Su mano todavía estaba temblando cuando la alargó hacia Dolly y le quitó la gorra de marinero con la que cubría sus pintados rizos de muñeca. Ella iba a necesitarlo más que Dolly. Zoe echó un último vistazo al barco, que ya estaba amarrando en el puerto, y se colocó la gorra en la cabeza.

– No me esperes levantada -le dijo a la muñeca, y luego se alejó de allí sin mirar atrás.

Cuando se marchaba, el cuervo -aparentemente satisfecho- abrió sus negras alas y sobrevoló por encima de la cabeza de Zoe.

Si Zoe había contado con su hermana o con las circunstancias para que la frenaran en aquella decisión apresurada, había contado mal. Con un grito de alegría, Lyssa le prometió que se haría cargo de todo durante el tiempo que fuera necesario, e incluso ayudó a Zoe a hacer el equipaje. En menos tiempo de lo que ella misma hubiera podido creer, Zoe llegaba al muelle en el que estaba amarrado el Molly Rose, cargando con una pequeña bolsa de viaje y provista de una lista de números de teléfono de contacto que le había dado Deke. De ese modo podría encontrar a Yeager en cualquier punto de su recorrido, de camino hacia Florida, si así lo deseaba.

Quizá.

Pero antes tenía que conseguir tomar el barco.

Mientras Lyssa la llevaba del brazo, Deke fue a comprarle el billete a la taquilla. Luego los dos la acompañaron amablemente hasta el Molly Rose.

Primero tropezó y luego se detuvo y miró hacia la larga pasarela de madera. ¿Le había dicho a Lyssa dónde estaban las listas de los menús? ¿Estaba en el lugar de siempre el libro de reservas? ¿Se habría acordado alguien de comprobar si habían llegado ya los cinco juegos de sábanas de algodón egipcio que había pedido?

¿Había perdido la cabeza por ir a buscar a un hombre que solo quería pasar con ella un par de semanas de vacaciones?

Lyssa le hubiese dicho que era una locura aún mayor dejar que lo que había sucedido en el pasado le hiciera dar la espalda al amor.

Apretando la bolsa tanto como para que le salieran ampollas en las manos, Zoe se obligó a poner un pie delante del otro. Se miró los pies y notó que su respiración se convertía en un jadeo de pánico, mientras llegaba hasta el barco y uno de los tripulantes la agarraba del codo para ayudarla a subir a bordo.

Encontró un asiento dentro y se quedó allí con la cabeza agachada, sintiendo unos escalofríos que le recorrían todo el cuerpo y un sudor frío que empezaba a cubrirle la piel. Con la vista puesta en sus manos fuertemente entrelazadas, posiblemente podría evitar ver cómo el barco se alejaba de la isla.

Aquello le sirvió durante un rato. Las máquinas empezaron a retumbar con fuerza y el barco comenzó a moverse, pero Zoe se puso a contarse los dedos, y luego los nudillos, en lugar de mirar por la ventana. Cuando el barco empezó a tomar velocidad, cerró los ojos con fuerza y se quedó escuchando el estruendoso latido de su corazón.

Pero luego ya no puedo aguantarlo más. Se levantó del asiento de un salto y con la cabeza dándole vueltas. «¡Ve a buscar al capitán! ¡Dile que tienes que regresar a la isla!», le gritaba una voz interior.

Se tambaleó por el pasillo de la nave buscando a alguno de los tripulantes, y entonces su mirada se cruzó con las escaleras que subían hasta la segunda planta, a la cubierta exterior. Allí estaría el capitán. Tenía que estar allí.

Agarrándose a la barandilla de metal de la escalera con manos sudorosas, Zoe corrió escaleras arriba y cruzó la puerta saliendo al aire fresco. «El capitán, el capitán», iba pensando. Miró a un lado y a otro nerviosamente, pero no vio nada más que pasajeros, y entonces…

Vio la isla.

Su miedo empezó a remitir. «Gracias a Dios -pensó-. Todavía está ahí.»

Se pasó una mano por los ojos y luego miró de nuevo hacia la isla. Allí estaba.

El aire fresco empezó a llenar sus hambrientos pulmones y Zoe comenzó a caminar como hechizada por la cubierta. Se detuvo un momento junto a la barandilla y se quedó mirando sti amada isla de Abrigo. Allí estaba todavía. Desde el momento en que el barco había empezado a separarse del muelle, Zoe se había sentido aterrorizada pensando que la isla podría desaparecer de golpe entre la bruma.

Esbozó una sonrisa que alivió los tensos músculos de sus mandíbulas. La isla seguía siendo tan permanente como siempre, con sus aguas azules rodeando las arenas doradas y los verdes acantilados. Incluso podía divisar Haven House y sabía que allí estaba Lyssa, a salvo y entre los brazos del hombre al que amaba.

Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero Zoe las dejó correr y resbalar por sus mejillas mientras se quedaba viendo cómo la isla de Abrigo se alejaba lentamente en la distancia. Su corazón empezó a latir más lentamente, y Zoe dejó escapar un largo y profundo suspiro. Desde la distancia, su casa tenía un aspecto diferente, pero igualmente hermoso y especial. El lugar que tanto amaba nunca se iría a ninguna parte, incluso aunque ella sí lo hiciera.

Vio cómo la isla se iba convirtiendo en una roca y luego en un punto que se iba haciendo cada vez más pequeño en el horizonte, hasta que al final desapareció completamente de su vista. Pero Zoe sabía en el fondo de su corazón que la isla seguía allí.

El pánico reapareció en el momento que el barco empezó a acercarse a tierra firme. Aunque los pasajeros que había en cubierta ya empezaban a encaminarse hacia las escaleras de salida, Zoe sintió de repente que no podía soltarse de la barandilla de metal de la cubierta. Ni podía obligar a sus pies a que avanzaran hacia el suelo del continente.

– ¿Señorita?

Zoe giró la cabeza en dirección a la escalera. Había un muchacho allí de pie que llevaba en las manos una bolsa de basura medio llena.

– ¿Se encuentra usted bien, señorita?

El muchacho echó a andar hacia el pasillo de la cubierta y se agachó para recoger un vaso de plástico que había en el suelo.

Zoe tragó saliva.

– Yo… estoy…

¿Aterrorizada? ¿Helada? ¿Dispuesta a hacer cualquier cosa menos a poner los pies en ese continente que tantos dolores me ha supuesto?

El chico enrojeció y se acercó más a ella.

– Lo siento, pero a menos que tenga billete de ida y vuelta tendrá que desembarcar ahora.

La intervención del muchacho hizo que se relajara un poco su parálisis.

– Sí, claro, ahora mismo.

Zoe se dio la vuelta y se concentró en sus dedos, intentando que cada uno de ellos relajara la presión con la que estaba aferrado al pasamanos. A continuación ordenó a sus pies que se movieran, tres pasos, luego cuatro, después siete, y al final consiguió recorrer todo el camino que la separaba de la escalera.

Cuando se acercaba a la puerta de salida del barco, empezó a sentir el latido del corazón en sus oídos y notó que le faltaba el aire. Pero, así y todo, siguió avanzando, aferrada fuertemente a la idea de que podía hacerlo, de que tenía que hacerlo. Después de todo, como le había dicho el chico, no tenía billete de ida y vuelta.

Cuando le faltaba un solo paso para cruzar la puerta, Zoe notó que le flaqueaban las rodillas y las palmas de las manos le empezaron a sudar. Se detuvo, consciente de que algunos miembros de la tripulación estaban esperándola dispuestos a ayudarla a bajar del barco. Ya está -pensó con el corazón latiéndole con fuerza dentro del pecho-. Tampoco será peor que arriesgarse con Yeager.

Pero desde algún lugar de su interior le llegó una certeza que hizo que su corazón se relajara y que se aliviara la presión que sentía en el pecho. No estaba volviendo al continente solo por Yeager. Tanto si lo encontraba como si no, tanto si él la amaba como si no, volver allí era algo que se debía a sí misma.

Tomó aliento y, sin agarrarse a la mano que le tendía un tripulante, dio el paso que le faltaba, mirándose los pies mientras estos la llevaban hasta el suelo de un continente que no había pisado en tres años.

No vio lucecitas de colores ni oyó un coro de ángeles cantando. En lugar de eso, alguien que pasaba a su lado murmuró una disculpa al tropezar con ella; la normalidad de aquella escena dio a Zoe el valor que le faltaba. Sin dejar de mirar al suelo, siguió caminando lentamente hacia delante, sintiendo que su corazón se relajaba y su espíritu iba curándose a cada paso que daba en aquel suelo. Sin darse cuenta empezó a sonreír. En aquel momento una mano la agarró por el brazo haciendo que se detuviera, y tiró de ella con fuerza hasta estrecharla contra un pecho fornido y familiar. Sorprendida, Zoe alzó la vista.

– ¡Yeager!

El sol le daba por la espalda haciendo que su perfil pareciera arder, y cuando él agachó la cabeza y le rozó la boca con los labios, aquel fuego la hizo arder también a ella.

Yeager volvió a levantar la cabeza separándose de su boca.

– ¿Zoe? -dijo él, y a continuación la apretó con tanta fuerza contra su cuerpo que a ella volvió a faltarle el aire-. Has salido. Has salido de la isla.

El corazón de Zoe volvío a acelerarse. Notaba un calambre en la nuca, y al apartarse de Yeager vio que este llevaba un billete en la mano. Un billete de color rojo que significaba que iba a tomar el barco hacia Abrigo.

Zoe tragó saliva.

– ¿Ibas a volver? -susurró ella.

Yeager se quitó las gafas de sol y se quedó mirándola con unos ojos negros que apuntaban directamente al corazón.

– Iba a dejar que el destino tomara la decisión -admitió él con una ligera sonrisa en los labios-. No sabía qué hacer. Me dije a mí mismo que si llegaba a alcanzar el barco de regreso entonces significaba que tenía que volver. Y si no… -Se encogió de hombros.

Zoe frunció el entrecejo.

– Pero no volviste en el barco de regreso.

La sonrisa de él se hizo más ancha, pero esta vez no era su característica sonrisa seductora, sino una mueca llena de ternura y de algo más que ella no supo definir.

– Como no me gustó la respuesta del destino -dijo él deslizando sus nudillos por debajo de la barbilla de ella-, decidí tomar yo los mandos.

Zoe volvió a fruncir el entrecejo.

– Decidí esperar a que llegara el siguiente barco. -Yeager dejó de sonreír y luego tomó el rostro de Zoe entre sus manos-. Tenía que volver. Me había dejado algo allí.

Zoe sintió las manos frías de Yeager rodeando sus mejillas ardientes y apenas si pudo oír lo que él le decía por encima del zumbido que sentía en los oídos.

– ¿Te habías olvidado algo? -murmuró ella.

– Mi corazón -contestó él asintiendo con la cabeza-. Sé que suena bastante trillado, Zoe, pero me había olvidado el corazón en la isla, y también unas cuantas cosas más.

– ¿Olvidado? -dijo ella haciéndose eco de sus palabras.

– Decirte que te quiero. Y preguntarte si quieres casarte conmigo.

El zumbido que Zoe sentía en los oídos se transformó en un repique de campanas, más fuerte y alegre que el que solía oír en la isla.

– ¿Quieres casarte conmigo?

¿Apolo iba a subirla a ella, Zoe Cash, en su carro dorado? ¿Para toda la vida?

Yeager rio.

– Si eres capaz de olvidar todas las cosas malas que conoces de mí y decirme que sí.

Zoe no sabía si reír o llorar o chillar o llamar a todos los habitantes de Abrigo para darles la noticia. ¡Se iba a casar! ¡Se iba a casar con Yeager!

Pero una extraña expresión cruzó la cara de Yeager mientras daba un paso hacia atrás.

– ¿Zoe? -dijo él con un tono de duda en la voz.

Ella parpadeó y pudo leer una mueca de preocupación en su rostro. Se le hizo un nudo en la garganta y sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas. Amaba aún más, si cabía, a su grande, confiado y dorado dios, porque parecía no estar seguro de que ella lo amara.

Cuando una mujer se casa con un hombre como aquel nunca sabe cómo lo ha conseguido.

Pero ella le hizo salir de dudas metiéndole las manos entre su dorado y brillante cabello y haciendo que bajara la cabeza para tomar su boca.

– La respuesta es sí.


La fría arena de Abrigo crujía bajo los pies desnudos de Yeager. Caminaba por el rompiente de las olas con Zoe a su lado, acurrucada bajo su brazo.

Yeager alzó la cabeza sonriendo para mirar la luna. Estaba contento de haber convencido a Zoe para que regresaran a la isla enseguida. Cuando al día siguiente viera el lanzamiento del Millennium en televisión, sabría que quería estar allí, en el lugar donde había empezado su nueva vida.

Ella siguió la mirada de él, con su rostro de hada alzándose para atrapar la luz de la luna.

– Puede que… -empezó a decir Zoe.

– No -la interrumpió Yeager colocándola delante de él y rodeándola con los brazos por la cintura-. Yo quería regresar aquí y empezar a hacer planes para el futuro de inmediato.

Ella se apoyó en su hombro.

– Unos planes que hasta ahora habías tenido muy callados.