Esta vez la voz de Lyssa no era tan tranquila y desapasionada, y Deke se quedó mirando embelesado el perfil finamente labrado de su rostro. «¿Ella? ¿Quién?», pensó quedándose por un momento ausente, completamente fascinado por la insolente curva su nariz. Consiguió volver en sí justo antes de soltar aquella pregunta en voz alta. Por Dios, si hubiera una mujer en su vida, ¿sabría él si tenía hijos? ¿Acaso lo habría preguntado?

– Escucha. -Su voz se tiñó de un tono ronco-. Tengo cuarenta y tres años. El tipo de relaciones que tengo y el tipo de mujeres con las que las mantengo es algo que una chica como tú no podría entender.

Ella no podía acobardarse.

– ¿Quieres decir relaciones sexuales?

Él emitió un sonido a medio camino entre un gemido y una súplica.

Ella volvió a fruncir los labios.

– ¿Crees que no puedo imaginarme a mí haciendo el amor contigo?

¡Mierda!, pensó él.

– ¡Basta ya! -Deke se metió las manos en los bolsillos para hacer un poco más de espacio en sus pantalones-. ¡Si quieres, sácame de aquí, y si no, vete a casa, pero deja de torturarme!

Ella se quedó mirándolo con aquella determinación de la que antes había hablado.

– No sin que antes me digas por qué imaginas que no sé nada sobre el sexo -dijo con contundencia-. Hay algo en mí que…

– Lyssa -le gritó él a la vez que alzaba los ojos al cielo-. ¡No!

– Bueno -dijo ella dejando escapar un suspiro de alivio.

Deke sacudió la cabeza al tiempo que apretaba los dientes.

– Y ahora sácame de aquí.

Ella no se movió. Y lo que era peor, estaba sonriendo de nuevo.

Con una de sus sandalias dibujó un semicírculo en el polvo.

– Todavía estoy pensando cómo me vas a tener que pagar este servicio.

Él rechinó los dientes.

– Si acabas de una vez con esta insensatez, lo pensaré dos veces antes de estrangularte. ¿No tienes ya la información que querías?

Lyssa se rio.

– Eso no es suficiente. -Su pie dibujó otro semicírculo en el polvo-. Quiero un beso.

¡Un beso! El cuerpo de Deke se puso en alerta máxima aunque su cerebro luchaba desesperadamente por neutralizar esa respuesta. Tuvo que tragar saliva dos veces antes de poder emitir sonido alguno.

– ¿No te ha dicho nunca nadie -puso un tono de voz cínico, frío y lo más desapasionado que pudo- que eres demasiado precoz?

Ella sacudió la cabeza y su mata de pelo rubio y sedoso se agitó por encima de sus hombros.

– No. Porque nunca lo he sido. -Le dedicó otra limpia y descarada sonrisa-. Hasta ahora.

Él cerró los ojos. Habría prometido cualquier cosa con tal de dejar de hablar con ella. Para hacer que dejara de sonreírle de aquel modo.

– De acuerdo, de acuerdo -dijo Deke moviendo una mano en dirección a Lyssa. Una vez estuviera libre ya vería cómo se deshacía de ella.

Eso sería lo mejor para los dos.

Ella tenía razón en cuanto a la llave y a su determinación. En un par de segundos ya estaba dentro de la casa, y no le costó mucho más echarse la escalera de mano al hombro y colocarla en la posición adecuada. Por una recompensa tan pequeña hizo el trabajo en un santiamén.

Incluso le aguantó la escalera mientras él descendía, y hasta tuvo él que ahuyentarla cuando llegó al final. En cuanto estuvo en el suelo, Deke agarró la camisa y se la puso, abrochándosela rápidamente y tratando de no cruzarse con la mirada de Lyssa.

Pero al final tuvo que enfrentarse con ella.

– Bien… -dijo él limpiándose las manos de polvo en las perneras de sus tejanos.

– ¿Bien? -le soltó ella con los ojos muy abiertos. Deke dio un paso hacia atrás. -Gracias.

– De nada -contestó ella sonriendo.

Él movió los hombros arriba y abajo tratando de aliviarse de la repentina tensión que sentía.

– Puede que nos veamos más tarde en la casa. Tengo que hacer un par de cosas allí.

– ¿No se te ha olvidado algo?

No. No estaba dispuesto a besarla.

Pero ella se acercó a él y le puso las manos sobre el pecho. Deke se quedó tieso como una estatua y luego se puso a mirar aquellos dedos pequeños, mientras abrochaban un botón que se había dejado sin abrochar.

– Ya está -dijo Lyssa, pero no se apartó de él. Al contrario, dejó que las palmas de sus manos reposaran contra la pechera de su camisa.

El corazón de Deke empezó a latir con fuerza contra el muro de sus costillas. Se quedó allí parado, con los brazos caídos a los lados, esperando a que llegara aquella reveladora y dolorosa punzada de dolor y recorriera su brazo derecho hacia abajo. Sin duda estaba a punto de sufrir un infarto. Y dejaría la vida a los pies de Lyssa, ¡maldita sea!

Pero el dolor no llegó; solo sintió más latidos acelerados en el pecho. Mirando hacia abajo, hacia su hermosa cara, Deke se dio cuenta de que no podría presentarle batalla por mucho más tiempo.

Ella iba a acabar consiguiendo lo que quería.

Su respiración se hizo más rápida, casi rasgando sus pulmones, cuando finalmente sus manos rodearon aquel joven cuerpo caliente y lo apretaron contra el suyo. Presionó su pene erecto contra el vientre de ella, haciéndole ver en términos que no dejaban lugar a dudas qué era lo que le estaba haciendo.

Luego ladeó la cabeza y miró fijamente aquellos ojos, que se dilataban pasando del color azul al negro mientras él acercaba la boca a sus labios.

Hambriento y excitado, no le importó la suavidad o la delicadeza. Apretó la boca contra aquellos dulces y blandos labios que se abrieron para él, para que pudiera introducir la lengua en la caliente oscuridad de aquella boca que sabía como…

Aquel sabor hizo que la cabeza empezara a darle vueltas tan deprisa que no pudo averiguar si había probado en toda su vida algo parecido.

Lyssa gimió y él estuvo a punto de apartarse de ella rápidamente, pero enseguida hizo caso omiso de aquel primer impulso y ladeó la cabeza para besarla aún más profundamente. ¡Por Dios, cuánto la deseaba! ¡Y por Dios, cuánto deseaba hacer que se alejara de su lado!

Le succionó la lengua. Gimió dentro de su boca. Paseó las manos por sus pechos y luego por sus hombros; y de allí las hizo descender hasta atraparle la nalgas y alzarla consiguiendo que las caderas de ella se aplastaran contra las suyas.

Sintió que empezaba a perder la cabeza con el tacto de su cuerpo y con la emoción de tenerla en sus brazos, y empezó a recorrerla con la lengua, besándola en el cuello, mordiéndole los lóbulos de las orejas y regresando de nuevo a su boca.

Entretanto, ella dejaba escapar ligeros sonidos guturales. Se daba cuenta de que la estaba asustando, pero siguió agarrándola con fuerza, presionando sus labios contra los de ella, con todo su cuerpo duro y caliente pegado al suave cuerpo de Lyssa. Solo se detuvo cuando le llegó hasta la lengua el gusto salobre de unas lágrimas. Entonces se apartó de ella.

Lyssa tenía los ojos muy abiertos y su pecho jadeaba con esfuerzo. Un mechón de cabello le caía sobre una húmeda y rosada mejilla. Deke alargó la mano para apartárselo, pero ella se zafó de él precipitadamente.

Él sintió una presión en la garganta, pero no hizo caso de aquella sensación. Eso era lo que ella había estado buscando. Era lo que le había estado pidiendo.

Lyssa dio otro par de pasos hacia atrás y con mano temblorosa se estiró la parte delantera del vestido.

Deke apartó la mirada, sintiéndose herido por el miedo que veía reflejado en sus ojos.

– Ese era tu beso -le dijo con un tono rudo.

– No -le replicó ella negando con la cabeza pero sin dejar de retroceder. Se pasó las palmas de las manos por la humedad de las mejillas y luego se frotó los labios con el revés de una mano-. Ese era «tu» beso -añadió Lyssa con voz ronca-. Todavía me debes el mío.

Y entonces se dio media vuelta y salió corriendo por la puerta, abandonando la casa con un portazo y levantando una nube de polvo tras de sí, que envolvió la profunda vergüenza y los incipientes remordimientos que empezaba a sentir Deke.

Capítulo 9

Lyssa echó a correr todo lo rápido que pudo por el sendero que la alejaba de la casa de Deke, sorbiéndose las últimas lágrimas y tratando de tomar desesperadamente las riendas de sus caprichosas emociones. ¡No podía perder el control de aquella manera!

Cuando se paró en seco en la última curva antes de Haven House, sus sandalias de suela fina resbalaron en el polvo. Ir a casa no era una buena idea. Por mucho que hubiera deseado en ese momento encerrarse en su habitación, el radar de su superhermana Zoe sin duda sería capaz de detectar su estado de ánimo. Lyssa no tenía ganas de explicar lo que le acababa de suceder.

Tenía buenas razones para no hablar a Zoe de Deke. Zoe la protegía con el celo de un guerrero. La muerte de sus padres y su posterior enfermedad habían afectado a Zoe de manera mucho más profunda de lo que su hermana estaba dispuesta a admitir. Zoe sería capaz de romper la cabeza a cualquiera si llegaba a imaginar que habían hecho daño a su hermana.

Pero, en lo más profundo de su corazón, Lyssa no podía pensar que Deke fuera capaz de hacerle daño.

Abofeteó una vez más sus húmedas mejillas. Tenía montones de dudas acerca de lo que le estaba pasando.

Tratando de controlar el deseo de ponerse a gritar -y con la extraña sensación de una angustia que la quemaba por dentro-, Lyssa giró a la derecha y ascendió por un sendero poco transitado que se elevaba hacia las colinas. Aspiró profundamente e intentó aminorar la marcha. Para tratar de relajarse y salir de su confusión, dejó que su memoria la guiara hacia un refugio secreto que había descubierto años atrás.

Aquel lugar secreto era la fuente de su habitual serenidad, aunque no podía decirse que lo hubiera descubierto ella sola. Una niña de ocho años llamada Dánica -que estaba en el último estadio de la misma enfermedad que ella había sufrido- habló a Lyssa de ese lugar durante su primera reunión del grupo de apoyo de niños con cáncer.

Desconcertada y todavía paralizada por su propio diagnóstico, Lyssa se había quedado mirando a aquella niña de pelo cortado a cepillo, mientras esta describía lo mucho que le había ayudado durante su enfermedad dejar que su espíritu viajara a su refugio secreto, mientras su cuerpo se quedaba atrás, peleando con las realidades del tratamiento.

Durante el transcurso de su propio cáncer, Lyssa no siempre había sabido encontrar ese lugar secreto. Pero con tiempo y práctica había conseguido llegar a ese punto cada vez más a menudo.

Aunque ya no le hacía falta aquel lugar secreto para escapar del miedo y del dolor, Lyssa lo seguía considerando valioso como un refugio ante cualquier problema y fracaso. Mientras que Zoe solía preocuparse siempre por lo que pudiera pasar o lo que debería pasar, Lyssa solía aceptar los acontecimientos de la vida tal y como se le presentaban.

¡Excepto este! ¡Excepto el rechazo de Deke!

Lyssa soltó un grito fuerte para deshacerse de aquella sensación de decepción y luego miró a su alrededor inquieta y avergonzada por su propio arrebato. Pero estaba sola, gracias a Dios, caminando hacia la cima de una colina tan remota que incluso ella, una mujer que había crecido en la isla, necesitaba cierto tiempo para orientarse.

Mirando a su alrededor, solo podía ver colinas y maleza y un cielo azul brillante.

Lyssa puso mala cara. Perfecto, pues. Necesitaba estar un rato a solas. Necesitaba tiempo para aplacar aquel estúpido enfado. Absorta en sus confusas emociones, eligió al azar uno de los caminos que descendían por la montaña.

¿Por qué Deke le estaba poniendo las cosas tan difíciles? ¿De verdad era ella tan poco atractiva?

Los ojos se le nublaron de nuevo. Mientras parpadeaba para limpiarse las lágrimas, no vio un ancho surco de barro seco en el camino y acabó cayendo al suelo de rodillas.

– ¡Ay! -Una roca puntiaguda le había hecho un tajo profundo, y una sangre roja y brillante salió de la herida y resbaló pierna abajo.

Lyssa se quedó mirando la herida horrorizada. Mientras se metía la mano en el bolsillo con rapidez, su corazón empezó a latir a la velocidad del picoteo de un pájaro carpintero. No llevaba ningún pañuelo, de modo que tuvo que taparse la herida con la mano.

Diez minutos, se recordó a sí misma. Tenía que hacer presión sobre la herida durante diez minutos y después ir a su casa deprisa para lavársela. Una infección podría llegar a matarla.

Matarla.

Aquella idea la sobresaltó, y Lyssa se sentó sobre su trasero al borde del camino. Tomó una larga y difícil bocanada de aire para hacer desaparecer el nudo que sentía en la garganta.

No había nada de que preocuparse. Aquel era un miedo antiguo. Ella estaba curada. La quimioterapia ya no estaba destruyendo su salud, a la vez que destruía las células que luchaban contra las infecciones y acababa con el cáncer.