– Perfecto y cachondo.
– No lo digas de esa manera.
Algo en el tono de voz de ella le preocupó. Pero era algo que tenía que ver con ella, no con él. Frunciendo el entrecejo, Yeager dejó a un lado sus preocupaciones.
– ¿Qué te pasa, Zoe?
– Nada -contestó ella tranquila. Demasiado tranquila.
Mirando en su dirección pudo ver una sombra -ya se había dado cuenta de eso hacía días, y ahora podía distinguir algunas formas vagas entre las sombras- y alargó una mano hasta tocarla.
La agarró por una punta del delantal y la hizo sentarse en sus rodillas.
– Esto funciona en las dos direcciones, cariño. Tú me cuentas y yo te cuento.
– No pasa nada -insistió ella de nuevo.
Yeager la sentó en su regazo y atrajo la cabeza de ella hacia su pecho, introduciendo sus manos entre aquellos bucles de exquisita y empalagosa fragancia. La noche anterior, después de que ella le hubiera dejado sin aliento tras su mutua explosión de lujuria, ella había apoyado sus mejillas precisamente allí, con su suave aliento soplando ligeramente, provocador, contra su pezón. Su entrepierna despertó ante aquel recuerdo.
Pero Zoe no pareció darse cuenta del estado de su cuerpo, pues se agarró a él con firmeza. Pero después de que él pasara varias veces la mano por su pelo, ella dejó escapar un suspiro y se relajó, apoyándose en él. Yeager cerró los ojos degustando la calidez de aquella nueva sensación de poder ofrecer a Zoe un poco de consuelo.
Era un malnacido con mucha suerte. Si no hubiera llegado a la isla de Abrigo, no habría conocido a aquella mujer que le había ayudado a soportar su oscuridad. Acaso, cuando hubiera regresado a la civilización, podría enviar flores una vez al mes a su princesa de aquella isla. Le hizo gracia pensar que posiblemente tampoco para Zoe sería fácil olvidarle, y que incluso si aterrizaba alguna otra persona en su cama, cada mes le llegaría un nuevo ramo de flores que le recordara al primer hombre de su vida.
Apoyó su cara contra la cabeza de ella, quizá de una manera demasiado brusca, castigándola un poco por aquel supuesto nuevo amante.
– Ay -se quejó ella poniéndose derecha.
– Perdona -se disculpó él rodeándola con los brazos.
Zoe dejó escapar otro suspiro ahogado. Yeager frunció el entrecejo.
– Sé que te ha pasado algo malo. -Pero no tan malo como la loca idea de imaginarse a Zoe compartiendo la cama con otro hombre-. ¿De qué se trata?
Ella volvió a apoyarse en su pecho.
– Jerry me va a matar.
– ¿Ese gilipollas? -Yeager paseó un dedo por el brazo de Zoe y saboreó el estremecimiento que notó en ella como respuesta a su caricia-. ¿Quieres que le haga una visita? Puedo pedir a Deke que me acompañe (ya sabes que todos los miembros importantes de Hacienda viajan siempre con sus guardaespaldas) y te aseguro que para cuando regresemos solo tendrás que preocuparte de lo que te vas a poner para presentarte este año como la Reina de Abrigo.
Zoe se rio pero a la vez negó con la cabeza.
– Yo quiero algo más que esa corona de diamantes de imitación. El festival debería desarrollarse sin ningún obstáculo.
Yeager tomó su mano y se la apretó.
– He pasado en la isla el tiempo suficiente para haberme dado cuenta de que tú has hecho más trabajo para el festival que ninguno de los demás. Todo va a salir a pedir de boca. Deja ya de preocuparte.
– Los gobios de cola de fuego no volverán si no conseguimos que todo sea perfecto.
Yeager alzó las cejas. Pensar que aquellos peces tenían de alguna manera en cuenta el festival para dejarse ver por allí le parecía un poco exagerado. Pero aun así asintió con la cabeza.
– Todo irá bien.
Zoe volvió a menear la cabeza.
– Tiene que ser perfecto, ya te lo he dicho.
– De acuerdo, será perfecto -le aseguró él.
– Pero no será así a menos que encontremos un nuevo invitado especial para el desfile -dijo ella con voz melancólica.
– ¿Un qué? ¿Para qué?
– Y me dices que te has dado cuenta de todo. El festival consta de tres eventos claramente diferenciados. El baile en la escuela la noche antes del festival ya está organizado. Luego está el desfile de la mañana siguiente. Y luego la fiesta en la playa con hogueras, que coincide con el momento en el que llegan los peces. Por supuesto que las tiendas y los restaurantes ya han empezado a publicitar sus ofertas, pero nuestro comité solo se responsabiliza de esos tres eventos.
– Y por lo que veo te falta un…
– Invitado especial para el desfile. Ya sabes, el dignatario que va a la cabeza el desfile. Estaba previsto que este año ocupara el puesto un primo segundo de Marlene, y hacía meses que había aceptado, pero acabo de descubrir que, por lo que se ve, ha decidido que irse de vacaciones con su nueva ayudante era más importante que presidir nuestro desfile.
Yeager rio.
– Menuda escoria. ¿Y quién era, por cierto? -El director del planetario de Los Ángeles.
Yeager rio de nuevo.
– Bueno, tampoco es que fuera un gran dignatario.
Zoe suspiró.
– Sí, en eso tienes razón, pero era lo mejor que hemos podido conseguir. Incluso hemos organizado el festival alrededor de un tema que tenía que ver con su puesto: «¡Los límites del espacio!». -Zoe suspiró de nuevo-. A Jerry le encanta todo lo que tiene que ver con el espacio. Pensaba que eso atraería la atención de mucha gente, aparte de lo que pasara (o no pasara) en el agua.
Yeager la estrechó suavemente entre sus brazos.
– No es el fin del mundo.
– Pero si esto no sale bien será el fin del mío.
Yeager sintió una punzada de culpabilidad. Recordó lo que Desirée le había explicado varias semanas antes. Si aquellos peces no se dejaban ver por la isla sería desastroso para el turismo y para la economía de Abrigo. Lo que Yeager no era capaz de entender era qué tenía que ver el dignatario que oficiaba de invitado especial en el éxito del festival, pero para Zoe parecía que había alguna relación.
Sintió un escalofrío de presentimiento que le recorrió la espalda de arriba abajo, pero lo ignoró y se arrimó más a Zoe respirando el cálido olor de su perfume.
– ¿«¡Los límites del espacio!»?
– Sí -contestó ella suspirando de nuevo.
– ¿Y qué te parecería un astronauta estropeado como invitado especial? ¿Crees que podría funcionar? -Las palabras casi se le escaparon de la boca sin darse cuenta.
Zoe se quedó en silencio, posiblemente sorprendida.
También él se había quedado perplejo. Nunca antes había querido jugar al buen ciudadano, pero había algo en Zoe y en la isla -y en todo lo que había vivido allí durante las últimas semanas- que sobrepasaba el hecho de que aquellos espectaculares peces visitaran una vez al año las aguas de Abrigo, y que era más importante para él que el ridículo de vestirse de uniforme y hacer el bobo en un desfile.
Para ser sincero, tenía que admitir que aquella isla lo había encantado, y no podía soportar la idea de que algo pudiera romper aquel hechizo.
– ¿Estarías dispuesto a hacerlo? -dijo ella en voz muy baja-. Pero decías que no querías publicidad. Tu situación…
Zoe tenía razón. Él no quería que el mundo se enterara de su ceguera ni de sus problemas. Pero a la vez pensaba en todas las cosas que Zoe había hecho y no había deseado hacer. Y en cómo se había dejado ver a sí misma calva y vulnerable con tal de poder ayudar a su hermana. Y él sabía que podía hacer aquello por Zoe.
– Si lo hago, será por ti, cariño -admitió Yeager con franqueza.
Ella emitió un gracioso ruidito gutural y le echó los brazos alrededor del cuello. Yeager sintió que su cuello se mojaba con lágrimas calientes, y un beso húmedo se posó en su boca. No titubeó en devolverle el beso.
Por primera vez en toda una vida llena de logros se sintió como el héroe que el resto del mundo siempre había creído que era.
Zoe se movía por la cocina dando saltitos; estaba radiante. Después de casi un año de preocupaciones, finalmente el festival marchaba por un camino seguro y tranquilo.
Marlene alzó la vista de la mesa, donde reposaba la pancarta que estaba acabando de pintar: una pancarta en la que se anunciaba que Yeager Gates sería el invitado especial del desfile del Festival del Gobio.
– ¿Por qué estás tan contenta? -preguntó Marlene lanzando una mirada preocupada en dirección a Yeager, quien estaba de pie a su lado apoyado en el mostrador de la cocina, donde reposaba un molde de pastel con la forma de la isla.
Zoe se contuvo de echarles por la cabeza a su amiga y a Yeager la jarra de té frío que tenía entre las manos.
– Estoy contenta porque ya tenemos invitado especial para el desfile. Estoy contenta porque ya solo faltan cinco días para que regresen los gobios. Y estoy contenta porque… -Se detuvo antes de mencionar a Yeager por su nombre, pero no intentó disimular su sonrisa ante Marlene mientras añadía-: Porque estoy contenta.
Su amiga movió la cabeza.
– Si embotelláramos y tratáramos de comercializar el tipo de alegría que desprendes, estoy segura de que jamás conseguiríamos la aprobación del Ministerio de Sanidad.
Zoe alzó una mano.
– ¡No se me puede embotellar!
Un brazo firme y masculino agarró a Zoe y la acercó a su lado. La voz de Yeager le susurró al oído:
– Eres adorable.
A ella le dio un vuelco el corazón. Solo con que él la tocara, o con que su aliento le rozara la mejilla, se le revolvía todo por dentro. Pero incluso temblándole las rodillas, se las apañó para apartarse de él con paso danzarín. Marlene estaba observándolos de cerca y Zoe quería mantener en privado lo que estaba sucediendo entre Yeager y ella.
Ni siquiera se lo había contado a Lyssa.
Su hermana parecía tener sus propias preocupaciones y Zoe no estaba aún preparada para hablar de eso con nadie. Durante años había hecho el papel de dura frente a Lyssa, manteniendo sus miedos y preocupaciones escondidos, y no le resultaba fácil romper ahora aquella costumbre. Ni era necesario.
Todavía no. No cuando el cohete en el que se había subido con Yeager estaba aún volando hacia las alturas. Pero trataba de ser sensata. Ni por un solo instante, incluso desde que compartiera cama con Yeager, se había engañado a sí misma imaginando que lo que una mujer normal como ella podía ofrecerle llegaría a reemplazar lo que él había perdido.
Bueno, puede que durante un instante sí se hubiera engañado a sí misma.
Muy poco. Se había permitido soñar solo durante unos segundos. A veces, desde la seguridad que sentía estando en sus brazos, se había imaginado que aquel Apolo podría quedarse para siempre, manteniéndola viva y abrigada con su calor y su luz.
Había empezado a soñar despierta un poco. Puede que si él no volvía a recuperar la visión -y se sentía a medias culpable y a medias mareada al poner aquello en palabras- ella pudiera retenerlo a su lado para siempre. Si no podía volver a ver, quizá no la abandonaría jamás.
Marlene carraspeó.
– Jerry parecía estar tan contento como tú en la reunión del comité del festival de hoy. ¿No te preocupa eso un poco?
Zoe ignoró el tono de advertencia que había en las palabras de Marlene.
– ¿Por qué no iba a estar contento? Necesitábamos un invitado especial y, voilà, yo he conseguido uno.
– Ahora incluso hablas francés -dijo Marlene en un susurro-. Estoy empezando a preocuparme de verdad por ti, chiquilla.
Zoe frunció el entrecejo.
– Estoy perfectamente, Marlene. Todo está bien.
Su amiga frunció los labios.
– Solo te decía que cuando Jerry salió de aquí esta tarde me pareció que estaba demasiado contento. Se iba frotando esas manos fofas que tiene. Creo que esconde algo en la manga.
Zoe no dejó que aquello le hiciera perder el buen humor.
– Puede que esconda uno o dos gobios en la manga -dijo ella riendo burlonamente-. Jerry sería capaz de cerrar todo el océano Pacífico para que pasaran por aquí si estuviera convencido de que eso iba a hacer que sus inversiones dieran beneficios.
Yeager se metió en la conversación con una expresión inescrutable detrás de sus omnipresentes gafas oscuras.
– Zoe, hay algo que no tienes que olvidar: un invitado especial, el desfile y todo el pensamiento positivo que le pongas no garantizan nada. Esos peces muy bien podrían no regresar.
– Van a volver -insistió Zoe con obstinación-. Además tengo reservados todos los apartamentos de Haven House hasta octubre -concluyó como si eso significara algo.
Pero si aquellos peces no hacían acto de presencia en las fiestas, los turistas muy bien podrían cancelar sus reservas. Y Haven House no podría soportar una oleada de cancelaciones masivas.
Zoe meneó la cabeza.
– Bueno, dejémoslo ya. Basta de hacer tantas predicciones funestas.
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