

– ¡Me alegro tanto de que me hayas llamado! ¿Hablaste con alguna de las demás? ¿Con Fish? ¿Lisa? ¿Tani? Sé que les encantaría saber de ti.

– Han pasado tantos años desde que hablé con ellas.

– Pero, nosotras cinco, éramos el Quinteto Fatal. Se que querrían ayudar si estuvieran en condiciones de hacerlo. Te daré sus números de teléfono.

– No me digas que Jos tienes. ¿Los de todas?

– Estuve encargada de las invitaciones para las reuniones de clase dos veces. Me eligen porque sigo viviendo por aquí y tengo más de media docena de hijos para ayudarme a escribir las direcciones en los sobres. Fish vive en Brussels, en Wisconsin; Lisa, en Atlanta; y Tani, en Bahía Green. Espera un segundo, buscaré los números.

Mientras Brookie buscaba, Maggie recordó los rostros de sus amigas. Lisa, la belleza del grupo, parecida a Grace Kelly; Carolyn Fisher, alias Fish, con una nariz respingada que siempre odió; Tani, una pelirroja pecosa.

– ¿Maggie, estás ahí? -Sí.

– ¿Tienes un lápiz?

– Sí. Adelante.

Brookie le dictó los números telefónicos de las chicas, luego agregó:

– Tengo algunos más. ¿Qué te parece el de Dave Christianson?

– ¿Dave Christíanson?

– Bueno, ¿quién dijo que no se puede llamar a los muchachos? Éramos todos amigos, ¿no? Se casó con una chica de Bahía Green y tiene una fábrica de algo, creo.

Maggie anotó el número de Dave, luego el de Kenny Hedlund (casado con una chica menor que ellas llamada Cynthia Troy y residente en Bowling Green, en Kentucky), Barry Breckholdt (del estado de Nueva York, casado, con dos hijos) y Mark Mobridge (Mark, dijo Brookie, era homosexual, vivía en Minneápolís y se había casado con un hombre llamado Greg).

– ¿Estás inventando? -exclamó Maggie, azorada.

– ¡No, claro que no! Les envié una tarjeta para el casamiento. Qué diablos… vive y deja vivir. Me divertí mucho con Mark cuando viajábamos con la banda de la escuela.

– Hablabas en serio cuando dijiste que te mantuviste en con todos.

– Espera, aquí tengo otro. Eric Severson.

Maggie se irguió en la silla. La risa se le borró del rostro.

– ¿Eric?

– Sí, KL5-3500, la misma característica que el mío.

Luego de varios segundos, Maggie declaró:

– No puedo llamar a Eric Severson.

– ¿Por qué?

– Bueno… porque no. -Porque hacía mucho tiempo, cuando estaban en el último año de la secundaria, Maggie Pearson y Eric Severson habían sido amantes. Amantes primerizos, torpes e inexpertos, aterrados de que los descubrieran o de que ella quedara embazada. Habían tenido suerte en ambas cosas.

– Vive aquí en Fish Creek. Tiene un barco de alquiler en Gills Rock, como tenía su padre.

– Brookie, te dije que no podía llamar a Eric.

– ¿Por qué? ¿Porque te acostabas con él?

– ¡Brookie! -Maggie quedó boquiabierta.

Brookie rió.

– No nos contábamos todo, ¿eh? Y no olvides que yo también estaba en el barco de su padre ese día después de la fiesta de graduación. ¿Qué otra cosa podían estar haciendo ustedes dos en la cabina tanto tiempo? ¿Pero qué importancia tiene ahora? Eric sigue aquí, y tan bueno como lo fue siempre. Sé que le encantaría tener noticias tuyas.

– Pero se casó, ¿no es cierto?

– Sí. La mujer es bellísima. Y por lo que sé, son muy felices.

– Bueno, ahí tienes. -Amén.

– Maggie, por Dios, no seas chiquilina. Ya somos adultos.

Maggie oyó salir de su boca palabras increíblemente asombrosas.

– ¿Pero qué podría decirle?

– Qué te parecería: "¿qué tal, Eric, cómo va todo?" -Maggie imaginó a Brookie agitar una mano en el aire como hacía siempre. -¡Qué sé yo qué puedes decirle! Te di su número con todos los demás. No me pareció que fuese a ser algo del otro mundo.

– No lo es.

– Entonces no te comportes como si lo fuera.

– Es que… -Maggie iba a seguir discutiendo, pero lo pensó mejor. -Oye, gracias, Brookie. Muchísimas gracias, te lo digo de corazón. Esta noche fuiste el mejor remedio para mí.

– No seas tarada, Pearson. No se le agradece a una amiga una cosa así. ¿Estás mejor, ahora? ¿No te arrojarás por el inodoro ni nada por el estilo?

– He mejorado en un ciento por ciento.

– ¿Seguro?

– Seguro.

– Muy bien, entonces tengo que cortar. Debo acostar a los niños. Llámame en cualquier momento ¿quieres?

– Lo haré; tú también, llámame.

– Seguro. Nos vemos, Mag.

– Hasta pronto, Brookie.

Después de cortar, Maggie se arrellanó en la silla, y se quedó sonriendo durante largo rato. Un montaje de recuerdos agradables le pasaba por la mente: las amigas de la secundaria… Fish, Tani, Lisa y Brookie. Sobre todo Brookie, no demasiado inteligente pero querida por todos por el fantástico sentido del humor que tenía y porque trataba a todos por igual, sin criticar ni chismear. Qué maravilloso era saber que no había cambiado, que seguía allí en Door Counly, un eslabón con el pasado, la que se había mantenido en contacto contodos.

Maggie acercó la silla al escritorio y miró los números telefónicos iluminados por la lámpara de mesa. Los números de Fish, Lisa, Tani, Dave Christianson, Kenny Hedlund.

El número de Eric Severson.

No, no podría.

Se echó hacia atrás, se meció y pensó un poco más. Por fin se levantó y revisó la biblioteca hasta encontrar un delgado volumen de cuero acolchado color crema, estampado con letras doradas que se habían oscurecido hacía mucho tiempo. Gibraltar, 1965.

Abrió la portada y vio su propia letra cuadrada en la inscripción encerrada entre paréntesis: (Reservar para Brookie) y luego la caligrafía espantosa de Brookie.


Querida Maggie:


Bueno, lo logramos, ¿eh? Por Dios, ¡creí que nunca lo haríamos! Pensé que la vieja Morrie nos pescaría bebiendo cerveza y nos expulsaría antes de que nos recibiéramos. Y bastantes cervezas nos tomamos ¿no? Nunca olvidaré cómo nos divertimos cantando y bailando y andando por todos esos campos de trigo en el camión de Fish con el Quinteto Fatal. ¿Recuerdas la vez que paramos e hicimos pis en el medio de la Calle Principal? ¡Uy Dios, si nos pescaban! No olvides el viaje con el coro y el moco verde que pusimos en el termo de Pruitt y todas esas veces que lo volvimos loco agregando notas a las canciones, ni la vez que pusimos ese poster del desnudo en el vestuario de los varones con el nombre de ya-sabes-quién escrito encima. (Mi madre todavía no se enteró del lío en que nos metimos a causa de eso.) La fiesta de graduación fue sensacional con Arnie y Eric y el día después, en la Bahía Garret en el barco de Eric, también. (¡Suspiro!) Espero que les vaya todo bien a ti y a Eric, y sé que será así porque son una pareja fenomenal. Aun a pesar de que te irás a la Northwestern y yo estaré en la Escuela de Belleza de Bahía Green, nos juntaremos los fines de semana y reventaremos todo con Fish, Lisa y Tani, así que mantengámonos en contacto… ¡claro que sí! Tranquila con los muchachos de Chicago y suerte en todo lo que hagas. Eres la que tiene todo el cerebro y el talento, de modo que sé que te irá muy bien. Has sido la mejor amiga que pude haber tenido, Mag, así que por favor, no cambies… Y no me olvides. ¡Promételo!