También eso lo había aprendido con Lyssa. Hay momentos en los que solo vale la pena pensar en el presente. Vas a ver una película divertida o a tomar un helado o haces manzanas de caramelo y te diviertes como un niño.

A veces lo único que sabes con certeza que posees es el día de hoy.

Zoe avanzó hacia el apartamento.

– Escucha, acabo de tener una fabulosa y brillante idea.

Él no se movió del sitio.

– Olvídame, Zoe, porque ya he sido víctima antes de una de tus fabulosas y brillantes ideas, tus habilidades de casamentera, y haberme pasado toda la noche en vela ha sido el único resultado que he obtenido.

Ella saboreó aquel ligero baño de satisfacción. ¿De manera que no había sido ella la única?

Pero enseguida recordó que coquetear con ella no era para él nada más que una distracción. Y ahora ella tenía algo para que se distrajera que sabía que le gustaría incluso más.

– ¿Por qué no firmamos una tregua amistosa?

A él se le curvaron los labios hacia arriba.

– ¿Amistosa?

– Creo que sería justo, ¿no te parece? -insistió ella tragando saliva.

– ¿Sin más mujeres casaderas?

– Lo prometo. Y te pido disculpas.

Sus labios se curvaron un poco más.

– No sé si me puedo fiar de ti, Zoe.

– Vamos. Sé que te va a gustar lo que traigo.

– De eso estoy seguro -dijo Yeager ahora ya sonriendo abiertamente.

– La idea que traigo -añadió ella enseguida.

Cuando se dio cuenta de que él la ignoraba de nuevo, Zoe insistió.

– Es mejor que lo que te puede ofrecer Dolly -dijo ella.

– No estoy seguro -contestó él, aunque suspiró y luego apartó la silla para levantarse y echar a andar hacia la puerta corredera que daba entrada a su apartamento-. Me parece que está dispuesta a ofrecérmelo todo.

Al pasar al lado del juguete y rozarlo, Yeager se demoró acariciando con la palma de la mano uno de sus enormes pechos tipo Cosmopolitan.

Zoe apretó los labios y cruzó los brazos por encima de su propio pecho.

Yeager le ofreció a la mujer de plástico otra persistente caricia.

– Y todavía no ha salido corriendo.

Capítulo 8

Yeager se dijo a sí mismo que no habría permitido que Zoe lo metiera en un coche de golf hacia un destino secreto si no hubiera perdido dos veces seguidas con Dolly; no dos partidas, sino dos barajas.

– ¿Por qué no me dices adónde vamos? -preguntó.

– Deja de estar de mal humor -contestó ella alegremente. El coche atravesó un bache y Yeager se dio cuenta de que acababan de pasar el escalón del camino de entrada a Haven House-. Relájate y disfruta.

Él decidió mostrar a Zoe Cash una sincera antipatía. Lo estaba tratando como si fuera un niño asustadizo, cuando solo hacía doce horas que habían estado abrazándose y besándose con pasión. Aunque, aparentemente, aquella situación se había borrado con facilidad de la memoria de ella.

Yeager intentó acomodarse en el incómodo asiento de plástico del coche de golf y trató de recordar por qué se había sentido tan contento el día que se encontraron por primera vez. Todo lo que había sacado de aquella relación había sido una ración mensual de decepción y una erección de caballo.

El coche giró hacia la izquierda haciendo que él se golpeara con el hombro de ella, y Zoe lo empujó rápidamente para ponerlo derecho.

– ¿No hace un día maravilloso? -dijo ella con entusiasmo.

– Un día condenadamente espléndido -contestó él intentando agarrarse a algo mientras Zoe tomaba otra curva-. Siempre me gustó esta vida negra como el alquitrán.

– ¡Oh, deja ya de ser tan gruñón! Respira profundamente el aire limpio de la isla.

¡Gruñón! Yeager se echó hacia atrás en su asiento, sintiendo una emoción que le ardía en la nuca.

– Decir eso es fácil para ti. Pero si supieras… -Se tragó el resto de su queja mordaz.

– Tienes razón -dijo Zoe disculpándose-. Pero deja al menos que lo intente.

Zoe se calló un momento y luego continuó hablando con entusiasmo.

– Aún sigo pensando que hace un día maravilloso -dijo ella mientras el coche seguía descendiendo por la pendiente-. Aunque tenga los ojos cerrados, puedo oler el aroma salado del océano y oír el canto de los pájaros. -El coche dio otro giro violento.

¿Con los ojos cerrados? ¡Mierda!

– ¡Zoe! -Yeager lanzó una mano en dirección al volante del coche-. ¡Ábrelos!

– Tranquilo -dijo ella apartándole la mano mientras tomaba otra curva cerrada-. Podría encontrar el camino hacia dónde vamos incluso a ciegas.

– Dime que estás bromeando -insistió él.

Pero en ese momento oyó el chirrido de unos frenos a su izquierda que hicieron eco con un chillido en el corazón de Yeager.

– ¡Mierda, Zoe! Abre los ojos.

Yeager pudo notar un tono de burla en la voz de ella.

– No te preocupes tanto. No era más que el señor Curtis en su viejo El Dorado del setenta y dos. Él conduce con cataratas… pues yo conduzco con los ojos cerrados. Creo que eso nos hace estar en igualdad de condiciones.

La autocompasión de Yeager se evaporó al imaginarse el carrito de golf estrellándose y convirtiéndose en miles de pequeños fragmentos cromados. Y le ponía enfermo la idea de que Zoe pudiera herirse o siquiera lastimarse un poco.

– Por favor, Zoe -dijo él poco dispuesto a correr el riesgo de darse un revolcón de ese tipo con ella.

– De acuerdo -admitió Zoe a regañadientes-. Pero eres capaz de quitarle la emoción a cualquier cosa.

Él no volvió a respirar con tranquilidad hasta que el vehículo se detuvo por completo y oyó el chirrido de protesta del freno de mano del coche. El sonido del romper de las olas y un olor salado que acarició sus fosas nasales le hicieron entender dónde se encontraban. Lo había llevado a la playa.

Zoe salió del coche, se dirigió a su lado y le ofreció un brazo para que se agarrara a él.

– Vamos, gruñón. Te tengo preparada una sorpresa. Seguro que no te imaginas por qué estamos aquí.

Yeager se dejó conducir fuera del vehículo. El roce frío de la mano de ella sobre su brazo envió una caliente puñalada de reacción en dirección a su entrepierna y, sin siquiera pensarlo, él alzó una mano y le acarició la mejilla.

Ella estaba de pie, tan cerca de él, que pudo sentir cómo temblaba todo su cuerpo.

Aquella respuesta le hizo sentir una extraña satisfacción. Puede que, después de todo, ella aún siguiera recordando la noche anterior. Yeager pensó que debería probar el agua.

– Se me acaba de ocurrir una cosa.

Oyó cómo Zoe tomaba aire con fuerza y luego notó que tiraba de él en dirección a la orilla.

– ¿Crees que sabes por qué hemos venido aquí? Vamos, dime.

Mientras avanzaban por la playa -con Zoe ligeramente a la cabeza y sintiendo unos finos granos de arena golpeándole las pantorrillas-, empezó a cojear un poco de la pierna herida.

– Tienes ahí a cincuenta mujeres en fila y yo he de averiguar cuál de ellas eres tú guiándome solo por el tacto.

Ella se paró de golpe y Yeager se dio contra su espalda. Aprovechó la ocasión para deslizar la mano que tenía libre por su cintura y apretar su cuerpo contra él, rozando con la punta de los dedos el hueco entre sus pechos. El pelo de Zoe era suave al contacto con sus mejillas.

– Sabes que te puedo encontrar solo por el tacto.

El aire vibraba en los pulmones de ella y Yeager sonrió satisfecho. ¿Quién estaba ahora al volante del vehículo? Pero Zoe se soltó de su abrazo.

– ¿Quieres divertirte un rato o no?

– Creo que eso podría ser divertido -dijo él en voz baja.

Ella siguió avanzando por la fina arena, que se había hecho más dura bajo los pies. Luego se paró y dio un agudo silbido juvenil.

– ¡Caramba! -Yeager se tapó los oídos con las manos.

Ella ignoró su queja y volvió a silbar para, a continuación, gritar en dirección al agua.

– ¡David! ¡Leif!

Yeager experimentó una punzada de aprensión en las tripas.

– Zoe, ¿qué…?

Ella volvió a gritar.

– ¡Eh! ¡David! ¡Leif!

Él tragó saliva intentando imaginar qué era lo que ella tenía en mente.

– Zoe, escúchame. ¿No estarás, eh, de nuevo en tu papel de casamentera, verdad?

La voz de Zoe sonó llena de diversión.

– Te había prometido que no volvería a hacerlo, ¿verdad?

Él sintió que sus tripas se relajaban un poco. ¿Eso era una respuesta?

Antes de que pudiera decidirlo, unos pies pesados que se dirigían hacia ellos pisotearon la arena acompañados por el tintineo de algo metálico y ligero. Unas voces jóvenes que no le eran familiares les saludaron.

– ¿Cómo va eso, Zoe? ¿Así que tu amiguete quiere que le demos un paseo?

Yeager nunca lo admitiría, pero necesitó hacer acopio de toda su disciplina militar para no salir de allí por piernas.

– Zoe -dijo tragando saliva- ¿De qué va todo esto? Escucha, sea lo que sea lo que hice, si te he ofendido…

Zoe se echó a reír realmente divertida y Yeager no fue capaz de entender qué era lo que estaba pasando hasta que aquellos tipos se acercaron más y empezaron a ponerle el equipo.

– Deberías verte la cara -dijo ella entre carcajadas.

Le pasaron unas correas entre las piernas y otras cruzándole el pecho, y Yeager tuvo un primer indicio de lo que estaba a punto de suceder.

– ¿Tú quieres ir sola, Zoe? -preguntó uno de los muchachos-. Podemos hacer un tándem, si quieres.

– Estos pies no van a separarse de la tierra de Abrigo, chicos -contestó ella algo nerviosa al cabo de un momento.

Yeager frunció el entrecejo, aunque todavía no estaba del todo seguro de qué pasaba.

– Zoe…

Una mano dio un tirón final a las correas. Zoe volvió a silbar y un tremendo regocijo llenó su voz:

– ¡A toda máquina! -gritó ella-. Sigue las instrucciones de Leif -le susurró al oído, y luego le dio un suave beso en la mejilla y una descarada palmada en el culo.

Yeager se quedó allí de pie, devanándose los sesos, consciente de que los demás se estaban alejando de él. ¿Se trataba de algún tipo de broma que le estaba gastando Zoe? ¿Se trataba de atarlo allí como si fuera un pavo relleno para dejarlo solo y ver si era capaz encontrar el camino de vuelta a casa? Quizá creía que eso era lo que se merecía después de haber estado besándose la noche anterior.

El sonido agudo de una lancha motora acelerando le llegó a los oídos. Casi de inmediato sintió que algo le empujaba desde detrás, y luego todas las demás sensaciones vinieron juntas: las correas, el mar, la barca y el regocijo en la voz de Zoe porque le estaba ofreciendo a él algo que le parecía importante.

En aquel momento Yeager se dio cuenta de que a su espalda un paracaídas se estaba llenando de aire, un paracaídas atado mediante una larga cuerda a una barca que estaba junto a la orilla. El corazón se le aceleró hasta alcanzar la velocidad del sonido y a continuación sintió un entusiasmo que le subía por la garganta, mientras su cuerpo se separaba del suelo y se daba cuenta de que Zoe acababa de ofrecerle lo que más había echado de menos.

Estaba volando.

En cuanto a la velocidad y a la posibilidad de maniobrar, volar en paracaídas no tenía ni punto de comparación con el vuelo en un aeroplano, pero a Yeager no le importó. Mientras alzaba la cara para que el viento le diera de pleno, sus músculos se relajaron en la horquilla de su arnés, entre las cuerdas y el chirriante metal.

Sin poder ver nada -y sin mandos que manejar-, lo único que le quedaba era disfrutar de los otros sentidos. El aire le mantenía a flote, alzando su cuerpo y haciendo que se sintiera muy lejos de los músculos desgarrados, de los irritantes puntos de sutura y de los dolores de cabeza que había sufrido desde los primeros días que pasó en el hospital.

El aire también hacía que su espíritu flotara, y Yeager se sintió como si fuera otra vez un niño: con solo ocho años de edad, en el patio de recreo de hierba y gravilla de una base de las fuerzas aéreas, balanceándose en el columpio que chirriaba y se quejaba, y que había sido el primer vehículo de sus sueños por el cielo.

Como en aquellos días, Yeager cerró los ojos con fuerza y se imaginó que estaba volando por encima de la tierra. La isla estaba bajo sus pies y él la vio con la imaginación. Vio los blancos rizos de las olas avanzando hacia la dorada orilla. Y en la orilla pudo ver las palmeras y las laderas verde oscuro que se elevaban hacia las algodonosas nubes. El sol le calentaba el rostro y allí arriba se encontraba en medio del silencio -ese tipo de silencio que tanto había echado de menos- de un hombre a solas con aquello que más ama en el mundo.

Y lo mismo que cuando tenía solo ocho años, su visión imaginaria siguió moviéndose hacia fuera, lejos de la tierra. Océanos, playas, árboles y colinas, y todos los detalles, se iban haciendo más pequeños en su imaginación conforme él volaba cada vez más alto. La isla se convirtió en una mota de polvo y el océano en una planicie de color azul. Soñó que cruzaba las frías nubes y ascendía todavía más alto, y luego más alto aún, metiéndose en el oscuro vacío del espacio.