¡Cielos, cuánto la deseaba! Deseaba hacerlo con ella allí mismo.
Le alzó la barbilla con un dedo.
– Te voy a hacer mía -le dijo.
Ella sonrió y en sus ojos no se reflejó nada más que felicidad.
– Lo sé.
No recordaba cómo habían regresado a su apartamento. Lo único que sabía era que, a cada paso que daban, su cuerpo se había ido poniendo más rígido y su respiración se había ido haciendo más acelerada.
Cuando por fin estuvieron dentro del apartamento, ella tenía las pupilas dilatadas y sus endurecidos pezones sobresalían a través de la blusa y el sujetador blancos.
Él la estrechó ligeramente entre sus brazos.
– En cuanto a la protección… -empezó a decir Deke.
– Soy estéril -contestó Lyssa rápidamente. A Deke el corazón le dio un vuelco y luego se le cayó hasta la hebilla del cinturón.
Lyssa tragó saliva.
– El tratamiento…
Deke la estrechó más fuerte contra él.
– Está bien -dijo pasándole las manos por la espalda-. Pero aun así prefiero utilizar condón.
Ella apoyó la cabeza contra su pecho.
– Si no tienes problemas, si estás bien, por favor, no hace falta -dijo Lyssa.
La respiración de Deke se entrecortó.
– Quiero sentirte todo lo cerca de mí que sea posible -añadió ella en voz baja.
De manera que lo hicieron así. Él dio rienda suelta a todos sus impulsos y se concentró en estar tan cerca de Lyssa como le fue posible.
Le quitó los tejanos y la blusa.
Le lamió la piel por los bordes del sujetador y de las bragas. Luego le besó los pezones a través de la elástica tela de encaje del sujetador. A continuación la lamió a través de la tela a juego de sus bragas justo en el centro de su caliente humedad.
Cada vez que levantaba la cara para mirarla, ella estaba sonriendo y excitada. Y Deke tuvo que refrenar sus propios deseos para así poder hacerla gozar lentamente.
Una vez le hubo quitado la ropa interior y la tuvo retorciéndose de placer sobre la cama, Deke se deshizo rápidamente de toda su ropa y se unió a ella sobre el colchón, desnudos el uno junto al otro.
Le acarició los pechos y el vientre hasta llegar a la blanda mata de vello rizado que le crecía entre las piernas. Lyssa le agarró la cabeza con las manos y lo besó con entusiasmo, moviendo la lengua dentro de su boca con una fuerza tan dolorosa que Deke ya no pudo refrenarse y tuvo que encontrar enseguida el camino entre los muslos de Lyssa para colocarse allí y unirse a ella.
– No quiero hacerte daño, cariño -dijo Deke mientras el aire salía de sus pulmones con un profundo silbido.
Ella abrió las piernas todo lo que pudo.
– No me harás daño.
Él dudó. Casi no podía recordar cuándo fue la última vez que desfloró a una virgen. Y no le gustaba nada la idea de hacer daño a aquella muchacha.
– Hazme el amor, Deke -lo animó ella.
Y aquellas palabras fueron una orden, una invocación, una súplica y algo más a lo que él no podía resistirse, no más de lo que podía resistirse a la propia Lyssa.
Se introdujo en el cuerpo de ella, y se quedó sorprendido y aliviado al darse cuenta de que -a pesar de ser increíblemente estrecha- no había allí ninguna resistencia. Y entonces ambas sensaciones se consumieron en la impecable presión con que Lyssa lo rodeaba; y en la extraña y ahora estimulante sensación de mirar dentro de aquellos ojos de cristal azul y ver allí una embriagadora mezcla de confianza y entrega.
Cuando acabaron, ella se tumbó encima de él y paseó sus delgadas uñas por la piel de Deke. Su tan maduro y experimentado pene se endureció otra vez de inmediato, con una recuperación sorprendentemente juvenil. Deke apretó los dientes.
No importaba lo maravilloso que hubiera sido -¡oh, tan condenadamente maravilloso para él!-, aquella era una relación de una sola vez. Eso era lo que Deke se había prometido a sí mismo.
Había ido en contra de sus propios principios por una única vez, porque había pensado que ella era una virgen que quería experimentar un sabor de la vida que todavía no había podido degustar.
Lyssa pasó un pulgar por encima del pezón de Deke y su pene se alzó entre los muslos. Él apretó los dientes de nuevo y le sujetó la mano retorciéndosela un poco.
– Creí que habías dicho que eras virgen -murmuró.
Deke intentando pensar en un cubo de hielo de veinte kilos colocado encima de su ingle.
Ella se soltó de su mano y volvió a acariciarle el pecho dibujando círculos alrededor del pezón.
– Nunca dije tal cosa -contestó Lyssa sin inmutarse.
– Lo diste a entender.
El cabello de Lyssa le rozó los brazos cuando ella negó con la cabeza.
– ¿Te molesta no haber sido el primero?
– Claro que no. Es que… bueno…
Su virginidad había hecho que lo que deseaba de ella fuera, si no más sensato, al menos más explicable. Pero ahora, en lugar de haber sido una buena obra por una vez en la vida, se encontraba con que lo había hecho con una joven belleza de veintitrés años, y la parte baja de su cuerpo deseaba volver a repetir aquella experiencia.
Deke se apartó de ella dispuesto a abandonar la cama si su sentido común era capaz de tomar el control de su excitado cuerpo.
Ella se volvió a arrimar a él.
– Tú eres el número dos, si es que eso hace que te sientas un poco mejor.
Deke ahogó un suspiro. Lo que le haría sentirse mejor era una ducha fría, pero no era capaz de ordenar a sus brazos que dejaran de rodear aquel cuerpo femenino.
– Fue en la clínica contra el cáncer para jóvenes. El primer verano después de que me diagnosticaran la enfermedad.
Deke se quedó de piedra. La imagen de Lyssa calva y demacrada pasó por su cabeza, y la estrechó aún más fuerte entre sus brazos.
– Había allí un muchacho, Jamie. Me gustaba. Me gustaba mucho. Y…
Deke tomó aliento lenta y profundamente.
– ¿Y? -la animó con ternura a seguir hablando.
– Y ninguno de los dos queríamos morir sin… sin haberlo probado.
Deke cerró los ojos. No quería imaginarse a Lyssa -con su espléndida y radiante sonrisa- pensando en morirse.
– De modo que un día nos escapamos y lo hicimos.
Mientras Deke le acariciaba la cabeza, pensó que su cabello parecía de seda entre sus manos.
– ¿Y Jamie? ¿No has vuelto a verlo más?
Deke pudo sentir la leve sonrisa de Lyssa contra su pecho.
– Nos escribimos e-mails durante un tiempo -dijo ella-. Luego él murió. La primavera siguiente.
Deke tragó saliva. El chico que le había hecho el amor por primera vez había muerto durante la siguiente primavera. Y ella lo había dicho de una manera muy prosaica, como si la muerte de alguien tan joven fuera una parte normal de su mundo.
Y Deke suponía que así era.
Agachó la cabeza y buscó la boca de ella. La besó y Lyssa le devolvió el beso.
De repente Deke sintió que le hervía la sangre y apretó su boca contra la de ella para que la abriera aún más, besándola luego con rudeza, de una manera primitiva. Quería besarla con fuerza y con furia, y que ella lo besara también de la misma forma.
Lyssa gimió -era el sonido del deseo de una mujer-, y Deke rodó hacia su lado de la cama y luego se colocó otra vez encima de ella. Se introdujo en el caliente y femenino centro de su cuerpo una y otra vez, y ella empezó a chillar en un arrebato de excitación. Y Deke la inundó con una palpitación caliente y arrebatada, y con el deseo de hacer que los dos se sintieran vivos.
Capítulo 15
La segunda mañana después de que Yeager hubiera hecho el amor con Zoe fue exactamente igual que la primera. Ella ya había abandonado la cama, pero su olor persistía en las sábanas. Y aquella fue la segunda vez -desde que tuviera el accidente- que Yeager no sintió terror a despertarse.
Seguía despertándose ciego cada mañana, pero ahora tenía una razón para esperar la llegada de un nuevo día. No solo porque Zoe iría a verlo más tarde -aunque se trataba de una certeza de la que podía disfrutar-, sino también porque se despertaba recordando el sabor de la comida que ella preparaba, el sonido de su risa flotando por el aire húmedo y salado, y los seductores ritmos de la isla. Estaba seguro de que ella le ayudaría a curarse, y sabía que estaba en el buen camino.
La isla empezaba a gustarle. Había pensado que allí acabaría aburriéndose en un ambiente claustrofóbico, pero no había sucedido nada de eso. Su ceguera lo limitaba, pero la isla no. De hecho, el ritmo de las olas rompiendo en las playas, la frescura de la brisa y los sonidos de la vida de la isla lo hacían sentirse vivo, aun dentro de su empalagosa ceguera.
Rodó hacia el lado de la cama que hasta hacía un rato había ocupado Zoe y enterró su cara en el olor de su pelo.
No podría llegar a cansarse nunca de tocar su pelo. Sus cortos bucles parecían enredarse entre sus dedos, acariciándole con su calidez, y le encantaba frotar sus bronceadas mejillas contra estos, sintiendo cómo se impregnaba con esa parte de su cuerpo, cuando no lo hacía contra la propia mujer.
Porque ella le dejaba mucho espacio libre. Se podría pensar que Yeager estaba contento de eso, pero la noche anterior había tenido que insistir para que ella volviera a su cama. Sonrió burlonamente recordando lo dulce que había sido persuadir a Zoe, y la poca resistencia que había encontrado en su pequeño y ligero cuerpo.
No tenía ninguna duda de que las echaría de menos, a ella y a la isla, cuando se marchara.
Aquella idea hizo que se ensombreciera su buen humor. Frunciendo el entrecejo, se dijo a sí mismo que se sentía incómodo porque todavía no sabía qué iba a hacer si volvía -cuando volviera- a recuperar la vista y regresaba a Houston. Ya estaba definitivamente retirado del Ejército, de eso no había duda, y probablemente acabaría en algún aburrido despacho como consultor de programas espaciales.
Se colocó la almohada de Zoe sobre la cabeza. La idea de pasarse los días entre montones de papeles durante los próximos treinta años era tan atractiva como echar un polvo a una de las conejitas espaciales que se exhibían en las afueras del The Nest, el bar favorito de los astronautas de Houston.
Para apartar de sí aquel malhumor que empezaba a invadirle, se metió en la ducha; luego se puso la ropa y decidió presentarse en casa de Zoe. Seguro que ella le haría cambiar de humor.
Yeager se dirigió a la casa recorriendo como un autómata los sesenta y cuatro pasos que lo separaban de allí, pero no llegó más allá de la cocina. Esperaba encontrarse allí con Zoe, pero no con los demás invitados. La cocina estaba vacía, pero un murmullo de voces que provenía del corredor le reveló que ella se encontraba allí.
Se sentó a la mesa de la cocina para esperar a Zoe, escuchando sin prestar demasiada atención el programa de televisión Today, un sonido que le llegaba desde el televisor que estaba encendido en la esquina. Katie Couric borboteaba como una vieja cafetera mientras presentaba a su siguiente invitado, el nuevo piloto del Millennium I.
Ya lo habían reemplazado.
Yeager se quedó inmóvil, ladeando la cabeza para escuchar más atentamente. Lo último que sabía era que la NASA había anunciado que no iba a ser él el piloto de aquel programa espacial. Pero ahora habían anunciado ya a la prensa que Márquez Herst ocuparía su puesto. No le sorprendía aquella elección. Aquel hombre había sido siempre el piloto auxiliar de Yeager. Pero escuchar aquel anuncio hecho público por televisión y después oír el tono cantarín de la voz de Mark -su lengua materna era el español, aunque ahora hablaba otras cinco más- fue una conmoción para él.
Mientras Katie daba por concluida la entrevista deseando con cuatro palabras la pronta recuperación del comandante Yeager Gates, él apretó los dientes y se apoyó en el borde de la mesa con ambas manos.
Mark -siempre tan amable y de buen corazón- secundó los deseos de la presentadora, aunque Yeager sabía que por dentro Mark estaría dando saltos de alegría por la oportunidad de ser el piloto del primer lanzamiento del Millennium. Demonios, si le hubiera tocado a él estar en su lugar habría dado saltos de alegría allí mismo. No podía tenerle rencor a su compañero, pero cuando los dos regresaran a Houston -y Yeager tuviera la ocasión de encontrarse con él de nuevo-, por todos los demonios que le iba a dar una buena paliza a aquel Márquez de vocecilla aflautada… jugando al tenis.
Otra vez.
– Yeager.
Se sobresaltó al darse cuenta de repente de que Zoe había entrado en la habitación. Se volvió sonriendo y apartando sus pensamientos de la televisión.
– ¿Qué hay de nuevo, cariño?
– ¿Estás bien?
Vaya, seguramente al entrar en la cocina Zoe había oído ios últimos minutos de la entrevista de Katie a Mark. Yeager sonrió de nuevo y se golpeó las rodillas con las manos en señal de invitación.
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