Detrás de él, la banda municipal empezó a desafinar -porque la verdad es que a aquello no se le podía llamar realmente tocar- y Yeager hizo una mueca de dolor. En algún lugar allí atrás, la mujer con la que había compartido la cama la noche anterior intentaba dirigir la que seguramente era la peor banda de músicos que hubiera destrozado inocentes oídos en toda la historia.

Y parecía que les encantaba lo que estaban haciendo.

Lo mínimo que él podía hacer era sonreír.

Aunque se dio cuenta de que ya estaba sonriendo. Incluso cuando se vio obligado a agarrarse a una de las alas de Sammy para mantener el equilibrio, en el momento en que la comitiva empezó a avanzar y giró rápidamente a la derecha, siguiendo a la guardia de boy scouts y al pequeño grupo de niñas que llevaban la pancarta en la que él era presentado.

– ¿Estás bien? -le preguntó la voz amortiguada de Sammy.

Yeager consiguió recuperar el equilibrio, en el momento que el vehículo tomó la recta de la calle.

– Perfecto. Perdona por el tirón.

– Hum -gruñó la enorme foca.

Yeager sabía que el hombre que había dentro de aquel disfraz era Dave, el dueño de la tienda de ultramarinos de Abrigo, que estaba enfrente del supermercado de Abrigo, del otro Dave; era uno de los dos hombres que se hacían amigablemente la competencia en el negocio de la alimentación en Abrigo. Según lo que le había contado Zoe, se había concedido a Dave el honor de hacer de Sammy en el desfile por lo mucho que había facturado aquel año, cosa que había sido verificada por el inspector fiscal de la isla, el tercero de los Dave.

Sin embargo, este Dave en concreto no parecía tan emocionado como debería estarlo un hombre con sus elevados ingresos. Para ser sinceros, desde dentro del gastado disfraz de piel gris le llegaban a Yeager unas vibraciones claramente negativas.

– Bueno, eh…, perdona otra vez -dijo Yeager decidiendo que la próxima vez que fuera a caerse se agarraría al pez, si era necesario agarrarse a algo. Dentro de aquel disfraz escamoso estaba Marlene, la amiga de Zoe. Yeager le dio un codazo en las relucientes escamas.

– Bueno, ya estamos en marcha -le dijo a ella.

– Hum -le gruñó también Marlene.

Puede que aquellos disfraces les apretaran en algún lugar estratégico.

Se levantó una ráfaga de viento, y Yeager se vio obligado a sacar una de las aletas de Flossie de su boca.

– ¿Estás bien? -le preguntó Yeager.

Pero en aquel momento llegaban ya a la primera parada del recorrido. Su vehículo se detuvo, la banda soltó un largo chillido y la muchedumbre una oración aún más ruidosa. Pasaron varios minutos en los que él y sus amigos aletearon, saludaron, dieron vueltas e hicieron cabriolas de la manera más adecuada a sus papeles. Luego volvieron a avanzar lentamente y el ruido de la gente a su alrededor amainó un poco.

– Te vi ayer por la noche -dijo de repente Sammy a la vez que se giraba de un lado a otro para saludar a la gente.

– ¿A quién? ¿A mí? -preguntó Yeager alzando las cejas.

Sammy volvió a gruñir.

– Yo también te vi -le dijo Flossie.

Yeager se preguntó si aquellos dos guardaban los malditos disfraces en el congelador, porque el aire que los rodeaba era realmente frío.

– Sí, bueno, ¿y qué?

– Que te vimos con Zoe -dijo la foca.

Considerando que se habían pasado en el baile casi dos horas, y que la mayor parte del tiempo ella había estado entre sus brazos, aquello no le pareció nada raro. Lo que le parecía raro era el tono de animosidad que había en la voz del tendero Dave. ¿Estaría ese tipo interesado por Zoe?

Una extraña sensación hizo que Yeager notara que le ardían las entrañas. ¿Sería ese el hombre que iba a reemplazarle cuando él se marchara?

Entonces intervino Flossie.

– Será mejor que tengas cuidado -dijo ella con una voz que parecía venir tanto de dentro del disfraz como desde detrás de los dientes apretados.

Yeager alzó de golpe una mano en respuesta a una ovación de la muchedumbre, pero no pudo quitarse de la cabeza la advertencia del pez.

– ¿Tener cuidado con qué?

– No tener cuidado con qué, sino con quién -resopló la foca.

– Tener cuidado con Zoe -le aclaró el pez.

Yeager frunció el entrecejo.

– Ya es una chica mayor. Puede cuidar de sí misma.

La enorme cabezota del pez se meneó.

– Me parece que no lo has pillado, ¿no es así? -dijo el pez.

– Nosotros aquí cuidamos de ella -dijo la foca-. Hay cosas que tú no sabes.

¿Cosas que él no sabía? A Yeager no le gustó cómo sonaban aquellas palabras. Pero no estaba dispuesto a hablar de Zoe con una pareja de enormes animales marinos. Avanzó un paso para apartarse de ellos y se concentró en su papel de invitado especial durante un buen trecho, un papel que consistía principalmente en saludar e intentar no parecer estúpido. ¿Cosas que él no sabía?

Apretando los dientes, Yeager dio un paso atrás y volvió a colocarse entre Sammy y Flossie.

– ¿Qué cosas no sé?

El pez ignoró la pregunta y meneó una aleta saludando a la gente.

– Pensarás que el hecho de que vivamos en Abrigo es algo accidental, ¿no es así?

Yeager frunció el entrecejo.

– Supongo que os gusta el sol, el mar, el aire. Vaya, que es un paraíso.

– La gente -le corrigió el pez apañándoselas a la vez para no perder su amplia y estúpida sonrisa de labios rojos, aunque por lo que él podía ver vagamente parecía estar enfadada-. Se trata de la gente. Del tipo de comunidad que hemos encontrado aquí.

– Zoe es una de las nuestras. Su presencia aquí hace que la isla sea algo especial -añadió Sammy.

– Zoe puede hacer que cualquier lugar parezca especial -le replicó Yeager, y enseguida se dio cuenta de lo que acababa de decir.

Pero era cierto. ¿Qué problema había en admitirlo? Zoe era especial.

Para él.

– ¿Has vivido alguna vez en una pequeña comunidad como esta? -le preguntó la foca Sammy.

Nunca. Había estado por todo el país y por buena parte de Europa, pero jamás había vivido en un lugar como aquel, donde la gente y el entorno iban juntos en un solo paquete. Un paraíso.

La foca soltó un bufido, aparentemente cansada de esperar su respuesta.

– Como me parece que no, déjame que sea el primero en contarte que aquí nos cuidamos los unos de los otros y que no nos gusta que se nos pongan las cosas más difíciles de lo que ya lo están.

– Así que vigila -dijo Flossie-. No te atrevas a romperle el corazón a Zoe.

¿O ellos le romperían las narices? Yeager pensó que debería echarse a reír. ¿Quién iba a creer que a un hombre como él podrían darle una paliza por relacionarse con una mujer madura?

¿Por alguien con quien solo estaba pasando el rato?

Durante el resto del lento desfile, Yeager intentó no darle importancia a aquella conversación. Pero no podía sacársela de la cabeza, no por la advertencia, sino porque la noche anterior a alguien le dio la impresión de que podría llegar a romperle el corazón a Zoe.

Vaya, quizá debería tener en cuenta su advertencia. Quizá había llegado el momento de hacer el petate y largarse de allí.

Le gustaba Zoe, le gustaba de veras y lo último quw pretendía era hacerle daño. Desde detrás, la banda municipal volvió a empezar su estruendo musical y Yeager tomó la decisión de abandonar la isla, mientras pensaba que allí las únicas personas que estaban haciendo verdadero daño eran ella y su banda: a sus tímpanos.

Pronto.

Se alegró de que la comitiva llegara por fin de nuevo al aparcamiento de la escuela. Tenía que encontrar a Deke, hacer varias llamadas por teléfono y empezar a mover los hilos en dirección al Este. Por fin se detuvo la comitiva, e inmediatamente empezaron todos a desperdigarse. Los perros del club canino ladraban, las niñas boy scouts chillaban y hasta pudo oír los gritos de alguien que intentaba encontrar un zapato que se le había perdido.

Sin decir una palabra a sus disfrazados acompañantes, Yeager se puso a esperar impaciente la oportunidad de alejarse del grupo. Creía que con lo que podía ver sería capaz de encontrar el camino de vuelta a Haven House.

Sammy se bajó de su nube y Yeager echó a andar detrás de Flossie hacia la salida de aquel vehículo envuelto en algodón. Oyó la voz de Zoe cerca y se apresuró más, reacio a encontrarse con ella en aquel momento. Antes quería acabar con sus preparativos.

Con las prisas tropezó con el pez que iba delante de él. Su blanda espina dorsal le dio de lleno en la cara haciendo que se le cayeran las gafas de sol.

Yeager parpadeó al notar que la plena luz del sol le daba en los ojos. Aquellas gafas que llevaba puestas desde hacía meses estaban fabricadas de un material especial para proteger sus sensibles ojos de los rayos del sol. Pero ahora se daba cuenta de que, a la vez, también le habían estado oscureciendo la visión.

Con los ojos llorosos, volvió a parpadear, pero no fue capaz de ponerse de nuevo las gafas. Se acababa de dar cuenta de que podía ver.

Y justo delante de él estaba Zoe.

Tenía que ser ella.

Estaba agachada escuchando a una de las pequeñas niñas excursionistas que habían llevado la pancarta con su nombre. El contorno era el del Zoe. Yeager estaba familiarizado con su silueta como si la hubiera visto de tanto haberla acariciado, pero ahora podía ver sus facciones, el color de su pelo y la forma de sus ojos.

Notó que se secaba su boca.

Era rubia. Su cabello sedoso le llegaba hasta las orejas por delante, y era apenas unos dedos más largo por detrás. Eso, por supuesto ya lo sabía. Había tenido un contacto íntimo con todas las partes de su cuerpo durante las dos últimas semanas, metiendo los dedos por aquella sedosa mata de pelo, recorriendo con la lengua el perfil de sus pequeñas orejas, paseando los pulgares por sus mejillas y besándole la nariz.

Pero lo que no había podido ver era lo bien que encajaban juntas todas aquellas partes. Lo bien que encajaba aquella dorada mata de pelo con sus ojos azul oscuro rasgados por los extremos. De qué manera complementaba su pequeña nariz recta los huesos de las mandíbulas que daban forma a su barbilla.

Con su constitución pequeña, esbelta y juvenil, parecía un hada.

Un espíritu de la isla.

Paseó de nuevo la vista por ella: su pelo, sus ojos, sus mejillas, su nariz, su boca… Y entonces ella sonrió.

Yeager jamás habría podido imaginar aquella sonrisa. Se limpió las lágrimas de los irritados ojos y volvió a parpadear. Tenía unos labios gruesos que deberían estar en el número uno de los mejores diez labios para besar, pero cuando sonreía… Cuando sonreía, sus gruesos labios se alzaban por los extremos y aparecían entre ellos unos brillantes y perfectos dientes, a la vez que se le formaban dos menudos hoyuelos en las mejillas. Cuando ella abría la boca, parecía que el aire se llenaba de un hálito mágico.

Yeager se quedó como en trance. ¿Pronto? ¿Pensaba que iba a abandonar pronto algo como lo que acababa de vislumbrar?

– Comandante Gates.

Una voz que lo llamaba distrajo su atención hacia otro lado. Yeager giró la cabeza, reconoció la gangosa voz de Jerry y vio que este llevaba del brazo a una escultural mujer, que lucía una brillante corona en la cabeza. A su lado había tres hombres más: uno con una cámara de vídeo, otro con una de fotos y un tercero que blandía una libreta de notas.

Este último empezó a acribillarle con preguntas.

– ¡Comandante Gates! Para la revista Celeb! Le hemos estado buscando por todas partes. ¿Cómo se encuentra? ¿Es cierto que está pensando en demandar a la NASA por despido improcedente? ¿Y qué piensa de Márquez Herst como nuevo piloto del Millennium? ¿Qué hace el Capitán América en este aislado peñasco? ¿Es verdad que no puede soportar que alguien haya asumido su puesto? -El tipo sonrió enseñando todos sus dientes afilados como un gran tiburón-. ¿No es usted ya lo bastante hombre para presentarse en Cabo Cañaveral?

Yeager se colocó de nuevo las gafas delante de los ojos sintiendo que empezaba a arderle la nuca. Cielos, cuánto odiaba a la prensa. Abrió la boca para decir a aquel imbécil dónde podía meterse sus estúpidas preguntas y sus desagradables indirectas, pero en ese momento se presentó allí Deke y se colocó entre su amigo y aquel insolente periodista.

– Déjalo estar, colega -le dijo Deke tranquilo.

Yeager bajó del vehículo entre el zumbido de las cámaras de vídeo y los destellos de los flashes de las cámaras de fotos. Deke colocó a Yeager una gorra de béisbol en la cabeza y lo arrastró en dirección a donde tenía aparcado su coche de golf.

Aunque el reportero seguía acosándole con preguntas y los cámaras corrían tras él, Deke se las apañó para apartarlos del vehículo y luego salió a toda prisa con el coche del aparcamiento de la escuela.