Lo concebí. Lo aceptaré. Me sobrepondré. Seré una supermujer. ¡Lo haré todo sola, qué demonios!
Mantuvo su fortaleza toda esa noche, aunque Katy no llamó ni volvió y durante la mañana siguiente, al afrontar su segundo día sin ayuda doméstica; durante el almuerzo rápido (un sandwich de pavita en una mano, una franela en la otra); mientras los huéspedes se retiraban y en las benditas horas de paz que siguieron a la partida y precedieron la llegada del lote siguiente.
Seguía rígidamente decidida a no llorar cuando a las dos de la tarde, la puerta de tela metálica de la cocina se abrió y entró Brookie. Encontró a Maggie inclinada sobre el lavaplatos semivacío, sacando unas fuentes plateadas. De pie en el umbral, en el estilo samurai, Brookie le dirigió una mirada de monumental pugnacidad.
– Me enteré -anunció-. Supuse que estarías necesitando una amiga.
Las defensas de Maggie se desmoronaron como los cimientos de un fuerte bajo fuego de cañón. Las fuentes cayeron al piso y Maggie se arrojó en brazos de Brookie, sollozando como una criatura de cinco años que se ha raspado la rodilla.
– Ay, Brookiiiie -lloró.
Brookie la abrazó con fuerza; el corazón le galopaba de compasión y alivio.
– ¿Por qué no viniste a verme? He estado tan preocupada por ti. Pensé que estabas ofendida por algo que dije o que hice. Que quizá no estabas satisfecha con el trabajo de Todd y no sabías cómo decírmelo. Imaginé cualquier cosa. Ay, Maggie, no puedes pasar por esto sola. ¿Acaso no sabías que podías confiar en mí?
– ¡Ay, Br… Brookie! -sollozó Maggie, dando rienda suelta a su desesperación en un acceso feroz de llanto. Se abrazó a su amiga mientras sus hombros se sacudían. -Tenía t…tanto mié… miedo de contárselo a… a… alguien.
– ¿Miedo? ¿De mí? Vamos -dijo con tono apaciguador-, ¿hace cuánto tiempo que conoces a la vieja Brookie?
– Lo… lo sé… -Las palabras brotaban cortadas por el llanto. -Pero debo pa… parecerte una i…idiota de lo peor.
– No eres ninguna idiota, así que deja de hablar así.
– Pero ya tengo edad co… como para… no cometer errores. Y le… le creííííí. -Aullando como una sirena, Maggie lloró con todas sus fuerzas.
– Así que le creíste -repitió Brookie.
– Dijo… dijo que se ca… se casaría conmigo en cuanto con… consi… guiera el div… div… -Un nuevo acceso de sollozos la sacudió y el llanto resonó en la cocina como gaitas en una pradera.
Brookie le frotó la espalda.
– Vamos, llora tranquila. Luego nos sentaremos a hablar y te sentirás mejor.
Como una niña, Maggie protestó:
– Ja… jamás volveré a sentirme bien.
Brookie la quería lo suficiente como para sonreír.
– Sí, verás que sí. Vamos, me estás llenando de mocos. Suénate la nariz y sécate los ojos. Prepararé té helado. -Extrajo dos pañuelos de papel de una caja y guió a Maggie a una silla. -Siéntate aquí. Vacíate la nariz y respira hondo.
Maggie obedeció las órdenes mientras Brookie abría la canilla y los armarios. Mientras su amiga preparó té con limón y luego lo bebieron, Maggie fue recuperando el control de sí misma y contó sus emociones, sin ocultar nada, confesando su dolor, su desilusión y sus propias culpas en un torrente ininterrumpido.
– Me siento tan crédula y estúpida, Brookie; no sólo le creí, sino que pensé que ya no podía quedar embarazada. Cuando se lo conté a Katy me dio un sermón sobre preservativos y sentí tanta vergüenza que me quise morir. Luego me gritó que jamás consideraría hermano suyo al bastardo y ahora empacó sus cosas y se fue a casa de mi madre. Y mamá… Dios, no deseo siquiera repetir las cosas que me dijo, aunque merecí cada palabra.
– Bueno, ¿ya terminaste? -preguntó Brookie con ironía-. Porque tengo algunos comentarios que hacer. En primer lugar, conozco a Eric Severson de toda la vida y no es el tipo de hombre que utilizaría a una mujer y le mentiría en forma deliberada. Y en cuanto a Katy, tiene que madurar, todavía. Sencillamente necesita tiempo para acostumbrarse a la idea. Cuando nazca el bebé, cambiará de parecer, ya verás. Y respecto de Vera… bueno, nadie dijo que educar a las madres fuese fácil, ¿no?
Maggie esbozó una sonrisita.
– ¡Y tú no eres ninguna estúpida! -Brookie señaló con el dedo la nariz de Maggie. -Yo también hubiera pensado lo mismo si hubiera tenido calores y menstruaciones irregulares.
– Pero la gente dirá…
– A la mierda con ellos. Que digan lo que quieran. Los que realmente importan te otorgarán el beneficio de la duda.
– Brookie, mírame. Tengo cuarenta años. Además de que el bebé es ilegítimo, ya no tengo edad para quedar embarazada. Soy demasiado vieja para hacer de madre y hay muchos riesgos de defectos de nacimiento a mi edad. ¿Y si…?
– ¡Ah, por favor! Piensa en Bette Midler y Glenn Close. Ambas tuvieron su primer hijo después de los cuarenta y sin ningún problema.
La actitud positiva de Brookie era contagiosa. Maggie ladeó la cabeza y dijo:
– ¿En serio?
– Sí. Así que dime: ¿Qué será, parto natural? ¿Necesitas entrenadora, o algo así? Soy profesional en lo que a partos se refiere.
– Gracias por ofrecerle, pero me ayudará papá.
– ¡Tu papá!
Maggie sonrió.
– Papá es un ángel.
– Estupendo. Pero si sucede algo y él no puede, llámame.
– Ay, Brookie -suspiró Maggie. Lo peor había pasado, la tormenta se había calmado. -Te quiero mucho.
– Y yo a ti.
Esas palabras, más que otras, curaban, devolvían la autoestima y hacían que el panorama fuera más alentador. Las dos mujeres estaban sentadas en ángulo recto, con los antebrazos apoyados sobre la mesa, junto a un jarrón con flores que Maggie había cortado durante su anterior ataque de furiosas energías.
– Creo que nunca lo dijimos antes -dijo Maggie.
– Tienes razón.
– ¿Crees que hay que envejecer antes de poder decírselo con comodidad a una amiga?
– Puede ser. Sencillamente hay que aprender que te sientes mejor diciéndolo en lugar de manteniéndolo callado.
Sonrieron y compartieron unos instantes de afecto silencioso.
– ¿Sabes una cosa, Brookie?
– Mmm…
Maggie hizo rodar el vaso frío entre las palmas de las manos, contemplando el té helado.
– Mi madre nunca me lo dijo.
– Querida… -Brookie le tomó una mano.
Maggie levantó su mirada preocupada y se permitió enfrentarse con el tremendo vacío que Vera había dejado en su interior. La habían educado cristianamente. Todas las cosas, desde los comerciales de televisión hasta las tarjetas de felicitación, le habían inculcado la norma de que no amar a un progenitor era la peor depravación.
– Brookie -dijo con solemnidad-, ¿te puedo confesar algo?
– Tus secretos son mis secretos.
– Me parece que no quiero a mi madre.
Con ojos firmes, Brookie sostuvo la mirada triste de Maggie.
Acarició la mano de su amiga en forma tranquilizadora.
– No estoy escandalizada, si eso era lo que esperabas.
– Calculo que debería sentirme culpable, pero no es así.
– ¿Qué tiene de bueno la culpa que todos creemos que debemos sentir en casos como este?
– Me he esforzado muchísimo, pero ella no devuelve nada, no da nada. Y sé que eso también es egoísta de mi parte. Uno no debería evaluar el amor a base de lo que se recibe.
– ¿Y de dónde sacaste eso, de alguna tarjeta de saludos?
– ¿No piensas que es horroroso de mi parte?
– Te conozco demasiado. Te sientes herida, lo sé.
– Es verdad. Brookie, me siento tan dolida. Ella debería estar teniéndome la mano ahora. ¿No te parece? Quiero decir, si Katy es tuviera embarazada, yo jamás le volvería la espalda. Estaría allí con ella cada instante y ocultaría mi desilusión, porque he aprendido algo en este último tiempo. Las personas que se quieren de tanto en tanto se desilusionan mutuamente.
– Bien, ese tipo de cosas sensatas me resulta mucho más creíble. Está mucho más cerca de la realidad.
– Cuando me mudé de regreso aquí, creí que sería una oportunidad para construir alguna clase de relación con mi madre, si no de franco cariño, al menos de aceptación. Siempre tuve la sensación de que no me aceptaba y ahora, bueno… dejó muy en claro que jamás lo hará. Brookie, te aseguro que me da lástima, es tan fría, tan cerrada a todo lo que sea cariño y amor. Lo peor es que tengo miedo de que Katy se vuelva igual que ella.
Brookie le soltó la mano y volvió a llenar los vasos de ambas.
– Katy es joven e impresionable, pero por lo que he visto cuando está con Todd, es cualquier cosa menos fría.
– No, creo que no. -Maggie dibujó anillos mojados sobre la mesa con el fondo del vaso. -Esto trae a colación otra cosa de la que necesitaba hablarte. Se trata de ellos dos. Creo que… que están… que son…
Levantó la vista hacia Brookie y encontró una sonrisa en los ojos de su amiga.
– Creo que la palabra que buscas es "amantes".
– De modo que tú también lo piensas.
– Me basta con ver a la hora que vuelve a casa cada noche y cómo devora la cena para salir corriendo a buscar a Katy.
– Esto me da vergüenza. Yo… -Otra vez, Maggie calló, buscando una forma delicada de expresarse. Brookie llenó el vacío.
– ¿No sabes cómo decirle a tu hija que se cuide, cuando tú estás llevando un inesperado bollo en el horno, verdad?
Maggie sonrió con pesar.
– Exactamente. Vi lo que estaba sucediendo, y no dije nada por miedo a quedar como una hipócrita.
– Bien, puedes dejar de preocuparte. Gene y yo hablamos con Todd.
– ¿En serio?
– Sí, es decir, el que habló con él fue Gene. Tenemos un acuerdo: él hablará con los varones y yo con las chicas.
– ¿Qué dijo Todd?
Brookie levantó una palma con aire displicente.
– Dijo: "Tranquilo, pa. Todo está bajo control."
Los rostros de las dos mujeres se iluminaron y ambas rieron. Bebieron té, colando sus experiencias de madres a través de los recuerdos de sus primeras incursiones sexuales. Finalmente, Maggie dijo:
– Cómo cambiaron las cosas, ¿no? ¿Puedes creer que estamos aquí sentadas hablando tranquilamente de la vida sexual de nuestros hijos como si se tratara del precio de las verduras?
– Vamos, ¿quiénes somos nosotras para acusar? Justo nosotras dos, que una vez nos arriesgamos a que nos descubrieran, en el mismo barco.
– ¿Nosotras dos? ¿Quieres decir que tú y Arnie… también?
– Sí. Arnie y yo, también.
Sus miradas se encontraron y ambas se remontaron a aquel día luego de la graduación, a bordo del Mary Deare, cuando eran jóvenes, ardientes y daban sus primeros pasos decisivos en la vida.
Brookie suspiró, apoyó la mandíbula sobre un puño y distraídamente frotó la condensación del borde de su vaso. Maggie adoptó una posición similar.
– ¿Eric fue el primero para ti, no?
– El primero y el único, aparte de Phillip.
– ¿Phillip lo sabía?
– Sospechaba. -Maggie levantó la mirada. -¿Gene sabe lo de Arnie?
– No. Yo tampoco sé sobre sus antiguas novias. ¿Por qué deberíamos contárnoslo? Fueron cosas insignificantes. Parte de nuestro paso a la madurez, pero hoy, insignificantes.
– Por desgracia, no puedo decir que mi primer amante sea hoy insignificante.
Brookie caviló un poco, luego dijo:
– Pensar que fui yo la que te di su número y te dije: "No seas tonta, ¿qué tiene de malo llamar a un viejo amigo?"
– Sí, vieja, es todo culpa tuya.
Intercambiaron sonrisas.
– ¿Qué te parece entonces si te dejo el bebé de tanto en tanto cuando tenga que salir?
Brookie rió.
– Esa es la primera cosa sensata que te oigo decir sobre el bebé. Debes de estar acostumbrándote a la idea.
– Es posible.
– ¿Sabes una cosa? No deseaba a mis dos últimos hijos, pero de algún modo se te van metiendo adentro.
La elección de palabras de Brookie las hizo reír nuevamente. Cuando terminó, Maggie se enderezó en la silla y se puso seria otra vez.
– Te voy a hacer una última confidencia, luego daré por terminada la sesión -anunció.
Brookie también se enderezó.
– Adelante.
– Lo sigo queriendo.
– Sí, eso es lo más difícil, ¿no?
– Pero estuve pensando y decidí que si me llevó seis meses enamorarme de él, debería darme por lo menos un lapso igual para desenamorarme.
¿Cómo hace uno para desenamorarse? Cuanto más tiempo pasaba Maggie sin ver a Eric, más lo extrañaba. Aguardaba el fin de su amor como un granjero aguarda el fin de su cultivo durante las semanas de sequía, viéndolo luchar y pensando: "Muere de una vez y acabemos con esto". Pero como maleza que sobrevive sin agua, el amor que sentía Maggie por Eric se negaba a marchitarse.
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