– Esa es una manera de verlo -dijo Jarrod, evidentemente molesto.
– Tampoco tiene demasiada importancia -dijo Georgia, a la defensiva-. No tengo por qué contártelo todo.
Jarrod bajó la mirada.
– No -dijo quedamente-. Tienes razón.
– No podía dejar a Lockie en la estacada en una ocasión como ésta.
– No -Jarrod se concentró en la lata de cerveza-. Y tienes una gran voz -dijo, dulcificando su tono aun sin alterar la expresión de su rostro.
Georgia no pudo evitar mirarlo. Las pestañas le ocultaban los ojos, pero se dio cuenta de que había perdido peso. Los vaqueros ya no se le ajustaban a las caderas y estaba demacrado. ¿Acaso…?
¡No! Estaba preocupado por el tío Peter. Cualquiera pasaría por un mal momento al saber que su padre iba a morir. No se lamentaba por el amor perdido tal y como ella había hecho durante tanto tiempo.
Un pensamiento que ya había tenido con anterioridad la asaltó en ese instante con toda vividez: ¿Por qué iba a sentir Jarrod nostalgia por un amor de juventud cuando probablemente docenas de mujeres esperaban su regreso a los Estados Unidos?
Un dolor le estranguló el corazón y Georgia estuvo a punto dejar escapar una risa amarga al darse cuenta de que sentía celos de todas ellas.
– Lockie piensa que las canciones que ha seleccionado para el disco son fabulosas. Está seguro de que una de ellas va a ser todo un éxito -Jarrod interrumpió sus pensamientos-. ¿Cómo se llama? ¿La conozco?
Georgia se tensó y le rogó mentalmente que no ahondara en el tema. Jamás se la había cantado.
– Los chicos han estado ensayando un par de ellas -desvió la mirada hacia la oscuridad.
– Por lo que me ha dicho Lockie, una de ellas es muy especial.
Georgia se encogió de hombros.
– Dice que es tremendamente sensual -insistió Jarrod.
– Las canciones sensuales suelen tener éxito -comentó, indiferente.
Jarrod tardó tanto en hablar, que lo miró.
Una vez más, estaba contemplando la lata de cerveza con gran concentración. Como siempre que lo observaba, Georgia sintió el impulso de alargar la mano para tocarlo, tomar su cabeza entre sus manos y acunarlo, suavizar las líneas que se formaban alrededor de sus ojos. Líneas que se le marcaban al reír, aunque en el presente apenas sonriera.
Jarrod levantó la vista y la descubrió mirándolo. Georgia no tuvo tiempo de ocultar la luz de la pasión que ardía en sus ojos. Por una fracción de segundo, vio una llama igual de ardiente en los ojos de Jarrod, pero él se apresuró a bajar la mirada para ocultarla.
Lo bastante como para que el corazón de Georgia comenzara a latir violenta y desacompasadamente. No, el fuego no se había extinguido en él. El beso que se habían dado los había encendido por igual. Pero Jarrod se esforzaba por hacerla creer que no era así.
A no ser que Georgia se estuviera confundiendo una vez más. Tal vez se trataba de una mera atracción física. Tanto en el pasado como en el presente. Y cabía la posibilidad de que, al recordar lo mal que ella había reaccionado cuando rompió su relación de juventud, no estuviera dispuesto a arriesgarse.
Tampoco ella quería revivir el pasado. Especialmente aquella espantosa noche que no había logrado erradicar de su mente.
Cuando cerraba los ojos podía oler el aroma de los arbustos en flor, sentir la brisa fresca sobre la piel mientras corría por el sendero, ansiosa por llegar junto a Jarrod y contarle el secreto que guardaba en su interior.
El salón de los Maclean estaba iluminado. Georgia sabía que el tío Peter estaba en Hong Kong y, cuando se acercó, vio la figura de la tía Isabel recortada contra la ventana, que se llevaba la mano al broche de la camisa.
Georgia subió los escalones de dos en dos. Sus zapatillas de deportes no hicieron ruido. Iba a llamar a la puerta cuando el sonido de la voz de su tía la hizo detenerse.
Georgia no se había propuesto escuchar a escondidas, pero algo en el tono de Isabel la paralizó.
– Sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad, Jarrod?
– Antes quiero hablar con mi padre -la voz de Jarrod era casi irreconocible y Georgia contuvo la respiración.
– ¿De qué te serviría? -dijo Isabel, con aspereza-. No cambiará nada.
– ¿Cómo puedes contarme esto tan tranquila? ¿Cómo lo has soportado? ¿Cómo has podido vivir con él?
– Tu padre me pidió que me casara con él y en nuestros tiempos, uno hacía lo que debía. ¿Qué otra cosa podía hacer? Era una solterona y no quería ser una carga para nadie. Hice lo más honesto que podía hacer, Jarrod.
– ¿Honesto? ¡Qué clase de hombre hubiera aceptado algo así!
Georgia escuchó a Jarrod maldecir.
– ¿Por qué no se casó con ella? ¿No hubiera sido eso mucho más honesto? -preguntó él, con voz ronca.
– Ella no lo amaba.
Jarrod volvió a maldecir.
– Tienes que comprender el tipo de hombre que era tu padre -dijo Isabel, bajando el tono de voz-. Tu madre…
– No metas a mi madre en esto -dijo Jarrod, mordiendo las palabras.
– ¿Por qué no me lo ha dicho él, Isabel? ¿Es tan cobarde que ha necesitado que me lo dijeras tú?
– Él no lo sabía. Ella no se lo contó.
– ¿Ella…? ¡Por Dios, Isabel! ¿Por qué no?
– ¿Quién sabe?
– ¿Y por qué tú no hiciste nada? -preguntó Jarrod, fuera de sí.
– No era mi papel chismorrear.
– ¡Chismorrear! ¿Quieres decir que mi padre todavía no lo sabe?
– Puede que lo sospeche. Escucha, ¿no podemos dejarlo? Siento haber tenido que decírtelo -la voz de Isabel sonó con más emoción de la que Georgia le había escuchado nunca.
– ¡Estoy seguro! -dijo Jarrod, ásperamente.
– Pero he creído que debías saberlo antes de que… -Isabel hizo una pausa-… las cosas fueran demasiado lejos.
– ¿Demasiado lejos? -Jarrod habló con tanta amargura que Georgia entró en el vestíbulo, pero antes de que pasara al salón, su tía volvió a hablar en un tono tan provocativo, que Georgia se quedó una vez más paralizada.
– ¿Jarrod? -lo llamó Isabel, casi en un ronroneo-. Lo mejor es que lo resuelvas lo antes posible. Puedes decirle que se acabó, que has cambiado de opinión. Georgia es joven. No tardará en encontrar a otro.
– ¿A otro? -repitió Jarrod, quedamente.
– Sí. Y tú también. Conozco un montón de jóvenes que estarían dispuestas a ocupar su lugar. Eres muy atractivo… -Isabel intentó animarlo, pero Jarrod la interrumpió con una carcajada llena de sarcasmo.
– Y esa otra persona a la que voy a encontrar… -dijo, con amargura-. Estoy seguro de que piensas ponerte al principio de la cola, ¿no es así, Isabel? Siempre lo has deseado. Desde que volví de la facultad.
Georgia dio un paso adelante al tiempo que Jarrod se acercaba a su madrastra, la atraía hacía sí bruscamente y la besaba con violencia. Cuando concluyó el beso, se quedaron uno junto al otro como dos estatuas de mármol.
Capítulo 9
– ¿Jarrod? -Georgia contempló la expresión torturada de su rostro-. ¿Tía Isabel? ¿Qué…? -tragó saliva-. ¿Jarrod? -se asió al marco de la puerta.
Isabel palideció, pero no tanto como Jarrod.
– Georgia -dijo, en un hilo de voz-. ¿Desde cuándo estás ahí?
– La verdad, Georgia -dijo Isabel-. No deberías escuchar las conversaciones privadas de los demás.
– Necesito un trago -exclamó Jarrod.
Se acercó al bar y, sirviéndose una copa con manos temblorosas, la bebió de un trago. Georgia e Isabel lo observaron en silencio llenar de nuevo el vaso. Pero Jarrod, en lugar de beberlo, lo tiró contra la chimenea.
Georgia se estremeció. El ruido del cristal haciéndose añicos la sacó de su inmovilidad. Jarrod había besado a la tía Isabel, a su madrastra.
– Georgia, será mejor que te vayas a casa -dijo Isabel-. Estamos tratando un asunto familiar.
Georgia ni siquiera la miró. Sus ojos estaban pegados a Jarrod. Vio una multitud de emociones cruzar su rostro, algunas a tal velocidad que le resultó imposible descifrarlas. Pero descubrió la incredulidad, el dolor, la pena… Una pena profunda y desolada que subyacía a su ira. De pronto, la batalla interior que parecía estar lidiando concluyó, y sus ojos quedaron vacíos de emoción.
– ¿Un asunto familiar? -Jarrod miró a Isabel con frialdad-. ¿Y Georgia no es un miembro de la familia?
– Jarrod, no…
– No -dijo él, en tono mate-. Déjanos, Isabel. Como has dicho, Georgia y yo tenemos que hablar.
Isabel se llevó una mano a la garganta.
– ¿No crees que sería mejor dejarlo hasta mañana? -sugirió.
Pero Jarrod sacudió la cabeza.
– No. Déjanos, Isabel.
La mujer madura pareció titubear y a continuación, apretando los labios en un gesto de desaprobación, dejó la habitación. En la última y rápida mirada que dirigió a Georgia, ésta vio que estaba asustada. Pero su atención estaba volcada en Jarrod, al que miró de inmediato con ojos desencajados, al tiempo que contenía la respiración.
Tenía la sensación de que el mundo se tambaleaba, se rompía en añicos a su alrededor. ¿Jarrod y la tía Isabel?
Jarrod caminó hacia ella y se detuvo a poca distancia, mirándola con gesto severo.
– Georgia, tenemos que hablar. Siéntate, por favor.
– No creo que haya nada que decir -dijo ella, cortante.
– ¿Qué has escuchado?
– ¿Escuchar? No me ha hecho falta escuchar. Me ha bastado con mirar. No puedo creer que…
– Georgia, por favor – se pasó una mano por el cabello-. Es más de lo que…
Georgia dejó escapar una carcajada.
– ¿Más? -el dolor le apretaba el corazón que de pronto parecía habérsele convertido en un cubo de hielo. Caminó con lentitud hacia un sillón y se sentó en el borde, manteniendo la espalda erguida y en tensión, con las manos apretadas sobre el regazo-. ¿Qué más puede haber? ¿Cómo has podido besar así a la tía Isabel?
– Georgia, por favor. Estoy intentando explicarte que no es lo que tú crees.
– Me dijiste que me amabas.
– Y es verdad -Jarrod la miró titubeante. De pronto pareció cambiar de actitud-. Tengo que marcharme -añadió, bruscamente.
Georgia se humedeció los labios, pero no pudo articular palabra.
– Me voy a los Estados Unidos -Jarrod la miró a los ojos unos instantes, antes de retirar la mirada-. Tengo que ir a ver a mi padre.
– Creía que estaba en Hong Kong -dijo Georgia, pausadamente.
– Pero luego va a los Estados Unidos. Tengo que hablar con él sobre un asunto.
Georgia se cubrió la boca con las manos. Si no salía de aquella habitación iba a vomitar. ¿Jarrod y su tía Isabel? ¡No!
– ¿Vas a… vas a hablar con él de lo de esta noche?
– No. De todas formas pensaba marcharme -dijo Jarrod-. Iba a decírtelo. Ha surgido un asunto. Un problema.
El corazón latía con tal fuerza en el corazón de Georgia que creyó ensordecer. Jarrod se pasó una mano por el cabello y se volvió bruscamente hacia ella, pero bajó los párpados para ocultar sus ojos.
– Puede que no vuelva -dijo, de un tirón.
Georgia se sobrecogió. Tenía que haber oído mal. Debía estar soñando. Después de todo lo que había habido entre ellos… Lo que habían representado el uno para el otro…
El pánico de adueñó de ella.
– Jarrod, ¿cómo has podido hacerme esto?
– Georgia, lo siento -dijo él, carente de emoción-. Nunca he pretendido hacerte daño.
– ¡No! -Georgia sacudió la cabeza-. ¡Deja de mentir! Jamás hubiera creído que podía odiar a alguien tanto como te odio ahora mismo. No quiero volver a verte nunca más. Ni a ti ni a la tía Isabel.
Jarrod apretó los labios con fuerza. Un nervio le tembló en la mandíbula.
– Georgia, de verdad que siento que tengamos que acabar así. Pero las cosas han cambiado -dijo, con amargura-. Créeme, Georgia, yo te amaba.
– ¿Amarme? No sabes lo que esa palabra significa, Jarrod -Georgia comenzó a llorar, convencida de que el corazón se le había roto en dos.
– Sé muy bien lo que significa -dijo él en un susurro. Y Georgia rió.
– Tú sabes lo que es el sexo. Ahora, gracias a ti, también yo lo sé. Pero también he aprendido lo que no es el amor -Georgia se encaminó hacia la puerta.
– Georgia -Jarrod hizo ademán de posar la mano en su hombro, pero ella lo esquivó.
– ¡No me toques! -gritó-. ¿Cómo has podido hacerme esto, Jarrod? ¿Cómo has podido utilizarme así?
– Te dije desde un principio que debíamos mantener la relación en un plano amistoso. No pensé que las cosas… llegarían tan lejos, pero tú…
– ¡Qué galante! Así que yo te seduje y te obligué a hacerme el amor -Georgia alzó una mano temblorosa-. Perdón, quiero decir que te obligué a mantener relaciones sexuales conmigo.
– Yo no pretendía… Georgia, tú eres muy atractiva y deseable… Estabas disponible y yo, después de todo, soy un hombre.
– No -dijo ella, sintiéndose morir-. No, Jarrod, tú no eres un hombre. Tampoco conoces el significado de esa palabra. Estás muy equivocado. Los hombres de verdad no se comportan así.
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