– ¿Zoe?
– ¿Hum?
Cada vez que Yeager respiraba la camisa se le subía aún más arriba.
– Te he preguntado por tus padres. ¿Te has quedado dormida mientras estaba hablando?
Zoe parpadeó y luego volvió a dirigir rápidamente la mirada hacia el cielo azul.
– Perdona. Ellos… eh… murieron cuando yo acababa de empezar la universidad. Durante un viaje que hicieron para ir a visitarme. Yo estaba en una universidad de Los Ángeles y vivía en una residencia privada, solo para mujeres, y ellos habían venido a visitarme en autocar… -Zoe tragó saliva-. Lyssa fue la que me llamó y me dio la noticia. Aunque los habían llevado a un hospital a solo cincuenta minutos de mi residencia, sus carnets de identidad tenían la dirección de la isla.
Las hojas del roble que había por encima de sus cabezas se movieron tristemente.
Yeager le tocó la cara con una mano a la vez que se volvía hacia ella.
– Lo siento -dijo él. Su pulgar se paseó por las mejillas de Zoe como si estuviera buscando alguna lágrima-. ¿Estás bien?
– Hum.
A Zoe le dieron ganas de frotar su mejilla contra la mano de él. La tarde que le dieron la noticia de que sus padres acababan de morir no había tenido a nadie que la consolara. Era un día especialmente frío, y después habían pasado meses -puede que años- antes de que ella volviera a sentir de nuevo calor.
Yeager seguía acariciándole la mejilla.
– Entonces -dijo él con una voz deliberadamente suave- cuéntame qué es lo que hace que este sea el lugar favorito de Zoe.
Mientras Zoe le describía cómo eran las colinas que los rodeaban y cómo era el río Gumbee -que tenía agua durante todo el año excepto el mes seco de septiembre-, Yeager no dejó de acariciarle la mejilla con la mano.
Luego recorrió con los dedos el contorno de una de su cejas. Ella pensó en apartarse, pero aquella caricia le pareció dulce y amistosa.
– ¿Era este el lugar al que te traías a los ligues? ¿O acaso estamos en el palco de observación de las especies submarinas locales? -preguntó Yeager.
Zoe imaginó que él habría podido notar cómo se le arrugaba ligeramente el entrecejo.
– Solo te voy a decir una cosa, amigo. En mi colegio, en la clase de último curso, había veintiséis alumnos; dieciocho de ellos éramos chicas.
Los dedos de Yeager avanzaron por la línea del nacimiento de su pelo y se posaron sobre una de sus sienes.
– Vaya, ya me habría gustado a mí estar en aquella clase -dijo él.
Zoe se tragó un suspiro y se quedó tan inmóvil y fría como pudo, temiendo que él no fuera capaz de detenerse; y temiendo a la vez que acaso se detuviera.
– No lo dudo.
Yeager se acercó más a ella.
– ¿De manera que eso significa que no seré yo el primero al que hayas besado en este lugar?
– Oh, Yeager.
Él no debería haberlo dicho. Y ella no debería desearlo. Pero aquella mano que acariciaba delicadamente su cabello estaba haciendo que todas sus. dudas y sus deseos empezaran a darle vueltas de nuevo en la cabeza. Aquella mano era grande, caliente, seductoramente masculina; una extraña y traicionera sensación de ahogo la pilló desprevenida.
Zoe tragó saliva intentando refrenar aquella desconocida afluencia de deseos. ¿No se suponía que era capaz de tenerlo todo bajo control? Yeager le había pedido que le divirtiera y ella había pensado que un paseo por la isla y un almuerzo al aire libre serían todo lo que él deseaba.
Uno de los hombros de Yeager se frotó contra el hombro de ella.
– Demuéstrame que somos amigos, Zoe. Bésame.
Capítulo 10
A Zoe empezó a latirle el corazón con rapidez. No había supuesto que iban a llegar a eso. Ella no había pensado que tendría que tomar ese tipo de decisiones. Se suponía que vivir en la isla la protegía del tipo de errores como el que estaba cometiendo en aquel momento: estar tumbada junto a un hombre apuesto -¡y un hombre famoso!-, un hombre de paso que al final la abandonaría.
Pero su aliento olía a uvas y sus labios estaban muy cerca. Y se movían de una manera muy sensual mientras volvían a susurrar su nombre…
– Zoe.
Ahora empezaba a entender por qué, ciento cincuenta años antes, tantos pescadores habían estado naufragando contra las rocas del lado oeste de aquella isla: porque la isla estaba rodeada por sensuales y furtivas sirenas, y algunas de ellas eran varones.
La mano de Yeager se deslizó por detrás de la cabeza de ella y la levantó para acercar la boca de Zoe hacia la suya.
– Bésame -susurró él.
Y ella lo hizo.
Yeager degustó también el sabor a uvas de la boca de ella, o puede que fuera vino, porque la dulzura de aquella boca lo embriagaba al igual que lo hacía la dulce presión de aquellos suaves y tentadores labios.
Zoe sintió un calor en el vientre, y cuando Yeager volvió a acercar su boca a la suya, ella no pudo evitar mover su cuerpo hasta él. Se apretó contra aquel pecho fuerte y cálido, mientras las manos de él se deslizaban desde detrás de su cabeza hasta su cintura. Ya las recordaba allí de cuando habían estado subidos en la motocicleta. Y al recordar la sensación del cuerpo de Yeager pegado a su espalda, Zoe gimió dentro de la boca de él.
Él apretó sus caderas contra las caderas de ella. Zoe sintió también la masculinidad de él: su erección presionando contra la tela de sus tejanos. Y en ese momento ella empezó a sentirse caliente.
Zoe había conseguido ponerlo en aquel estado. Había hecho que Yeager tuviera una erección y que la deseara. Empezó a sentir un hormigueo que le recorría toda la piel y un calor de deseo que le atravesaba el cuerpo.
Yeager deslizó las manos hacia arriba, por su espalda, frotándolas por encima de la camiseta de ella. Zoe se dio cuenta de que él había notado que no llevaba sujetador. Los dedos de Yeager se quedaron inmóviles y luego levantó la cabeza como si necesitara tomar aliento.
– ¿Zoe?
Ella apoyó la cabeza en el hombro de él, avergonzada. Yeager le acarició la frente con la mejilla y luego buscó de nuevo su boca. La volvió a besar una y otra vez, enardeciendo el fuego que ella sentía en el vientre y haciendo que hormigueantes oleadas de deseo recorrieran sus brazos y sus piernas. Sus dedos se pasearon por los costados de ella y luego se movieron hacia el centro de su cuerpo hasta rodearle los pechos con las manos.
¡Oh! Zoe apartó la cabeza bruscamente y se separó del beso de Yeager. Aparentemente, el tamaño no importaba cuando se trataba de que un hombre disfrutaba de la sensación de tener unos pechos femeninos entre las manos. Y tampoco parecía que a él le importara el escaso escote de ella. Incluso con la fina tela de algodón interponiéndose entre sus cuerpos, daba la impresión de que él estaba fascinado con la forma de sus pechos: acarició una y otra vez aquellas pequeñas protuberancias con las palmas de las manos para a continuación ponerse a trazar círculos alrededor de sus pezones. Estos inmediatamente se pusieron erectos.
Echada de espaldas como estaba, Zoe se quedó quieta, aturdida por otra oleada de excitación. Algo nuevo le estaba pasando. Sentía que los miembros se le deshacían a causa del calor que le provocaban las caricias de Yeager. El aire se le trabó en los pulmones cuando él se deslizó hacia abajo. Y cuando la boca de él localizó uno de sus pezones erectos, ella tuvo que morderse una mano para ahogar un grito.
Por ciego que estuviera, parecía que Yeager sabía exactamente qué tenía que hacer. Primero lo chupó, mojando la tela de su camiseta sobre aquel punto endurecido, y luego se lo metió en la boca. Justo cuando ella creía que se había deshecho completamente a causa del calor que sentía, Yeager succionó con fuerza aquel pezón gimiendo de satisfacción, como si el sabor de lo que tenía en la boca fuera tan delicioso como cualquiera de los platos con los que ella hubiera podido alimentarle.
Zoe no podía dejar de meterle los dedos por el pelo, mientras él localizaba sin demasiados problemas el otro pezón y lo lamía y lo besaba. Ella sintió como si algo se estuviera fraguando dentro de su cuerpo, y notó una especie de tensión en las piernas y en el vientre que la hacían retorcerse sin cesar. Sentía calor por todo el cuerpo: en la cara, en las palmas de las manos, en las nalgas, en las rodillas. Zoe intentó echarse hacia atrás para detener de alguna manera el obvio y descaradamente sexual movimiento de sus caderas.
Puede que Yeager hubiera pensado lo mismo, porque colocó una mano grande y caliente sobre su estómago, y la empujó hacia abajo haciendo que aquella tensión la mortificara todavía más.
Luego tomó de nuevo su boca. Uno de los dos -por supuesto, había sido ella- dejó escapar un ligero gemido cuando Zoe levantó la tela de la camisa de él. Por fin podía disfrutar de aquel pecho parcialmente desnudo, contra el que ahora se frotaban su húmeda camiseta y sus endurecidos pezones.
Zoe gimió de nuevo.
– Chis, chis -dijo él tratando calmarla, pero algo estaba pasando en el interior de Zoe.
Y también en su exterior. Sentía calor por todas partes y un ardiente deseo a causa de las caricias que Yeager le prodigaba.
– Está bien -susurró él contra su boca-. Lo he entendido.
«¿Había entendido? ¿Qué había entendido?» Pero en aquel momento ella no podía pensar nada, porque la lengua de Yeager se hundía de nuevo en su boca y una mano desabrochaba los botones de sus tejanos. Él metió una de sus grandes manos, abierta -y casi tan caliente como la piel de ella-, entre los vaqueros y la satinada tela de las bragas de Zoe.
La carne del vientre de Zoe se estremeció y luego toda ella empezó a temblar de los pies a la cabeza.
– ¿Yeager?
Yeager paseó la boca por su cuello, dibujando una línea que descendía por su garganta y que era como una copia del recorrido que describía su mano, mientras se dirigía al lugar más caliente y excitado del cuerpo de Zoe.
Todavía con la tela de las bragas formando una barrera entre los dedos de él y la carne de ella, Yeager la tocó allí y Zoe se estremeció.
– Chis, chis -le susurró Yeager de nuevo-. Lo sé, cariño, lo sé.
Zoe sintió el cuerpo de Yeager aplastándose contra el suyo a través de la tela de los tejanos de ambos, y su pene duro frotándose contra su muslo. De alguna manera, dejar que Yeager la acariciara la hacía sentirse bien. Y entonces, mientras la besaba de nuevo, Yeager la rozó con los nudillos en algún lugar que -por debajo de su ropa interior- estaba caliente y mortificantemente húmedo.
Y a Yeager aquello pareció gustarle.
– Oh, cariño -dijo él con reverencia, o así al menos lo entendió ella casi al borde del vértigo.
Y cuando Yeager le lamió el labio inferior y la acarició con la punta del dedo, ella sintió que estallaba de placer. Que estallaba alejándose de aquel lugar en la Colina de Harry, y saliendo de la isla y seguramente del mundo entero. Y luego sintió que caía de nuevo al suelo, convertida en pequeños fragmentos, desparramándose sobre su rincón de la isla favorito y por encima del hombre al que había creído que podría manejar con facilidad.
Al cabo de un instante, Yeager se apartó de ella.
– Zoe -dijo él, pero enseguida se calló-. Yo no… Yo no… -añadió finalmente con una voz ronca.
Zoe sintió que le ardían las mejillas de vergüenza y humillación. Volvió la cara mientras volvía a abrocharse los tejanos y se bajaba la camiseta. Por supuesto, él no había pretendido que aquello llegara tan lejos. Por supuesto, él no la deseaba de verdad. Yeager era Apolo y ella era… alguien a quien él jamás debería haber conocido.
Él solo andaba buscando unos cuantos besos, una diversión para pasar la tarde, y posiblemente coquetear un rato. Y se había visto obligado a tener que satisfacer a una mujer desesperada, que había estallado como un petardo casi con su primera caricia. Otra oleada de vergüenza la hizo enrojecer de nuevo.
Quizá se habría sentido mejor si hubiera intentado satisfacerlo a él, pero por lo rápidamente que Yeager se había apartado de su lado era demasiado obvio que pensaba que Zoe no era suficiente mujer para él.
Ella se puso de pie y se sintió contenta como nunca por el hecho de que él no pudiera verle la cara.
– Será mejor que nos marchemos.
– Sí.
Yeager se quedó de pie mientras ella recogía los restos del almuerzo, doblaba la manta y lo cargaba todo otra vez en la motocicleta. Por suerte había traído también un jersey y se lo puso por encima de la camiseta mojada con aquellos vergonzosos círculos de saliva.
Pasó el casco a Yeager. A la vuelta, él ya no se sentó tan pegado a ella y Zoe sintió escalofríos durante todo el camino de regreso a Haven House.
– Zoe…
– No digas nada, ¿de acuerdo? -le dijo ella secamente-. Hazme solo un favor, déjalo estar.
"Amor a ciegas" отзывы
Отзывы читателей о книге "Amor a ciegas". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Amor a ciegas" друзьям в соцсетях.