– Bueno, sí, puede que sea eso. -Yeager volvió la cabeza en dirección a la sala de estar-. ¿Hay alguien ahí dentro llevando a cabo un exorcismo?

Lyssa se echó a reír mientras las notas disonantes empezaban a bajar de volumen.

– Chis. Se trata del proyecto preferido de Zoe.

– ¿Y los que tocan son sus animales preferidos?

Lyssa se rio de nuevo.

– No. Es…

Yeager oyó el chirrido de la puerta de vaivén de la cocina y de golpe la habitación se llenó de la energía y del inconfundible olor de Zoe.

– Es la banda municipal de la isla -dijo Zoe-. Y están ensayando para un concierto importante. -Su voz sonó de nuevo malhumorada-. Y tú has llegado demasiado pronto.

– No podía esperar más para conocer a esas mujeres de las que me has hablado -se disculpó él riendo.

Zoe no contestó nada.

– Se ha quedado sin palabras -murmuró Lyssa mientras pasaba a su lado, con un deje de humor en la voz-. Increíble.

– ¿Quieres que vuelva más tarde? -preguntó Yeager sonriendo de nuevo.

Casi pudo notar la mueca en la cara de Zoe.

– No importa. Puede que si las conoces ahora el resto de nosotros podamos trabajar un poco más tranquilos.

– ¿El resto de vosotros? -preguntó él.

– También tenemos una reunión de la organización del Festival del Gobio. Un festival de dos días que tendrá lugar a final de mes, y tenemos un montón de trabajo por delante.

– Especialmente la banda municipal de la isla -dijo Yeager asintiendo seriamente con la cabeza.

Desde donde estaba Lyssa le llegó una risita ahogada. Zoe tan solo gruñó.

– Hazme un favor y guárdate tus pensamientos para ti, ¿de acuerdo? Estoy intentando convencer a la organización de que la banda estará preparada para actuar en el desfile del festival.

Personalmente, Yeager opinaba que aquella banda no estaría preparada ni en una década, así que mucho menos en un mes, pero de todos modos le preguntó cortésmente:

– ¿Y qué pieza estaban tocando cuando yo llegué?

La voz de Zoe sonó de nuevo malhumorada.

– Depende de por quién preguntes. El acordeón, la guitarra eléctrica y el saxo creían que se trataba de Beyond the Reef. El banjo, la flauta y la pandereta tocaban Mr. Bojangles.

Yeager se las apañó para tragarse la risa.

– Bueno, pues ahí lo tienes. Que toquen todos la misma canción y la banda será perfecta.

– Para los niveles de la banda municipal eso estaría bastante bien -suspiró Zoe.

Yeager giró la cabeza intentando no echarse a reír. Pero por todos los demonios, aquel lugar era cien veces más divertido de lo que jamás hubiera esperado. Había creído que aquel era un sitio para esconderse mientras se curaban sus heridas, pero en lugar de eso Zoe le había hecho salir de su escondite para ahogarse de la risa. Cada día que pasaba cerca de ella el peso que sentía sobre sus espaldas le resultaba más ligero.

Sacudiendo mentalmente la cabeza, se volvió de nuevo en dirección a ella.

– Debería conocer a esas mujeres que me has buscado. ¿Son acaso miembros de la banda?

– No. Pero sí están en la organización del festival. Y si las distraes con tu fulgor te echaré a la banda municipal encima.

Él notó cómo Zoe le agarraba del brazo y aprovechó para llenarse los pulmones del olor de ella.

– ¿Así que deslumbro?

La puerta de la cocina chirrió cuando ella la empujó para que cruzaran al otro lado.

– Como los diamantes de imitación.

Una vez más, él no pudo reprimir una sonrisa.

– Me encanta cuando me replicas de esa manera.

– Guárdate las zalamerías para las mujeres a las que te voy a presentar.

Zoe hizo que se detuviera justo al cruzar la puerta de la cocina. Yeager pudo oír una mezcla de voces y notas musicales que le llegaban desde la sala de estar. Zoe debía de haberse puesto de puntillas, porque de pronto notó que tenía la boca a la altura de su oreja.

– Las tres están sentadas en el sofá que hay a tu izquierda. La rubia Susan y la morena Elisabeth son las dos con las que me oíste hablar la otra tarde. Y para que hubiera de todo, he hecho venir también a una pelirroja: Desirée.

Al pronunciar aquel nombre, la palabra despidió una oleada de aliento cálido que le rozó la nuca y el lóbulo de la oreja. Pero él trató de ignorarlo.

– Desirée. Parece un nombre muy sugerente.

El aliento de ella alcanzó su mejilla mientras exclamaba a media voz:

– Sin duda. -Tiró de nuevo de su brazo-. Pero creo que será mejor que lo pasemos por alto. Y por cierto, todos saben que quieres mantener en secreto quién eres, y las mujeres a las que te voy a presentar están también convenientemente advertidas.

– ¿Convenientemente advertidas? -preguntó Yeager haciendo que ella se detuviera.

Zoe dejó escapar un suspiro.

– Yo soy una casamentera, Yeager. Y con un hombre como tú, no puedo prometerles nada.

– ¿Y qué es lo que sueles «prometerles»?

– Que espero que sean una pareja estable y feliz, ese tipo de cosas. Un hombre y una mujer que puedan pasar juntos el resto de sus vidas. Como ya te he dicho, contigo no puedo darles ninguna garantía. Cero.

¿Cero?, pensó él.

– Yo no he sido nunca un cero.

– Créeme, cariño -dijo ella con un tono de voz dulcemente mordaz y descocado-, esta vez eres un cero.

Él alzó la mano que tenía libre. La suerte quiso que se topara con la cara de Zoe y le frotó la curva de la mejilla con los nudillos.

– ¿Por qué no dejamos que sea Desirée quien juzgue por sí misma?

Ella volvió a refunfuñar, esta vez en voz alta, y tiró de él con prisa hacia la sala de estar. Se hicieron las presentaciones y a continuación Yeager se encontró sentado en una silla delante del sofá en el que estaban las tres aspirantes.

Eso era lo que él pensaba de ellas, por la manera en que habían reaccionado ante él, como si fuera el juez en un concurso de belleza, que tuviera que puntuar sus encantos, su simpatía y sus potenciales contribuciones en el mundo. Cuando acabó la parte formal de aquel encuentro, y él y las tres mujeres empezaron a charlar, Yeager intentó encontrar en ellas algún interés. De verdad.

La aspirante número tres, Desirée, se esforzaba realmente todo lo que podía. Tenía una voz seductora y sexy, utilizaba un perfume caro y, al poco de que los hubieran presentado, le puso una mano en la rodilla. Él notó aquella caricia e intentó imaginarse sus dedos largos, su brazo esbelto, su cabello rubio ondulado y un rostro de modelo. También intentó responder a su gesto, pero el ritmo de su pulso seguía siendo estable y su piel seguía estando fría.

Y para desbaratar aún más sus esfuerzos, le distrajo la voz de Zoe, que estaba sentada en una silla justo a su lado y se dedicaba a hablar apasionadamente de la banda; él se daba cuenta de que no lograba convencer a nadie.

– La banda municipal siempre ha participado en el desfile -dijo ella-. Durante treinta años.

La voz de un hombre mayor le replicó.

– Pero Zoe, los Lindstrom se trasladaron el año pasado al continente. El viejo Burt ha ido a visitar a su hija y pasará allí todo el verano, y el joven Burt se ha roto una muñeca y no va a poder tocar. Y todos sabemos que esos cuatro han sido el corazón de la banda durante la última década.

La agitación de Zoe llegó hasta él en oleadas.

– Pero…

– Zoe -otra voz masculina la interrumpió-: Yo todavía estoy pensando que deberíamos cortar por lo sano y cancelar el festival.

Ella refunfuñó en voz alta.

– William, ya hemos discutido eso antes. Todos los que vivimos en la isla dependemos de una manera o de otra de los turistas. Y el turismo depende del Festival del Gobio.

La primera voz volvió a intervenir.

– Y el festival depende de los gobios, Zoe. Si nos gastamos todo ese dinero en el festival y esos peces no aparecen, ¿no se sentirán engañados quienes hayan venido a verlos?

– Los gobios volverán este año. -La voz de Zoe era aguda y tenía un tono extraño, casi de desesperación-. Nada va a hacer que la vida cambie aquí, nunca.

Varias voces más se metieron en la discusión.

¿Nada va a hacer que la vida cambie aquí, nunca? Yeager se acomodó en su silla y trató de olvidar las extrañamente insistentes palabras de Zoe volviendo a dirigir su atención hacia la perfumada y sensual Desirée. Pero en cuanto oyó de nuevo la preocupada voz de Zoe, los detalles del negocio de vidrieras de colores que regentaba Desirée no pudieron mantener su atención.

– Perdóname -le dijo interrumpiéndola-, ¿me podrías explicar de qué trata la conversación?

Desirée suspiró, pero afortunadamente no pareció que fuera a darle largas.

– De nuestras vidas y del problema con el que nos estamos enfrentando en este momento.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Yeager.

– Hay gente que cree que los gobios de cola de fuego no regresarán a la isla este año. El año pasado vinieron muy pocos. Se dice que la culpa la tienen los cambios de las corrientes de agua del Pacífico. Así que ¿qué podemos hacer nosotros? -Volvió a suspirar-. ¿Cancelar el festival? Y si lo hacemos y resulta que vuelven a aparecer esos peces, ¿qué pasaría? ¿O seguir celebrando el festival y tragarnos la decepción cuando veamos que los peces no han vuelto este año? Y si es que no van a regresar jamás, quizá deberíamos ir empezando a hacer el equipaje.

– ¿Por qué?

– Abrigo se moriría -contestaron Susan y Elisabeth uniéndose a la conversación.

– ¿Estáis seguras? -dijo Yeager frunciendo el entrecejo.

– Necesitamos turistas para sobrevivir -añadió Desirée-. El festival atrae a la isla a mucha gente que supone la mayor parte de nuestros ingresos.

– ¿Qué sería de Capistrano sin las golondrinas? -intervino Susan.

– ¿O de McDonalds sin las patatas fritas? -añadió Elisabeth.

Desirée introdujo un poco de sentido común en la conversación.

– Es verdad que recibimos turistas durante todo el año, pero eso no es nada comparado con la época del festival. Y sin esos peces aquí, la verdad es que hay montones de sitios de playa mucho más baratos en el continente y de más fácil acceso. La isla de Catalina, por ejemplo, está mucho más cerca del continente y es mucho más conocida.

– Zoe parece estar convencida de que esos peces regresarán este año -dijo Yeager moviendo la cabeza.

Los dedos de Desirée se apretaron alrededor de su rodilla.

– Zoe quiere que vuelvan -dijo ella-. Lo mismo que todos nosotros, pero querer es una cosa y conseguirlo es otra completamente diferente.

Yeager hizo una mueca. Parecía que Zoe estaba metida en problemas, y esa era otra buena razón para estar agradecido por el hecho de que ella hubiera desviado su atención de él. Yeager era del tipo de personas que prefieren no meterse en complicaciones, de manera que siempre salía volando cuando se cruzaba con mujeres que apostaban muy alto.

Por supuesto que deseaba lo mejor para Zoe, pero se volvió de nuevo hacia Desirée sin remordimientos y le ofreció una de sus más seductoras sonrisas.

Ella siguió manteniendo la mano apoyada en su rodilla y continuó su charla con él. Susan y Elisabeth empezaron a preguntarle cosas sobre su vida, una táctica que debería haber funcionado como un hechizo. Pero aunque tenía allí delante bastantes cosas que podían tenerlo ocupado, la voz de Zoe no dejaba de interponerse, infiltrándose en su mente. Por supuesto que seguía conversando de temas sin importancia con aquellas tres mujeres, y continuaba sonriendo, pero poco a poco se fue acomodando en su silla y se fue apartando de la conversación.

Entretanto, Zoe seguía defendiendo su posición en cuanto al Festival del Gobio con una voz cansada y casi desesperada. Aquel sonido lo tenía atrapado y, sin siquiera pensarlo, Yeager acabó de deslizarse unos pocos centímetros más a un lado en su silla, hasta que su brazo se rozó con el de Zoe como una silenciosa e inusitada manera de ofrecerle su apoyo moral.

Con la mano de Desirée apoyada en una rodilla, cuando su antebrazo presionó contra el brazo de Zoe, Yeager se quedó rígido.

Automáticamente su cuerpo reaccionó a aquel roce, excitándose de nuevo, tal y como tenía que ser, tal y como había estado esperando que sucediera.

Aunque como respuesta a la mujer equivocada. Como respuesta a Zoe.

Y a pesar de que podía pensar en más de cuarenta razones para mantenerse alejado de ella, supo que ninguna de ellas le importaba en absoluto.

Capítulo 6

Deke no podía creer que la vieja cabaña en el árbol todavía estuviera allí. La última vez que había estado en la isla no había ido a comprobarlo. Pero aquella tarde, después de podar la maleza que rodeaba la casa de su tío abuelo, había visto el viejo roble -treinta años más viejo de lo que lo recordaba- con sus fuertes y largas ramas extendiéndose horizontalmente aún más lejos y las ramas altas como nudosos dedos que se alzaban hacia el cielo.