Yeager se quedó de piedra. ¿«Lanzamiento del Millennium»? ¿Por él?

Cuando, por supuesto, no iba a ser él quien pilotara la nave Millennium.

– Me huelo que Jerry está detrás de esto -dijo Zoe con voz compungida-. Marlene tenía razón. Pretende sacarle todo el partido que pueda a tu fama.

«Lanzamiento del Millenniun», continuaba diciéndose Yeager a sí mismo, esperando empezar a sentir de un momento a otro una punzada de pena y decepción.

De repente la música llenó la sala. Sabía que habían contratado a un pinchadiscos para el acontecimiento, porque Zoe le había comentado que en la isla no disponían de toda la gente que necesitaban para llevar a cabo una fiesta como aquella. Las notas que oyó le resultaban conocidas.

– No me lo puedo creer -masculló Zoe-. Es la música de la película Apolo 13.

En aquel momento lo enfocó un reflector -ahora su vista era lo suficientemente clara como para poder darse cuenta de eso- y un murmullo se elevó entre el público por encima de la música.

– Jerry -refunfuñó Zoe-. Voy a matarlo.

Desde algún lugar en el escenario, Jerry se puso a hablar de su decisión de cambiar el tema del festival y luego presentó a Yeager como el honorable invitado especial del festival, recitando su catálogo de logros con tanto entusiasmo que acabó pareciendo un cruce entre John Glenn y John F. Kennedy.

La alocución terminó con una gran ovación de los asistentes al acto.

Yeager permaneció quieto durante todo el rato e incluso se las apañó para sonreír -eso esperaba que pareciera su mueca-, dolorosamente consciente de que la sarta de dotes que se le atribuían pertenecían ya al pasado. La cruda realidad volvió a asaltarlo una vez más. Para él ya no habría «Lanzamiento del Millennium».

Como un hombre que acabara de aterrizar, tras haberse deslizado en una larga caída desde una empinada montaña, Yeager hizo un repaso mental para averiguar qué era lo que más le molestaba de aquella situación.

Pero, para su sorpresa, se dio cuenta de que nada de aquello le molestaba demasiado.

Al final, el reflector apuntó hacia otra parte y el pinchadiscos puso un swing que pareció ser del agrado de toda la concurrencia. Los bailarines empezaron a salir a la pista y Yeager se acercó a Zoe para hablar con ella.

– Lo siento -le dijo ella arrepentida-. No tenía ni idea. Pensé que te pasearíamos mañana por las calles y que eso sería todo.

– Calla -le dijo él rodeándola con los brazos y empezando a moverse al ritmo de la música-. No pasa nada.

Sorprendido de nuevo, Yeager se dio cuenta de que así era realmente como se sentía.

Durante el baile, la gente se acercaba a él y le agradecía que hubiera ido a la isla, a la vez que le daba la bienvenida al festival. Zoe le había comentado poco antes que el evento de aquella noche se organizaba como un día de especial diversión para los residentes de la isla. Ahora tenía ocasión de conocer a muchos de ellos, a algunos de los que ya le había hablado Zoe y a otros que se habían cruzado con ellos durante las últimas semanas.

Yeager fue capaz de disimular bastante bien su problema de visión, aunque muchos de ellos por supuesto ya lo sabían. Pero de todas maneras, aquello no parecía ser un gran problema para nadie. Envuelto por los brazos de Zoe, envuelto por su comunidad de vecinos, Yeager se sentía apreciado y aceptado.

Tal vez todo saldría bien.


Deke se quedó asombrado al ver a Yeager bailar tan sonriente con Zoe. Algo le había pasado a su amigo en aquellas últimas semanas. Yeager había llegado a la isla para esconderse de lo que había sido hasta entonces, y de lo que le había pasado en los últimos meses, pero ahora parecía que había admitido y aceptado su nueva situación.

Deke meneó la cabeza.

Lyssa le tocó un brazo.

– ¿Va todo bien?

Mirando hacia abajo, hacia la oval perfección del rostro de Lyssa, Deke volvió a menear la cabeza.

– Eso creo -le contestó.

Ella asintió con la cabeza mirando a Yeager y a su hermana.

– Hacen buena pareja.

Deke dirigió la vista hacia donde ella estaba mirando.

– Parecen felices.

– Yo también soy feliz -dijo Lyssa en voz baja.

Deke cerró los ojos por un momento. Sabía que ella era feliz, pero eso no significaba que lo que habían estado haciendo estuviera bien. Después de su primera intención de ofrecer a Lyssa una muestra de lo que era el sexo, ella había pasado varias noches más en su cama, y no había sido la única que lo había deseado.

Lyssa posó sus dedos en la mejilla de Deke.

– Otra vez estás pensando demasiado.

Él cubrió la mano de ella con la suya.

– ¿Crees que todavía puedo hacerlo? Me parece que me has robado el cerebro mientras dormía.

Ella le sonrió de una manera tan hermosa que Deke sintió una punzada de dolor en el pecho.

– Baila conmigo -le pidió Lyssa.

La suave y sedosa tela de su vestido abrazaba su cuerpo como un pareo, anudándose a la nuca para caerle luego por la espalda, dejando sus hombros desnudos. Sobre una de las orejas llevaba prendida una gardenia. Tenía un aspecto tan dulce y tentador como una bebida tropical. Pero Lyssa era mucho más que eso. Debajo de toda aquella dulzura, debajo del vestido de seda, Lyssa tenía muchas cicatrices que él había ido descubriendo durante las minuciosas exploraciones de su cuerpo. Cicatrices provocadas por los catéteres por los que la quimioterapia se había introducido en su cuerpo y la había devuelto a la vida.

Deke tomó aliento y no pudo evitar rodearla con sus brazos.

Lyssa se apoyó en él.

– Así -dijo ella con un tono de voz que denotaba lo satisfecha que se sentía consigo misma.

Él empezó a mover los pies al ritmo de la música. No era un bailarín de primera, pero la pista de baile estaba tan abarrotada que no había allí mucho espacio más que para menearse al ritmo de la música de cualquier manera.

Deke apoyó la barbilla en la cabeza de Lyssa y sintió las puntas de su largo pelo rozándole los antebrazos. Dentro de muy poco tendría que abandonar la isla. Pero por ahora podía rendirse al mágico encanto de tenerla entre sus brazos.

Ella apoyó una mejilla en el pecho de Deke.

– El otro día oí una cosa realmente fascinante -dijo Lyssa-. Se trataba de tu casa.

– Hum -dijo él casi sin oírla.

Deke sabía que tendría que pagar algún precio por lo que había compartido con ella. Y estaba preocupado por eso. Al final, ella podría superarlo, era una superviviente, pero Deke odiaba la idea de herirla, aunque solo fuera de manera momentánea.

– Oí que tu tío construyó esa casa para su novia. Una novia del continente -añadió Lyssa.

– Sí.

Algún día, otro hombre, un hombre más joven y con más esperanzas que él, encontraría a Lyssa. Se quedaría en aquella isla con ella, amándola para siempre y manteniéndola para siempre a salvo. Aquel sería el final feliz de su historia.

Lo sería.

Pero Deke no quería que la historia de ellos acabara. El cuerpo de Lyssa se acoplaba perfectamente al suyo, su piel tenía el sabor de algo que no había conocido en toda su vida. Tenía que enfrentarse a ello: desde el primer momento que la vio, Deke había deseado poder estar con ella para siempre.

Lyssa alzó la cara para mirarlo y sus oscuros ojos azules brillaron en la penumbra de la sala.

– ¿Es verdad? ¿Es verdad que después ella no quiso casarse con él? ¿Que no quería venirse a vivir a un lugar tan aislado como este?

Deke sacudió la cabeza haciendo que su atención volviera a lo que Lyssa le estaba contando.

– No, ella…

Lyssa frunció el entrecejo, haciendo que se arrugara la lisa piel de su frente.

– Pero yo he oído que entonces tu tío colocó aquellos carteles de «No se admiten mujeres».

Deke se detuvo por un instante. Aquellos carteles. Los carteles de «No se admiten mujeres». ¿Cómo los había olvidado?

¿Cómo había podido olvidarlos?

El aire se enfrió a su alrededor. De repente le pareció que la noche era más oscura. Deke volvió la cabeza hacia la puerta, deseando desesperadamente estar lejos de allí en aquel momento. Lejos de aquella mujer.

– ¿Deke? -preguntó Lyssa alzando sus rubias cejas mientras fruncía el entrecejo-. ¿Qué te pasa?

– De todo. -Deke dejó de bailar y la empujó para apartarla de su lado. ¿No había aprendido ya esa lección hacía mucho tiempo?-. Lo que está pasando entre nosotros no tiene ningún sentido.

El color desapareció del rostro de Lyssa. Incluso los labios se le pusieron pálidos.

– No -dijo ella.

Deke dio un paso hacia atrás y tropezó con otra pareja, que se vio obligada a apartarse para hacerle sitio.

– No -dijo ella de nuevo con un tono de voz apenas audible.

Deke cerró los ojos y se dio media vuelta alejándose de ella. Tenía cosas importantes que hacer.


Lyssa resollaba mientras ascendía por el polvoriento camino hacia la colina. Espoleada por el miedo y la desesperación, en lugar de aminorar la marcha para tomar aliento se arremangó la ajustada falda para poder avanzar a grandes zancadas. Gracias a Dios, la luz de la luna iluminaba el camino. Sin esa luz podría haberse caído.

Por primera vez desde que conoció a Deke, pensaba que estaba a punto de perderlo. Antes se había sentido decepcionada por sus negativas, pero ahora sabía que se enfrentaba con algo más serio que su típica renuencia a aceptarla.

Mientras bailaban, había visto algo en su cara, algo desolador que le decía que no iba a tener otra oportunidad.

Con el corazón saliéndosele del pecho, Lyssa respiró profundamente y avanzó todavía más rápido.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. ¡No era justo! Ella había estado esperándolo durante todos aquellos años; había sobrevivido a una enfermedad que había matado a muchas otras personas; se había estado convenciendo y dándose ánimos a ella misma, para ahora acabar siendo defraudada -ahora que solo estaba a unos pasos de la felicidad- por un hombre que tenía un estúpido complejo al respecto de su diferencia de edad.

No era la primera vez que ella se enfrentaba a los hombres y a sus estúpidas sensibilidades. Bien, ahora iba a tener que dar a Deke una última oportunidad de que la amara, solo una más; y si él la desperdiciaba, entonces todo se habría acabado.

No se la merecería.

Cuando la casa del tío de Deke estuvo a la vista -no hacía falta ser un lince para imaginar dónde se habría escondido él-, Lyssa empezó por fin a aminorar la marcha. A los pocos segundos avanzaba ya por el claro del bosque que rodeaba el porche delantero, resbalando sobre la hierba húmeda.

Se colocó en jarras y se quedó mirando los dos crueles carteles de «NO SE ADMITEN MUJERES», cada uno colocado a un lado de las escaleras del porche. No había vuelto a ver aquellos despreciables carteles desde su primera visita a aquella casa, por lo que imaginó que Deke había vuelto a colocarlos allí recientemente, para que hicieran de vigilantes, como si estuvieran guardando, el corazón de un hombre.

Iluminado por la luz de una solitaria bombilla encendida en la entrada, Deke ni si quiera se molestó en mirarla mientras sacaba algo por la puerta.

Lyssa intentó calmar su enfado. No le resultaba difícil ablandarse a causa de los sentimientos que él le provocaba. Y le resultaba mucho más fácil si recordaba la ternura con que él había acariciado todo su cuerpo. Y ahora que tenía que luchar con él, aquello era lo único que quedaba.

Deke bajó las escaleras con aquel objeto entre sus manos, haciendo caso omiso de la presencia de Lyssa. Cuando solo estaba a un paso de ella, le dio la vuelta y lo levantó para luego lanzarlo hacia fuera con todas sus fuerzas.

Un cartel de «SE VENDE» brilló a la luz de la luna. Lyssa se cruzó de brazos.

– ¿Qué estás haciendo?

– Vendo la casa -dijo él. Luego recogió un mazo que había sobre la hierba y con él clavó el cartel en la tierra.

A Lyssa le dieron ganas de pegar a Deke en la cabeza con aquel mazo. Una cólera ardiente creció otra vez en su pecho.

– Te quiero -dijo Lyssa entre dientes.

Deke se detuvo un instante, pero enseguida volvió a golpear con el martillo la parte superior del cartel.

No había nada peor para Lyssa que sentirse ignorada. Se echó el pelo hacia atrás y lo intentó de nuevo.

– Te quiero.

Él dejó caer el martillo y por fin se dio la vuelta para mirarla.

– Creo que lo has entendido mal.

Ella frunció el entrecejo.

– ¿De qué estás hablando?

El rostro de él era inescrutable, pero en sus ojos plateados se reflejó la luz de la luna, haciendo que brillaran con frialdad.

– La historia de los carteles.

Lyssa apretó los puños entre sus brazos cruzados tratando de ignorar un fría premonición.