– Como se llame. -El rostro de Yeager estaba realmente crispado-. Yo paré por ti.

Hubo otra larga pausa.

– ¡Oh! -contestó ella.

– ¡Oh! -la parodió Yeager disgustado.

– Entonces, muy bien. -Zoe se contoneó remilgada en su asiento-. Bien está lo que bien acaba.

– Por Dios bendito -dijo Yeager para sus adentros-. Para ti eso es fácil de decir. -Luego elevó el tono de su voz-. Y ahora ¿puede decirme alguien si ha llegado correo para mí? Cuando volví esta tarde llamé a Houston y me dijeron que me llegaría un informe un día de estos.

Deke frunció el entrecejo.

– ¿Un informe?

Yeager tenía un permiso por invalidez. En aquel momento los de Houston no deberían estar molestándole con papeleos.

– Mi informe médico -contestó Yeager lacónico.

– ¿Tu informe médico? -repitió Deke.

¿Para qué demonios lo quería? Yeager alzó una mano.

– Pensé que ya lo sabrías. Antes de venir a la isla apelé la sentencia que me dejaba fuera del proyecto Millennium.

Deke se quedó mirando a Yeager fijamente. Con el rabillo del ojo pudo ver a Zoe poniéndose derecha en su silla y observando a Yeager de reojo. Deke meneó la cabeza.

– Ya sabes lo que han dicho los médicos. Sí, recuperarás la vista. No, no volverás a viajar al espacio.

La expresión de Yeager no cambió un ápice.

– Pedí que se revisara esa decisión.

Deke no podía creérselo. Pensaba que Yeager había entendido cuál era su situación, aunque vivir con aquello no fuera a resultarle fácil.

– ¿Por qué demonios te haces esto a ti mismo? Sabes tan bien como yo que no se van a comprometer en eso.

– Volveré a volar.

Mierda, aquello era peor de lo que él imaginaba. Deke le replicó con un tono de voz cuidadosamente neutro:

– ¿Qué han dicho en Houston?

– Han dicho que volverían a revisar mi caso. Cuando he llamado hoy me han dicho que ya me habían enviado el informe, pero que no pensaban discutir el asunto por teléfono.

– Por el amor de Dios -dijo Deke-. ¿Ya les has explicado que ni siquiera vas a poder leer ese informe cuando te llegue?

Yeager no hizo caso de aquella pregunta.

– ¿Lyssa? -preguntó Yeager.

– ¿Sí? -contestó ella en voz baja, con unos ojos tan grandes como los platos de porcelana china que había sobre la mesa.

– ¿Me ha llegado alguna carta?

Lyssa negó con la cabeza y luego añadió:

– No. No ha llegado correo para ti hoy. Pero Yeager, a veces… -dudó un momento y luego acabó la frase-:… a veces el destino tiene planes para nosotros que nosotros no esperábamos.

Aquellas palabras parecieron provocar una explosión. Yeager arrugó la cara y luego se puso de pie con impaciencia haciendo que la silla cayera hacia atrás y golpeara contra el suelo. Zoe se levantó de un sialto, volvió a poner de pie la silla y la acercó a la mesa.

– No te preocupes -dijo Zoe tocando ligeramente el brazo a Yeager-. Seguro que está en camino.

Sin decir nada más, Yeager salió del comedor y se dirigió a la cocina. Zoe dio un respingo al oír el portazo de la puerta trasera de la casa, señal de que él se acababa de marchar.

Por primera vez desde que Deke se sentara a la mesa, Zoe lo miró a la cara.

– ¿Qué es lo que pasa? -le preguntó ella.

Deke sacudió la cabeza.

– Supongo que debería haberlo imaginado.

– Me había dicho que sus heridas eran algo totalmente pasajero -dijo Zoe con cara compungida-. Nunca me dijo que no podría volver a volar.

– No podrá volver a volar en la NASA ni en el ejército -le aclaró Deke-. Y lo sabe, maldita sea, sabe que no le dejarán volver con ese accidente en su historial.

Zoe alzó las cejas y meneó la cabeza.

– No creo que lo sepa.

Deke refunfuñó.

– Dejó la rehabilitación, ¿sabes? Empezaba a manejarse bien con su falta de vista, pero los médicos querían que fuera a un psicoterapeuta.

– Para que le ayudara a aceptar los cambios de su nueva vida, supongo -dijo Lyssa asintiendo con la cabeza.

Deke asintió a su vez.

– Cuando abandonó la rehabilitación tan pronto, pensé que aquello era una buena señal. Creí que eso significaba que tenía la situación bajo control.

– Hombres -se burló Lyssa con una leve sonrisa en los labios.

Deke ignoró el comentario.

– La prensa no dejaba de perseguirlo. Estaban por todas partes. Yeager no necesitaba ni tanta atención ni la lástima del público. Creí que eso también era una buena señal.

– La compasión apesta -añadió Lyssa poniendo mala cara.

Sorprendido, Deke le dirigió una mirada y luego volvió los ojos hacia Zoe, quien a lo largo de la conversación había palidecido.

– ¿Estás bien?

– Sí. Solo que no sé qué imaginaba él. Su vida nunca volverá a ser la misma. -Zoe se levantó de la mesa-. Creo que necesito dar un paseo. -Su mirada se cruzó con la de su hermana-. Ya recogeré yo la mesa.

– No te preocupes por eso -contestó Lyssa-. Ya me ayudará Deke.

Él alzó las cejas sorprendido. Por la manera como Lyssa había estado evitando siquiera mirarlo, había imaginado que no tendría otra oportunidad de hablar con ella en privado.

– No hay problema.

Zoe se estremeció ligeramente y luego entornó los ojos.

– Será mejor que no los haya.

Deke apretó ligeramente los labios, pero se controló en cuanto Zoe salió de la habitación. Una advertencia de boca de la hermana mayor de Lyssa era tan amenazadora como un mosquito retando a un vampiro.

Al final Lyssa y él se quedaron solos a la mesa. Deke empujó su plato hacia el centro de la mesa y ladeó la cabeza. La luz tenue de la vieja lámpara que había sobre sus cabezas se reflejaba en las mejillas de Lyssa, dibujando sombras en sus facciones.

El corazón de Deke saltó una vez más contra el muro de sus costillas y aquella sensación de úlcera volvió a quemarle las entrañas. Ella era tan hermosa que casi hacía daño a los ojos.

Lyssa apoyó los codos sobre la mesa y entrelazó los dedos de las manos. Luego apoyó la barbilla en los dedos y se quedó mirándole a los ojos.

– ¿Por qué tengo la sensación de que estás a punto de contarme que Yeager no es el único que está tratando de engañarse a sí mismo? -preguntó ella.

Capítulo 11

Deke se entretuvo más de la cuenta recogiendo los platos. Lyssa le ayudaba; su larga melena iba rozándole los hombros y la tela de su vestido flotaba alrededor de sus caderas.

Deke intentó apartar la mente de ella y centrarse en lo que tenía que decirle. Era obvio que aquel beso en su casa no había funcionado. Incluso después de las lágrimas y del enfado de aquella tarde, ella seguía mirándolo de una manera que no dejaba de intimidarlo.

¿Cómo podía un hombre de mediana edad no sentirse halagado, fascinado, y no perder la cabeza por una muchacha rubia, de ojos azules y de solo veintitrés años?

Pero también se había mirado a sí mismo al espejo por la mañana y había decidido que tenía que conseguir acabar con el interés que Lyssa sentía por él. Era lo mejor. Ella era joven, dulce y pura, y él era un perro viejo al que ya habían pateado más de una vez; y al que acababan de patear hacía muy poco.

Mientras Lyssa iba de acá para allá recogiendo los platos del fregadero y colocándolos en el lavavajillas, Deke se apoyó en el mostrador de la cocina y se pasó una mano por la cara.

– Escucha -dijo él finalmente.

Ella continuó aclarando los platos.

– Escucha -repitió más alto.

Lyssa lo miró por encima de un hombro mientras se dirigía al lavavajillas. Aquel gesto suyo tan natural le hizo sentirse culpable por pensar en ella en términos de sexo salvaje y lujurioso, y luego fijó la vista en su boca. Era rosada y húmeda, y casi no pudo evitar que un temblor le recorriera la espalda ante aquella visión. Fresas y melocotones. Aquel beso le había sabido como una ensalada de frutas de verano.

– Te estoy escuchando -dijo ella.

Deke volvió a frotarse la cara. Lyssa parecía completamente tranquila y relajada. Por supuesto que él no había imaginado que tendrían una escena, pero lo que tenía que decirle no iba a ser fácil para ella y tendría que haberse dado cuenta ya de lo que se le avecinaba. Deke sabía que así era.

– No me gusta tener que hacer esto -empezó a decir él.

– Pero te ves obligado a ser sincero conmigo -dijo ella completando su frase.

– Bueno, sí. -La manera en que Lyssa le había contestado le hizo perder por un momento el hilo argumental y ahora intentaba recordar qué era lo que estaba intentando decirle-. En primer lugar, tengo que pedirte disculpas.

– Aceptadas -dijo ella.

– ¡Ni siquiera sabes por qué me disculpo!

Lyssa pasó un puñado de cubiertos de plata bajo el chorro de agua del grifo y luego los metió en la cesta del lavavajillas con sumo cuidado.

– Te disculpas por haberme besado de aquella forma.

– Bueno, sí -dijo él metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón-. No pretendía asustarte de aquella manera.

Al oír esas palabras, ella giró en redondo manteniendo una de sus rubias cejas levantada.

Deke se sintió como un chinche a punto de ser aplastado.

– Vale -murmuró él-. Intentaba mostrarte… lo que podía pasar entre nosotros dos.

La otra ceja de Lyssa fue a colocarse al lado de la anterior.

– ¿Y se suponía que eso iba a asustarme?

La manera como ella había pronunciado aquellas palabras hizo que el recuerdo del beso estallara de nuevo en su cabeza. La sangre se le calentó y el pulso se le aceleró. Lyssa no se había asustado. Su boca tenía el sabor del verano, su piel olía igual que la miel y sus brazos jóvenes y suaves le habían rodeado la cintura. Y Deke había deseado enterrarse en el éxtasis de ella.

Deke se aclaró la garganta y miró para otro lado.

– De acuerdo. Puede que fuera una mala idea. Pero lo cierto es que… -dijo dando un paso adelante y otro atrás.

Ella volvió a acercarse al fregadero.

– Que yo soy más joven que tú.

Era mucho más fácil cuando ella no le estaba mirando.

– Lyssa. -Él volvió a aclararse la garganta-. Yo también he tenido tu edad. Y he creído en lo mismo que tú quieres creer ahora, ¿de acuerdo?

– Pero de eso hace ya mucho tiempo.

Le fastidiaba que ella estuviera leyéndole el pensamiento o completando sus propias frases.

– Exacto -dijo él lacónico-. Incluso me llegué a casar una vez.

Y probablemente fue el matrimonio más corto de la historia.

Lyssa agarró una esponja grande y la introdujo en un bote de agua con jabón.

– ¿Estás divorciado?

– Sí.

No tenía sentido aclararle que su matrimonio terminó al tercer día y que, por lo tanto, técnicamente la boda se había anulado.

Lyssa se puso a frotar el mostrador de la cocina.

– Y eso te hizo estar en contra del matrimonio.

Aparentemente a ella aquella idea no la sorprendió.

– Exacto.

– ¿También te hizo estar en contra de las mujeres? -preguntó Lyssa de manera prosaica.

– ¡No! Sí. No. -Él apretó los dientes con desesperación. ¿Cómo podía explicarle los cambios que aquella experiencia había producido en su vida?-. Simplemente empecé a ver las cosas de otra manera, ¿vale?

Lyssa no dijo nada, y continuó haciendo círculos con la esponja sobre los azulejos. Deke sabía que la estaba hiriendo con sus palabras y se odiaba a sí mismo por ello, pero tenía que intentar salvarla de alguna manera.

De él.

Porque si seguía persiguiéndolo día tras día, si seguía mirándolo de aquella manera, si seguía respirando tan cerca de él, con aquellos pechos frotándose contra la pechera de su vestido, no iba a sentirse responsable por lo que pudiera pasar entre ellos.

– Lyssa -dijo Deke en voz baja-. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo…?

Ella se volvió hacia él y lo atravesó con la mirada.

– Que ahora no confías en las mujeres ni en las emociones. Y puede que creas que no volverás a amar como aquella vez. Posiblemente no quieres que suceda.

Deke se quedó boquiabierto. Ella le había quitado las palabras de la boca. Puede que lo hubiera dulcificado un poco, pero eso era exactamente lo que él quería hacerle entender.

Pero Lyssa lo había dicho con tanta frialdad, de una manera tan poco emotiva, que Deke estaba convencido de que no le había entendido.

– Lyssa…

– Ni siquiera deseas volver a estar cerca de una mujer.

Él volvió a apretar los dientes. Lyssa estaba hablando de él como si hablara de un personaje de película. Como si todo aquello no fuera real para ella. Pero tenía que hacerle entender de qué estaban hablando. Él solo no podía luchar contra los dos, contra ella y contra sí mismo.

– Mira…

Lyssa intentó interrumpirle de nuevo.

– Deke…