– ¡Zoe! -dijeron Yeager y Marlene a la vez.

– ¿Qué? Me habláis como si no quisiera enterarme de lo que pasa.

– ¿Y no es así? -le preguntó Marlene en voz baja-. Y además diría que estás ciega.

Zoe evitó cruzar la mirada con la de su amiga.

– No sé de qué me estás hablando.

Yeager ladeó la cabeza como si pudiera oler los problemas en el aire.

Marlene se encogió de hombros y luego añadió mirando en dirección a Yeager:

– Vale, esto está ya listo para que estampemos tu nombre, señor Astronauta de Primera.

Yeager sonrió burlonamente.

– Puedes omitir lo de «señor».

Zoe y Marlene farfullaron algo a la vez y luego Zoe dirigió una sonrisa a su amiga.

– ¿Te das cuenta de lo que tengo que aguantar?

Marlene alzó las cejas.

– Pues no parece que te moleste demasiado aguantarlo, querida.

Los pies de Zoe volvieron a dar saltitos sobre el suelo de madera, denotando un buen humor que empezaba a convertirse en euforia. No, no le molestaba en absoluto, por supuesto que no. Durante el día se ocupaba de su negocio y de sus huéspedes. Por las noches se metía en la cama de Yeager y allí ambos se ocupaban el uno del otro.

Tras sacar del frigorífico un té frío con aroma de melocotón y al acercarse a ellos con una nueva sonrisa reluciendo en su cara, Zoe se las apañó para que sus hombros y sus caderas rozaran a Yeager. Entre sus cuerpos saltaron chispazos de una energía dulce y caliente a la vez. Oh, aquello era maravilloso.

Zoe apenas pudo oír a Yeager deletreando su nombre a Marlene, embotada como estaba por una neblina de una felicidad casi dolorosa.

Marlene metió el pincel en un bote lleno de agua y se apartó unos pasos de la mesa.

– Ya está acabado -dijo moviendo la cabeza de un lado a otro para inspeccionar el resultado de su trabajo.

Zoe también lo examinó. «Astronauta de la NASA» en azul. «Comandante Yeager Gates» en escarlata. El corazón le dio un vuelco al recordar cómo había entrado en la cocina un par de días antes y se había encontrado a Yeager escuchando la entrevista televisiva al nuevo astronauta del Millennium. Hubiese preferido no recordar la expresión de su cara, pero no era fácil deshacerse de aquella imagen.

Tenía un aspecto desesperanzado.

Zoe intentó dejar de pensar en eso y se fijó en Marlene. Su amiga estaba comentando algo con Yeager, explicándole lo popular que era el desfile del festival y la cantidad de gente que pasaría por allí para aclamarle.

Zoe frunció el entrecejo mirando a su amiga.

– No empieces ya a preocuparle, Marlene -dijo Zoe, y luego, dirigiéndose a Yeager, añadió-: Yo te prepararé antes de que empiece el desfile. Tú haces unas reverencias al estilo de la reina Isabel y nadie se dará cuenta de que estás ciego.

– Zoe… -empezó a decir Marlene.

– Espero que para entonces ya no lo esté -dijo Yeager-. Al menos no completamente.

Zoe se detuvo sorprendida.

– ¿Qué? ¿Que no estarás completamente qué?

Yeager volvió a apoyarse en el mostrador y se encogió ligeramente de hombros.

– Empiezo a ver sombras. Movimientos. Veo un poco más y un poco más claro cada día.

– Gracias a Dios -dijo Marlene sonriendo de oreja a oreja.

Los músculos de las mejillas de Zoe se tensaron. Ella esperó que a los otros dos les pareciera que estaba sonriendo. Si estaba viendo un poco más y un poco más claro cada día, quizá podría ver si ella estaba sonriendo o no.

Quizá la podía ver. Marlene se acercó a su lado.

– ¿No es maravilloso, Zoe? Dile a Yeager lo maravilloso que te parece.

– Maravilloso -repitió Zoe solo en parte consciente de que Marlene estaba intentando ayudarla a salir del apuro. Seguramente se había quedado como una zombi durante varios segundos-. Maravilloso.

Pero la dulce euforia de Zoe se acababa de desvanecer. Yeager estaba empezando a recuperar la vista. Una vez la hubiera recuperado del todo, la podría ver, «verla» a ella realmente, en toda su vulgaridad, con su pelo demasiado corto y su cuerpo varonil y aniñado.

Seguramente le parecería demasiado baja.

El alma se le cayó a los pies. Era el tipo de sensación que recordaba de la única vez que se había subido a una montaña rusa cuando era niña. Después de que el tren llegara a la cima, vino aquella terrorífica caída hacia el vacío, mientras ella gritaba y el tren se dejaba llevar por las leyes de la gravedad.

Zoe apartó la vista de Yeager, incapaz de mirarle a la cara, reacia a que él la mirase a ella. Quizá aquel cohete en el que iban subidos no hubiera llegado todavía a lo más alto, pero estaba segura de que dentro de muy poco se iba a rendir a lo inevitable y empezaría a bajar en picado en una larga y dura caída.


Zoe echó a andar en dirección al centro de Haven justo en el momento en que empezaban a encenderse las farolas del alumbrado público. Un coro de risas distantes le reveló que al menos algunos de los huéspedes de Haven House se estaban divirtiendo, pero ella no era capaz de esbozar ni siquiera una media sonrisa de satisfacción.

No cuando apenas si podía respirar.

Sin hacer caso a la molesta presión que sentía en el pecho, continuó dando un paso tras otro, descendiendo por las estrechas callejuelas del pueblo en dirección al puerto de la bahía de Haven. A lo lejos pudo ver a Randa -saliendo de la tienda de joyas del señor Wright- y se metió en un callejón para evitarla.

Para la prueba a la que estaba a punto de someterse a sí misma necesitaba muy pocas distracciones y muchos menos testigos.

El desvío solo la iba a retrasar un par de minutos. Al poco rato Zoe se detuvo a la sombra de la oficina del barco de Abrigo. La pequeña barraca de madera donde se vendían los billetes estaba iluminada por fuera por una de las farolas de la calle y por dentro por un tubo fluorescente. Billie Wade estaba al otro lado de la taquilla, con sus grises bucles meciéndose ligeramente mientras contaba el cambio que tenía que devolver al último comprador. Según el horario escrito con brillantes letras verdes que había colgado en la pared, el siguiente barco zarparía en quince minutos.

El comprador que estaba delante de ella se alejó de la taquilla y Zoe salió de entre las sombras. Mientras los pasos de aquel pasajero se apagaban en dirección al muelle, Zoe se imaginó a sí misma caminando hacia la taquilla y luego saludando a Billie. Metió los dedos en el bolsillo delantero de sus tejanos tocando con las puntas el fajo de billetes que se había guardado allí para evitar tener que andar buscando a tientas la cartera dentro del bolso en el último momento.

Se mojó los repentinamente húmedos labios y murmuró las palabras que tendría que decirle a Billie. «Un billete, por favor.» ¡No! «Un billete de ida y vuelta.» Eso no iba a ser tan difícil, ¿o sí?

Intentando reunir valor, avanzó hacia la taquilla mientras su respiración se hacía tan desesperada que sonaba en sus oídos como el papel de lija. Habían pasado tres años desde que ella y Lyssa llegaron a Abrigo, dejando por fin atrás los largos meses de miedo y tristeza en el continente.

Tragó saliva y abrió los ojos solo para ver el océano que se abría delante de ella, oscuro y sombrío. Un siniestro escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Ya empezaba a imaginarse el inestable movimiento de la cubierta del barco bajo sus pies y el opresivo ronroneo de las máquinas del buque, mientras era llevada lejos de aquella seguridad. Los músculos se le quedaron paralizados y el corazón le dio un vuelco para luego caérsele como un ancla hasta el fondo del estómago.

No podía hacerlo.

Dio varios pasos atrás hasta la cómoda oscuridad de la noche y volvió a meterse el dinero en el bolsillo. Luego se alejó del muelle y se dirigió hacia las tranquilizadoras luces de Haven.

Habían pasado tres años desde que ella y Lyssa regresaran a la isla, y ni ahora ni nunca podría volver a marcharse de allí.


Aquella noche, por primera vez, Zoe no fue al apartamento de Yeager.

Después de lo que había, o no había, pasado en la taquilla del barco, Zoe se había dado cuenta de que ya era hora de que empezara a acostumbrarse a vivir sin él.

Pero no le sorprendió que el teléfono que mantenía comunicados los apartamentos de los huéspedes con la casa principal sonara justo cuando estaban a punto de dar las diez. Zoe pensó en no contestar, pero Lyssa había salido de casa después de cenar y eso la dejaba a ella sola frente al insistente teléfono.

¿Y si después de todo no se trataba de Yeager, sino de uno de los otros huéspedes?

Suspirando levantó el auricular.

– ¿Dónde estabas? -preguntó él-. No te molestes en contestar, porque ya me he dado cuenta de que no estás aquí, que es donde deberías estar. ¿Qué te ha retrasado?

Zoe tragó saliva.

– Pensé que quizá preferías estar solo esta noche.

Por un momento hubo un silencio al otro lado de la línea.

– ¿Tú estás bien de la cabeza?

Estoy intentando ayudarme. Estoy intentando recordar lo que se siente siendo yo misma, la sencilla vieja Zoe Cash de siempre, pensó ella.

– Gracias -le contestó ella secamente.

– Zoe, ¿estás releyendo alguno de esos viejos libros que leías antes? -preguntó él con un tono de recelo en la voz-. ¿Acaso otro de esos librotes pasados de moda sobre las relaciones entre hombres y mujeres?

– No. Puede que… simplemente quiera estar sola esta noche.

Hubo otro silencio. Zoe podía imaginárselo tumbado en la cama, con una almohada doblada debajo de la cabeza. Cuando fue a su apartamento las noches anteriores, el dormitorio estaba a oscuras, él llevaba el pelo mojado como recién salido de la ducha y su piel tenía el sabor dulce del agua de los manantiales de la isla. Zoe se estremeció.

– ¿Es eso lo que quieres, Zoe? -preguntó él tranquilo.

– Sí -contestó ella apretando el teléfono entre las manos.

Hubo otro largo silencio.

– Entonces dame al menos algo para que sueñe. Solo una pequeña muestra de lo que estás haciendo y lo que llevas puesto.

Zoe volvió a estremecerse. A pesar de todo, él seguía siendo igual de dolorosamente irresistible.

– Estoy en mi dormitorio de la segunda planta.

– ¿Eso está a la derecha o a la izquierda de las escaleras? -preguntó él dulcemente-. Cuéntamelo para que pueda hacerme una idea.

– A la izquierda. Es la primera habitación de la izquierda.

– ¿Y estás en camisón?

– Sí -contestó ella escuetamente.

– Apaga las luces, Zoe -le ordenó Yeager-. Y luego métete en la cama para mí.

Zoe se volvió a estremecer, pero fue incapaz de desobedecerle. Una vez que hubo apagado las luces, sintió las frías sábanas a lo largo de sus piernas desnudas, y tuvo que hacer grandes esfuerzos para no rendirse y echar a correr hacia la calidez y el placer de la cama de Yeager.

– ¿Estás tapada hasta la barbilla, cariño?

El tono ronco y susurrante de la voz de Yeager le recorrió la piel como si fuera una mano. Zoe cerró los ojos.

– Sí -contestó ella.

– Hum. -Zoe pudo oír la respiración profunda de Yeager a través del auricular-. He cambiado de opinión. Quítate la ropa.

– ¡Yeager!

La voz de él se hizo aún más suave, tratando de engatusarla.

– Por mí, cariño. Hazlo solo por mí.

De repente Zoe se sintió caliente.

Demasiado caliente para la camiseta ancha que llevaba puesta. Excitada y avergonzada a la vez, dejó el teléfono sobre la cama un momento y se quitó la camiseta. Volvió a taparse hasta la barbilla y ahora la tela de las sábanas le rozó los desnudos pezones. Se le pusieron duros y ella volvió a sonrojarse.

– ¿Zoe?

Ella pudo oír la voz de Yeager saliendo del auricular que descansaba sobre la cama.

Lo cogió lentamente y volvió a colocarlo junto a la oreja.

– Aquí estoy.

– Te habrás quitado también las bragas, ¿no?

Su respiración sonaba profunda y deliberada. Ella apretó las piernas nerviosamente.

– Sí -le mintió.

– Zoe. -Pero él era demasiado listo para tragárselo.

– No sé por qué siempre acabo haciendo lo que tú quieres…

– Porque no estaría pidiéndote esto si hubieses venido antes a mi cama.

Ella se lamió los labios.

– Yeager…

– Las bragas, Zoe -le ordenó él.

Mientras se quitaba las bragas con una mano, sintió que la carne entre los muslos le ardía y al momento empezó a retorcer los muslos, ahora ya completamente desnuda.

– Ya está -dijo ella- ¿Estás ahora satisfecho?

Hubo un largo silencio y luego se oyó una risa.

– Todavía no, pero casi -contestó él con un tono de voz provocador-. No cuelgues, Zoe.

Click.

En la oscuridad, Zoe se quedó mirando el teléfono que sostenía en la mano. ¡Yeager le había colgado el teléfono! ¡Había hecho que se desnudara y luego le había colgado el teléfono!