Ella frotó las manos en sus pantalones cortos. ¿Qué podía hacer? Lo había visto comportarse de manera encantadora, burlona y seductora. Luego lo había sentido como a un amigo y también lo había visto decepcionado. Pero ahora todos aquellos estados de ánimo habían desaparecido. En lugar de eso parecía estar tenso, cortante y dolorido. ¿Debía dejarlo allí sin más o era mejor tratar de ayudarlo de alguna manera?
– ¿Te encuentras mal? -preguntó ella.
– Sí, estoy agonizando -contestó él dejando escapar una carcajada helada.
Zoe no supo qué replicar ante aquel tono sarcástico que había adoptado su voz.
– ¿Puedo hacer algo por ti? -Zoe se acercó más a la cama-. ¿Dónde te duele?
No parecía que él tuviera intención de contestar. Tomando aliento, ella se sentó en la cama a su lado.
– Me he dado cuenta de que cojeabas -dijo Zoe rozando con los dedos el muslo rígido de Yeager.
Él la agarró por la cintura con una mano.
Ella se quedó quieta.
– ¿Es aquí donde te duele?
– No, Zoe. No lo hagas -dijo él apretando los dedos a su cintura con más fuerza.
– ¿Que no haga qué?
– No me tomes más el pelo.
– ¿Qué? -Ella trató de apartar la mano de su pierna, pero él no se lo permitió-. No sé de qué me estás hablando.
– Todo empezó el otro día en el huerto. ¿Hace falta que te refresque la memoria? Me dijiste que sabías lo que se sentía al perder algo. -Yeager se puso rígido-. Pero no replicaste nada a mi amable respuesta. ¿Recuerdas lo que dije? Que no tenías ni puñetera idea de lo que significaba eso.
– Yo no he sido astronauta…
– Por favor, Zoe -parecía enfadado-. Me dejaste gimotear y lloriquear, y exponer todas las quejas infantiles que pudiera sacar a la luz.
Ella tragó saliva.
– Yo…
– Y mientras yo estaba allí sentado quejándome de mi vida, tú estabas ocultando unos cuantos detalles importantes de la tuya. Como que tu hermana había tenido cáncer. Como que tú eras la única familia con la que ella podía contar. Como que te llegaste a afeitar la cabeza para que ella no se sintiera tan sola.
– No sé qué tiene que ver eso…
– ¡Tiene mucho que ver! -Su voz adquirió un amargo tono de rabia y Yeager retiró la mano de ella-. Como hacer que me sienta como un idiota. Como presentarme como un quejica egoísta. Como dejar claro que no soy más que un aspirante a héroe. Alguien que no tiene ni el valor suficiente para meterse en la cama por las noches, porque odia tener que levantarse cada mañana y volver a la realidad.
– ¡Yeager! Por el amor de Dios. ¿No has dormido nada estos días?
– Vete de aquí, Zoe. -Él se puso de pie, le dio la espalda y se dirigió hacia las puertas correderas del patio-. ¡Por el amor de dios, Zoe, aléjate de mí!
Al notar el sufrimiento que se escondía bajo su tono de voz, Zoe sintió un dolor que le oprimía el pecho. Aquel huracán de emociones que él estaba viviendo le sonaba muy familiar. Zoe tragó saliva pensando que no valía la pena decirle nada más.
Pero durante los años de la enfermedad de Lyssa, Zoe había buscado tanto maneras de defenderse como formas de seguir adelante. Después desarrolló el hábito de no hablar abiertamente del cáncer de Lyssa con otras personas, para aislarse de los miedos que a duras penas había podido quitarse de encima y para evitar tener que recordar aquella época terrible.
Yeager se había convertido en una solitaria y oscura sombra rodeada por el marco soleado y brillante de las puertas del patio. El mismo dolor volvió a atravesarle el pecho. Pero no podía dejarlo allí de aquella manera. Ni siquiera aunque eso significara rebuscar en sí misma y dejarle ver algunos fragmentos íntimos de su corazón.
Zoe tragó saliva de nuevo.
– De acuerdo, no te expliqué unas cuantas cosas acerca de mí. Debería haberte contado que cuando tenía veintiún años y mis padres acababan de fallecer, mi hermana vino a pasar el verano conmigo a Los Ángeles. Ella parecía siempre cansada, pero como las dos estábamos de luto, no le di demasiada importancia. Pero entonces… -Zoe tomó aliento-… entonces empezaron a aparecerle aquellos extraños moratones. Fuimos a ver a un doctor, que no tardó en decirme que pronto iba a perder también a mi hermana.
Yeager no dijo nada, de modo que ella continuó hablando.
– ¿Crees que no estaba furiosa con el mundo? Pero ¿qué más podía hacer? Busqué el mejor tratamiento. Sonreía tan a menudo como podía, para disimular. Y cuando Lyssa salía del hospital y venía a pasar unos días a casa, el suelo del pasillo ante la puerta de su dormitorio era mi cama. -Zoe nunca había hablado de aquello a su hermana, ni a ninguna otra persona-. No quería que ella se asustara, pero yo estaba aterrorizada imaginando que pudiera pasarle algo durante la noche. Tampoco en aquella época yo dormía demasiado.
Su repentina confesión no pareció relajar en absoluto la tensión de Yeager. Ni le contestó ni se acercó a ella. Tras unos momentos más de silencio, Zoe se dirigió hacía él moviéndose con cautela.
– Yeager -dijo Zoe tocándole la espalda-. Dime algo…
Él se giró en redondo, extendió las dos manos y la agarró por los hombros.
– ¡Maldita sea, Zoe! ¿Es que no puedes dejarme en paz? ¿No lo entiendes? No quiero tenerte aquí. No quiero que me toques. No quiero que te metas en mi cabeza. No quiero pensar en ti cuando tenías veintiún años y estabas calva como una bola de billar, y dormías delante de la puerta del dormitorio de tu hermana por si la muerte se decidía a hacerle una visita intempestiva.
Zoe se quedó helada.
– Yo… pensé que estabas enfadado porque no te lo había contado antes.
Yeager meneó la cabeza.
– Oh, sí. Estaba enfadado. Y aún sigo estando enfadado ahora. ¿Es que no lo entiendes?
– No, creo que no -dijo ella, y respiró hondo-. Vamos, explícamelo.
Él le apretó los hombros con las manos.
– No creo que quieras saberlo.
– Cuéntamelo, Yeager.
Los brazos de Yeager empezaron a temblar y todo su cuerpo se agitó con tensión.
– Vale. De acuerdo -dijo Yeager tomando aliento. Luego fue dejando que las palabras escaparan de su boca, cada una con más furia que la anterior-. Estoy enfadado conmigo mismo. Odio lo débil y estúpido que soy. Y que incluso sabiendo lo que le pasó a Lyssa, y a ti, eso no cambie cómo me siento conmigo mismo. ¿Lo entiendes ahora?
Su enfado aumentaba por momentos. Zoe trataba de apartarse de él, pero Yeager no la soltaba. Al contrario, la atrajo aún más contra su tenso y furioso cuerpo.
– Sí, ya sé que hay otras tragedias en este mundo, pero yo todavía quiero saber. -Su voz bajó de volumen hasta convertirse en un murmullo de rabia contenida-: Quiero saber qué demonios me está pasando.
Zoe se quedó en silencio. Luego, sorprendida por la desesperación de él, dejó escapar un gemido.
– ¡Oh, Dios! -La amargura de Yeager desapareció al instante y sus manos se relajaron-. ¡Oh, Dios! -Le palmeó los hombros con cariño y luego sus palmas descendieron por los brazos-. Dime que no te he hecho daño -suplicó él con voz ronca.
Pero Zoe no era capaz de hacer que las palabras pasaran por el nudo que tenía en la garganta.
– Dime algo. Por favor, Zoe, dime que no te he hecho daño.
La abrazó contra su cuerpo recorriéndole con las manos la espalda como si quisiera asegurarse de que no tenía nada roto.
Ella apoyó la mejilla contra el pecho de él.
– Estoy bien -susurró Zoe.
Pero no era así.
– Te he asustado. Por Dios, cariño, yo no pretendía asustarte.
Zoe le rodeó la cintura con sus brazos.
– No lo has hecho.
– Estás temblando. Puedo notar que estás temblando. -Yeager la apretó más contra su cuerpo y suspiró-. Zoe.
Los ojos de Zoe empezaron a llenarse de lágrimas, pero ella no hizo caso y alzó la cara para mirar a Yeager.
– Estoy bien -dijo ella-. Todo va a salir bien.
Yeager volvió a suspirar y hundió la cabeza en el hombro de ella.
Zoe giró la cara para rozarle la mejilla con los labios.
Luego él giró también la cara de manera que los labios de ambos se encontraron y se besaron con dulzura, con las bocas húmedas y abiertas.
Pero entonces él dejó bruscamente de besarla y se apartó de ella.
– Mantente alejada de mí, Zoe. No merezco ni un minuto más de tu tiempo.
– Yeager, no -susurró ella.
Pero él la soltó de golpe y Zoe tuvo que dar un paso atrás para mantener el equilibrio.
– Por favor -dijo él-. Mantente alejada de mí.
Las lágrimas seguían agolpándose en los ojos de Zoe, pero ella se concentró en Yeager, pensando en cómo hallar alguna manera para ayudarle a quitarse aquella terrible carga que él mismo se había echado encima.
– Creo que te has estado tomando demasiado en serio lo que la prensa dice de ti -señaló ella con calma-. Nadie espera de ti que seas un héroe durante cada minuto de tu vida. Nadie quiere que te sientas como ahora. Yeager, no eres más que un hombre.
Él dejó escapar una carcajada rota, lo bastante afilada como para cortar un cristal. Después alargó las manos y paseó los nudillos por la cara de Zoe en un extraño gesto de ternura.
– Incluso eso se cuestiona, cariño, créeme. Así que déjame solo.
Pero ella no podía abandonarlo allí. No en ese momento en que la necesitaba y ella lo sabía perfectamente, y entendía con claridad qué era lo que podía hacer por él. Una ahora ya familiar sensación de anhelo la encendió por dentro como una chispa. Avanzó hacia él con los brazos abiertos para rodearle la cintura.
– Yeager.
– Zoe, vete -farfulló él.
– No me iré. -Ella apretó su cuerpo contra el de Yeager y el calor de este hizo que su fuego interno despertara instantáneamente y por completo-. Deja que me quede.
No es que pretendiera que él fuera suyo para siempre. O que en otras circunstancias ella pudiera haber tenido alguna oportunidad con él. Pero yo puedo ser lo que él necesita ahora y él puede ser lo que necesito yo, pensó Zoe.
– Bésame -musitó ella acercando sus labios a la boca de Yeager.
Capítulo 13
Yeager intentó separarse de Zoe.
– No -dijo Yeager.
Pero ella apretó aún más los brazos alrededor de su espalda, alzó la cara y encontró su boca. Ella lo necesitaba. Y él también lo necesitaba.
El beso empezó como un amable consuelo, pero enseguida se convirtió en un gesto hambriento de bocas exigentes.
Yeager le agarró las nalgas con las palmas de las manos y la apretó contra sus caderas gimiendo.
A Zoe la cabeza empezó a darle vueltas y se abalanzó con entusiasmo contra él. Su erección empujaba imponente contra el vientre de ella y el corazón de Zoe empezó a latir con fuerza. Él la deseaba.
Y ella lo deseaba a él.
Yeager volvió a gemir, se apartó unos centímetros del cuerpo de ella y volvió a enterrar el rostro en la curva de su cuello. El aire que Zoe respiraba era frío en contraste con su húmeda boca. Alzó las manos para meter los dedos entre los dorados cabellos de él a la vez que acercaba la cabeza a la suya.
Ella estaba dispuesta a hacerle el amor.
Aquella idea la excitó más de lo que la sorprendió. Sabía que Yeager la necesitaba. La necesitaba ahora mismo. Él tenía que aceptar su comprensible enfado, y la necesitaba para tomarse un respiro.
Zoe empezó a estremecerse un poco ante la idea de lo que estaba dispuesta a hacer.
Pero deseaba hacerlo. Zoe deseaba tener a Yeager entre sus brazos y dentro de su cuerpo, y tumbarse con él en aquella cama deshecha y alejar de él todos los demonios que intentaban ahogarlo.
Yeager apretó sus labios contra el cuello de Zoe en un beso tranquilizador, que sin embargo la hizo gemir y sentir escalofríos por todo el cuerpo.
De acuerdo. Tampoco podía decirse que aquello solo lo deseaba él. La verdad era que Zoe había sido demasiado tacaña consigo misma. También ella le necesitaba, para poder exponer su corazón a la luz del sol un rato, aunque fuera breve.
Degustando aquella idea, Zoe cerró los ojos y fantaseó por un momento imaginando cómo iba a ser aquel encuentro. Como en realidad nunca lo había hecho, una delgada neblina de confusión flotó sobre su imaginación. En su fantasía ella veía luces en penumbra y mosquiteras de gasa, y una mezcla de cuerpos sudorosos que eran tan líricos como una composición de Rodgers y Hammerstein.
Oyendo aquella música en su cabeza, susurró a Yeager:
– Hazme el amor.
Él se puso rígido y luego sus brazos la estrujaron; su boca seguía pegada a su cuello.
– Zoe…
– Por favor.
Ella se sentía caliente y blanda por dentro como un dulce de merengue, y aquella idea añadió dulzura a su imaginación, caricias suaves y delicados y lánguidos besos. Harían el amor despacio, dándose el uno al otro con paciencia, y al final ella se sentiría satisfecha. Estaba orgullosamente satisfecha de que su primera experiencia en el amor fuera con un hombre que le interesaba, quien afortunadamente había encontrado el camino hacia su pequeño rincón del universo, antes de irse a explorar las insondables galaxias.
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