Lo último que quería ahora Zoe era volver a revivir aquel episodio de indecorosa lujuria. Una lujuria que parecía haberlo dejado a él completamente indiferente.

Yeager asintió la cabeza. Y más tarde, mientras subía por el camino hacia su apartamento, se tropezó. Por primera vez parecía que Yeager fuera realmente ciego.


Zoe entró en la cocina dispuesta a preparar la comida de la tarde y se encontró allí con Lyssa, quien estaba cortando castañas de agua en rodajas. Zoe frunció el entrecejo.

– ¿Qué es esto? Pensé que habíamos quedado en hacer guacamole con tortitas y un plato de galletas saladas y quesos.

Lyssa no apartó los ojos del cuchillo.

– Hum… Ya he hecho el guacamole. Pero esto es para la cena. Hoy tenemos invitados.

Zoe parpadeó sorprendida.

– ¿Qué? -Empezó por plantear la pregunta que le parecía más sorprendente-: ¿Quieres decir que vas a cocinar tú?

Zoe sabía que dirigir aquel bed-and-breakfast era algo que a Lyssa no le atraía tanto como a ella. Aunque Haven House era el negocio de las dos, Zoe había tomado la dirección en lo que se refería a cualquiera de los trabajos de la casa, posiblemente porque ella era la mayor y porque Lyssa había estado enferma.

Lyssa la miró por debajo de las pestañas.

– Yo también tengo mis especialidades -dijo tratando de defenderse.

– Normalmente tu especialidad es comer -le replicó Zoe sonriendo-. Estoy bromeando. ¿Quién va a venir a cenar?

– Yeager y Deke.

El alma de Zoe cayó en picado, cual gaviota, en dirección a sus pies.

– ¿Qué? -Respiró profundamente para calmar su arrebato de pánico-. No creo que puedan venir.

Yeager, sin duda, no podría venir. Sobre Deke todavía no sabía casi nada.

– Vendrán -dijo Lyssa tranquilamente-. Les he dejado una nota a cada uno de ellos diciéndoles que hay un problema con sus facturas.

Zoe alzó las cejas. No había ningún problema con sus facturas.

– ¿Qué?

Lyssa pasó por alto su cara de sorpresa.

– En cuanto lleguen, les ponemos una cerveza fría en las manos y verás cómo se quedan.

Zoe cruzó los brazos sobre el pecho y se quedó mirando la cara angelical de su hermana pequeña.

– ¿De qué va esto, Lyssa?

– Creo que las dos hemos estado demasiado tiempo solas -contestó ella intentando evitar la mirada de Zoe.

Zoe se movió incómoda por la cocina. Tenía ganas de marcharse de allí. De hecho, había estado pensando cómo podría hacer exactamente eso durante el resto de la estancia de Yeager en la isla. Sí, esa táctica ya la había intentado antes, pero esta vez estaba dispuesta a desaparecer por completo. Después de lo que había pasado entre ellos -lo que le había pasado a ella en la cima de la colina-, ¿cómo iba a poder encontrarse de nuevo con él en cualquier parte?

No esperaba volver a sentir otra oleada de irresistible deseo por aquel hombre, ni creía que pudiera olvidar la vergüenza que sentía. Ya ni siquiera pensaba que él fuera atractivo.

Zoe tragó saliva.

– Bueno, en tal caso, podríamos invitar a algunos de nuestros amigos. Nuestros amigos de la isla.

– Yeager y Deke. Hoy estoy cocinando para ellos. Quiero conocerlo, quiero decir conocerlos, un poco mejor.

Zoe movió la cabeza con gesto de sorpresa.

– Pero…

– ¿Hay alguna buena razón por la que no quieras que vengan?

Zoe abrió la boca. Había carretadas de buenas razones. Volvió a cerrar la boca. No quería compartir ninguna de esas razones con nadie, ni siquiera con Lyssa.

En especial con Lyssa. No había motivo para preocupar a su hermana por algo tan… tan… insustancial. Algo que no volvería a pasar nunca más.

Sin embargo…

– Va a ser un desastre -insistió Zoe. Aunque Yeager no se presentara, evidentemente ella no tenía ningunas ganas de quedarse allí.

– No, no lo será -replicó Lyssa de manera cortante.

Zoe parpadeó sorprendida. ¿La serena y calmada Lyssa contestándole de aquella manera?

– ¿Te pasa algo?

Su hermana apretó los labios y negó con la cabeza.

– ¿No podemos sencillamente disfrutar de una cena agradable juntos?

– Bueno, sí, claro que podemos.

Una oleada de lealtad fraternal hizo que enseguida estuviera de acuerdo con ella. Zoe había notado una desconocida tensión en la normalmente tranquila Lyssa, y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de aliviarla.

Incluso si eso significaba tener que ser jodidamente amable con Yeager durante una cena.

Esa rata. Cuando pensaba en lo que había pasado, se decía que él era quien debería sentirse incómodo. Él era quien tenía tanta experiencia. Él tendría que haber sabido de antemano lo que podía acabar pasando.

Zoe empezó a alimentar aquel pequeño estallido de rabia porque estaba segura de que con eso apagaría la vergüenza que sentía. Oh, de acuerdo, si tenían que sentarse juntos en la cena de Lyssa, sería amable.

Sería tan amable que él no se iba a enterar de dónde le venían los palos.


Deke pensó que aquella era la más extraña maldita cena a la que había sido invitado.

Y no importaba que aquella fuera la única maldita cena a la que le había tocado asistir.

No tenía ni idea de por qué aquellas dos mujeres querían que Yeager y él se presentaran allí, pero había ríos de corrientes emocionales subterráneas que corrían entre los cuatro -Lyssa y él en un lado de la mesa, y Yeager y Zoe en el otro- que ninguno de ellos podía pretender ignorar.

Lyssa no se dirigía a él ni a su hermana. Yeager no hablaba con Zoe. Zoe no dirigía la palabra a Yeager ni a Lyssa ni a él. En aquella cena no había nada de conversación y sí mucho e innecesario ruido de cubiertos.

Y algo en el fondo de cristal azul de los ojos de Lyssa dio a Deke un extraño impulso -o incluso la responsabilidad- de relajar la tensión que había en aquella mesa.

Mierda. Debía de estar empezando a ablandarse.

Eso era lo que les pasaba a los hombres con la edad.

– Bueno -dijo Deke intentando encontrar algún tema de conversación, algo que hasta entonces jamás se había molestado en hacer-, parece que hace buen tiempo, ¿no?

Zoe murmuró algo. Yeager musitó algo. Y Lyssa no se molestó en emitir sonido alguno.

Deke miró a Lyssa de soslayo. Si de alguna manera hubiera que definir el aspecto que tenía esa noche aquella adorable criatura, el término más adecuado sería deplorable. La vergüenza y el remordimiento que había sentido Deke durante todo el día le quemaban ahora en el estómago como una úlcera.

Sabía que había cometido un gran error y pensó que debería hacer algo, algo que acabara con aquella frialdad que estaba empezando a crecer entre los dos. Pero antes, se dijo, tendrían que esperar a que terminara aquella deplorable cena.

Dejó escapar un leve suspiro y lo intentó de nuevo, dirigiendo sus observaciones hacia el otro lado de la mesa.

– Una cena maravillosa, ¿no es así, Yeager?

– Sí -refunfuñó su amigo, a pesar de que no había probado bocado.

Yeager alzó su húmeda botella de cerveza y echó un trago largo. Cuando la volvió a dejar en la mesa golpeó con ella una de las otras dos botellas vacías que ya se había tomado.

Zoe consiguió salvar las botellas vacías antes de que cayeran rodando como bolos. Agarró cada una con una mano y se levantó.

– Yo iba a…

– ¿Adónde vas? -preguntó Yeager alzando la mandíbula en dirección a ella.

Zoe no le contestó.

– ¿Alguien quiere algo de la cocina?

Dirigió la amable pregunta a una anticuada lámpara que colgaba del techo sobre la mesa del comedor.

Yeager volvió a refunfuñar.

– Tráeme otra cerveza -dijo, y añadió un poco tarde-: Por favor.

Zoe volvió un momento los ojos hacia él, pero se dirigió sin dilación hacia la puerta batiente de la cocina. El silencio cayó de nuevo como una blanca mortaja sobre los otros tres.

Una vez hubo regresado Zoe, Deke intentó romper el hielo una vez más.

– Estoy haciendo progresos en la casa.

Parecía que para los demás aquel era un tema aburrido. Lyssa y Zoe se quedaron mirando fijamente sus platos en lugar de mirarlo a él, y Yeager se dedicó a trasegar su cuarta cerveza.

Deke se quedó mirándolo muy serio. Había en el rostro de su amigo una crispación que él esperaba que hubiera desaparecido durante su estancia en aquella isla. Zoe tenía algo que ver con su renovada tensión, eso era obvio, pero Deke no pensó que un asunto de mujeres pudiera afectar tan profundamente a Yeager. Eran amigos desde hacía mucho tiempo y las mujeres nunca habían sido un problema para Yeager. Las seducía, se divertía con ellas y luego las dejaba. Y las tres cosas las hacía de una manera muy poco complicada.

No es que Yeager no tuviera otras complicaciones. Era un hombre que había luchado duro para perfeccionarse, y para conseguir ser unos de los mejores pilotos de la NASA. Deke también conocía al padre de Yeager, el brigadier general, y no había que tener más de dos dedos de frente para entender el elevado nivel de expectativas con el que había crecido Yeager por parte de su padre y por él mismo.

Pero ahora, sin ningún escalafón al que ascender y sin riesgos que asumir -algo que en buena hora había quedado en el pasado-, Deke desconocía si había algún tipo de liberación posible, siquiera concebible, que pudiera relajar la tensión que sentía Yeager.

Este se acabó la cuarta cerveza en cuestión de segundos. Parecía que su amigo estaba intentando buscar la solución a sus problemas en el alcohol.

Yeager dejó la botella vacía sobre la mesa de un golpe.

– ¿Ha llegado algún correo para mí?

Nadie le contestó.

Deke pasó la mirada de Lyssa a Yeager, y de este a Zoe, y luego volvió a hacer la ronda a la inversa.

Yeager se ajustó las gafas oscuras al puente de la nariz, se cruzó de brazos y ladeó el cuerpo en dirección a Zoe.

– ¿Ha llegado algún correo para mí? -preguntó de nuevo.

– ¿Por qué? ¿Estás esperando una nueva amiga de plástico? -contestó ella amablemente.

Deke se aguantó la risa. Le gustaba Zoe y sabía que a Yeager también le gustaba, a pesar de que no tenía la exuberancia de su hermana pequeña o la envolvente belleza a la que Yeager estaba acostumbrado. Pero había en ella una vivacidad que era un innegable atractivo.

– No -dijo Yeager apretando los dientes.

– ¿Estás seguro? ¿No dicen que valen más dos en mano que una volando? -insistió Zoe.

– No.

Zoe hizo ver que no había oído su respuesta.

– ¿Sabes?, es que me gustaría que me dieras el número de tu contacto para proveerme también yo.

– ¿Por qué quieres hacer eso? -La voz de Yeager tenía un tono de enfado que sorprendió a Deke-. Me parece que ya te satisfacen lo suficiente los hombres de carne y hueso.

Zoe se ruborizó.

– No es para mí, sino para ti. Estoy convencida de que tu actual compañera no es suficiente para ti.

Yeager alzó las cejas.

– ¿Te estás refiriendo acaso a ti misma?

Zoe enrojeció todavía más. Ambos parecían haber olvidado que no estaban solos.

– Por supuesto que no. Me refiero a esa…, no sé cómo la llamas, Dolly.

– Al menos ella no juega a caliente, caliente, frío, frío.

– ¡Juegos! -exclamó Zoe enfadada-. Probablemente ella aún no se ha dado cuenta de que no es más que un juego para. ti. Nada más que una muñeca con la que pasar el rato.

– Yo no pienso en ti cómo en una muñeca -contestó Yeager tranquilo.

– Tú no piensas en mí en absoluto.

Yeager hizo un gesto de enfado y golpeó la mesa con la botella de cerveza ahora vacía.

– Maldita sea, Zoe, ¿qué quieres decir con esto? Lo estábamos pasando bien, ¿no? ¿Y qué?

– Con ese «y qué» dejaste que la diversión se nos fuera de las manos.

Deke se quedó mirando a Lyssa -quien a su vez lo miraba con sus azules ojos abiertos como platos- y se encogió de hombros.

Hubo un largo silencio y luego la expresión de Yeager se hizo todavía más dura.

– Estás enfurecida porque paré. ¿No es así?

– Si yo hubiera estado… Si tú no querías… ¡No tenías ningunas ganas de continuar!

Deke dirigió otra mirada a Lyssa y se dio cuenta de que ella estaba tan fascinada con aquella escena como él. Deke no sabía qué estaba pasando exactamente entre Yeager y Zoe, pero parecía ser algo lo suficientemente serio para hacer que su amigo perdiera los nervios. Mientras se quedaba mirándolo, vio que una de las manos de su amigo se cerró en un puño.

– Maldita sea, Zoe, me detuve porque las otras veces te habías parado tú. Y no hace falta ser astronauta para…

– Algo que, por cierto, él es. -No pudo evitar añadir Duke en voz baja.

– … para saber que no estabas dispuesta a echar un polvo sobre una manta a la orilla del río Grummee.

– Río Gumbee -le corrigió ella.