– ¡Carajo, Maggie! ¿Quieres parar de una vez?
Ella continuó caminando. Eric dijo otra palabrota, luego la puerta de la camioneta se cerró y el motor tosió. Se apagó. Arrancó otra vez, rugió como un gigante hambriento y el vehículo salió disparado hacia atrás; el chasis se llenó de barro. Maggie siguió andando por el sendero, obstinada como un soldado de infantería, impidiendo que él la parara.
A los saltos detrás de ella, marcha atrás, Eric sacó la cabeza por la ventanilla.
– ¡Maggie, sube a la camioneta, te digo!
Ella le hizo un gesto obsceno con el dedo y siguió avanzando bajo la lluvia hacia la carretera.
Eric cambió de táctica y trató de convencerla.
– Vamos, Maggie, sube.
– ¡Estás fuera de mi vida, Severson! -gritó Maggie, casi con júbilo. Cuando ella llegó al asfalto, Eric trepó al pavimento con dos ruedas y cambió de dirección con un rebaje que sacudió la camioneta hasta las entrañas.
El motor se apagó. El arranque gimió cinco veces, en vano. La puerta se cerró con un golpe. Maggie seguía caminando, imaginándolo de pie junto al vehículo, con las manos sobre las caderas.
– ¡No puedes ser tan obstinada, carajo! -gritó Eric.
Ella levantó la mano izquierda, dobló los dedos dos veces en señal de despedida y siguió andando bajo la lluvia.
Eric se quedó mirándola, absolutamente estupefacto y furioso como no recordaba haber estado en años. Esta era la reacción que había imaginado en Nancy, no en su dulce Maggie. Maldita loca, dejándolo plantado así. Conque estaba enojada. ¡Pues bien, eran dos! La dejaría cocinarse en su propia salsa durante un par de semanas hasta que se sintiera sola y lo extrañara; ¡quizás entonces lo trataría mejor!
Siguió observándola hasta que supo con seguridad que no pensaba volver, luego pateó la rueda de la camioneta, abrió la puerta y empujó la endiablada vieja puta al costado del camino. Mientras el vehículo se deslizaba hacia la banquina, cerró la puerta y volvió a mirar a Maggíe, tan distante ya que no podía distinguir el color de su ropa.
Vete, entonces, testaruda del demonio. Pero tarde o temprano tendrás que hablar conmigo. Tengo un hijo que mantener y va allí rebotando bajo la lluvia contigo. ¡Será mejor que lo cuides, por Dios!
Maggie se detuvo en la primera granja que vio y pidió utilizar el teléfono.
– ¿Papi? -dijo cuando Roy tomó la línea-. ¿Tienes el auto allí en el trabajo?
– Sí, pero ¿qué…?
– ¿Podrías venir a buscarme, por favor? Estoy en una granja sobre la carretera EE, un poco al este de la Cuarenta y dos…a ver, espera. -Preguntó a la adolescente de pelo grasoso que le había abierto la puerta. -¿Qué familia es?
– Jergens.
Por teléfono, preguntó:
– ¿Sabes dónde viven los Jergens, al sur del pueblo?
– Sí, conozco la granja de Harold Jergens, era de su familia.
– Estoy ahí. ¿Puedes venir a buscarme, por favor?
– Sí, claro, mi querida, pero ¿qué…?
– Gracias, papi. Apúrate; estoy empapada.
Cortó antes de que él pudiera hacer más preguntas.
Cuando regresaban juntos hacia el pueblo, vieron a un hombre que hacía dedo a poca distancia de allí, sobre la carretera EE. Roy comenzó a aminorar, pero Maggie le ordenó.
– Sigue, papá.
– Pero está lloviendo y…
– ¡No se te ocurra parar, papá, porque si lo haces, me bajo y voy caminando!
Pasaron junto al hombre con el pulgar levantado y Roy miró por encima del hombro.
– ¡Pero es Eric Severson!
– Ya lo sé. Que camine.
– Pero, Maggie… -Severson agitaba un puño en dirección a ellos.
– Mira el camino, papi, o te caerás a la cuneta.
Maggie tomó el volante y evitó el desastre. Cuando Roy miró otra vez hacía adelante, ella encendió la calefacción, se peinó con los dedos y dijo:
– Prepárate para recibir un golpe, papá. Te va a hacer caer las medias. -Lo miró de frente. -Estoy esperando un hijo de Eric Severson.
Roy la miró, boquiabierto. Maggie tomó el volante otra vez y enderezó el coche.
– Pero… pero… -Roy tartamudeó como el motor de un cilindro y se volvió para mirar hacia atrás, olvidándose por completo del rumbo y la velocidad.
– A mamá le va a dar un ataque -comentó Maggie con serenidad-. Calculo que esto nos distanciará para siempre. Me lo advirtió, sabes.
– ¿Un hijo de Eric Severson? ¿Te refieres a ese Eric Severson, el que acabamos de pasar?
– Así es.
– ¿Quieres decir que te vas a casar con él?
– No, papá. Él es casado.
– Bueno, ya lo sé… pero…pero… -Roy imitó otra vez un viejo Allis-chalmers.
– Es más, su mujer también está esperando su primer hijo. Pero si calculé bien, el mío nacerá antes.
Roy frenó en seco en la mitad del camino y exclamó, anonadado:
– ¡Maggie!
– ¿Quieres que yo maneje, papá? Me parece mejor. Pareces algo nervioso.
Se bajó y dio la vuelta antes que Roy pudiera digerir su intención. Maggie lo empujó con fuerza.
– Hazte a un lado, papi. Me estoy mojando.
Roy se corrió al asiento del pasajero mientras Maggie ponía el automóvil en movimiento y se dirigía al pueblo.
– Tuvimos una relación, pero terminó. Tengo que hacer planes sola, ahora y quizá necesite tu ayuda de tanto en tanto, pero soy una persona fuerte. Ya lo verás. Me sobrepuse a la muerte de Phillip e hice la mudanza aquí, vendí la casa de Seattle con todos los recuerdos y pude ocuparme de la casa nueva y arreglarla; puse en funcionamiento la hostería y pienso seguir adelante con éxito mi negocio, con bebé o sin él. ¿Crees que podré?
– No tengo ninguna duda.
– Mamá se pondrá furiosa, ¿no?
– No tengo ninguna duda.
– Es probable que no quiera dirigirme más la palabra.
– Es probable, sí. Tu madre es una mujer dura.
– Lo sé. Por eso voy a necesitarte, papi.
– Tesoro, estaré a tu disposición.
– Sabía que me dirías eso. -Roy se estaba recuperando, ante la decisión férrea que mostraba Maggie en sus intenciones.
– ¿Alguna vez oíste hablar del parto sin dolor, y de las clases de respiración y relajación de Lamaze?
– He leído algo al respecto.
Maggie le echó una mirada de soslayo.
– ¿Crees que podríamos hacerlo, tú y yo?
– ¿Yo? -Roy abrió los ojos como platos.
– ¿Crees que te gustaría ver nacer a tu último nieto?
Él lo pensó un momento, luego respondió:
– Me moriría de miedo.
– Las clases nos ayudarán a los dos a no tener miedo.
Era la primera vez que Maggie admitía estar asustada, aunque por fuera se mantenía fuerte y resistente como una viga de acero.
– A tu madre -dijo Roy con ojos chispeantes -se le van a reventar las tripas.
– ¡Papi, papi, ésa no es forma de hablar!
Ambos rieron, conspiradores unidos por un lazo repentinamente fuerte. Al llegar a la entrada del pueblo, Maggie confesó:
– Todavía no se lo he dicho a Katy. Calculo que tendré problemas cuando se lo cuente.
– Se acostumbrará a la idea. Yo, también. Y tu madre, también. De todos modos, lo que yo siento es que respondes sólo ante ti misma.
– Exactamente. Acabo de darme cuenta de eso hoy. -Maggie detuvo el coche en la cima del sendero de su casa. Había dejado de llover. Las gotas temblaban sobre las hojas y el aire olía a té de hierbas: verde, húmedo, saludable.
Maggie puso punto muerto y tomó la mano de Roy.
– Gracias por venir a buscarme, papá. Te quiero mucho. -¡Con cuánta facilidad podía decirle eso a él!
– Yo a ti, también y no voy a decir que no estoy horrorizado. Creo que mis medias quedaron por algún lado de la carretera EE.
Cuando Maggie terminó de reír, Roy bajó la vista hacia las manos entrelazadas de ambos.
– Me asombras, ¿sabes? Hay tanta fuerza dentro de ti. Tanta… -Pensó antes de añadir: -… tanta dirección. Siempre fuiste así. Ves lo que deseas, lo que necesitas y te lanzas a conseguirlo. La universidad, Phillip, Seattle, la Casa Harding, ahora esto. -Levantó la mirada. -Bueno, no es que te hayas lanzado a buscar esto, pero mira cómo lo manejas, cómo tomas las decisiones. Ojalá yo pudiera ser así. Pero no sé por qué, siempre tomo el camino que ofrece menor resistencia. No me gusta ser así, pero es la realidad. Tu madre me pasa por encima. Lo sé. Ella también lo sabe. Tú lo sabes. Pero esta vez, Maggie, voy a hacerle frente. Quiero que lo sepas. Esto no es el fin del mundo y si quieres ese bebé, entonces iré a ese hospital y demostraré al mundo que no tengo nada de qué avergonzarme ¿de acuerdo?
Las lágrimas que Maggie había contenido con obstinación hasta entonces, inundaron sus ojos mientras pasaba un brazo alrededor del cuello de Roy y apretaba la mejilla contra la de su padre. Olía a carne cruda y salchicha ahumada y loción Old Spice, una combinación querida y familiar.
– ¡Ay, papi, cómo necesitaba oír eso! Katy se va a poner tan mal. Y mamá… tiemblo de sólo pensar en decírselo. Pero lo haré. Hoy no, pero pronto, para que no pienses que voy a dejarte esa tarea a ti.
Roy le frotó la espalda.
– Estoy aprendiendo algo de ti. Presta atención. Uno de estos días voy a hacer algo que te va a sorprender.
Maggie se echó hacia atrás y le dirigió una mirada fulminante.
– ¡Papá, ni se te ocurra salir a pescar con Eric Severson! Si lo haces, me conseguiré otro compañero para las clases de preparto.
Roy rió y dijo:
– Vete adentro y ponte algo seco antes de que te resfríes y escupas a ese bebé tosiendo.
Mientras la miraba alejarse, pensó en lo que había estado pensando desde hacía cinco años. Vería cómo tomaba Vera las noticias, luego decidiría.
Capítulo 18
Maggie Stearn tenía una veta de obstinación más larga que la línea de la costa de Door County. ¡Podría hacerlo! ¡Se lo demostraría a todos! Se dedicó a adaptarse a la realidad de esa nueva e inminente presencia en su vida y al hecho de que se criaría en un ambiente sin padre. Se fortificó para la energía física y emocional que significaría desempeñar bien los dos papeles, el de madre y el de posadera. Cambió sus expectativas, excluyendo ahora la posibilidad de un marido y juntó coraje para darles la noticia a Katy y a Vera.
Pasó una semana, luego otra, pero todavía no se lo había dicho. Usaba blusas sueltas por afuera de los pantalones desprendidos en la cintura.
Una mañana a comienzos de agosto, cuando Katy estaba a menos de un mes de partir para la universidad, se despertaron luego de una noche de tormenta. El viento había desparramado por todo el jardín hojas de arce y ramas del sauce llorón de un vecino. Puesto que Todd no tenía que venir hasta dentro de dos días, Maggie y Katy salieron a rastrillarlas.
Ya a las once el calor era agobiante y se elevaba de la tierra húmeda con intensidad tropical, mientras que la brisa de la bahía era cálida y no refrescaba en absoluto, sino que traía el olor de desechos barridos a la costa rocosa por la tormenta. Eso significaba más trabajo: tendrían que rastrillar las algas y peces muertos antes de que comenzaran a descomponerse bajo el sol.
Maggie se agachó para recoger unas ramas de sauce con la ayuda del rastrillo y se enderezó en forma demasiado abrupta. Sintió una punzada en la ingle y se mareó. Dejó caer las ramas, se apretó la pelvis con la mano y aguardó a que pasara el marco con los ojos cerrados.
Cuando los abrió, Katy la estaba observando, el rastrillo inmóvil entre las manos. Durante unos segundos, ninguna de las dos se movió: Maggie, atrapada en la pose clásica del cansancio de embarazo y Katy, temporariamente enmudecida.
La expresión de Katy se tornó perpleja e interrogante. Por fin ladeó la cabeza y dijo:
– Mamá… -Fue mitad pregunta, mitad acusación.
Maggie sacó la mano de la ingle mientras que Kaly seguía mirándola. Su mirada pasó del vientre de Maggie a su rostro, luego volvió a bajar. Cuando su mente registró la idea, balbuceó: -¿Mamá… estás…? ¿No estarás…? -La idea parecía demasiado absurda para ser expresada en voz alta.
– Sí, Katy -admitió Maggie-, estoy embarazada.
Katy miró boquiabierta el vientre de su madre; estaba horrorizada. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
– ¡Ay, Dios mío! -susurró al cabo de unos segundos-. ¡Qué horror! ¡Ay, Dios mío! -Las ramificaciones de la situación fueron cayendo sobre Katy una por una, cambiándole la cara, como si fuera una flor marchitándose en fotografías sucesivas. De estupefacción a desagrado y a franco enojo. -¡Cómo pudiste permitir que sucediera algo así, mamá! -le espetó-. Cumplirás cuarenta y un años en menos de un mes. ¡No puedes ser tan tonta!
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