Él propuso ir de excursión en motocicleta. Ella había propuesto el coche de golf, pero Yeager le dijo que antes prefería que le pegaran un tiro y que quería estar en condiciones de controlar él mismo el vehículo, en caso de que le diera por volver a conducir a ciegas.

Riendo ante la idea de un ciego guiando a otro ciego, Zoe ató la cesta del almuerzo en el portaequipajes de su motocicleta y amablemente se echó hacia delante para hacerle sitio en el sillín.

Solo cuando él apretó su cuerpo contra el ella, Zoe volvió a tener una nueva sensación real de recelo. Ella movió el trasero hacia delante para dejarle más sitio, pero solo consiguió que él la agarrara con los brazos por la cintura.

– Hay que agarrarse fuerte -le dijo Yeager al oído con un tono de voz que era casi un susurro.

– Estás demasiado cerca -se quejó Zoe, sintiendo un escalofrío que le recorría la columna vertebral y se hacía más persistente al llegar a la parte baja de su espalda.

Él se aclaró la garganta antes de volver a hablar.

– ¿No tenías que hacer un par de recados?

Zoe suspiró. De acuerdo, al menos aquel escalofrío solo lo sentía en un lado del cuerpo y podía tratar de olvidarlo. Los nervios hicieron que arrancara la motocicleta con una ligera sacudida, y él se agarró aún más fuerte a su cintura, rodeándola exactamente por debajo de los pechos con uno de sus brazos.

Por supuesto que lo que hizo que se le endurecieran los pezones no fue nada más que la brisa de la mañana.

Zoe condujo con los dientes apretados hasta su primera parada. Mientras ella entraba corriendo en la peluquería El Terror de la Esquila, dejó a Yeager sentado en la motocicleta. Agarró la caja que Marlene había dejado allí para ella y le dijo a su amiga que ya charlarían en otra ocasión. De vuelta en la motocicleta, ató la caja sobre la cesta del almuerzo con un pulpo y luego se puso en marcha. Se dirigieron hacia la zona de casas lujosas que salpicaban las cimas de las colinas de Abrigo.

Haciendo caso omiso de la sirena que empezó a sonar en cuanto se acercó a la verja de entrada, Zoe se coló por entre las puertas de hierro entreabiertas y frenó junto a la puerta de entrada de una mansión, justo bajo las sorprendidas narices de dos leones de mármol italiano. Los dos animales tenían la misma fiera expresión y la misma pata levantada, como si estuvieran dispuestos a dar un zarpazo al primer ratón -o en su caso al primer intruso- que osara acercarse por allí.

La puerta de entrada se abrió inmediatamente, y detrás de la uniformada ama de llaves -Donna- apareció el hermoso rostro de la arisca Randa Hills.

– Llevaba horas esperándote -dijo Randa con tono de desaprobación, mientras sus labios se doblaban hacia abajo en su exuberante boca pintada.

Zoe aparcó la motocicleta y desmontó quitándose el caso.

– Perdona, Randa. Hola, Donna. -Desató la caja que Marlene le había dado-. Aquí traigo la corona. Es que esta mañana he tenido mucho trabajo.

No tenía ningún sentido puntualizar que debería haber sido Randa quien se preocupara de haber ido a recoger en persona el condenado chisme -y de paso haberlo mandado a limpiar ella misma-, en lugar de hacer que Zoe y Marlene se encargaran de todo.

Pero a Randa le importaban muy poco Zoe y sus excusas.

– Vaya, ¿quién es ese?

Zoe dio media vuelta sin sorprenderse de que Yeager también se hubiera quitado el casco y estuviera sonriendo amablemente en dirección a la voz de Randa.

– Es Yeager Gates -dijo Zoe-. Uno de mis huéspedes. Yeager, esta es Randa Hills. La señora Randa Hills. Y esta es Donna Kelly.

– Señora Hills. Señora Kelly -contestó él inclinando la cabeza.

Randa lanzó una mirada perpleja a Zoe.

– Randa -le corrigió ella-. La única persona que me llama señora Hills es el señor Hills.

Zoe se encogió de hombros. Eso era verdad. Pero alguien tenía que recordarle de vez en cuando que estaba casada. Zoe subió las escaleras de la entrada y entregó la caja a Donna.

– ¿Cómo está Jerry? ¿Sigue en viaje de negocios?

– Sí, todavía voy a estar aquí muy sola durante unos cuantos días -contestó Randa mientras lanzaba una mirada interrogativa en dirección a Yeager.

Zoe sonrió para sus adentros cuando Yeager -quien no podía ver las miraditas que Randa le lanzaba- pareció inmune a sus indirectas.

Frunciendo el entrecejo, Randa se volvió hacia Zoe.

– Y me ha dicho que quiere tener una charla contigo en cuanto vuelva.

Oh, oh. Había llegado la hora de marcharse.

– Bueno, me tengo que ir, Randa.

Zoe bajó corriendo las escaleras y saltó sobre la motocicleta pateando a Yeager en el estómago con las prisas.

– Uf.

– Ponte otra vez el casco -dijo ella como única disculpa por haberle golpeado.

Volvió a cruzar la verja de entrada cuando él todavía se estaba ajustando el casco con una mano y con la otra la agarraba fuertemente de la cintura para no perder el equilibrio mientras ella tomaba una curva a gran velocidad.

– Dios, ¡qué mujer! -exclamó Yeager, y se agarró fuertemente con ambas manos a la cintura de ella-. ¿Qué es lo que estás haciendo? ¿Es que intentas matarme? Ya he tenido antes un accidente en moto y no me gustaría repetir la experiencia.

Zoe se sintió culpable y redujo la velocidad.

– Perdona -dijo por encima del ronroneo del motor de la motocicleta-. No tenía ganas de seguir escuchando a Randa, ¿vale?

– ¿Tenías miedo de lo que pudiera decirte de Jerry? ¿Y qué era esa historia de la corona?

Sí, tenía miedo de lo que Jerry tenía que decirle. Jerry era el dueño de la mayor inmobiliaria de la isla, del banco y de casi la mitad de los inmuebles alquilados de Abrigo. También había contribuido al Festival del Gobio con más de la mitad del presupuesto necesario. Afortunadamente para Zoe, los dos últimos meses había estado viajando continuamente por asuntos de negocios. Zoe estaba segura de que aquellas banderas del festival no habrían llegado a ondear aquel año si Jerry hubiera conocido los pésimos pronósticos de los estúpidos biólogos marinos. Jerry era el típico especulador. Y esperaba poder recuperar el dinero que había invertido en el festival. Pero si hubiera imaginado que aquel año los gobios no iban a dejarse ver por allí, Jerry habría puesto en cuestión la necesidad de montar el festival.

– ¿Zoe?

Zoe decidió que era mejor contestar a la más sencilla de las dos preguntas.

– Randa es Miss Isla de Abrigo. Durante el desfile del Festival del Gobio ella sale con la corona puesta y nosotras la hemos llevado a que la limpien.

Hubo un breve silencio.

– ¿Miss Isla de Abrigo? Corrígeme si me equivoco, pero ¿no me has dicho que Randa era la señora Hills?

Zoe se encogió de hombros y metió la motocicleta por un camino de tierra que conducía a uno de sus lugares favoritos en la isla. Su voz sonó entrecortada mientras avanzaban dando saltos por el camino sin asfaltar.

– Randa es Miss Isla de Abrigo desde 1989, que fue cuando Jerry le echó el ojo. Luego se casó con ella. Dado que Jerry es quien pone la mayor parte del dinero del festival, también es el que decide cada año quién será Miss Abrigo. Y ha estado eligiendo a su mujer, o ella ha estado haciendo que la elija, durante los últimos diez años.

Fue de agradecer que Yeager se quedara en silencio durante los siguientes diez minutos. Cuando por fin se detuvieron a la sombra de unos robles -junto al río Gumbee en la colina de Harry-, ella imaginó que él habría perdido el interés por aquel tema.

Y a Zoe aquello le pareció perfecto. Extendió en el suelo la manta que había traído y colocó la cesta del almuerzo junto a ella. Ofreció a Yeager un brazo para que se agarrara y lo condujo desde la motocicleta hasta el lugar donde acababa de preparar el picnic.

– Ya hemos llegado. -Zoe hizo que Yeager se sentara sobre la manta y se sentó a su lado-. Bienvenido al rincón secreto de Zoe.

Él estiró las piernas hacia delante.

– ¿Qué es lo que me hace pensar que soy bienvenido solo porque no sería capaz de descubrir yo solo el camino para llegar hasta aquí?

Zoe sonrió.

– Tengo que mantener algunas partes de mí misma en secreto.

– ¿Y por qué será que tengo la impresión de que este no es tu único secreto?

A Zoe se le hizo un nudo en la garganta.

– Dame un respiro, Yeager. Además, ¿qué sabrá de secretos un hombre como tú, cuya vida está expuesta siempre para que todo el mundo la examine?

La luz del sol se colaba en forma de rayos brillantes entre los mechones de pelo de Yeager.

– ¿Qué quieres decir con eso?

Zoe se alegró de haber conseguido que su interés pasara a otro tema. Hablar sobre él le parecía mucho más seguro.

– Lyssa me lo ha contado todo. Y yo misma he visto en una revista un artículo que hablaba de ti.

– No debes creer todo lo que lees.

– De modo que no estuviste emparejado con una actriz con enormes… -Ella hizo un gesto con las manos perfilando un imaginario busto prominente, pero enseguida se dio cuenta de que él no podía verlo-. Bueno, ya sabes a lo que me refiero.

Yeager se apoyó sobre un codo y le sonrió burlonamente.

– ¿Y cuál es la pregunta? ¿Hasta qué punto conozco eso a lo que te refieres?

– No tengo ninguna pregunta al respecto -contestó ella con remilgos-. Tu pasado, o para el caso tu futuro -añadió rápidamente-, no son asunto mío.

Yeager se acercó a ella.

– ¿Y qué me dices de mi presente? ¿Te interesa eso lo más mínimo?

Zoe se apartó de su lado. Yeager estaba empezando otra vez con aquella estúpida manía de cortejarla.

– Imagino que debes de estar hambriento.

– Sí.

Ella hizo caso omiso del tono jocoso de su voz.

– No creas que he traído nada especial: bocadillos de ensalada de pollo, uvas y pastelillos de chocolate y nueces.

– Debería haberte dicho que te quiero.

Cuando Yeager exageraba tanto, a ella le era fácil no sentirse afectada.

– Vaya, así que eres de los que se conquistan con una buena comida casera, ¿no? -replicó ella riéndose tontamente.

Luego se acercó hasta la cesta del almuerzo y colocó un bocadillo envuelto y un pequeño racimo de uvas sobre la lisa tabla de planchar que era el estómago de Yeager.

– Es que nunca pude disfrutar mucho de esas cosas. Mi madre murió al poco de nacer yo, y el brigadier general, o sea mi padre, era capaz de conseguir que el solomillo tuviera gusto a palitos de pescado. Es uno de los requisitos de las Fuerzas Aéreas.

– ¿Y qué piensa él de tu… situación? ¿De tu ceguera? -preguntó ella con curiosidad.

Yeager se ajustó las gafas negras al puente de la nariz.

– Los dos sabemos que no es más que un problema temporal.

De pronto pareció que Yeager se sentía claramente incómodo y Zoe decidió reconducir la conversación hacia un tema más relajado y trivial.

– Así que tú padre estaba en las Fuerzas Aéreas.

Zoe se dio cuenta de que los hombros de Yeager se relajaban.

– Y todavía lo está -contestó él-. En este momento está con las fuerzas de pacificación de las Naciones Unidas, en Europa. Cuando era niño, en solo doce años llegamos a vivir en ocho bases diferentes.

Zoe no podía imaginar una vida con tantos cambios de residencia. Era algo que ella odiaba.

Yeager se tragó el último pedazo de su bocadillo.

– Aunque nunca antes había vivido en una isla.

Zoe miró a su alrededor: hacia el riachuelo que corría por entre las rocas; hacia las altas montañas y los valles que se abrían entre ellas; y luego hacia el océano azul que lo rodeaba todo como un manto protector.

– Entonces la verdad es que te has perdido algo.

Yeager se encogió de hombros a la vez que se metía un enorme grano de uva en la boca.

– En todas partes existen Jerrys y Randas.

– Sin duda tienes razón -dijo ella estirándose sobre la manta y colocando las manos bajo la cabeza a modo de almohada-. Pero en otros lugares no están mi amiga Marlene, o mi hermana Lyssa, o Gunther, nuestro medio cartero, o las muchas otras personas y cosas que hacen que Abrigo sea casi el mejor lugar del mundo.

Él rio de su entusiasmo.

– ¿Casi el mejor?

Zoe sonrió a las nubes que cruzaban el cielo por encima de su cabeza.

– De acuerdo, el mejor lugar. Yo creo que hay alguna razón para que los gobios de cola de fuego hayan elegido nuestra isla durante todos estos años. Hemos construido aquí algo especial. Nuestra comunidad es como una familia. Y vivimos en una isla que no cambia y que nos mantiene a nosotros a salvo.

Yeager se tumbó a su lado y estiró los brazos por encima de la cabeza. Cuando su tórax se hinchó, se le levantó la camisa y dejó a la vista una dorada franja de su estómago. Por encima de la cintura de sus tejanos podía verse la espiral de su ombligo y una rala mata de pelo rubio que sobresalía.