– ¡Cielos, aquí debe de haber dos docenas! -comentó la voluntaria mientras las depositaba sobre la mesita rodante de Maggie.

– ¿Tienen tarjeta?

La maternal mujer revisó el papel de seda.

– No la veo. Quizás el florista se haya olvidado de ponerla. ¡Bien, que las disfrute!

Cuando ella se fue, Maggie quitó el papel y cuando vio lo que había adentro sintió lágrimas en los ojos y se llevó una mano a los labios. No, el florista no había olvidado la tarjeta. No era necesaria ninguna tarjeta.

Las rosas eran rosadas.


Eric no vino, por supuesto, pero las flores le decían a Maggie lo que le costaba mantenerse alejado y la dejaban sintiéndose vacía cada vez que las miraba.

Vino otra persona, sin embargo; alguien tan inesperado que Maggie quedó anonadada al verla. Fue más tarde ese día, y Roy había vuelto -en su tercera visita- trayendo maní con chocolate para Maggie y un libro llamado Ramillete Victoriano, una colección de poemas pintorescamente ilustrados, impresos sobre papel perfumado. Maggie estaba con la nariz contra una página, inhalando el aroma a lavanda, cuando intuyó que alguien la miraba y levantó el rostro para ver a Anna Severson en la puerta.

– ¡Oh! -exclamó, sintiendo una punzada de angustia y tristeza.

– No sabía si sería bien recibida o no, de modo que pensé que preguntaría antes de entrar -dijo Anna. Sus rizos estaban más duros que nunca para la ocasión. Llevaba una campera de nailon roja sobre pantalones gruesos de poliéster color azul eléctrico.

Roy miró primero a Maggie, luego a Anna, pero decidió permitir que Maggie manejara la situación. Cuando pudo hablar, Maggie dijo:

– Por supuesto que es bienvenida, Anna. Pase.

– Hola, Roy -dijo Anna solemnemente, entrando en la habitación.

– ¿Cómo está, Anna?

– Bueno, muy bien no lo sé. Esos malditos muchachos míos me tratan como si no tuviera cerebro, como si no supiera lo que está pasando aquí. Eso hace que una se ponga un poco nerviosa. Por cierto, no vine aquí para ponerte incómoda, Maggie, pero parece que tengo una nueva nieta y como los nietos para mí son una bendición y me encantan, me pregunté si te molestaría que le echara un vistazo.

– Ay, Anna… -logró decir Maggie antes de echarse a llorar y abrir los brazos en señal de bienvenida. Anna fue directamente a abrazarla y calmarla.

– Bueno… bueno -dijo, palmeándole la espalda con torpeza.

El apoyo de Roy había sido una maravilla, pero se necesitaba la presencia de una mujer. Al sentir los brazos de la madre de Eric alrededor de su cuerpo, Maggie sintió que se llenaba parte del vacío emocional.

– ¡Me alegro tanto de que haya venido y que sepa lo del bebé!

– No lo hubiera sabido, de no haber sido por Barbara. Esos dos muchachones me hubieran mandado a la tumba sin decirme nada, los muy bobos. Pero Barbara pensó que yo debía saberlo y cuando le pedí que me trajera hasta aquí accedió de muy buen grado.

Apartándose, Maggie miró el rostro emocionado de Anna.

– ¿Entonces Eric no sabe que está aquí?

– Todavía no, pero se enterará cuando vuelva a casa.

– Anna, no se enoje con él. Fue tanto mi culpa como la de él… más mía, a decir verdad.

– Tengo derecho de enojarme, ¡Y de sentirme desilusionada, también! Demonios, no es ningún secreto que el chico ha deseado un bebé más que nada en el mundo y ahora lo tiene, pero resulta que está casado con la mujer equivocada. Te lo aseguro, es una situación lamentable. ¿Te importaría decirme qué piensas hacer?

– La criaré yo sola, pero no sé mucho más que eso.

– ¿Piensas decirle quién es el padre?

– Todo hijo merece saber eso.

Anna asintió con la cabeza, luego se volvió hacia Roy.

– ¿Y bien, Roy, nos felicitamos mutuamente o qué?

– Me parece que nos haría muy bien, Anna.

– ¿Dónde está Vera?

– En casa.

– Está furiosa con esto, ¿no?

– Podría decirse que sí.

Anna miró a Maggie.

– ¿No es curioso cómo actúan algunas personas en nombre del honor? Bueno, me encantaría ver a mi nieta. No, Maggie, tú descansa. Roy, ¿no le molesta acompañarme a la nursery, verdad?

– En absoluto.

Instantes después estaban juntos, contemplando a su nieta a través del cristal, un anciano con una sonrisa en el rostro y una anciana con un brillo de lágrimas en los ojos.

– Es una belleza -suspiró Anna.

– Estoy absolutamente de acuerdo.

– Mi decimotercer nieto, pero tan especial como el primero.

– Es sólo la segunda para mí, pero me perdí mucho con la primera, por estar tan lejos de ella. Pero ésta… -Su frase suspendida dejaba bien en claro que albergaba muchos sueños.

– No me importa decirle, Roy, que nunca me gustó la mujer que eligió mi hijo. Su hija hubiera sido muchísima mejor esposa. Me parte el corazón pensar que no puedan estar juntos para criar este bebé, pero eso no lo disculpa.

Roy contempló a la beba.

– ¿Las cosas han cambiado mucho desde que usted y yo éramos jóvenes, no cree, Anna?

– Y cómo. Uno se pregunta adonde iremos a parar.

Cavilaron un poco, luego Roy dijo:

– Le diré algo que ha cambiado para mejor, sin embargo.

– ¿Qué?

– Hoy en día dejan entrar a los abuelos en la sala de partos. Ayudé a mi Maggie a traer a la pequeña al mundo. ¿Puede creerlo, Anna?

– ¡Ah, vamos! ¿Usted? -Lo miró con los ojos muy abiertos.

– Así es. Yo. Un carnicero. Estuve ahí todo el tiempo, ayudando a Maggie a respirar bien y vi nacer a la pequeña. Fue algo grandioso, se lo aseguro.

– Apuesto a que sí. No tengo ninguna duda.

Volvieron a mirar a la beba y pensaron en lo maravilloso y triste que era todo.


Anna llegó a su casa a las nueve de la noche y llamó a Eric sin perder un minuto.

– Necesito que vengas. Se me apagó el piloto y no puedo encender esta maldita cosa.

– ¿Ahora?

– ¿Quieres que esa caldera vuele por los aires y me lleve consigo?

– ¿No puede mirarla Mike?

– Mike no está.

– ¿Y dónde está? -preguntó Eric, malhumorado.

– ¿Qué sé yo? No está y con eso me basta. ¿Vienes o no?

– Está bien. Estaré allí en media hora.

Anna colgó con estrépito y se sentó muy tiesa a esperarlo. Cuando Eric entró, veinticinco minutos más tarde, fue directamente a la cocina.

– No pasa nada con la caldera. Siéntate -ordenó Anna.

Él se detuvo en seco.

– ¿Cómo que no pasa nada?

– No le pasa nada, te digo. Ahora siéntate. Quiero hablarte.

– ¿De qué?

– Hoy fui al hospital y vi a tu hija.

– ¿Qué?

– Vi a Maggie, también. Barbara me llevó.

Eric maldijo en voz baja.

– Se lo pedí porque ninguno de mis hijos se ofreció. Este sí que es un buen embrollo, hijito.

– Ma, lo que menos necesito es que me retes.

– Y lo que menos necesita Maggie Pearson es un bebé sin padre. ¿Cómo se te ocurrió, tener una aventura con ella? ¡Eres un hombre casado!

Él adoptó una expresión obstinada y no dijo nada.

– ¿Nancy lo sabe?

– ¡Sí! -le espetó Eric.

Anna puso los ojos en blanco y masculló algo en noruego.

Eric la fulminó con la mirada.

– ¿Qué clase de matrimonio es ése, de todos modos?

– ¡Ma, no es asunto tuyo!

– ¡Cuando traes a un nieto mío a este mundo, de inmediato lo convierto en asunto mío!

– ¡Parece que no te das cuenta de que yo también sufro!

– ¡Me tomaría un momento para compadecerte si no estuviera tan furiosa contigo! Puede ser que tu mujer no sea la luz de mis ojos, pero sigue siendo tu mujer y eso te da responsabilidades.

– Nancy y yo estamos intentando arreglarnos. Ella está cambiando. Se está esforzando desde que perdió el bebé.

– ¿Qué bebé? Yo tuve cuatro y perdí dos más, y sé qué aspecto tiene una mujer embarazada cuando la veo. ¡Ella estaba tan embarazada como yo!

Eric se quedó mirándola, boquiabierto.

– ¿Qué carajo estás diciendo, Ma?

– Ya me oíste. No sé a qué está jugando, pero no pensaba estar embarazada de cinco meses. ¡Pero si no tenía ni un granito en la panza!

– ¡Ma, estás loca! ¡Por supuesto que estaba embarazada!

– Lo dudo, pero eso no tiene ninguna importancia. Si sabía que andabas con Maggie, probablemente mintió para retenerte. Pero de lo que quiero asegurarme es de que comiences a comportarte como un marido… de cuál mujer no me interesa. Pero de una sola, Eric Severson, ¿me entiendes?

– ¡Ma, no comprendes! El invierno pasado, cuando comencé a ver a Maggie, tenía todas las intenciones de dejar a Nancy.

– Ah, y eso te disculpa, ¿no? ¡Pues escúchame bien, hijo! Te conozco, sé cómo te afecta esa hija tuya y a menos que me equivoque, piensas andar detrás de Maggie y ver a la pequeña de tanto en tanto y jugar al padre un poco. Muy bien, hazlo si es lo que eliges. Pero si empiezas a hacerlo ahora, ya sabes qué otra cosa renacerá. No soy tonta, sabes; vi esas rosas en su habitación y vi la expresión de ella cada vez que las miraba. Cuando dos personas se quieren así, y encima tienen un bebé, la situación se torna difícil de controlar. Así que muy bien, ve a ver a tu hija y a su madre. ¡Pero antes libérate de la mujer que tienes! Tu padre y yo te educamos para que supieras distinguir entre el bien y el mal y tener dos mujeres está mal, lo mires por donde lo mires. ¿Me comprendes?

Con la mandíbula apretada, Eric respondió:

– Sí, con claridad.

– ¿Y me prometes que no volverás a aparecer en la puerta de la casa de Maggie hasta que tengas el papel del divorcio en la mano?

Al no recibir respuesta, Anna repitió:

– ¿Me lo prometes?

– ¡Sí! -gruñó Eric y salió de la casa cerrando la puerta de un golpe.

Capítulo 20

Eric tuvo que ejercer todo su autocontrol para no lanzarse sobre Nancy con las sospechas de su madre en cuanto entró en la casa. Sus emociones estaban en carne viva y se sentía muy confundido. De todos modos, ella estaba dormida. Eric se tendió a su lado, preguntándose si Ma tendría razón, rememorando fechas. Ella le había dicho que estaba embarazada de cuatro meses a mediados de julio y él le había comentado que no se le notaba. ¿Qué había dicho Nancy? Algo acerca de que la mirase desnuda. El lo hizo, tiempo después, y se maravilló ante su continua delgadez, pero Nancy le explicó que hacía ejercicios diarios, se cuidaba mucho con la comida y, además, que el médico le había dicho que el bebé era pequeño. A fines de agosto, cuando anunció que lo había perdido, habría estado en el quinto mes. Trató de recordar qué aspecto tenía Barb en el quinto mes de embarazo, pero Barb era más corpulenta y además, ¿qué hombre salvo un padre evalúa el tamaño de una mujer en términos de meses de gestación? ¿Y Maggie? Había estado de casi cinco meses cuando lo dejó plantado bajo la lluvia y al igual que Nancy, no había estado usando ropa de futura mamá. Quizá Ma estuviera equivocada, después de todo.

Por la mañana, fue al escritorio de Nancy con la excusa de archivar los recibos de las cuentas pagadas tres días antes. Estaba de pie delante del cajón abierto de un alto fichero metálico cuando ella pasó por el corredor.

– Eh, Nancy -dijo, obligándose a hablar como al descuido-, ¿no debería habernos llegado una cuenta de ese hospital de Omaha?

Ella reapareció en la puerta, elegante y esbelta con unos pantalones grises y un pulóver grueso.

– Ya la pagué -respondió y se dispuso a marcharse.

– ¡Un momento!

Regresó con aire impaciente.

– ¿Qué pasa? Tengo que estar en la peluquería a las diez.

– ¿La pagaste? ¿Quieres decir que no te la cubrió el seguro? -Nancy tenía una excelente cobertura médica a cargo de Orlane.

– Sí, claro que sí. Es decir, me lo reintegrarán cuando envíe los papeles.

– ¿Todavía no lo hiciste? -Nancy era la persona mas eficiente que conocía en lo que a papeles se refería. Atrasarse tres meses con un trámite era totalmente insólito en ella.

– Eh, ¿qué es esto, una Inquisición? -replicó, fastidiada.

– Quería saber, nada más. ¿Qué hiciste, pagaste el hospital con un cheque?

– Creí que teníamos un acuerdo: tú te ocupas de tus cuentas, yo de las mías -respondió Nancy y se marchó, apurada.

Una vez que ella partió, Eric se puso a revisar los archivos con más atención. Debido a los viajes de ella, era más cómodo para ambos tener cuentas individuales, pero como Nancy siempre tenía mucho papelerío que hacer, Eric se encargaba de pagar las cuentas de la casa. La cobertura médica era una de esas zonas grises que cruzaban los límites, puesto que él también estaba incluido en la póliza de ella. Por lo tanto, los papeles de ambos estaban archivados juntos.