Nada de lo que pudiera haber dicho habría sorprendido más a Anna. Ella sintió que las piernas se le doblaban y tuvo que sentarse.
– ¿Casarnos? -repitió, con una mezcla de incredulidad y de sorpresa.
– Sí, casarnos. Tiene sentido. Ya estamos viviendo juntos y vamos a tener un hijo. El matrimonio parece el siguiente paso.
Anna sacudió la cabeza, no para negarlo sino en un intento inútil de aclararse la cabeza. De algún modo, jamás se había imaginado que, cuando alguien le propusiera matrimonio, lo etiquetara como «el siguiente paso». De hecho, no había esperado que Saxon le propusiera matrimonio, aunque lo había deseado. Sin embargo, quería que él deseara casarse con él por varias razones, porque la amaba y no podía vivir sin ella. Sospechaba que ése era precisamente el caso, pero no podía estar del todo segura si Saxon no se lo confesaba.
No era una decisión fácil, por lo que se tomó su tiempo en contestar. El rostro de Saxon permaneció impasible mientras esperaba una respuesta, pero sus ojos revelaban la ansiedad que sentía. Evidentemente, lo que Anna pudiera responder le importaba mucho. Quería que ella aceptara. La pregunta era si Anna estaba dispuesta a casarse con él a ciegas, sin saber exactamente qué era lo que él sentía. Una mujer cautelosa no querría tomar una decisión precipitada que no sólo les afectaría a los dos, sino también a su hijo. Un matrimonio roto afectaría irremediablemente a las tres partes.
Había dado un salto de fe al dejar su trabajo para convertirse en la amante de Saxon y no se arrepentía de ello. Aquellos dos años habían sido los mejores de su vida. El embarazo lo había cambiado todo y ya no podía pensar en sí misma. Tenía que tener en cuenta también a su hijo. Lo que era lógico no era necesariamente la mejor elección, aunque su corazón le pedía desesperadamente que aceptara.
– Ya sabes que te amo -dijo, mirándolo a los ojos.
– Lo sé -respondió él. Lo que en el pasado lo habría hecho caer en un ataque de pánico le resultó muy agradable y lo atesoró como el regalo más valioso que había recibido en toda su vida.
– Deseo aceptar más que nada en el mundo, pero tengo miedo de hacerlo. Sé que fue idea tuya que los dos permaneciéramos juntos y has sido maravilloso hasta ahora, pero no estoy segura de que sigas sintiendo lo mismo cuando haya nacido el niño. No quiero que te sientas atrapado.
– No existe modo alguno de predecir el futuro -replicó él, sacudiendo la cabeza-. Sé que te preocupa la reacción que yo pueda tener y, a decir verdad, yo también tengo un poco de miedo, pero también me siento muy emocionado. Quiero tener ese hijo y quiero estar contigo. Casémonos y hagamos que todo esto sea oficial. Ese niño podría llevar el apellido Malone. Sería la segunda generación de una familia muy nueva.
Anna respiró profundamente y se negó lo que más deseaba.
– No puedo darte una respuesta en estos momentos -susurró. Entonces, vio que el rostro de Saxon se entristecía-. No me parece que sea lo adecuado en estos momentos. Quiero decir que sí, Saxon. Lo deseo más que nada, pero no estoy segura de que sea lo más adecuado.
– Lo es -afirmó él.
– En ese caso, aún seguirá siéndolo dentro de un mes o dos. Han pasado demasiadas cosas demasiado deprisa. El niño, tú… no quiero tomar la decisión equivocada…
– No puedo obligarte a decir que sí, pero puedo seguir pidiéndotelo. Puedo hacerte el amor y cuidar de ti hasta que no puedas imaginarte la vida sin mí…
– Ahora mismo me resulta ya imposible -susurró ella. Los labios le temblaban.
– No me rindo, Anna. Cuando quiero algo, no me detengo hasta no haberlo conseguido. Y te aseguro que voy a tenerte.
Anna sabía perfectamente a qué se refería. Cuando Saxon decidía algo, se centraba en ello con tal intensidad que no descansaba hasta haber alcanzado su objetivo. Resultaba algo turbador para Anna saberse el objeto de aquella clase de determinación.
Saxon sonrió. Su sonrisa era la de un depredador dispuesto a atrapar a su presa.
– Puedes estar completamente segura de ello, Anna.
Capítulo Siete
«Matrimonio». Aquel pensamiento ocupaba la consciencia de Anna durante el día y se colaba en sus sueños por la noche. Varias veces había pensado en dejarse llevar y decirle que sí, pero una parte de ella no estaba preparada para dar aquel paso tan importante. A la hora de hacerse su amante, no lo había dudado, pero le resultaba mucho más complicado decidirse a ser su esposa. Quería que Saxon la amara y que lo admitiera ante ella y ante sí mismo. Anna estaba segura de que la quería, pero hasta que él no aceptara sus propios sentimientos no podía estar del todo segura. Saxon era capaz de decir que la deseaba, pero no que la quería.
Sabía que no podía esperar nada más, pero lo deseaba.
Por otro lado, no podía sacarse a los Bradley de la cabeza. Por lo que Saxon había dicho, se había pasado seis años con ellos, desde que tenía doce años hasta que cumplió los dieciocho. Seis años era mucho tiempo para que aquellas personas no hubieran sentido algo por él. ¿Sería posible que ellos le hubieran ofrecido a Saxon algo más que lo que requería su labor como padres de acogida y que él no hubiera sabido interpretarlo? Si así era, ¿cómo se habrían sentido al no tener noticias de él después de haberlo criado?
Los Bradley le habían dado el único hogar estable que Saxon había conocido hasta que Anna se convirtió en su amante y creo para él un santuario en aquel apartamento. Siempre era posible que todo hubiera sido tal y como él lo recordaba y que, efectivamente, la pérdida de su verdadero hijo les hubiera impedido sentir algo más allá del deber y la piedad por su hijo adoptivo.
¡Pena! Efectivamente, si Saxon había notado que era pena lo que sentían por él, no era de extrañar que no hubiera regresado nunca.
Estuvo pensando en este asunto varios días hasta que decidió que, si quería estar del todo segura, lo mejor que podía hacer era dirigirse a Fort Morgan para tratar de encontrar a los Bradley. Podría ser que el viaje resultara completamente inútil dado que habían pasado diecinueve años y existía la posibilidad de que se hubieran mudado o que hubieran muerto.
Se sintió mucho mejor cuando tomó la decisión de ir aunque sabía que Saxon sería completamente contrario a la idea. Sin embargo, no estaba dispuesta a que su oposición la detuviera, aunque tampoco a mentirle al respecto.
Aquella noche, después de cenar, le dijo:
– Mañana tengo la intención de ir a Fort Morgan.
– ¿Por qué? -preguntó él, entornando la mirada.
– Para tratar de encontrar a los Bradley.
Saxon dobló el periódico con un gesto de ira.
– No hay razón alguna para hacerlo. Ya te he contado cómo ocurrió todo. Además, ¿por qué te preocupa ese tema? Todo eso ocurrió hace diecinueve años. Ya no tiene nada que ver con nosotros. Entonces ni siquiera me conocías.
– En parte se debe a que tengo curiosidad -respondió ella con sinceridad-. ¿Y si te equivocas sobre lo que esas personas sentían por ti? Eras muy joven. Podría ser que no hubieras interpretado correctamente sus actos y, si fue así, esas personas se han pasado diecinueve años sintiéndose como si hubieran perdido dos hijos en vez de uno.
– No -dijo Saxon. Por el tono de su voz quedó muy claro que no estaba refutando la sugerencia de Anna sino emitiendo una orden.
Ella se sintió muy sorprendida.
– No te estaba pidiendo permiso. Simplemente te estaba comunicando adónde voy a ir para que no te preocupes si me llamas y no estoy en casa.
– He dicho que no.
– Así ha sido -afirmó ella-, pero yo ya no soy tu amante…
– Pues anoche me pareció que seguías siéndolo -le espetó Saxon. El color verde de sus ojos se hizo más intenso.
Anna no tenía intención alguna de discutir con él. En vez de eso, sonrió afectuosamente.
– Eso fue hacer el amor.
Y, efectivamente, había sido maravilloso. El sexo entre ellos siempre había sido apasionado y urgente, pero desde que Saxon se había ido a vivir con ella, había adquirido una nueva dimensión, una abrumadora ternura que no había existido antes. El coito era mucho más prolongado. Era como si Saxon estuviera más relajado y tranquilo y, como resultado, el placer que ambos experimentaban era mucho más intenso.
Al escuchar la palabra «amor», el rostro de Saxon reflejó una ligera tensión.
– Yo no soy tu amante -repitió ella-. Eso terminó hace tiempo. Yo soy la mujer que te ama, la que vive contigo, la que va a tener un hijo tuyo.
– Tal vez no creas que sigues siendo mi amante -replicó él, con una cierta ira-, pero a mí todo me parece más de lo mismo.
– ¿Porque sigues manteniéndome? Eso ha sido decisión tuya, no mía. Si el hecho de que yo trabaje hace que te sientas mejor, encontraré un empleo. De todos modos, jamás me ha gustado ser una mantenida.
– ¡Ni hablar!
A Saxon no le gustaba en absoluto aquella idea. Siempre había creído que si ella dependía por completo de él, sería menos probable que decidiera marcharse. Al mismo tiempo, había invertido en acciones que había puesto a su nombre para asegurarse de que ella nunca tuviera problemas económicos. La paradoja siempre lo había hecho sentirse muy intranquilo, pero quería que ella estuviera bien provista por si acaso le ocurría algo a él. Después de todo, viajaba mucho y pasaba mucho tiempo en obras. También había hecho testamento hacía un año y se lo dejaba todo a ella. Jamás le había contado aquel detalle.
– No quiero que vayas sola tan lejos en el coche -dijo por fin, sabiendo que ya no había modo de detenerla.
– Fort Morgan está a menos de dos horas en coche y han dicho que mañana el tiempo será bueno y soleado. Sin embargo, si quieres acompañarme, puedo esperar al fin de semana.
A Saxon no le apetecía nada. Los Bradley jamás lo habían maltratado. Habían sido los mejores padres de acogida que había tenido, pero esa parte de su vida había quedado atrás. Había cerrado la puerta por completo cuando se marchó aquel día y se había pasado los años transcurridos desde entonces trabajando como un esclavo para asegurarse de que jamás volvería a pasar penurias.
– Tal vez se hayan mudado -dijo ella, para tranquilizarlo-. Sólo quiero asegurarme.
– En ese caso, toma el teléfono y llama a Información. Habla con ellos si siguen viviendo allí. Ahora bien, te ruego que no me impliques a mí en nada. No quiero hablar con ellos ni volver a verlos. No quiero tener nada que ver con todo este asunto.
A Anna no le sorprendió en absoluto que Saxon rechazara el pasado de un modo tan tajante. No atesoraba ningún recuerdo de su infancia. Tampoco había esperado que la acompañara.
– No quiero hablar con ellos por teléfono replicó. Quiero ir allí, ver la casa… Tal vez no hable con ellos. Todo depende de lo que encuentre cuando llegue allí.
Saxon se negó a seguir hablando del tema y se levantó para dirigirse hacia la terraza. Anna tranquilamente retomó su parte del periódico, pero, en su interior, el corazón le latía con fuerza. Acababa de darse cuenta de que era la primera pelea doméstica que tenían en muchos años. Para su regocijo, habían discutido y no había ocurrido nada de importancia. Él no se había marchado ni parecía esperar que lo hiciera ella. Era maravilloso. Saxon confiaba en ella lo suficiente para no temer que un desacuerdo pudiera terminar con su relación.
Ella había tenido miedo de que Saxon reaccionara mal ante las discusiones. Todas las parejas normales tenían sus desacuerdos. Sin embargo, dos años atrás Saxon no habría podido tolerar una discusión sobre un tema tan personal.
Se estaba esforzando mucho, a pesar de que le resultaba muy difícil abrirse lo suficiente. Las circunstancias lo habían obligado a revelarle su pasado, pero no había tratado de volver a levantar las barreras mentales con las que se había estado protegiendo desde que lo conocía. Parecía haber aceptado que las circunstancias habían cambiado y que no había vuelta atrás.
Anna no sabía lo que iba a conseguir tratando de encontrar a los Bradley. Tal vez nada. Sólo quería ver cómo eran las personas que más influencia habían tenido en la infancia y la adolescencia de Saxon. Si parecían interesados en lo que pudiera haberle ocurrido, ella los informaría de que estaba vivo y bien, de que era un exitoso hombre de negocios y de que, muy pronto, iba a ser padre.
Aún de espaldas a ella, Saxon le preguntó:
– ¿Tienes miedo de casarte conmigo por mi pasado? ¿Es ésa la razón de que quieras encontrar a los Bradley, para poder hacerles preguntas sobre mí?
– ¡No! No tengo miedo de casarme contigo.
– Mis padres podrían haber sido cualquier cosa, asesinos, drogadictos… Podría ser que mi madre fuera una prostituta. Lo más probable es que lo fuera. Tal vez mis padres provinieran de una familia con un historial de problemas mentales. Yo mismo tendría miedo de casarme conmigo. Sin embargo, los Bradley no podrán decirte nada porque nadie sabe quiénes eran mis padres.
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