Después de una pequeña pausa, la mujer siguió hablando. Una sonrisa se le había dibujado en el rostro.

– Saxon, por el contrario, a pesar de estar muy delgado y magullado, era fuerte. Empezó a crecer al año siguiente de venir a vivir con nosotros. Tal vez era comer a sus horas lo que lo consiguió. Dios sabe que yo le metía en el cuerpo toda la comida que podía. Creció más de treinta centímetros en poco más de seis meses. Era alto y muy delgado. Cada vez que le comprábamos unos pantalones, parecía que se le quedaban pequeños a la semana siguiente. En poco tiempo, se hizo más alto que Harold, aunque era todo brazos y piernas. Entonces, empezó a engordar y daba gusto verlo. De repente, empezamos a tener más chicas caminando por delante de la casa de las que hubiéramos podido imaginar que vivían en los alrededores.

– ¿Cómo se tomó él ser el centro de atención de tantas chicas?

– Jamás se dio por aludido. Como ya te he dicho, se tomaba muy en serio sus estudios. Además, se mostraba muy esquivo a la hora de permitir que nadie se le acercara, por lo que creo que salir con una chica le habría resultado muy incómodo. Sin embargo, esas chicas no se desmoralizaban por ello y no puedo culparlas por ello. Saxon hacía que todos los chicos de su edad parecieran unos enclenques a su lado. Empezó a afeitarse cuando tenía quince años y tenía barba de verdad, no unos pelillos de nada como la mayoría de los chicos. Su torso y sus hombros ensancharon mucho y tenía el cuerpo muy bien formado.

Anna dudó, pero decidió tocar de nuevo el tema de Kenny. Emmeline hablaba con verdadero entusiasmo sobre Saxon, pero tal vez era porque le había negado su atención durante muchos años.

– Saxon me ha dicho que siempre le pareció que usted lamentaba que él no fuera Kenny y que lo culpaba de no ser su hijo.

Emmeline lo miró muy sorprendida.

– ¿Cómo? Eso es imposible. Saxon no tuvo la culpa de que Kenny muriera. Una madre jamás supera la muerte de un hijo, pero cuando acogimos a Saxon, Kenny ya llevaba varios años muerto. Siempre habíamos planeado adoptar o acoger a algún niño después de que Kenny nos dejara. Los recuerdos de Kenny nos abandonaron un poco cuando llegó Saxon a casa. Nos parecía que nuestro hijo se alegraba de que tuviéramos a alguien más de quien ocuparnos y Saxon nos ayudaba a no pensar en nuestro hijo. ¿Cómo íbamos a culparlo de nada después de todo lo que había tenido que pasar? Kenny no gozaba de buena salud, pero él siempre supo que lo queríamos mucho y, aunque murió tan joven, en cierto modo tuvo más suerte que Saxon.

– Saxon necesita mucho amor -afirmó Anna, sintiendo que se le hacía un nudo en la garganta-, pero le cuesta mucho llegar a nadie o dejar que la gente llegue a él.

Emmeline asintió.

– Supongo que tal vez nos deberíamos haber esforzado un poco más después de que él comprendiera que no íbamos a hacerle daño, pero, para entonces, ya nos habíamos acostumbrado a mantener las distancias con él. De todos modos, Saxon parecía más cómodo así y nosotros decidimos no obligarlo. Con el tiempo, veo claramente lo que deberíamos haber hecho con él, pero en aquellos momentos hicimos lo que nos pareció que él necesitaba de verdad…

Emmeline permaneció unos instantes sentada en completo silencio. Entonces, volvió a tomar la palabra.

– Jamás nos arrepentimos de su presencia en esta casa. Ni por un solo instante. Dios sabe que lo quisimos mucho desde el momento en el que lo vimos.

Capítulo Nueve

Saxon torció el gesto cuando Anna le contó que Harold había fallecido. Ella había esperado que se negara a escuchar lo que había averiguado sobre los Bradley, pero no había sido así. No obstante, si sentía curiosidad lo estaba ocultando muy bien porque no hacía pregunta alguna. Fue la noticia de la muerte de Harold lo que despertó su interés, aunque de mala gana.

– ¿Y Emmeline sigue viviendo sola en la misma casa?

– Parece tener buena salud. Lloró cuando supo que yo te conocía. Deberías ir a verla.

– No.

– ¿Por qué no?

Anna notó que él se iba encerrando en su fortaleza. Extendió una mano y le agarró una de las suyas.

– No voy a dejar que me dejes sola. Te amo y estamos metidos en esto juntos -afirmó-. Si yo tuviera un problema, ¿me ayudarías o dejarías que me ocupara de él yo sola?

– Me ocuparía de ti -respondió, apretando la mano de Anna-, pero yo no tengo ningún problema.

– Pues yo creo que sí.

– Y tú estás decidida a ayudarme tanto si yo creo que existe como si no. ¿Es eso?

– Efectivamente. Así es como funcionan las relaciones. Las personas se meten en los asuntos de sus seres queridos porque se preocupan por ellos.

Lo que en el pasado le hubiera parecido una intolerable intromisión en su intimidad le hacía sentirse molesto, pero seguro a la vez. Anna tenía razón. Así era como funcionaban las relaciones. Lo había visto muchas veces, aunque aquella vez era la primera que lo experimentaba. De algún modo, su acuerdo se había convertido en una relación, llena de complicaciones, demandas y obligaciones, pero Saxon no la cambiaría por nada. Por primera vez en su vida, se sentía aceptado como realmente era. Anna lo sabía todo sobre él y, a pesar de todo, no lo había abandonado.

Presa de un repentino impulso, se la colocó encima del regazo para poder mirarla al rostro mientras hablaban.

– No fueron unos momentos muy buenos de mi vida. No quiero recordar nada de todo aquello dijo.

– El modo en el que tú lo recuerdas está distorsionado por todo lo que te había ocurrido antes. Crees que los Bradley se mostraron fríos y resentidos contigo porque tú no eras su hijo, pero eso no era lo que los dos sentían.

– Anna, yo viví todo aquello…

– Tú no eras más que un muchacho asustado. ¿No crees que fuera posible que estuvieras tan acostumbrado al rechazo que lo esperaras, que lo vieras sin que existiera de verdad?

– ¿Acaso te has convertido ahora en psiquiatra aficionado?

– Para razonar no hace falta un título -dijo ella, inclinándose después sobre él para darle un rápido beso en los labios-. Esa mujer estuvo mucho tiempo hablándome sobre ti.

– Y ahora tú te crees que eres una experta.

– En ti, sí. Llevo años estudiándote, desde el momento en el que empecé a trabajar para ti.

– Te pones muy guapa cuando te enfadas -dijo él. De repente, le estaba empezando a gustar aquella conversación.

– En ese caso, me voy a poner todavía más guapa -le advirtió Anna.

– Podré superarlo.

– ¿Eso es lo que crees, fortachón?

– Claro que sí -replicó Saxon. Entonces, le colocó las manos sobre las caderas y comenzó a movérselas muy sugerentemente-. Estoy seguro de ello…

– No intentes distraerme -susurró ella, tras cerrar un momento los ojos.

– No lo estaba intentando.

No. Lo estaba consiguiendo sin esfuerzo alguno. A ella le faltaba mucho para convencerlo, por lo que trató de ponerse de pie. Sin embargo, Saxon la agarró con fuerza y la mantuvo sentada en su regazo.

– Permanece donde estás -le ordenó.

– No podemos hablar en esta postura. Tú empiezas a pensar en el sexo y ya sabes adonde nos va a llevar eso…

– Seguramente terminaremos sentados aquí en el sofá. No sería la primera vez…

– Saxon, ¿te importaría tomarte esto en serio?

– Te aseguro que me lo estoy tomando todo muy en serio. Lo de Emmeline y lo de esta postura. Sin embargo, no quiero volver. No quiero recordar.

– Esa mujer te adora. Dijo que eras «su niño» y afirmó que nuestro hijo sería su nieto.

– ¿Que dijo qué? -preguntó, sorprendido.

– Deberías hablar con ella. Tus recuerdos no son exactos. Ellos comprendieron que tenías miedo de que los adultos se te acercaran por los abusos a los que habías sido sometido y por eso no lo intentaron contigo. Pensaron que te estaban haciendo la vida más fácil.

Saxon la miró muy sorprendido a medida que los recuerdos parecieron acudir a su mente.

– ¿Querías que ellos te abrazaran? -le preguntó Anna-. ¿Se lo habrías permitido?

– No -admitió él-. No lo habría soportado. Incluso cuando empecé a tener relaciones sexuales en la universidad, no quería que la chica en cuestión me abrazara. No fue hasta que…

Se interrumpió. Hasta que conoció a Anna no había querido que ninguna mujer lo rodeara con sus brazos. Fue ella la que lo empujó a desear abrazar a una mujer y dejarse abrazar por ella. Con todas las otras mujeres, Saxon se había encargado de sujetarles las manos por encima de la cabeza o se había encontrado de rodillas fuera de su alcance. Sin embargo, con todas esas mujeres sólo había tenido sexo. Con Anna, desde el principio, había sido hacer el amor. Desgraciadamente, había tardado dos años en darse cuenta.

Efectivamente, jamás hubiera permitido que Emmeline o Harold lo abrazaran, y ellos lo habían comprendido. ¿Tendría razón Anna al decirle que sus recuerdos se habían visto distorsionados por las experiencias anteriores? Tal vez las palizas y todos los abusos sufridos en los anteriores hogares de acogida lo habían condicionado a la hora de esperar rechazo en todos los adultos que conocía. Su corta edad no le había permitido comprenderlo.

– ¿Crees que podrás seguir con tu vida sin estar plenamente seguro de ello?

– Estoy tratando de seguir con mi vida, Anna. Estoy tratando de construirme una vida y dejar escapar el pasado. Dios sabe que llevo muchos años haciéndolo. Ahora que por fin lo he conseguido, ¿por qué debo escarbar en ello de nuevo?

– Porque no puedes olvidarlo. Tu pasado te ha convertido en el hombre que eres. Emmeline te adora y, en estos momentos, está sola en el mundo. No se quejó de que tú te hubieras marchado hace más de veinte años y que jamás hubieras vuelto a verla. Sólo quería saber que te encontrabas bien y se sintió muy orgullosa al conocer hasta dónde habías llegado en la vida.

Saxon cerró los ojos y pensó en Emmeline. No quería ni imaginarse que ella se hubiera pasado veinte años preocupándose por él, preguntándose qué era de su vida. Nadie se había preocupado antes por él, por lo que aquella posibilidad jamás se le había pasado por la cabeza. Lo único que había deseado era olvidarse por completo del pasado y no mirar nunca atrás. Sin embargo, Anna parecía pensar justamente lo contrario. Parecía tener la opinión de que el paisaje de la vida cambia cuando uno lo ha dejado atrás. Tal vez tenía razón. Tal vez todo le parecería completamente diferente.

De repente, todo le quedó muy claro. No quería volver atrás. Quería que Anna se casara con él y Anna quería que él fuera a ver a Emmeline. Inmediatamente, supo muy bien lo que tenía que hacer.

– Está bien. Volveré, pero con una condición.

– Tú dirás. ¿De qué se trata?

– Que accedas a casarte conmigo. Haré lo que haga falta para tenerte. No puedo perderte. Ya lo sabes, Anna.

– No vas a perderme.

– Lo quiero firmado, sellado y registrado en el juzgado del condado. Quiero que seas mi esposa y yo quiero ser tu esposo. Quiero ser el padre de nuestros hijos -afirmó, con una sonrisa-. De este modo, podré compensar mi terrible infancia y darles a mis hijos algo mucho mejor y poder disfrutar de una verdadera infancia a través de ellos.

De todas las cosas que Saxon podría haberle dicho, aquélla llegó directamente al corazón de Anna. Ocultó el rostro contra el cuello de Saxon para que él no pudiera ver las lágrimas que le llenaban los ojos. Entonces, tragó saliva varias veces para poder hablar con normalidad.

– Muy bien -dijo-. Ya tienes esposa.


No podían ir a Fort Morgan inmediatamente por los compromisos de negocios que Saxon tenía. Tras mirar al calendario, Anna sonrió e hicieron planes para ir al domingo siguiente. A continuación, llamó a Emmeline para decírselo. El carácter de la anciana no solía permitirle muchos arrebatos de entusiasmo, pero Anna notó que su voz estaba llena de alegría.

Cuando por fin llegó el día, se pusieron en camino. A medida que iban acercándose a Fort Morgan, Saxon se notaba cada vez más tenso. Había estado en familias de acogida por todo el estado, pero en Fort Morgan había pasado más tiempo que en ningún otro lugar, por lo que sus recuerdos eran más numerosos. Recordaba perfectamente todos los detalles de la vieja casa, los muebles, las fotografías y los libros, a Emmeline en la cocina… Recordaba que su madre de acogida era muy buena cocinera y que solía preparar un pastel de manzana que resultaba casi pecaminoso. Se habría dado buenos atracones de aquel pastel si no hubiera tenido siempre la terrible sensación de que le quitaban las cosas que le gustaba. Por eso, siempre se había limitado a una única porción y se había obligado a no mostrar entusiasmo alguno. Se acordaba de que Emmeline realizaba muchos pasteles de manzana.