– Zoe, ¿estás segura de que quieres…?

¿Querer? Sí, claro que quería. Pero esta vez ella se deslizaría lentamente hasta aquel momento romántico. Apartó de su mente los otros rápidos encuentros con él. Meros preludios. Ahora que estaba planeando llegar hasta el final, debería refrenar aquel incontrolable deseo que normalmente sentía a su lado. No quería echar a perder aquella ocasión dejando que el deseo desaforado la hiciera perder la cabeza.

Recordó su encuentro en el acantilado. Había necesitado muy pocas caricias antes de… estallar. Pero esta vez no iba a dejar que su inexperiencia arruinara aquel encuentro.

Zoe le metió los dedos entre el cabello y suavemente echó hacia atrás la cabeza de él.

– Hazme el amor -le dijo de nuevo sonriendo.

Sus manos dejaron su espalda para rodear su rostro.

– No me tomes el pelo, Zoe.

Había una intensidad en su expresión que no encajaba bien con su edulcorada fantasía, y la sonrisa de Zoe se desvaneció. Sin embargo, ya no había marcha atrás. Ella no quería detenerse.

– Por favor, Yeager -insistió Zoe de nuevo.

Yeager dudó por un momento, pero entonces Rodgers -¿o fue Hammerstein?- hizo que la banda empezara a tocar de nuevo en su imaginación mientras él la besaba una vez más. Empezó de forma suave paseando la lengua por la juntura de sus labios. Ella sabía lo que él deseaba y abrió la boca.

Cerró los ojos con fuerza mientras él exploraba su boca con la lengua y sus manos se paseaban por su espalda y por su trasero arriba y abajo.

Yeager la apretó con fuerza contra su cuerpo.

– Abre un poco las piernas, cariño -dijo él hablando contra sus labios.

Zoe entreabrió los ojos. Abrir las piernas. Sintió un escalofrío. No era una frase que realmente encajara bien con sus ensoñaciones de volantes y tules. De hecho, le parecía una frase demasiado atrevida. Tragó saliva y sintió un deseo caliente fluyendo por debajo de su piel. Sí, definitivamente atrevida.

El tempo de la música que oía en su mente se aceleró de manera considerable.

– Abre las piernas -murmuró Yeager de nuevo, y ella le obedeció.

Cuando esta vez se ajustó a su cuerpo, Yeager apretó los muslos contra la ingle de Zoe presionando con su dura erección contra la parte baja de su vientre.

Zoe jadeó al sentir su abultada excitación y se asombró una vez más ante la idea de que era ella la que lo excitaba de aquella manera. Agarrándola con las manos por las caderas, Yeager la apretó más contra su cuerpo a la vez que le mordía el labio inferior.

Los violines mentales de Zoe desafinaron sorprendidos. Ella volvió a jadear y sintió unas burbujas calientes que recorrían toda la superficie de su piel. Zoe se apretó contra él y Yeager ladeó la cabeza para besarla de nuevo. Para besarla con desesperación.

Aquello sí fue tal y como ella lo había imaginado. Yeager la rozó con la lengua allí donde la había mordido hacía un momento. Luego se introdujo en su boca y movió la lengua suavemente, incitándola, metiéndola y sacándola de su boca. Los violines empezaron a tocar de nuevo, lánguidos y seductores, y cuando Yeager sacó la lengua de su boca por alguna razón, Zoe introdujo la suya en la boca de él.

Y Yeager le chupó la lengua.

Zoe gimió excitada e inmediatamente sus pezones se convirtieron en dos botones muy rígidos. Pensó que él no se habría dado cuenta. Pero no fue así, porque los dedos de Yeager se deslizaron suavemente y fueron ascendiendo con escrutador cuidado desde sus caderas hasta sus pechos, hasta detenerse en la sensual cima de sus pezones.

¿Dónde estaban Rodgers y Hammerstein? Pero la música que oía en su imaginación había desaparecido y había sido reemplazada por el insistente golpeteo de un tambor, que eran los latidos de su propio corazón.

Zoe abrió los ojos. Yeager tenía la boca húmeda y las aletas de su nariz palpitaban. Una de sus manos se deslizó hacia arriba por la espalda de ella, después hacia abajo, y al final se introdujo entre sus cuerpos. Vio cómo se abría paso entre sus pechos.

– Prométeme que jamás te pondrás sujetador -le dijo él con voz ronca-. Me encanta poder acariciarte de esta manera.

Sus pezones rígidos sobresalían de la tela de su camiseta y él encontró uno, y empezó a acariciarlo con el pulgar.

Zoe gimió mientras algo en su interior se cerraba como un puño. Volvió a apretar los ojos con fuerza, tratando de conjurar de nuevo la confusa y almibarada fantasía. ¿No se suponía que tenía que ser así?

Pero en lugar de eso, Zoe sentía unas insistentes y calientes palpitaciones en la sangre y no sabía si sentirse de aquella manera era precisamente femenino.

Yeager presionó de nuevo su pezón con el pulgar.

Zoe sintió que se le aflojaban las rodillas y los codos.

– No, por favor.

Yeager le lamió el cuello de camino hacia su oreja.

– ¿Qué te pasa?

Zoe tenía la cara ardiendo y se agarró con las manos a los hombros de él.

– Creo que… que estoy… demasiado… caliente.

Yeager se rio.

– Eso no es un problema -dijo él mordiéndole el lóbulo de la oreja.

La almibarada ensoñación explotó en una miríada de cristales de azúcar. Zoe clavó los dedos desesperadamente en los tensos músculos de Yeager.

– Sería mejor que paráramos.

Yeager se separó de ella y le agarró los antebrazos con las manos.

– ¿Has cambiado de opinión? -le preguntó con calma.

– ¡No! Sí. No. -Zoe respiró hondo para calmarse-. Solo quiero que vayamos un poco más despacio, ¿de acuerdo?

De alguna manera tenía que controlarse, antes de asustar a aquel hombre echándose con lujuria sobre él en la cama y frotándose con fruición contra su cuerpo.

– ¿Estás segura, Zoe?

– Estoy segura -contestó ella tragando saliva.

– Gracias a Dios. -Yeager le cogió una mano, la dirigió hacia su camisa y empezó a desabrocharla sonriendo-. Hablando de calor…

Zoe abrió los ojos. Se quedó con la boca abierta, pero no podía conseguir que sus pulmones se llenaran de aire mientras admiraba aquel pecho desnudo. A solo unos centímetros de su cara. ¡Tan cerca!

– ¡Oh, no! -Zoe se separó de él, se acercó a la cama y se sentó en ella. Se cubrió los ojos con las manos-. Lo siento, pero no podemos hacer esto.

– ¿Zoe?

– Es que estoy demasiado… Oh, cielos, no es una palabra demasiado adecuada. Odio tener que decirla, odio tratarte de esta manera, pero… estoy demasiado cachonda -acabó diciendo en una voz muy baja, casi humillada.

– Cachon… -empezó a decir él, pero se interrumpió al tropezar con una almohada de camino a la cama-. Me estás tomando el pelo, ¿no es así? -preguntó Yeager con una voz agria-. ¿Quién te ha sugerido esto? ¿Deke? ¿Los muchachos de Houston?

– Nadie me ha sugerido nada -dijo ella mirándolo fijamente con el ceño fruncido.

Él empezó a girar la cabeza de un lado a otro rápidamente.

– Entonces se trata del programa Cámara oculta, ¿no? ¿Dónde están los cámaras? Si los encuentro por aquí los voy a estrangular.

– ¿Qué te pasa ahora? No hay ninguna cámara oculta aquí. Estamos tú y yo solos, y no hay nadie más.

El colchón se hundió cuando él se sentó a su lado.

– Entonces ¿qué es lo que pretendes? -preguntó él-. Porque no te pillo. La verdad es que no te entiendo. Hace un momento estabas gimiendo y deshaciéndote en mis brazos, y ahora te apartas de mí porque estás demasiado… demasiado…

– Cachonda -añadió ella tranquilamente.

Yeager levantó las manos.

– Me parece que estoy empezando a perder la cabeza lo mismo que estoy perdiendo todo aquello que me importaba.

Zoe tragó saliva.

– Creo que te debo una explicación.

– Oh, sí, eso es una buena idea -dijo él sarcástocamente-. Ahora bien, no sé si te puedo garantizar que entenderé cualquier explicación.

– Soy virgen -le soltó Zoe de golpe.

Su boca se cerró con un audible golpe seco.

– Lo siento -añadió ella-. Pero es cierto. Y también lamento que eso me ponga ca…, especialmente caliente cuando estoy contigo.

Yeager no dijo nada y se quedó allí sentado como si fuera una estatua.

– ¿Virgen? -preguntó al final como si fuera un eco.

Ella asintió con la cabeza, pero al momento recordó que él no podía verla.

– Creo que… bueno, se me pasó la oportunidad cuando era el momento, o algo así. Yo acababa de cumplir los veintiuno cuando Lyssa enfermó. Ya sabes que crecí en un pueblo pequeño; ¿recuerdas que en el último curso del instituto éramos dieciocho chicas y ocho chicos? Y mis compañeras de la universidad eran todas mujeres. Así que cuando murieron mis padres y a Lyssa le diagnosticaron… -Zoe suspiró-. Bueno, había otras cosas más importantes en mi vida. Primero estaba la salud de Lyssa, luego volver con ella a la isla y crear aquí un entorno seguro para las dos. De modo que ya ves…

– Eres virgen -dijo él de nuevo.

– Y me acabo de disculpar por eso. No es que piense que las mujeres tienen que andar de cama en cama, pero ¡por el amor de Dios, tengo veintisiete años! Por eso cuando me besas y me acaricias, me pongo un poco… loca.

– Te pones cachonda -matizó él.

– Exactamente. Y no quiero que eso estropee las cosas entre nosotros, de verdad que no, pero después de unos cuantos besos, cuando acaricias mi… cuando me acaricias, sé que estoy a punto de estallar y estropearlo todo.

– Estropearlo todo -repitió él en voz baja.

– Lo siento -dijo ella sinceramente.

Yeager se dejó caer de espaldas en la cama como si Zoe le hubiera disparado.

Preocupada, Zoe se acercó a él e intentó que el desnudo pecho masculino que podía entrever a través de su camisa medio abierta no la distrajera.

– ¿Estás bien?

– No.

Zoe abrió los ojos alarmada.

– ¿Qué te pasa? ¿Te duele algo? ¿Puedo hacer algo por ti?

– Sí -contestó él-. Creo que si no explayas tu calentura conmigo me voy a morir.

La vergüenza hizo que a Zoe le empezaran a arder las mejillas, y golpeándole amablemente en el brazo le dijo:

– Eso no tiene ninguna gracia.

Él le agarró la mano.

– No estoy bromeando, Zoe. Me parece que tus ideas sobre el sexo las has sacado de un anticuado libro de buena conducta.

Eso estaba realmente muy cerca de la verdad.

– ¡He visto películas! ¡Y he leído libros!

– Imagino que ninguno de ellos editado después de mil novecientos cincuenta.

Peligrosamente cerca de la verdad. Zoe se mordió el labio inferior.

Yeager la arrastró hasta colocarla encima de él.

– Escucha. No existen límites inaceptables para los deseos de una mujer.

Ella sintió una palpitación entre las piernas que no sabía si procedía de su cuerpo o del de Yeager.

– Pero ¿qué pasará si nos estamos besando y acariciando y yo… eh… ya sabes, antes de que tú, yo…?

– ¿Estallas y los estropeas todo?

Ella se sintió aliviada de que él no pudiera ver el color rojo púrpura que acababan de adquirir sus mejillas.

– Sí.

– Entonces sencillamente volvemos a empezar de nuevo con los besos y las caricias.


Yeager pensó que una virgen cachonda podía ser precisamente lo que le compensara por toda la mala suerte que había tenido últimamente.

Sintió una leve punzada de culpabilidad ante aquella idea tan descaradamente machista, pero la apartó de él. La culpabilidad no tenía sitio ahora en su cama. Allí solo había sitio para Zoe y para él.

Y él se sentía extraña -y descaradamente- contento de que ella fuera virgen.

No pudo encontrar una buena explicación para sentirse así, de modo que ignoró también aquello y se concentró en Zoe. Había colocado «su calentura» encima, sobre la cama, y ahora se arrimaba más a ella, y deslizaba sus manos por los muslos de Zoe, abarcándolos por completo para luego abrazarse a sus caderas.

Ella gimió un poco y luego se movió ligeramente hasta acoplarse a su entrepierna.

Yeager también gimió.

– Me gusta esto -dijo Zoe apretándose más contra él.

Él rechinó los dientes.

– Creo que deberíamos dejar varias cosas claras -dijo Yeager colocando las manos en las caderas de ella y metiéndolas después en los bolsillos traseros de sus pantalones cortos para detener su movimiento.

Zoe empezó a juguetear con su cabello, introduciendo los dedos entre los mechones de su pelo.

– De acuerdo -dijo ella besándole la barbilla.

– Creo que deseas algo de mí.

– Hum.

– Quieres hacer el amor conmigo.

Ella volvió a menear de nuevo las caderas y él tuvo que apretar su redondo trasero para hacer que parara.

– Sí.

– Bien. -Yeager dejó escapar un suspiro al sentir que el calor que emanaba de entre los muslos de ella respondía al reclamo de su pene-. Pero antes -tenía que dejar bien clara esa parte- quiero estar seguro de que entiendes que… que… -¿Cómo decirle a una virgen a la que quieres poseer más de lo que has deseado jamás nada en la vida que aquello no es más que una relación pasajera?-. Que… que…