Yeager no dejó lo que estaba haciendo -que era nada, a menos que estar tumbado en la cama con la CNN como sonido de fondo fuera hacer algo- y gruñó para darle a entender a Deke que le había oído.
– Me parece que las noticias no eran buenas. -La puerta de entrada se cerró con un portazo y Deke entró en la habitación-. ¿Por qué no me has dicho nada?
Yeager se encogió de hombros.
– Sabías la respuesta desde que te dije que había apelado la decisión de Houston.
¿Qué sentido tenía seguir dándole vueltas a aquel asunto? El veredicto, que era el mismo de la primera vez, ya estaba empezando a hacer una madriguera bajo su piel. Nunca más volvería a ser astronauta. Se había pasado dos días encerrado en su habitación intentando hacerse a aquella idea.
– Zoe me dijo que viniera a ver cómo estabas.
Zoe. Oh, sí, había algo más que estaba empezando a metérsele debajo de la piel. Alguien. Zoe. La había estado evitando, y se había pasado la mayor parte del tiempo en el patio de su apartamento, escuchando los sonidos de la isla. Durante el día se encontraba bien, incluso tranquilo bajo la brisa fresca, oyendo el canto de los pájaros y el romper de las olas estrellándose contra los acantilados lejanos, pero por la noche… Por la noche buscaba lugares fríos lejos de sus sábanas e intentaba no dormir, porque cuando lo hacía empezaba a soñar; soñaba con volar o, lo que era peor todavía, soñaba con tener a Zoe en la cama, a su lado, con una mejilla apoyada sobre su pecho y una mano alrededor de su cintura. Igual que al final de su pelea de barro.
En aquel momento, al tenerla entre sus brazos, sintió algo nuevo y extraño, algo que no le había gustado en absoluto. Habían caído al suelo juntos, entrelazados en un abrazo casi íntimo, y Yeager sintió hacía ella una cercanía que nunca antes había sentido por mujer alguna. ¿Cómo podía haber sido así cuando los dos estaban completamente vestidos y cubiertos de barro? Solo pensar en ello hacía que le doliera todo el cuerpo, como si tuviera todavía pegado a la piel el barro seco de dos días antes.
– Quiere saber cómo estás -dijo Deke.
De repente, una burbuja de airado resentimiento le retorció las entrañas. De modo que ella quería saber cómo estaba. Muy bien. Aunque lo que de verdad quería era meterse en sus pensamientos. También lo había intentado dos días antes, y ahora él tenía que demostrarle que allí no iba a ser bien recibida.
Las mujeres no eran para él más que una diversión, ¡por el amor de Dios!, nada más que eso. Así era y así le gustaba que fuera.
No sabía de dónde habría sacado Zoe la idea de que él estaba interesado por ella, pero había llegado el momento de hacerle saber que el juego había terminado y ver si podía tener así un poco de paz en lo que le quedaba de estancia en aquella isla.
Deke abrió la puerta del pequeño frigorífico de la cocina americana y Yeager oyó un estallido del aire cuando su amigo destapó una botella de cerveza.
– Pásame una cerveza -le dijo Yeager.
La reconfortante humedad de la botella fría le acarició la palma de la mano y Yeager se incorporó para echar un largo trago. Sí, el problema con Zoe había sido haber hablado demasiado de sentimientos y no haber «sentido» nada. Se sonrió recordando el día que habían estado en el acantilado, el inolvidable sabor de su boca y el calor que ascendía por entre sus muslos cuando él la tocó allí. Una ligera presión en aquel botoncito y ella había reaccionado con una pasión caliente e inesperada.
Aquel recuerdo era realmente caliente. ¿En qué demonios había estado pensando aquel día para comportarse como un buen chico? Alguna estúpida y desacertada idea de ramos de flores y colchones con edredones de plumas había hecho que se detuviera, pero si hubiera seguido y se lo hubiera montado con ella allí mismo, ahora no se sentiría en aquella desagradable situación. Y si en algún otro momento Zoe hubiera intentado analizar su cerebro con sus rayos X, él simplemente podría haberle hecho ver cuál era la parte de su cuerpo que necesitaba de toda su atención.
Deke echó un vistazo a las bolsas vacías de la comida basura con la que Yeager se había alimentado durante su encierro para no encontrarse con Zoe.
– También me ha dicho que quiere saber si necesitas algo -le comunicó su amigo.
Yeager echó otro largo trago de cerveza fría. ¡Oh, claro!, había algo que sí necesitaba para que las cosas volvieran a la normalidad de una agradable comida casera; y para llegar a eso tenía que pasar antes por hacer algo íntimo con ella. Algo que Yeager había estado deseando hacer desde el primer momento que se había cruzado con Zoe.
Sonrió con aire de suficiencia. Hacer el amor con Zoe no era un acto puramente egoísta por su parte. Si recordaba la desagradable conversación durante la cena de aquella noche, ella se había sentido molesta por el hecho de que él se hubiera detenido en el acantilado, en lugar de tomarla allí mismo y hacerla suya. Incluso se había sentido insultada.
Así que, pensándolo de aquella manera, él estaba resolviendo algo entre ellos que llevaba bastante tiempo esperando a ser concluido.
Se bebió de un trago el resto de la cerveza.
– Vayamos a la casa.
Deke se acabó su bebida y luego tosió.
– Pero ya ha pasado la hora de cenar y no creo que nos estén esperando.
Yeager se puso de pie.
– Pues mucho mejor.
Yeager llevaba la camisa abierta y se abrochó un botón, uno solo, su única concesión para una visita formal. Si las cosas salían como planeaba, no iba a necesitar la ropa durante cierto tiempo.
Pero Deke no pensaba dejarse convencer fácilmente.
– Ve tú solo, conoces perfectamente el camino.
Yeager negó con la cabeza. No tenía ganas de perder el tiempo caminando a tientas en medio de la noche.
– Tendré problemas para encontrarlas si no están en la cocina. -Para subrayar aquellas palabras golpeó el hombro de su amigo con el suyo de camino hacia la puerta.
Deke soltó un suspiro de resignación.
– ¿Y si no quieren compañía? ¿Cómo vamos a conseguir siquiera que nos dejen entrar?
Yeager sonrió burlonamente imaginando ilusionado el posible final de aquella noche.
– ¿Acaso no has aprendido nada aún? Les podemos decir que tenemos un problema con la factura.
Yeager pensó que tener que utilizar a Deke como sus ojos no hacía de él una persona demasiado deseable. Se dirigían hacia la casa, pero Deke empezó a aminorar el paso conforme se aproximaban a la puerta trasera de Haven House.
Al final, Deke se detuvo completamente.
– De aquí en adelante sigues tú solo -dijo Deke.
Yeager frunció el entrecejo.
– ¿Qué?
– Que sigas tú solo.
Aquello no era propio de Deke.
– ¿Qué problema tienes?
– Tengo un mal presentimiento.
Yeager todavía no entendía qué le pasaba.
– ¿Cómo?
– En las tripas -dijo Deke-. Algo me dice que sería mejor que no llamara a esa puerta.
– Por el amor de Dios, Deke, ¿desde cuándo te has vuelto tan místico?
Deke murmuró algo ininteligible.
– ¿Qué has dicho? -le preguntó Yeager.
– Serán las malas influencias -repitió Deke, esta vez en voz alta.
Yeager meneó la cabeza desconcertado.
– Déjame a unos pasos de Zoe y luego te puedes marchar. No serán más de treinta segundos.
Sin embargo, su estimación pareció ser demasiado optimista, porque una vez que llegaron a la puerta trasera nadie contestó a la amable llamada de Deke.
– Vuelve a llamar -le urgió Yeager, aunque era obvio por qué no les habían contestado. Incluso a través de la puerta cerrada podían oír claramente el ruido de la fiesta que se estaba celebrando dentro: un canto a coro de Girls Just Wanna Have Fun seguido de un gorjeo de risas femeninas. Bastante desafinado, por cierto.
Zoe no era mucho mejor cantando que como directora de la banda de música.
La segunda vez que llamó a la puerta los resultados no fueron mejores.
– Vámonos…
Yeager no dejó que Deke acabara la frase; en lugar de eso giró el pomo de la puerta de la cocina. Abrió la puerta y entró; todavía iba agarrado del brazo de su amigo.
– Creo que están en la habitación de al lado. Distrae tú a Lyssa mientras yo hablo con Zoe.
Yeager ignoró las quejas de Deke y ambos cruzaron la cocina. Deke empujó las puertas batientes que daban al comedor, desde donde les llegaba el ruido de la algarabía de la fiesta.
– ¡Hola! -dijo Yeager jovialmente, pero nadie le contestó.
Deke dio un paso hacia atrás.
– Creo que estamos molestando.
Ninguna de las mujeres lo negó, lo cual sorprendió a Yeager. Las dos hermanas solían ser muy hospitalarias.
Yeager no se movió.
– ¿Qué está pasando? -le preguntó a Deke al oído.
Su amigo no le contestó, y la imaginación de Deke se puso a funcionar. ¿Qué estaba pasando? Risitas, las muchachas divirtiéndose. ¿Estarían Lyssa y Zoe divirtiéndose?
– Es una pequeña fiesta privada -repuso Lyssa abiertamente-. Aunque sois bienvenidos si queréis tomar un trozo de pastel.
Deke dio otro paso hacia atrás y arrastró con él a Yeager. Las espaldas de ambos se toparon con la puerta de la cocina.
– Podemos volver en otro momento.
¿Una pequeña fiesta privada? A Yeager no le gustaba nada el silencio de Zoe. No tenía ninguna duda de que ella estaba también en la habitación, porque su perfume le acarició la nariz y le hizo cosquillas un poco más abajo.
– ¿Zoe?
– Aquí estoy -dijo ella en voz baja, con una nota casi protectora en la voz que él no llegó a entender a qué se debía.
Alguien había bajado el volumen de la música, pero las chicas todavía estaban murmurando en un rincón, como inquietante contrapunto al contundente silencio que había llenado de repente la sala.
– Hoy hace cinco años -dijo Lyssa de pronto.
Yeager notó el estremecimiento de Deke, pero no comprendió a qué respondía.
– ¿Cinco años desde qué? ¿Qué demonios está pasando aquí?
Lyssa habló sin rodeos.
– Cuando era adolescente me diagnosticaron un cáncer, leucemia, y hoy hace cinco años que me libré de él. Esta noche es ia celebración anual. Hemos preparado nuestro pastel favorito y una fiesta de locos y…
– ¿Y qué? -preguntó Deke con voz ronca.
– Y… -En el rostro de Lyssa se dibujó una sonrisa que se reflejó en el tono de su voz, pero Yeager no entendió por qué-. Y jugar a que somos jóvenes de nuevo.
Yeager se pasó una mano por el pelo. ¿La dulce Lyssa tuvo cáncer? Cuando se lo diagnosticaron, Zoe no debía de tener más de veintiún años. Sus padres acababan de morir y Zoe debía de estar todavía en la universidad, y entonces a su hermana menor le diagnosticaron un cáncer.
– Dejadme que os invite a un trozo de pastel.
Era la voz de Zoe. Su perfume lo envolvió mientras ella iba de un lado a otro por la habitación.
– No -contestó Yeager.
En aquella misma época, mientras él estaba rompiéndose el culo intentando ser admitido en la NASA, orgulloso de haber conseguido ser el piloto más joven de todos los programas, Lyssa había sido sometida a un tratamiento contra el cáncer.
Y la única que había estado a su lado había sido Zoe.
Yeager empujó la puerta con la espalda hasta que esta se abrió de par en par bajo su peso.
– Creo que tenemos que irnos, ¿no es así, Deke? No deberíamos haber interrumpido.
– No, no queríamos interrumpir -murmuró Deke.
Salieron por la puerta sin molestarse en recoger sus trozos de pastel ni en despedirse. El aire de la noche era más frío de lo habitual, y por una vez Yeager no se puso a pensar en la luna ni anheló el cielo casi negro del espacio exterior.
– Dios bendito -dijo Yeager.
– Cielos -corroboró Deke.
– Estaban comiendo pastel y cantando -dijo Yeager como si Deke no hubiera estado allí con él.
– Y eso no es todo.
– ¿Qué? -A falta de algo mejor que decir, Yeager trató de poner una nota de humor-. No había hombres en la fiesta, ¿verdad? Me preguntaba si eso de jugar a ser jóvenes de nuevo quería decir jugar con chicos.
Deke dejó escapar un largo suspiro como si no hubiera oído lo que Yeager le decía.
Yeager sintió que un escalofrío le recorría la espalda.
– ¿Qué?
– La sala estaba en penumbra -dijo Deke-. Iluminada solo con velas. Había velas por toda la habitación y en medio un pastel de chocolate del tamaño de un tapacubos.
A Yeager no le gustó nada el tono burlón de la voz de su amigo.
– Quizá deberíamos haber aceptado una porción de ese pastel -opinó Yeager intentando distraer a Deke.
Deke ignoró su segunda intentona de poner una nota de humor en la conversación.
– Había una caja de bombones sobre la mesa y varios platos de porcelana china, así como una tetera de plata. En ella se reflejaba la luz de cientos de velas.
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