Se quedó allí tumbada, desnuda en su propia cama, sin saber todavía si sentirse ofendida o aliviada. Y en ese momento le llegó el inconfundible sonido de la puerta trasera de la casa al abrirse.

Lyssa, pensó Zoe. Preocupada por que su hermana pudiera llegar a su dormitorio para charlar un rato con ella antes de irse a dormir, Zoe levantó las sábanas y empezó a revolverlas frenéticamente con el pie intentando alcanzar las bragas, mientras con la mano trataba de agarrar la camiseta que había quedado a un lado del colchón. Pero como en un sueño, cuando estaba a punto de alcanzar aquellas prendas, estas parecían escabullirse.

Oyó unos pasos que ascendían por las escaleras.

A Zoe se le aceleró el corazón y de repente la puerta del dormitorio se abrió de golpe.

La oscura silueta de una sombra en el marco de la puerta era mucho más alta que la de su hermana.

Y la voz de aquella sombra era también mucho más profunda y sensual que la de Lyssa.

– No me digas que te has vuelto a poner la ropa.

Zoe se echó hacia atrás sobre las almohadas, extrañamente nerviosa por la oscura intención que resonaba en aquella voz. Volvió a tirar de las sábanas y se las subió hasta la barbilla.

– ¿Por qué has venido?

Seguramente había estado esperando a oírla hablar para encontrar el camino hacia la cama, porque ahora se acercó directamente hacia ella.

– Si la montaña no va a Mahoma…

Zoe tragó saliva tratando de decir algo para aligerar la cargada atmósfera de la habitación.

– ¿Eso quiere decir que yo soy la montaña?

A Yeager no pareció hacerle gracia aquel comentario. Mientras su profunda y ronca respiración resonaba por toda la habitación, su negra sombra se acercó más a ella.

Podría haberle dicho que se marchara, pero no lo hizo.

Alargando una de sus fuertes manos hacia Zoe, Yeager palpó el borde del colchón, encontró las sábanas y luego tiró de ellas, se las arrancó de las manos y las echó a un lado. Gimiendo de satisfacción, Yeager tanteó con los dedos el cuerpo desnudo de Zoe.

– Bien.

– ¿Qué estás haciendo?

Zoe detestaba aquel tono agudo en su propia voz, pero Yeager ya estaba subiéndose a la cama y en aquel momento sus manos la agarraron por los tobillos.

En lugar de contestar a su pregunta, Yeager tiró con fuerza de sus tobillos hasta que ella quedó tumbada de espaldas sobre el colchón. El llevaba puestos unos tejanos, pero no llevaba nada arriba, y Zoe pudo sentir el calor de la piel desnuda de sus hombros rozando el interior de sus rodillas, mientras se las separaba con las manos.

Yeager agachó la cabeza.

La voz de Zoe volvió a chirriar de nuevo.

– ¿Qué estás haciendo?

Él levantó la cara. No llevaba puestas las gafas de sol, pero aun así sus ojos eran dos oscuros misterios. Sonrió y sus pupilas brillaron en la oscuridad de la habitación.

– Te estoy demostrando que en realidad no querías pasar la noche sola.

Y entonces le pasó las manos por la parte interior de los muslos, abriéndole todavía más las piernas. Luego hundió la cabeza entre sus muslos y Zoe pudo notar un soplido de cálido aliento en su… allí.

El corazón le dio una sacudida.

– ¡Yeager!

Luego sintió algo húmedo allí y todo su cuerpo se puso a temblar.

– ¡Yeager!

Él volvió a lamerle, una y otra vez, explorándola suavemente de una manera a veces persistente, a veces fugaz. Zoe apretó los talones contra el colchón y se agarró con las manos a las sábanas para sujetarse a algo, mientras el resto del mundo se derrumbaba, daba vueltas y acababa cayendo en todas direcciones.

Zoe no podía creerse que estuviera dejándole hacer aquello.

Pero Yeager acababa de descubrir un punto -¡oh, Dios!- por el que había pasado levemente en sus anteriores exploraciones y que ahora golpeaba sin tregua con su lengua. Zoe separó todavía más los muslos y, cuando él se incorporó para pellizcarle suavemente un pezón con los labios, el corazón empezó a martillearle contra las costillas. Ella pensó que de un momento a otro se iba a poner a levitar por encima de la cama y que saldría volando de la habitación.

– Zoe.

Ella jadeó. Yeager la había llevado hasta el límite, con las manos y la boca, y ella lo único que podía hacer era tratar de conseguir que le entrara un poco de aire en los pulmones. Le palpitaban las terminaciones nerviosas y la sangre le hervía.

– Zoe.

Ella jadeó un poco más.

– ¿Qué?

Quería pedirle que acabara con aquello, que acabara con ella, y se agarró de nuevo a las sábanas para no empujarle la cabeza de vuelta allí donde quería tenerla de nuevo.

– Dime, Zoe -dijo él volviendo a respirar otra vez sobre su caliente humedad.

¿Qué era lo que quería? Estaba ya tan cerca, tanto, que le habría dicho cualquier cosa que él le pidiera con tal de que la tocara allí una vez más.

– ¿Qué? -gimoteó ella.

– Dime que no querías quedarte sola. Dime que me deseas. Dime que me necesitas.

Zoe estuvo a punto de echarse a llorar. Le estaba pidiendo que le mintiera con todo su corazón. Quería que le entregara el corazón en una bandeja de plata, una bandeja que ella misma hubiera abrillantado antes con su trapo del polvo.

Yeager pasó un dedo por encima de su pubis húmedo y ella gimió.

– Dime, Zoe -le pidió él de nuevo.

¿Por qué le estaba pidiendo aquello? ¿Por qué quería oírlo?

Aquel dedo se entretuvo un momento encima de su ingle y luego se introdujo en ella. Zoe gimió de nuevo y luego se rindió a él.

– Te deseo. Te necesito -dijo ella con un tono de voz que era un ronco murmullo-. No quiero estar sola.

Inmediatamente Yeager inclinó la cabeza de nuevo, como si aquellas palabras lo hubieran inflamado. Ella pudo sentir de nuevo su lengua allí. Yeager volvió a encontrar aquel punto especial de su cuerpo, y la besó allí de una manera diestra y exigente. Entonces Zoe empezó a sacudir todo el cuerpo y se puso a chillar, embriagaba por el influjo de la hermosa intimidad de aquel acto y de las palabras que acababa de decirle.

Cuando a Zoe todavía seguía temblándole todo el cuerpo, Yeager se colocó encima y se introdujo en él. Zoe se puso a gritar de nuevo, mientras la dureza del miembro de Yeager la llevaba al éxtasis una vez más. Él se movía dentro de ella con un ritmo firme y acelerado.

Zoe lo rodeó con sus brazos y se agarró a su espalda, atrayéndolo hacia ella a la vez que alzaba las caderas para que se introdujera todavía más. Y entonces Yeager se puso rígido, gimió y empezó a moverse todavía más rápido. Él acabó desplomándose sobre ella mientras le besaba los hombros.

– Yo también te necesito, cariño -dijo Yeager.

Zoe cerró los ojos y le metió los dedos entre el pelo.

– Durante un ratito más -susurró ella.

Durante un ratito más él la necesitaría. Durante un poco más de tiempo ellos estarían juntos en la isla, y ese poco tendría que ser suficiente para ella.

Capítulo 16

Yeager estaba de pie al lado de las escaleras de Haven House, con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones, esperando a Zoe. Deke, Lyssa, Zoe y él debían asistir aquella noche al acto inaugural del Festival del Gobio: el baile que se celebraría en el auditorio de la escuela. Deke y Lyssa esperaban afuera, en el coche de golf, y Yeager había sacado el palo corto mientras esperaba que Zoe bajara la escalera y se tranquilizaba para poder disfrutar de la velada.

Yeager habría preferido que se hubieran ido todos juntos a cualquier otra parte, pero Lyssa y Deke le habían pedido que asistiera al baile con ellos. Entre aquellos dos parecía que se estaba cociendo algo y parte de él había sentido la curiosidad suficiente para acceder. La otra parte deseaba estar donde se encontrara Zoe.

– ¡Va, que nos vamos! -gritó Yeager en dirección a la segunda planta.

Otra vez.

Como respuesta no le llegó más que un grito amortiguado.

Él meneó la cabeza. Durante los últimos días, conforme se acercaba la fecha del baile, ella había estado cada vez más tensa. Había empezado a llevar de un lado a otro una carpeta que se había convertido en una especie de armadura y que lo ponía cada vez más nervioso.

¿Que quería robarle un beso? Pues antes tenía que atravesar aquella barrera de plástico de un dedo de grosor llena de papeles.

Ella no había intentado volver a dormir sola, pensó. Yeager tenía sus propios límites y, por Dios, aquel era uno de ellos. No iba a quedarse mucho más tiempo en la isla y no pensaba negarse ni un solo momento de placer en brazos de Zoe. La noche anterior ella se había quedado dormida apoyada en la almohada -cuando él salió de la ducha-, pero aquello también había sido un placer para él. Tumbado a su lado, estuvo escuchando su respiración, y cuando Zoe se dio media vuelta para colocarse entre sus brazos, Yeager la abrazó con cariño, como si tuviera que defenderla de algo.

¿Defenderla de qué? De la decepción. Si aquellos malditos peces no se presentaban, Yeager no iba a saber qué hacer por ella. Y menos aún sabía qué podría llegar a hacer ella.

– Aquí estoy -dijo Zoe sin aliento mientras bajaba a paso rápido las escaleras.

Su perfume le llegó en oleadas y él lo absorbió bizqueando desde detrás de sus gafas oscuras, y deseando poder verla mejor. Como una Polaroid que se va revelando poco a poco, su visión había ido mejorando durante los últimos días. Había pasado de la completa oscuridad a ver perfiles y después unos primeros detalles borrosos. Ya podía ver lo suficientemente bien las formas de las cosas como para no darse con los árboles cuando paseaba, aunque todavía no era capaz de distinguir las hojas.

De manera que, aunque ya podía ver el contorno de Zoe, por el momento el resto de su cuerpo no era para él más que aquello que su mano había llegado a memorizar. Todavía no existían para él otros detalles como sus ojos y los demás rasgos de su rostro.

El trabajo de Deke en la casa de su tío iba viento en popa, y precisamente aquella misma mañana habían estado hablando de las posibles fechas de su partida. Yeager se preguntaba si podría llegar a ver a Zoe, a verla realmente, antes de abandonar la isla.

– ¿Qué problema tienes? -preguntó Zoe con perplejidad a la vez que le cogía de la mano.

Él disfrutó de aquel gesto posesivo.

– Ninguno -le aseguró él mientras tomaba su pequeña cara entre sus manos y le daba un beso-. Solo que te empezaba a echar de menos.

Ella le besó la barbilla.

– Deprisa, tenemos que irnos.

Él le dio una palmadita en el trasero empujándola en dirección a la puerta.

– Te estábamos esperando a ti.

– Lo sé, lo sé. Me he dado toda la prisa que he podido. Estoy hecha un flan por no haber podido pasar todo el día en el auditorio. ¿Cómo voy a estar segura de que todo se ha hecho como es debido?

Yeager meneó la cabeza.

– Porque si hubieran tenido algún problema te habrían llamado para que tú lo solucionaras.

La acompañó hasta la puerta y de allí al coche de golf, pero ella no dejó de preocuparse durante todo el camino hasta la escuela.

Se pasó el viaje preguntándose si todo estaría en orden, incluso mientras saludaba a los conocidos con los que se cruzaba en la carretera y a otros amigos que se acercaban a pie a la escuela.

Yeager se recostó en el respaldo de su asiento y la dejó hacer. Besarla de vez en cuando habría tenido algún efecto positivo en su nerviosismo, pero ella lo apartaba de su lado cada vez que estaban en presencia de otras personas. De modo que, en lugar de hacer eso, se dedicó a disfrutar de la fresca brisa marina, y de la emoción que podía olerse en el aire por la reunión de toda la comunidad de la isla para un evento anual, entre las frenéticas interferencias en su personal emisora de radio: RZPN, Radio Zoe Perdiendo los Nervios.

Hasta que no estuvieron dentro del auditorio, ella no cerró la boca.

– ¡Oh, Dios mío! -exclamó entonces, y luego se quedó en silencio.

Yeager se sintió atravesado por un escalofrío.

– ¿Qué pasa?

Lyssa se apiadó de él.

– Creo que está un poco disgustada por el pequeño cambio en el tema del festival. Hay un enorme cartel encima del escenario que lo anuncia.

– ¿Eso es todo? -preguntó Yeager sonriendo aliviado-. De todos modos «¡Los límites del Espacio!» no era una idea tan brillante, Gran Zeta.

Ella sacudió la cabeza, sorprendida por el nuevo apodo que Yeager le había puesto, tal y como él lo había esperado.

Yeager frunció el entrecejo.

– Bueno, ¿de qué se trata? No puede ser tan malo. ¿«La isla mágica»? ¿«La Fiesta del Gobio»?

Zoe consiguió por fin que le saliera la voz.

– Es… es «Lanzamiento del Millennium». Y es en tu honor, según dice el cartel.