La respiración de ella hizo de nuevo aquel gracioso sonido entrecortado. Yeager notó que ella no se había movido del sitio. Hasta ahora había creído que cuando Zoe se quedaba quieta quería decir que estaba confundida o desconcertada. Pero ya no estaba tan seguro de eso.
– ¿Qué…? -empezó a decir Zoe, pero se interrumpió y él la oyó tragar saliva-. ¿Qué señales te he estado mandando?
Yeager se encogió de hombros.
– Ya te lo he dicho, seguramente te he malinterpretado. Tienes novio, ¿no es así? Espero que puedas detenerle antes de que le dé una paliza a un hombre ciego.
– ¿Por qué tendría mi… mi novio que querer pegar a un hombre ciego? -dijo ella con cautela.
Él sonrió tristemente.
– Porque he estado coqueteando contigo, cariño. Y la parte en la que me estaba equivocando era en que creía que tú te lo estabas pasando bien. -Sonrió de nuevo-. Hazme un favor y dime que no te he parecido tan estúpido como ahora me siento.
– No me has parecido estúpido en absoluto.
Él sonrió tristemente.
– Ahora lo dices solo para ser amable.
– No -contestó Zoe en voz baja. Él oyó de nuevo cómo tragaba saliva-. Para serte sincera, no tengo novio.
Yeager alzó las cejas, pero enseguida se encogió de hombros.
– Está bien. Aunque imagino que si sales a ligar no voy a ser yo uno de tus pretendientes favoritos.
Ella se quedó de nuevo en silencio.
– ¿Zoe?
– No sé exactamente qué has querido decir, pero…, bueno, tampoco suelo ligar. Soy bastante… solitaria. No suelo tener compañías masculinas.
Yeager se obligó a pinchar un trozo de tortita de patata. Se metió el tenedor en la boca y tragó el bocado. El sabor extasió sus papilas gustativas, pero aquella delicia no hizo que desapareciera su sorpresa.
– Mira…, bueno, la verdad es que estoy muy ocupada -dijo Zoe-. No he encontrado… No he buscado… -Su voz se apagó-. Simplemente, no tengo.
Yeager se quedó helado, con un segundo bocado ensartado en el tenedor a medio camino entre el plato y su boca. ¿No tenía qué? Dejó el tenedor en el plato.
– Bien.
Demonios, ¿qué significaba ese «no he…»?, pensó él.
– Bien -repitió ella.
– Bien, pero todavía lamento que se me hayan cruzado los cables. -Aquellos dedos helados eran la prueba de que su ceguera le había hecho tan torpe como un novato manejando el brazo mecánico del transbordador espacial-. Deberías haberme dicho simplemente que no estabas interesada. O que no te atraigo en absoluto.
Ella seguía inmóvil y en silencio. Al cabo de un momento murmuró algo.
– ¿Qué? -preguntó él.
– No creo que hubiera podido decirte eso.
Aquella confesión en voz baja no debería haber sido para él una gran sorpresa. Pero durante un instante -un sorprendente e inesperado instante- él volvió a sentir la misma emoción de alto voltaje que sintiera la primera vez que vio su nombre en la lista de los tripulantes del transbordador espacial. Al oír aquella noticia, la sangre se le agolpó en la ingle.
Yeager dejó escapar un lento suspiro. Por Dios, la ceguera le estaba jugando realmente malas pasadas. De manera que aquella mujer admitía que la atracción era mutua. Una mujer joven de dedos fríos, con un perfume delicioso, y que le hacía sentirse confundido y excitado. Pero no había ninguna razón para estar tan contento.
Y tampoco tenía ningún sentido intentar hacer algo con ella inmediatamente.
Volvió a agarrar el tenedor, decidido a tomarse las cosas con un poco de calma. No hacía falta tener un cerebro entrenado por la NASA para darse cuenta de que Zoe era una mujer asustadiza. Tendría que ir poco a poco con ella. Provocarla un poco más. Dejar que siguiera gruñendo. Y esperar a que se sintiera cómoda a su lado antes de pretender acercarse más a ella. Pero podía esperar.
Especialmente cuando estaba tan seguro como ahora de que, de alguna manera, Zoe podría ayudarle a recuperar la visión.
Y por suerte para él, ella no parecía menos dispuesta.
La silla que había junto a la suya chirrió contra el suelo y ella se sentó a su lado. Su dulce aroma flotaba a su alrededor y eso le hizo sonreír. Hoy no, tampoco mañana, pero pasado mañana la volvería a tocar. La haría estar a la expectativa, imaginando cómo volvería a encontrar la manera de pasear de nuevo sus dedos sobre la piel de ella.
– ¿Yeager?
– Hum.
Ella pronunciaba su nombre como no lo había hecho nunca nadie. Quizá porque no la había visto nunca con los ojos, la sentía mucho más a través de todos los demás sentidos. Su voz tenía un tono de vulnerable indecisión y una dulce calidez, y ambas cosas estaban envueltas por un timbre ronco que era como una cinta de terciopelo.
– No quiero que te hagas una idea equivocada.
Oh, ahora ya sabía que sus ideas no eran tan equivocadas. Desde el momento en que se habían conocido, había sentido por ella algo diferente. Ella le había devuelto algo de su vida anterior y él estaría muy contento de poder devolverle el favor. Yeager le dedicó una sonrisa.
– ¿De qué estás hablando, cariño?
– Ese «cariño»…
Yeager no se molestó en aparentar que se sentía avergonzado.
– No es más que una costumbre. Nunca me he quedado demasiado tiempo en ninguna parte; la vida de piloto, ya sabes. Pero la mayor parte del tiempo he estado en Houston y se me ha pegado un poco la jerga del sur.
Apoyó la espalda en el respaldo de la silla, satisfecho por haber dejado que las cosas se cocieran entre ellos a fuego lento por ahora.
– Mira, estoy intentando ser sincera contigo -dijo ella.
– Y te lo agradezco. Pero deja que te diga algo: cuando no le puedes ver la cara a la otra persona, pierdes casi la mitad del significado de lo que dice. De ahora en adelante, simplemente dime las cosas bien claras, ¿de acuerdo, cariño?
– ¿Quieres que sea clara?
– Por supuesto -contestó Yeager sonriendo con aire de superioridad-. Directa desde el corazón. Sincera.
La oyó tomando aliento.
– Bien, Yeager. Verás… -Su voz se apagó y Zoe volvió a tomar una buena bocanada de aire-. Aunque no puedo asegurarte que no pudieras hacer… algo por mí, sí puedo decirte que no estoy interesada. ¿Entiendes la diferencia?
Yeager parpadeó desde detrás de los cristales oscuros de sus gafas.
– ¿Qué?
Nadie hubiera imaginado en ese momento que aquel hombre había conseguido sacar la nota más alta en la academia militar de pilotos de élite.
– No estoy interesada -repitió ella y a continuación su voz adquirió un tono más animado-. Pero te voy a ser franca. Y te diré que francamente me gustaría poder ayudarte a conocer a alguna otra.
Capítulo 5
– Y cuando ella te dijo que te buscaría otra mujer, ¿tú qué le dijiste? -preguntó Deke sin molestarse en disimular el tono de burla de su voz.
Yeager reprimió el juvenil impulso de hacerle un corte de mangas a su amigo.
– ¿Qué te imaginas que le dije? Le dije que me parecía bien.
Deke soltó un silbido.
– No me lo puedo creer. ¡Una cita a ciegas para mi Yeager! -Y luego, como si hubiera hecho el juego de palabras más inteligente del siglo, se echó a reír aún más fuerte.
Yeager apretó los dientes. Le había estado contando a Deke todos los detalles de su conversación con Zoe: sus dudas sobre si había interpretado mal sus insinuaciones, la manera en que ella le había dejado claro que no era así y su consiguiente propuesta de presentarle a alguien.
– Pero ¿estás seguro de que te va a buscar una cita con alguna otra mujer? -preguntó Deke volviendo a reír-. Recuerda la primera idea que tuvo sobre ti.
Por lo que sabía Yeager, ella estaba dispuesta a buscarle una cita con alguna pueblerina, y él se lo había tragado, porque habría sido un estúpido de haber dado a entender a Zoe que aquella idea no le interesaba en absoluto.
Se había quedado sin palabras. Y sentado a la mesa de la cocina, se había sentido como si fuera un pulpo en un garaje, mientras ella le explicaba que le gustaba la vida que llevaba y que era bien conocida en la isla por sus habilidades de casamentera. Y luego ella le había prometido que le encontraría una pareja entre las mujeres de la isla.
Entonces él había «agradecido profundamente» su propuesta y había fingido que estaba de acuerdo con aquel arreglo. Zoe le había confesado que ya tenía en mente a un par de amigas suyas.
Era gracioso; él no recordaba haberle dicho que sí.
Pero, maldita sea, era como si se lo hubiera dicho. Ya tenía bastantes problemas sin necesidad de relacionar la recuperación de su visión y de su libido con Zoe. Ambas cosas eran solo cuestión de tiempo y no tenían nada que ver con Zoe.
Cualquier otra mujer podría ofrecerle lo mismo. Cualquier otra mujer que -aunque quizá no supiera cocinar tan bien- no lo colocara del revés con una lógica que lo ponía todo patas arriba. Cualquier otra mujer que -aunque no tuviera un olor tan erótico como ella- no se pusiera a temblar cada vez que él la tocaba.
Sí. Probablemente Zoe le había hecho un gran favor.
Varias noches después, Yeager estaba sentado en el patio trasero de su apartamento, esperando con crispación a que Mickey Mouse se pusiera a cantar. La hija pequeña de uno de sus compañeros en el programa espacial le había mandado un reloj de la marca Disney al saber que se había quedado ciego. Cada cuarto de hora Mickey le decía qué hora era. Y cada hora añadía con voz chillona una no precisamente corta estrofa de It's a Small World.
Cada vez que sonaba el reloj, a Yeager le entraban ganas de matar a aquel ratón con sus propias manos. Pero todo el mundo sabe que la preparación de los astronautas incluye el entrenamiento en la selva. De manera que, por la noche, cuando su resistencia era menor y sus instintos estaban a flor de piel, se aseguraba de amortiguar el sonido de aquel reloj metiéndolo en un cajón bien envuelto entre las mangas de un jersey. Solo eso podía mantener a Mickey vivo para que pudiera ver amanecer un día más, eso y el recuerdo de la promesa que le había hecho a la pequeña Jenny de que le devolvería aquel reloj en cuanto recobrara la vista.
Sin embargo, la mayoría de los días dejaba el reloj en el cajón y no se preocupaba de saber qué hora era. Eso era algo que le había importado cuando estaba en Houston, acostumbrado a un estricto programa diario. Pero desde que llegó a la isla de Abrigo no se había preocupado de la hora ni una sola vez. Y aquella noche había sacado a Mickey del cajón solo porque le había dicho a Zoe que a las ocho pasaría por su casa.
Respiró profundamente. El aire de la noche era tan fresco que casi le quemaba la garganta al aspirarlo. Dejó que aquella fragancia de la isla le llenara los pulmones. Era un olor fuerte, en parte salado y en parte húmedo, y envuelto en esencias de hierbas que le transmitían una calma antigua. Se quedó escuchando el silencio, pero de repente se dio cuenta de que no todo en la noche estaba en calma. Los grillos frotaban sus alas, los pájaros piaban y los cuervos soltaban sus guturales graznidos. Nunca antes había sido tan consciente de los sonidos naturales de la tierra.
De pronto, desde donde estaba Haven House, un ruido que retumbaba en la oscuridad rompió la tranquilidad de la noche. El estrépito sonaba como si alguien le hubiera levantado la tapa a un bidón de notas desafinadas de los peores instrumentos musicales. Yeager se encogió de miedo cuando otro coro de ruidos estruendosos se unió al primero. El empaste que tenía en una de sus muelas traqueteó a modo de protesta.
Yeager se puso en pie de un salto. Fuera o no temprano para la hora de la cita, tenía que recorrer inmediatamente los sesenta y cuatro pasos que le separaban de la puerta de la cocina de Haven House. A menos que estuviera equivocado, o Zoe o Lyssa -o acaso las dos- estaban en aquel momento asesinando a un acordeón. O posiblemente a un saxofón. Y teniendo en cuenta los impulsos homicidas que sentía hacia Mickey, pensó que probablemente les podría echar una mano.
En la cocina se encontró con Lyssa. Aun en medio del estruendo de la música que ahora se oía mucho más fuerte, pudo darse cuenta de que la que estaba allí era la hermana de Zoe: olía a té de roca.
– ¡Hola, Lyssa! -gritó él por encima de otra andanada de ruidos de instrumentos torturados.
Ella le contestó con una sonrisa y con su elevado tono de voz.
– Buenas noches, Yeager. ¿Cómo has sabido que era yo?
Él se encogió de hombros y le contestó hablando a gritos para hacerse oír por encima del ruido.
– Te siento de una manera diferente que a Zoe. Ella se mueve con gestos bruscos. Pero tú tienes diferente…
– Aura -añadió Lyssa-. Eso es que sientes nuestras diferentes auras.
Yeager alzó las cejas. Ah, es verdad, técnicamente la isla estaba en California.
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