– ¡Yeager!
Hizo caso omiso de aquel fragmento de molesta realidad.
– ¡Yeager!
La realidad volvió a zumbar de nuevo a su alrededor y él se estremeció, reacio a salir de su sueño, al darse cuenta de que estaba descendiendo y de que Zoe y sus amigos le estaban gritando instrucciones para dirigirlo de nuevo hacia la playa.
Sin pensarlo, respondió a las instrucciones incorporándose automáticamente para localizar las cuerdas de descenso del paracaídas, y tiró de ellas a un lado y a otro, tal y como le indicaban.
Enseguida estuvo de vuelta sobre la dura arena, con todos sus ruidos terrestres -las olas, el tintineo de los arneses y la charla entre Zoe, David y Leif. Pero él oía todo eso como en la distancia, como si su alma estuviera todavía flotando por el aire, libre y sin ataduras. No estaba seguro de si había dado las gracias a los dos muchachos antes de que estos salieran corriendo para atender a otro cliente.
Todavía era demasiado pronto para quedarse de nuevo a solas con Zoe.
– ¿Y bien? -le soltó ella todavía radiante de alegría y amable regocijo.
Yeager pudo ver su postura con la imaginación, con una mano apoyada sobre la femenina cadera.
No sabía qué decir.
Zoe soltó un silbido que casi se podía palpar.
Pero él seguía sin saber qué decirle.
– ¿He hecho algo mal? -preguntó ella dudando, con una voz apenas audible a causa del estruendo de una ola que rompía en la orilla.
El negó con la cabeza. Después de la noche anterior, se había prometido mantenerse alejado de aquella mujer. Ella era su ración de decepción y de continua y endemoniada erección. Pero ahora se reía, se estaba riendo con él, y le había llevado desde la casa hasta la orilla conduciendo con los ojos cerrados.
Solo para demostrarle que hacía un día precioso.
Se había prometido a sí mismo que no volvería a tocarla. Aquella mujer tenía muchos problemas y le causaba muchos problemas, y él ya tenía bastante con los suyos para seguir con aquel molesto baile de atracción-distancia-atracción.
Pero Zoe le había mostrado lo que era volver a volar.
Tenía que darle las gracias, pero no sabía cómo hacerlo. Lo único que sabía era que su alma podría seguir sobreviviendo un poco más con aquella maldita ceguera ahora que había vuelto a experimentar lo que era estar en el cielo.
– ¿Yeager? -La voz de ella todavía tenía un tono de inseguridad.
– Llévame a casa -le dijo él amablemente.
Zoe le rozó la muñeca y Yeager le agarró la mano haciendo que colocara el brazo alrededor de su cintura. Luego él pasó un brazo por encima de los hombros de ella abrazándola, y apretando los dientes ella se apoyó completamente y sin reparos en él.
Yeager depositó un beso sobre el cabello calentado por el sol de Zoe. Su olor comenzó a envolverlo de nuevo y él se dio cuenta de algo con claridad.
Ahora que sabía que le gustaba aquella mujer -y además le debía algo-, y teniendo en cuenta aquella permanente erección, tendría que volver a meterse en el baile y esperar, por lo que más quisiera, no acabar tropezando con los zapatos de Zoe.
Deke asomó la cabeza por encima de la desconchada barandilla del balcón para estimar la altura que había hasta el espinoso acebo que tenía debajo. Casi diez metros.
Luego se metió en el dormitorio del tercer piso y se dirigió hacia el hueco de la escalera. Observando a través los restos de las tablas del segundo piso -aparentemente podridas desde hacía años-, no le sorprendió ver la escalera de mano que había utilizado para subir allí arriba tirada ahora a un lado en el suelo, en la primera planta.
No esperaba otra cosa; cuando subió allí la había golpeado accidentalmente con el pie al resbalar su bota en el polvoriento suelo de madera.
Estaba realmente colgado.
Deke se metió las manos en los bolsillos del tejano y volvió a aventurarse de vuelta al balcón del dormitorio. En aquella habitación había dormido durante todos los veranos que había pasado en la isla. Maldijo la nostalgia que le había hecho subir por la escalera de mano para ver aquella parte de la casa. Si no se hubiera dejado llevar por ese arrebato de sentimentalismo ahora no estaría en aquella situación.
Apretando los dientes salió de nuevo al balcón y se quedó observando aquella vista que le recordaba sus años de infancia. Nada había cambiado. Quizá los árboles de las colinas y del desfiladero -que llegaba hasta el agua- fueran un poco más altos, lo mismo que él.
E igual que entonces, desde allí podía ver su cabaña en el árbol. ¡Maldita sea! Deke se maldijo otra vez a sí mismo y volvió a aspirar indignado una bocanada de aire. ¿Por qué no podía sacarse aquello de la cabeza?
Y ella. ¿Por qué no podía sacarse de un plumazo a Lyssa de la cabeza?
Aquellas iníciales y el corazón que las rodeaba le habían hecho venirse abajo en cuanto los vio. Pero enseguida había recuperado el juicio y había decidido bajar con ella de aquel árbol y volver a la civilización. Se había puesto tenso por las protestas de Lyssa, pero al final había logrado que se marchara de allí de bastante buena gana.
De buena gana y con una sonrisita y una actitud paciente, como de triunfo, que le habían preocupado. Incluso se había despedido de él con un tranquilo «buenas noches» y una expresión que se podía leer a kilómetros de distancia: «Ya he dicho lo que quería decir y ya estoy satisfecha, por ahora».
Se agarró con las manos a la barandilla y cerró los ojos. Desde entonces tenía los nervios de punta y se sobresaltaba al mínimo sonido que oía, esperando a que cayera el golpe. Esperando a que Lyssa hiciera su inoportuna aparición.
– ¡Hola, Deke! -una voz jovial lo llamó desde abajo.
Él empezó a menear la cabeza lentamente sin necesidad de echar un vistazo para saber de quién se trataba. Aquel golpe imaginario acababa de caerle justo en medio del pecho con la fuerza de una patada. ¿Cómo era capaz de hacerlo? En cuanto se le ocurría pensar en ella, ella acababa por presentarse.
– Hola, Lyssa -masculló él.
– ¿Cómo va eso?
Echó la cabeza hacia atrás para mirarle su larga melena rubia de portada de revista, que se meció contra su trasero. Deke tragó saliva. Quizá podría echar la culpa de sus deseos a esa cabellera. Aquel pelo largo con la raya en medio le recordaba sus sueños húmedos de adolescente, cuando se satisfacía fantaseando con la ayuda de un póster de Cheryl Tiegs.
– ¿Cómo va eso? -preguntó de nuevo Lyssa.
Deke cambió de postura. Solo pensar en el sexo con ella ya le hacía sentirse culpable, como si estuviera manchando su dulzura con aquellos pensamientos sucios. Tragó saliva de nuevo y pensó con rapidez.
– Yo, eh…, bueno, estaba trabajando.
Una pequeña arruga apareció entre las doradas cejas de ella.
– ¿Trabajando en qué?
– Eh…, bueno, en una cosa -contestó él.
Por supuesto, lo mejor era que dejase de mentir y que sencillamente le pidiera ayuda para bajar del tercer piso. Pero si ella se enteraba de que estaba atrapado allí arriba, ¿quién sabía lo que podría hacer? Mirando hacia abajo, hacia ella, Deke volvió a cambiar de postura, nervioso. El aire limpio de la mañana la envolvía. Sus ojos eran de un azul tan claro que él podía sentir su luz incluso en la distancia. Su cabello rubio, aquellos ojos azules que lo embelesaban y aquel dulce cuerpo de sinuosas curvas que apenas se escondía bajo un vestido de tela fina; todo en ella lo aterraba.
Sí, aquello era ridículo, como si se sintiera aterrorizado por un gatito, pero era la inoportuna oleada de deseo que sentía por ella, que ahora incluso llenaba sus ajustados tejanos, lo que le apretaba los tornillos.
– Te veré luego -dijo él gritando hacia abajo, y luego se dio media vuelta y se dispuso a volver a entrar en la casa, mientras intentaba que se le ocurriera alguna manera de salir de aquel aprieto.
– ¡Oye!
Él se quedó helado, pero se volvió de nuevo hacia Lyssa con desgana.
En su frente todavía se podía ver aquella pequeña arruga.
– ¿Estás seguro de que no te pasa nada?
«Sí, claro, estoy perfectamente. Completamente preparado para jugarme la vida antes de dejar que te acerques más a mí.»
Mierda, era un tonto de remate.
Se pinzó el puente de la nariz y luego dejó escapar un suspiro.
– La verdad es que me vendría bien un poco de ayuda. Me he quedado atrapado aquí por accidente.
Ella abrió los ojos como platos y empezó a andar hacia delante.
Deke levantó una mano.
– No es tan sencillo. He tirado la escalera de mano con la que he subido aquí. Está en el suelo del primer piso, detrás de la puerta de entrada, que se cierra automáticamente, y las llaves están en el bolsillo de mi camisa. -Se tocó el pecho desnudo-. Pero la camisa también la he dejado dentro… a los pies de la escalera de mano.
Él no hizo caso de la leve sonrisa que empezaba a dibujarse en el rostro de Lyssa.
– ¿Te importaría ir al pueblo a buscar a un cerrajero? -le preguntó Deke.
Ella negó con la cabeza.
– No creo que haga falta. -Metió una mano en el bolsillo de su vestido-. Resulta que hoy es tu día de suerte.
Deke vio cómo sacaba del bolsillo una llave brillante y frunció en entrecejo.
– Llevo esto en el bolsillo desde hace unos días y ahora ya sé por qué.
Deke la miró de soslayo.
– ¿Quieres decir que esa es la llave de la puerta?
– Me apostaría lo que fuera a que sí -contestó ella sonriendo.
Deke volvió a fruncir el entrecejo.
– ¿De dónde la has sacado? Mi abogado me ha dicho que solo tenía una llave.
Lyssa sonrió de nuevo abriendo mucho los ojos.
– La encontré en uno de mis días de suerte -contestó ella sin darle importancia-. De modo que solo tengo que entrar ahí, volver a colocar la escalera en su sitio y serás libre de nuevo, ¿no es así?
Él todavía no podía creer que la llave que ella acababa de sacar del bolsillo fuera la de su casa.
– No lo sé. La escalera de mano es bastante larga y pesada. Es posible que necesites ayuda para colocarla de pie, incluso aunque consigas entrar en la casa.
Lyssa apretó los labios como si estuviera pidiendo un beso.
– Cuando estoy decidida a hacer algo, soy mucho más fuerte de lo que parece.
Él sabía que no podía discutirle eso, aunque lo intentó:
– Pero…
Ella le cortó sin dejarle continuar:
– ¿Quieres jugar a Robinson Crusoe o prefieres que te rescate?
Deke decidió dejar de protestar:
– Quiero salir de aquí. -Y mentalmente añadió: Y alejarme de ti.
Lyssa dio un paso en dirección a la puerta de entrada, pero inmediatamente se detuvo.
– Espera un momento -dijo ella con una sonrisa picara en los labios-. No te voy a dejar salir tan fácilmente.
¡Oh!, tendría que haberse dado cuenta de que aquello era demasiado bueno para ser cierto.
– ¿De qué estás hablando? -preguntó él, y luego, tratando de convencerla, le ordenó-: Vamos, abre la puerta.
Cruzándose de brazos, ella retrocedió al lugar donde estaba antes, justo debajo de él.
– No, no -dijo Lyssa meneando la cabeza-. Veo que esta es la oportunidad perfecta para el chantaje.
– ¿Chantaje? -gruñó Deke-. ¿Qué demonios puedo tener yo que a ti te interese?
– Información, entre otras cosas -contestó ella riéndose.
Él hizo ver que no había oído el comentario de «entre otras cosas», aunque su pene sí que oyó aquellas palabras y se puso aún más duro por la sutil insinuación. Ignorando la respuesta de su cuerpo, él imitó la pose de ella.
– Puede que no me importe quedarme aquí arriba.
– Oh, vamos -dijo ella-. Solo has de contestar unas pocas preguntas.
– Tengo cuarenta y tres años, trabajo para la NASA y quiero salir de aquí de una maldita vez, así que abre la puerta.
Lyssa le sonrió descaradamente.
– Cuéntame algo que yo no sepa.
– Como qué.
– Como… -Incluso en la distancia él pudo ver el rubor que le teñía las mejillas-. Como si hay otra persona.
Deke se quedó helado durante un momento, pero inmediatamente encontró la solución.
– Sí. Por eso… -Pero decidió no adornar más la mentira-. Sí, hay alguien.
Ella bajó la mirada hacia sus sandalias de cuero de suela plana.
– Oh. -Y luego lo volvió a apuñalar con aquellos dos ojos azules-. Tú no me mentirías, ¿verdad?
Deke alzó las cejas.
– ¿Cómo puedes pensar eso de mí?
Lyssa ladeó la cabeza.
– No te lo tomes a mal, pero no me pareces precisamente el tipo de hombre que se dedica a cortejar a las mujeres.
Por un momento él se tomó a mal aquella insultante indirecta. Pero enseguida reaccionó.
– Eso no quiere decir que no haya una mujer en mi vida.
– De modo que ya hay una mujer en tu vida. -Lyssa se mordió el labio inferior y miró para un lado-. ¿Tiene… tiene ella algún niño?
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