Yeager miró hacia atrás bajándose un poco las gafas con el dedo índice y entornando los ojos ante la luz. Los periodistas de la revista Celeb! dirigían ahora sus cámaras hacia los demás participantes del desfile. Zoe estaba de pie, al lado de Jerry, y miraba hacia ellos como si se hubiera imaginado que había sido él quien había roto la baraja.
Se pasó las manos por su corto pelo y después dio un empujón a otro hombre con su pecho de senos apenas perceptibles. En su rostro no quedaba ni rastro de su mágica sonrisa.
Yeager se alejaba de ella con las palabras de aquel periodista resonando en su cabeza: «¿No puede soportar que alguien haya asumido su puesto? ¿No es usted ya lo bastante hombre para presentarse en Cabo Cañaveral?». Yeager dejó escapar un largo suspiro, pero aquello no fue suficiente para quitarse de encima una profunda y pesada sensación de inexorabilidad.
Volvió a suspirar.
– Se ha acabado, Deke -dijo Yeager-. Por mucho que odie admitirlo, ese periodista tenía razón. Tengo que irme de la isla. Tengo que estar presente en Cabo Cañaveral para el lanzamiento.
Yeager decidió dar la noticia a Zoe lo antes posible. Ella se presentó en su apartamento después de haber supervisado la limpieza tras el desfile y, aunque ya había concluido el evento de la mañana, no se podría decir que no tuviera aún los nervios a flor de piel.
– Solo faltan doce horas para que hagan su aparición los gobios -dijo ella.
Yeager abrió la boca, pero Zoe se puso a hablar deprisa pidiéndole disculpas por el ataque del periodista y los cámaras, como si hubiera notado lo que él estaba a punto de decirle. Yeager le contestó que no tenía importancia, pero le confesó que esperaba que llamaran a su puerta de un momento a otro.
Zoe negó con la cabeza y se quedó mirándolo fijamente, mientras le explicaba cómo habían dado largas a los molestos periodistas los habitantes de Abrigo.
– Pero todos ellos deben de saber dónde me alojo -dijo Yeager frunciendo el entrecejo.
– ¡Vaya, claro! -contestó Zoe caminando nerviosámente por la habitación-. Pero no se irán de la lengua. Ahora ya eres uno de los nuestros, señor «invitado especial». Incluso Jerry sabe que se pasaría de la raya si pretendiera darle más publicidad al asunto. Nosotros protegemos a nuestra gente.
Yeager sintió una punzada de dolor al recordar la conversación que había tenido con Sammy y Flossie durante el desfile. Se pasó la mano por la cicatriz de la mejilla.
– Zoe…
– ¿Hum?
Ella cogió una de las almohadas de la cama, la sacudió, y luego frunció el ceño.
Él tragó saliva mientras se acercaba a la cama.
– Sonríe para mí, cariño.
Zoe se volvió hacia él con las dos cejas levantadas.
– ¿Qué…?
– Sonríe para mí.
Yeager se quitó las gafas y parpadeó para acostumbrar los ojos a la luz de la habitación.
Zoe le sonrió, con una expresión alegre pero tímida. Él estaba empezando a sentirse hechizado por aquellos sorprendentes hoyuelos de sus mejillas.
– Yeager. -Zoe se acercó un paso hacia él y luego se detuvo a la vez que se frotaba nerviosamente los muslos con las manos-. ¿Acaso puedes…?
Él parpadeó una vez más y asintió con la cabeza.
– Y cada hora que pasa un poco mejor.
Yeager vio cómo tragaba saliva y luego reculaba un paso hacia atrás y daba media vuelta. Zoe agarró una almohada y se abrazó a ella colocándosela delante del pecho.
– Bueno -dijo ella-. Vaya, eso es genial.
Pero en su tono de voz no había nada de bueno ni de genial. Ni siquiera se atrevía a mirarlo. Casi parecía sentir aprehensión.
– Zoe, cariño. -Yeager pasó un dedo por la piel desnuda del brazo de ella y ella se estremeció, pero, aun así, no se volvió hacia él. Y entonces él se dio cuenta de lo que pasaba y se tragó su sonrisa-. Zoe, ¿acaso tienes vergüenza, ahora que puedo verte?
Ella apretó la almohada contra su pecho.
– Por supuesto que no.
Pero a Yeager aquello le sonó poco sincero. La agarró por los hombros y la hizo volverse hacia él. Luego le quitó la almohada de las manos y la tiró sobre la cama.
– Sí, tienes vergüenza.
Ella miró hacia un punto en el vacío, a la izquierda de su clavícula.
– Es que soy tan… vulgar.
Yeager se quedó con la boca abierta. Y luego tragó saliva intentando pensar en algo.
– Y me lo has estado ocultando todo este tiempo.
Zoe asintió con la cabeza intentando todavía evitar que sus ojos se cruzaran con los de él.
– Todas las noches que has pasado en mi cama, mientras yo te acariciaba y te tocaba y, sí, también te saboreaba, todo ese tiempo tú me estabas escondiendo to vulgar que eres.
Al oír eso ella levantó la vista.
– No te burles de mí.
Yeager tomó su cara con ambas manos y recorrió con los pulgares el contorno de sus labios.
– Tú no tienes ni idea de lo que es ser vulgar. No es vulgar tu boca, ni tu sonrisa, ni las muchas veces que me has hecho reír o que has conseguido que me sienta menos solo.
Yeager la estrechó contra su cuerpo y ella pareció creerle, porque suspiró y se acurrucó contra él. Teniendo a Zoe tan cerca, sosteniendo entre sus brazos a aquella mujer cálida y fragante, Yeager se daba cuenta de que lo que decía era verdad y se puso a pensar en todo lo que ella había hecho por él. Todo lo que le había sucedido en aquella isla había sido una bendición para él. ¡Demonios, cuánto odiaba tener que abandonarla!
Quizá… Su cabeza se puso en marcha deprisa. ¿Por qué no? ¿Por qué no podría…?
– Zoe -dijo Yeager deprisa levantando su cara hacia él-. Ven conmigo.
Ella sonrió.
– ¿Adónde? -preguntó Zoe-. ¿Adónde quieres ir?
– A Cabo Cañaveral. Me voy mañana. Y tú vendrás conmigo.
La sonrisa desapareció del rostro de Zoe y la luz de alegría que había en sus ojos se esfumó.
– ¿Qué?
– Ya es hora de que regrese -le explicó él-. Ha llegado el momento de que decida qué demonios voy a hacer. Pero antes tengo que presenciar el lanzamiento. Y tú vendrás conmigo. Podemos tomarlo como unas vacaciones. Un par de semanas y luego… -Yeager se encogió de hombros-. Luego ya veremos qué pasará.
Yeager no tenía ni idea de lo que quería decir eso de «ya veremos qué pasará», pero no le importaba. Porque lo que tenía claro era que no podía separarse de ella de un día para otro y marcharse de allí sin más.
Todavía no.
Él le hizo cosquillas debajo de la barbilla.
– ¿Qué me dices?
Ella tragó saliva. Ahora Yeager podía ver los movimientos de su esbelto cuello con detalle.
– No -contestó ella.
Él volvió a hacerle cosquillas debajo de la barquilla.
– Por favor. Lyssa se encargará de todo, sabes que puede hacerlo.
Zoe dio un paso atrás y se cruzó de brazos. Él sonrió, distrayéndose por un momento en la contemplación de su pequeño escote. Le pasó un dedo por el hombro acariciándola.
– ¿Te he dicho ya que estás para comerte?
Ella se estremeció y miró hacia otro lado.
– Me alegro… me alegro de que tu vista esté mucho mejor.
– Entonces vente un par de semanas conmigo para que lo celebremos. Podemos presenciar el lanzamiento y después podemos ir a donde tú quieras. Estoy seguro de que te encantaría ir a Disneyland.
Ella negó con la cabeza lentamente.
– Zoe -dijo él metiendo los dedos entre los mechones de su pelo rubio-. Vamos, cariño. Piensa en lo bien que lo vamos a pasar.
Yeager agachó la cabeza para acercar sus labios a los de Zoe, pero ella le giró la cara.
– No, Yeager.
Él entornó los ojos y la dejó ir.
– No, Yeager, ¿qué? ¿No besos? ¿No vacaciones en Florida? ¿No qué?
Zoe bajó la vista y se quedó mirándose las manos.
– No, yo no quiero irme de la isla.
– Vamos, Zoe -insistió Yeager. Estaba empezando a perder la paciencia. A él tampoco le gustaba la idea de marcharse, pero menos le gustaba la idea de dejarla allí al día siguiente y no volver a verla jamás-. Esto es estúpido. Tú sabes que quieres venir conmigo.
– No importa qué es lo que quiero -dijo ella retorciéndose los dedos.
– ¿Qué quieres decir con eso? Si lo que deseas es venir conmigo, entonces hazlo.
Cuando vio que ella no contestaba, Yeager apretó los dientes y se pasó las manos por el pelo.
Dejó escapar un profundo suspiro y volvió a intentarlo.
– Esto es una estupidez, Zoe. Dime al menos por qué demonios no quieres venir conmigo.
Zoe le contestó con una voz ronca que era casi un susurro.
– Nunca salgo de la isla -dijo ella.
Yeager agitó una mano.
– Razón de más para tomarse unas vacaciones.
Ella se quedó mirándolo con unos ojos enormes y tan profundamente azules que con su color podría pintarse todo el cielo.
– Yo nunca salgo de la isla -repitió Zoe.
Yeager sintió que un escalofrío le recorría la espalda.
– ¿Qué quieres decir con eso de que tú nunca sales de la isla?
La conversación que había tenido durante el desfile le vino otra vez a la memoria: «Hay cosas que tú no sabes».
– Dime, Zoe -le inquirió bruscamente Yeager sintiéndose a la vez atemorizado por la posible respuesta-. Cuéntame.
La voz de Zoe volvió a convertirse en un murmullo tenso y ronco.
– Nunca salgo de la isla -repitió ella. Luego tragó saliva, pero el resto de la frase sonó igual de áspero-. Desde que llegamos aquí hace tres años, yo…, yo nunca he abandonado la isla.
Yeager cerró los ojos, pero como sus oídos funcionaban perfectamente, pudo oír con claridad sus últimas palabras.
– No creo que pueda hacerlo -concluyó Zoe mientras pasaba a su lado y salía por la puerta.
Capítulo 18
Era la hora de la fiesta de medianoche a la luz de la luna llena en la playa de Haven. Zoe intentaba confundirse entre el murmullo de la gente que esperaba con ansiedad, saludando a los amigos y recibiendo muestras de apoyo de los que estaban preparando las hogueras que serían la señal de que los gobios habían llegado.
Al probar un sorbo de la bebida que TerriJean vendía en un carrito de golf aparcado junto a la playa, Zoe degustó el aroma de la cafeína. Los gobios siempre solían aparecer hacia medianoche, pero todavía faltaba un par de horas. Con los apartamentos de Haven House llenos de huéspedes que requerían atenciones y el desfile de aquella mañana, ella ya había tenido un día completo.
De pronto apareció Lyssa a su lado.
– Te he estado buscando por todas partes.
Zoe se sintió un poco culpable. Desde la inquietante conversación que había tenido con Yeager, ella se había ido de Haven House, poco dispuesta a quedarse cerca de él y aún menos dispuesta a pensar siquiera en lo que le había propuesto, algo que jamás le habría contado a nadie.
– ¿Me necesitabas para algo? -preguntó Zoe.
Lyssa negó con la cabeza.
– Pensé que por una vez serías tú la que me necesitaras.
Zoe se quedó mirando el vapor que ascendía de su taza de café.
– Estoy bien.
– He hablado con Yeager, Zoe. O mejor debería decir que fue él quien me abordó.
¿Que abordó a su hermana? Zoe frunció el entrecejo.
– No tiene ningún derecho a…
Lyssa apoyó una mano en el hombro de su hermana.
– Está confundido. Me ha dicho que no te tomaste el tiempo suficiente para aclarar las cosas con él.
Zoe miró hacia las olas. Pronto, se dijo a sí misma, las cosas volverían a la normalidad. Pronto las olas se iban a teñir de un color plateado que anunciaría que finalmente habían regresado los gobios. Pronto Yeager y Deke se marcharían y Abrigo volvería a ser lo que había sido, y ella y su hermana volverían a correr hacia su confortable refugio de Haven House. Sus vidas volverían a la seguridad y a la predecible calma de siempre.
– Me ha dicho que le dijiste que no querías irte de la isla. Que no puedes irte.
Zoe apretó la taza de café entre sus manos y evitó la mirada de su hermana.
– Me pidió que me marchara con él de vacaciones -contestó ella en lugar de darle la razón-. Pero a mí no me apetece.
– ¡Maldita sea! -Lyssa se quedó callada un momento y luego se golpeó la palma de una mano con el puño de la otra-. ¡Estoy tan cabreada conmigo misma!
Zoe se sobresaltó ante aquella expresión tan poco propia de su hermana, y el café le salpicó la mano.
– ¿Cabreada? ¿Por qué? ¿Qué te ha pasado?
– Yo he tenido la culpa de todo -murmuró Lyssa-. Sabía lo que te estaba pasando y no hice nada por evitarlo. Todos lo sabíamos.
Zoe se volvió de nuevo mirando hacia las olas con atención y esperando ver en ellas de un momento a otro cualquier atisbo de los gobios.
– No sé de qué me estás hablando.
Lyssa tocó de nuevo el brazo de su hermana.
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