Sobre las nueve y media, la tía Isabel había dicho que era la hora de cenar y recordó a Jarrod que al día siguiente tenía que levantarse temprano para ir a recoger a su padre al aeropuerto.

Georgia podía verlo como lo había visto entonces, sonriendo con displicencia a su madrastra.

– Vamos -le dijo a Georgia-, te acompaño a casa dando un paseo.

– Sería más rápido que la llevaras en coche -señaló Isabel, secamente-. Es demasiado tarde.

– No es tan tarde -intervino Georgia, precipitadamente, ansiosa por estar a solas con Jarrod-. Y hace una noche preciosa -miró a Jarrod implorante.

– Vamos -Jarrod la tomó por el hombro-. No tardaré, Isabel, pero vete a la cama. Tengo la llave.

Caminaron juntos en silencio. Jarrod sujetaba a Georgia por la cintura y ésta sentía la alegría circular por su sangre, emborrachándola de felicidad.

– Mira la luna, Jarrod -el corazón de Georgia se henchía y ella sabía que no tenía nada que ver con la luna.

– Casi se pueden distinguir los colores bajo su luz -dijo él-. No corremos riesgo de caernos en un agujero. Parece que fuera de día.

Georgia tragó saliva ¿Sentiría Jarrod el mismo fuego que ella sentía? Hubiera dado lo que fuera por poder prolongar el camino hasta el infinito.

Llegaron al cruce de caminos y Georgia se detuvo cuando Jarrod hizo ademán de tomar el de la derecha.

– ¿Por qué no cruzamos el riachuelo y vamos por la colina? -para Georgia era un camino mucho más romántico-. Debe estar precioso bajo la luz de la luna.

– Georgia, ya te he dicho que el puente no es seguro. La madera se está pudriendo.

– Lo sé, pero si lo cruzamos con cuidado… Venga Jarrod, por favor.

Jarrod suspiró y sacudió la cabeza.

– Nunca puedo negarte nada ¿verdad? Me miras con esos enormes ojos marrones y me haces perder la cabeza.

– ¿De verdad? -Georgia rió-. Ahora que sé ese secreto, no deseo nada más de la vida.

Jarrod le besó la punta de la nariz y volvió a tomarla por la cintura para seguir adelante. Y Georgia estuvo segura de que lo único que necesitaba para que la vida fuera maravillosa, era el amor de Jarrod.

Cuando alcanzaron el puente, Jarrod pasó primero, asegurándose de que no había ningún tablón roto y, al llegar al otro lado, se volvió para ayudar a Georgia. Ella se abrazó a él y se sitió embriagada por el fresco olor de su camisa y el aroma de su piel.

Aquél era el lugar favorito de los dos. Solían descansar en la orilla, ocultos tras los árboles, charlando y besándose durante horas.

– Vamos a quedarnos un rato -susurró Georgia, sintiendo que su corazón latía con tanta fuerza como el de él.

Jarrod miró hacia arriba.

– Es tarde. Deberíamos volver a casa.

Georgia percibió la indecisión en su voz y supo que Jarrod tampoco quería separarse de ella. Lo tomó de la mano y comenzó a caminar, tirando de él. Y Jarrod no opuso resistencia.

Las hojas secas de los árboles apenas se movieron cuando Jarrod la tomó en sus brazos, besándola delicadamente antes de separarse de ella unos centímetros.

– ¿No te he dicho que no puedo negarte nada? -musitó, acariciándole la base de la garganta.

– Ni yo a ti -dijo ella, con voz aterciopelada-. Jarrod, por favor, tócame.

Capítulo 6

Los brazos de Jarrod la estrecharon con fuerza y sus labios buscaron los de ella. El beso se prolongó y sus cuerpos se adaptaron el uno al otro, buscándose frenéticamente.

Georgia sintió una punzada en las entrañas que estalló en una ola de deseo. Podía sentir el sexo excitado de Jarrod presionándole el vientre.

Lentamente se sentaron sobre la arena y sus manos se exploraron a ciegas.

Georgia desabrochó los botones de la camisa de Jarrod, la deslizó hacia atrás y con los labios trazó la línea de sus hombros, saboreó su suave piel, recorrió los músculos de su estómago. También lo besaba la luz de la luna, y Georgia lo contempló, conteniendo la respiración.

– ¡Qué hermosos eres! -musitó, con voz ronca.

Riendo, Jarrod le quitó la camiseta, le desabrochó el sujetador y tomó sus senos en sus manos.

– ¡Tú sí que eres hermosa! -susurró, y llevó la boca a los pezones de Georgia, endureciéndolos con sus caricias.

Georgia se echó hacia atrás apoyándose en los brazos y cerró los ojos. Una corriente le recorría todo el cuerpo, una marea turbulenta que intensificaba sus sentidos haciendo que la cabeza le diera vueltas.

Jarrod se deslizó hacia arriba, buscó su boca de nuevo y la besó apasionadamente. Separándose un poco, con la respiración entrecortada, alargó la mano hacia su camisa y, antes de que Georgia le suplicara que no se la pusiera, la extendió sobre la arena y, suavemente, ayudó a Georgia a acostarse.

Lentamente, le desabrochó la falda, describió círculos alrededor de su ombligo y deslizó la mano hacia abajo, hasta alcanzar la parte más sensible de su cuerpo. Georgia se arqueó contra él, respirando entrecortadamente, excitando con sus quedos gemidos a Jarrod. Él se tensó y Georgia supo que intentaba frenarse.

– ¡No! -gritó Georgia, con voz quejumbrosa-. Por favor, Jarrod, no pares.

Cubrió con su mano la de él y luego la levantó para soltar el botón del pantalón de Jarrod. El ruido resonó en el silencio de la noche. Le bajó la cremallera y buscó su sexo, acariciándolo delicadamente, excitándolo hasta arrancar gemidos de la garganta de Jarrod. En unos segundos estaban desnudos y entrelazados.

Una parte de Georgia sabía que habían alcanzado un punto del que no podían retornar, pero le daba lo mismo. Amaba con locura a Jarrod y él también a ella. Le hubiera dado lo mismo que el mundo se desintegrara en ese momento.

Entonces, el cuerpo brillante de sudor de Jarrod se colocó sobre el de ella y su sexo la penetró. En ese instante, la tierra estalló en mil pedazos y Georgia, sacudida por sucesivas olas de placer, hundió el rostro en el hombro de Jarrod para saborear la sal de su piel.

Un gran aplauso resonó en el club y el público se puso en pie. Georgia volvió a la realidad lentamente, sonriendo a su alrededor con timidez para ocultar un repentino arranque de cinismo: ¿Cómo no iba a poder cantar bien una canción con una letra tan dolorosa? El triste lamento podía haber sido escrito para ella.

Se retiró para que Lockie ocupara el centro del escenario. En la siguiente canción sólo tenía que cantar los coros.

En el pasado, hubiera defendido la honradez de Jarrod ante cualquiera. Pero al final, el hombre del que se había enamorado y Jarrod Maclean resultaron ser dos personas distintas. Y el dolor que le había causado descubrir el engaño seguía tan vivo como cuatro años atrás, cuando había pasado largas horas esperando a que Jarrod volviera.

Georgia se retiró el cabello del rostro con un gesto impaciente. Llevaba mucho tiempo recuperarse de un amor tan intenso.

¿Cuatro años?

La única razón de que la asaltaran los recuerdos era la presencia de Jarrod. Había vuelto como el hijo pródigo y estaba poniendo patas arriba su rutinaria y ordenada vida, haciéndole recordar cosas que quería olvidar, demostrándole que el pasado no estaba tan profundamente enterrado como había querido creer.

«Pero nunca vas a ser tan joven ni estar tan llena de vida y amor. Olvídalo», se reprochó Georgia. «Olvida a Jarrod y lo que hizo. Está aquí sólo para visitar a su padre. Y cuando el tío Peter muera, Jarrod se marchará. Limítate a mantenerte alejada de él y a no pensar.»

Además, aparte de unos segundos en el coche, Jarrod no había dado ninguna señal de recordar la intimidad que habían compartido. Lo más seguro era que sólo ella tuviera recuerdos.

Y Jarrod no había dado la impresión de querer retomar la relación donde la dejaron. Claro que Georgia tampoco lo deseaba. Era absurdo pensarlo. Tal vez seguía encontrándolo físicamente atractivo. Pero como hombre lo odiaba y jamás podría perdonarlo.

Aun así, sus ojos lo buscaron sin que ella se lo ordenara. Estaba inclinado hacia Morgan, intentando escuchar lo que ella le decía.

¿Qué estaría diciendo? Fuera lo que fuera, Jarrod sonrió divertido, con la misma sonrisa que solía dedicarle a Georgia en el pasado. Pero Jarrod no podía estar interesado en Morgan. Georgia sintió que la sangre se le congelaba. ¡No! ¡Morgan sólo tenía diecisiete años, no era más que una niña! Jarrod no… Georgia se obligó a apartar la mirada.

Las horas pasaron y el público no quería que el concierto acabara. Aplaudieron canción tras canción y cuando Georgia por fin bajó del escenario, corrió al camerino y se dejó caer sobre una silla, exhausta.

La diminuta habitación se llenó de gente dándole la enhorabuena con ojos brillantes. Lockie y los chicos la besaban, Morgan no dejaba de sonreír. Y entre las caras de los chicos, Georgia vio a Jarrod apoyado en el marco de la puerta.

Georgia lo miró con ojos brillantes y él le dedicó una sonrisa forzada, inclinando la cabeza a modo de saludo.

«¡Qué magnánimo!», pensó Georgia, con amargura. Si creía que necesitaba su aprobación, estaba muy equivocado. Con un movimiento brusco, Georgia apartó la mirada.

Cuando el último cliente salió del club y, tras recoger sus instrumentos, todo el grupo se sentó a tomar un café.

Georgia se había cambiado y retirado el maquillaje, pero se dejó el cabello suelto, inconsciente del aire virginal y etéreo que le proporcionaba.

Jarrod se sentaba en otra mesa y bebía su café lentamente. Tras dedicar una furtiva mirada a Georgia cuando se unió a ellos, mantuvo los ojos fijos en su bebida.

– Aquí viene nuestra estrella -dijo Lockie.

– No seas bobo. Una noche de éxito no me convierte en una estrella -respondió Georgia. La euforia inicial había desaparecido y sólo sentía cansancio.

– Como quieras -dijo su hermano-, pero te alegrará saber que el dueño del club está encantado con la actuación.

Georgia arqueó las cejas.

– Y -continuó Lockie- me ha dicho que esta noche había gente importante de la industria musical entre el público y que están gratamente sorprendidos -se puso en pie y dio unos pasos de baile-. ¡Lo hemos conseguido! Después de tantos años. ¿No te dije siempre que algún día lo lograría, Jarrod? -dijo, volviéndose hacia él.

– Al menos una vez a la semana -dijo Jarrod, sonriendo.

Lockie dio un puñetazo al aire y, sentándose sobre una mesa, elevó la mirada al techo.

– ¡No puedo esperar a hablar con Mandy el domingo! ¿No es este el día con el que todos habíamos soñado?

– ¿Y tú, Georgia? -preguntó Evan Green, el guitarrista, después de reír el comentario de Lockie-. ¿Esta noche ha convertido tus sueños en realidad?

Georgia se tensó. ¿Sueños? ¿Qué significaba esa palabra? En el mejor de los casos, eran algo pasajero, en el peor, se convertían en una pesadilla. Todos sus sueños habían estado relacionados con el amor, con tener hijos, con envejecer…, siempre con Jarrod. Y esos sueños se habían roto en mil añicos. Jarrod los había destrozado y, desde entonces, había dejado de formar parte de su vida: soñar era un lujo que no podía permitirse.

Se encogió de hombros.

– No nos entusiasmemos por el éxito de una noche -dijo, en tono neutral.

– ¡Por Dios, Georgia, qué aburrida eres! -exclamó Morgan, sentándose en la misma mesa que Jarrod-. No intentes hacernos creer que no te lo has pasado bien. He visto cómo te brillaban los ojos. Debía ser por la cara de admiración con la que te contemplaban los hombres.

– ¿Admiración?-Andy pasó el brazo por los hombros de Georgia-. ¿Ahora se le llama así? Ya verás cuando se corra la voz. Mañana vamos a tener que espantarlos como moscas.

Georgia se ruborizó y se separó suavemente de Andy.

– ¿Y quién dice que quiera que los espantéis?

– ¿No es hora de que volvamos a casa? -preguntó Jarrod, interrumpiendo las exclamaciones de los demás.

Georgia se volvió hacia él. Estaba de pie, mirándola fijamente y la imagen la devolvió una vez más al pasado con una nitidez perturbadora.

Georgia había cantado con el grupo de Lockie en la fiesta de final de curso del colegio. Todo había ido magníficamente y al acabar el concierto, todo el mundo la había felicitado. Excepto Jarrod. Hasta que llegaron a casa.

– Lo hemos pasado muy bien, ¿verdad? -dijo Georgia, mirando a Jarrod con gesto inseguro, al tiempo que intentaba encontrar una justificación a su silencio-. ¿No es increíble que el señor y la señora Kruger se matricularan en el colegio hace setenta y cinco años? No parecen tan mayores -Georgia se deslizó en el asiento hasta pegarse a Jarrod-. ¿Crees que también nosotros volveremos después de tantos años.

Jarrod sonrió a medias.

– Seguro que tú sí, Georgia, pero yo no creo que dure tanto. Tú eres más joven que yo.

El rostro de Georgia se ensombreció.