Después utilizó las manos, apartándolas de los hombros de ella y pasándoselas por el cuello hasta llegar a abarcar toda su cara. Ahora que ella parecía más confiada, podía arriesgarse a recorrer su cuerpo, y de esa manera también le sería más fácil encontrar su boca. Le pasó los labios por las sienes, por encima de las cálidas cejas, y luego trazó con la lengua un pequeña línea recorriendo su corta y recta nariz. Zoe no se rio.

Ella no hacía nada más que temblar y apretar la mano que tenía apoyada con fuerza en su pecho. Con tanta fuerza que si no hubiera llevado puesta la camiseta le habría dejado marcas.

Más tarde le permitiría que lo hiciera.

Yeager volvió a sonreír y luego pasó la lengua por encima de la pequeña punta de su nariz. El aliento de Zoe le llegaba cálido y húmedo frotándole la mejilla. Su boca estaba exactamente debajo de sus labios -no había posibilidad de equivocarse- y dispuesta para que él la tomara.

Zoe volvió a emitir otro sonido de súplica y entonces él se aproximó más a ella, preparándose para probar por primera vez su verdadero sabor.

Pero ella le besaba como un niño con tirantes, con los labios tan apretados y tensos como habían estado sus hombros hasta hacía un momento. Yeager se apartó un poco de ella.

– Cálmate, cariño.

– Estoy calmada -contestó Zoe con los dientes apretados.

¡Bueno, demonios, él había notado que tenía los dientes apretados!

Yeager le acarició el cabello con los dedos.

– No es más que un beso, Zoe. Dame una oportunidad.

– Te estoy dando una oportunidad.

Ahora su voz sonaba un tanto contrariada, como si él hubiera encontrado algún defecto en algo que ella había estado practicando durante mucho tiempo.

Cielos. ¿Qué tipo de mujer puede besar a un hombre como si fuera un compañero de clase de segundo de primaria? Una idea espantosa le pasó por la cabeza, y le dio un vuelco el corazón. Se apartó un poco para mantenerse alejado del torbellino de aquel hechizador perfume.

– Oye, Zoe, dime ¿qué edad tienes exactamente?

– Veintisiete.

¡Vaya!, pensó Yeager sintiendo que sus rodillas se relajaban con alivio.

– Ah, entonces está bien.

– ¿Qué es lo que está bien, entonces?

– Esto.

Esta vez él agachó la cabeza con determinación. Sus labios se apretaron contra los labios de ella. Los encontró a la primera, y ahora no le sorprendió notar que ella los tenía tan fuertemente apretados como una abuelita. Jugueteó pasando la punta de la lengua por el contorno de su boca y luego mordiéndole ligeramente los gruesos labios, para sorpresa de ella.

Zoe soltó un leve chillido.

Entonces él aprovechó para meter furtivamente la lengua en la pequeña abertura entre su labios.

Ella tembló de los pies a la cabeza, pero a continuación abrió la boca para dejar que él le introdujera la lengua cómodamente.

Y justo antes de que Yeager decidiera aceptar aquella invitación, se dio cuenta de que ella apenas sabía cómo besar y comprendió por qué se había sentido tan asustada hasta entonces.

Seguramente tenía razón para haberse sentido asustada.

Zoe tenía un sabor maravilloso. Aquel beso le explotó en la boca con el fuego y la fuerza de un cohete de ignición. Yeager metió los dedos entre el pelo de ella y luego los deslizó hacia abajo por la espalda para mantenerla pegada a él.

Zoe estaba temblando de nuevo -o quizá era él quien temblaba- y Yeager trató de calmar a quien fuera de los dos que lo hacía con un suave toque de la lengua sobre la boca de ella. Uno de los dos gimió. Había sido Zoe -estaba seguro-, porque su propio cuerpo estaba enviando cada pizca de energía que le sobraba hacia abajo. En un instante, todo su sistema nervioso se concentró en provocarle una erección. Una descarada erección.

Sexo.

Aquella necesidad se hizo sitio en su cerebro y en cualquier otra parte de su cuerpo que fuera necesaria para eso. Mientras la besaba con más pasión todavía -entrando y saliendo de su boca con la lengua-, sus manos temblorosas empezaron a sacarle la camiseta por encima de la cintura de los tejanos. Debajo de la camiseta, la piel de Zoe estaba caliente y los huesos de su columna vertebral delicadamente cincelados, y Yeager deseaba…

Sexo.

Él levantó la cabeza para dar a los dos la oportunidad de tomarse un respiro, pero ella lo volvió a atraer hacia sí, metiendo los dedos entre su dorada cabellera. Yeager gimió dentro de su boca.

Aquello era maravilloso. Por una vez Zoe y él parecían estar en la misma frecuencia de onda. Si la podía seguir besando un poco más, el resto del nerviosismo de ella se disolvería por completo y nada podría evitar que se dirigieran derechos hasta su cama.

La lengua de Zoe tocó su lengua.

Yeager sintió que empezaba a arderle la sangre. Palpitaba dentro de su cuerpo con calor, pero no con tanto calor como Zoe, no con tanto calor como el que notó en ella cuando dejó que sus manos descendieran un poco más hasta atrapar su trasero. Estaban los dos lo suficientemente cerca para que él pudiera meter las manos en los bolsillos traseros del pantalón tejano de Zoe, como si fuera un joven en la edad del pavo.

Yeager volvió la cabeza y ella abrió la boca todavía más para ofrecerle un mejor acceso. Se estaba volviendo loco con el sabor de aquella boca. Era igual que su olor, adictivo y dulce, y algo de lo que siempre necesitaba más. Lo mismo que necesitaba más de otra cosa.

Sexo.

– Zoe -suspiró él casi sin aliento, mientras sacaba una reticente mano del bolsillo de ella, para tocar el frío e inflexible pomo de la puerta de su apartamento. Quería que entrara allí con él.

– Hum -dijo ella echándose sobre él, y Yeager utilizó la mano que aún tenía metida en su bolsillo para mantenerla pegada a su cuerpo, con su erección presionando contra el suave regalo de su vientre-. Bésame -susurró Zoe.

En un minuto la haría entrar en su apartamento. Su siguiente beso ardió con más fuego que el anterior. Y Yeager le habría desabrochado la blusa -y le habría bajado la cremallera del pantalón allí mismo- si no hubiera sido porque, al no ver, no sabía si allí estaban a buen resguardo de miradas curiosas.

– Zoe, deberíamos…

– Esto es hermoso -murmuró ella-. Es como en las películas. Casi puedo oír la música.

Zoe volvió a mover su lengua dentro de la boca de él y Yeager se olvidó de la razón por la que se había preocupado antes. Se olvidó de lo que ella le estaba diciendo. Se perdió en un abismo de caliente deseo y se metió en su boca mientras le pasaba la mano por la parte superior del brazo.

De repente, Zoe giró la cabeza de manera que la lengua de Yeager acabó posándose en la mejilla de ella.

– Es verdad que estoy oyendo música. ¿Qué puede ser?

– Nada.

Nada podía ser tan importante como la necesidad que tenía Yeager de meterse de nuevo en su boca. La agarró dulcemente por la barbilla e hizo que ella volviera a girar la cabeza hacia él y hacia lo que los dos tanto estaban deseando.

Zoe se dejó besar con bastante deseo, pero al momento se volvió a separar de él.

– Música -dijo ella con un tono de voz somnoliento.

– Sí, sí.

Él bajó la boca hacia el cuello de Zoe y aspiró allí su piel perfumada.

– Yeager, ¿tú no lo oyes? -dijo ella en un gemido.

Él le mordisqueó el lóbulo de la oreja apasionadamente.

– Entremos adentro, cariño. Allí estaremos más tranquilos.

– Yeager…

La parte posterior de sus índices se curvaron contra los pechos de ella. Ella tembló.

– Vamos adentro -repitió Yeager antes de volver a pegarse una vez más a su boca.

Zoe se dejó besar. A Yeager seguía palpitándole la sangre en el cuerpo y la necesidad de sexo lo convulsionaba. Pero a pesar de eso, pudo notar que ella lo apartaba de golpe de aquel aturdimiento sexual.

– Yeager.

¡No!, pensó él tratando de apretarla más contra su cuerpo.

Pero ella se separó de nuevo de él.

– Yeager, estoy oyendo…

– Son campanas.

¿No es eso lo que oyen las mujeres en tales situaciones? ¿Campanas? En cualquier caso, el único sonido del que Yeager era consciente era el de su propia respiración, desesperadamente acelerada.

– Estoy oyendo… estoy oyendo…

Estaban muy cerca de su cama. Yeager intentó desesperadamente retomar su atención metiéndole una mano entre el cabello y atrayéndola de nuevo hacia su cuerpo para volver a besarla.

Pero Zoe se puso tensa en lugar de ablandarse.

– ¿Qué es…? -dijo ella.

Los dedos de Zoe, ahora fríos, rodearon su muñeca -la muñeca en la que Yeager llevaba puesto aquel reloj infantil- y luego ella se apartó unos pasos de él. Con una triste sensación de decepción, Yeager se dio cuenta de que acababa de perderla.

La voz de Zoe volvió a romper el silencio de la noche, pero esta vez con un tono de alarma y total incredulidad.

– ¿Eso que estoy oyendo es una melodía de Disney?

Después de aquello, Yeager guardó a Mickey para siempre en el fondo de un cajón. Al volver a la realidad, Zoe había tomado aire profundamente y luego lo había dejado escapar de sus pulmones lentamente, mientras se alejaba por el camino del jardín; y a continuación él se había metido en su apartamento y se había quedado allí solo, con su cara de póquer y su enfado.

Luego conectó el televisor, para que el ruido del aparato tapara el sonido de la sarta de maldiciones que salían por su boca.

Yeager se había dejado caer sobre la cama, quejándose y apoyando la cabeza en las manos. ¡Sí, sí, sí! Después de todo, el mundo era un lugar demasiado pequeño. Porque, por supuesto, en cuanto puso en marcha el televisor, de allí salió el sonido del jodido canal Disney.


Con los ojos medio entornados, Zoe arrastró los pies como una zombi hasta la cafetera.

– Buenos días.

Sorprendida, Zoe tropezó con sus zapatillas amarillas. Por primera vez aquella mañana, había abierto los ojos completamente.

– Lyssa. -Su hermana estaba sentada a la mesa de la cocina, con un aspecto tan ajado y cansado como el que probablemente habría visto Zoe de sí misma si se hubiera parado delante del espejo-. Te has levantado muy pronto.

O puede que, al igual que Zoe, apenas hubiera podido dormir.

– Hum. -Lyssa cerró la revista que tenía entre manos y la dejó encima del montón de periódicos a los que estaban suscritas para que los huéspedes pudieran leerlos.

– ¿Qué estabas leyendo? -preguntó Zoe parpadeando.

– Nada en especial -dijo Lyssa encogiéndose de hombros.

Con curiosidad, Zoe cogió la revista que su hermana acababa de dejar sobre la mesa. Lyssa era una lectora de libros, no de revistas. La cubierta era de papel satinado y en ella aparecía una mujer de la que no se veía apenas otra cosa que los pechos, con un pequeño pintalabios rojo metido en el escote. Zoe se quedó boquiabierta mirando a su hermana.

– ¿El Cosmopolitan?

Lyssa no contestó. Era la última cosa que habría imaginado que su hermana podría leer.

Zoe echó otro vistazo a la portada. Sí, era el Cosmopolitan. ¡Y Lyssa estaba leyendo el Cosmopolitan! O acaso Zoe todavía estaba soñando. ¡Puede que lo que había pasado la noche anterior en el porche de Yeager no hubiera sido nada más que un sueño!

Qué idea tan genial. Porque entonces, en lugar de tener que preocuparse por los vergonzosos momentos de apasionados besos, podría haberlos despachado como las divagaciones inexplicables de una mente ensoñadora.

– ¿Qué es eso que tienes en el cuello? -preguntó Lyssa.

Instantáneamente, Zoe se levantó las solapas de la bata hasta las orejas.

– ¿Qué cuello?

«¡Ah!» Se dio media vuelta y se dirigió de nuevo hacia la cafetera. «¿Qué cuello?» Pero qué idiota era. Por supuesto que lo que había pasado la noche anterior no había sido un sueño. Normalmente los sueños no suelen dejarte reveladoras marcas de mordiscos. Iba a matar a Yeager.

Y, además, así después no tendría que volver a verlo durante el resto de su vida.

– Zoe…

Ella no tenía ningunas ganas de hablar de la marca que tenía en el cuello.

– ¿Algo interesante en el Cosmopolitan?

Un silencio extraño llenó la habitación. Zoe frunció el entrecejo y miró por encima de un hombro. Lyssa no solía titubear, sino que siempre le hacía preguntas directas. Zoe se había tomado en serio el papel de hermana protectora, y Lyssa simplemente se lo confiaba todo con naturalidad. ¿Les habría visto la noche anterior a Yeager y a ella en el porche? ¿Sería esa la causa de su nueva actitud silenciosa?

– Zoe. -Lyssa se meció en la silla con su largo pelo rubio rozándole los hombros.

Zoe pasó una mano por su pelo de cortos rizos y recordó los dedos de Yeager enredados entre ellos y la boca de él contra la suya. Un estremecimiento le recorrió la nuca, pero ella lo ignoró despiadadamente.