Con esas palabras, Georgia se giró sobre sus talones y salió corriendo, adentrándose en la oscuridad sin poder controlar las lágrimas que la cegaban.

Georgia creyó que el mundo se acababa en aquellos espantosos minutos cuatro años atrás. Pero no fue más que el comienzo de una noche que jamás podría olvidar.


Jarrod se incorporó con una torpeza extraña en él y el ruido de la silla devolvió a Georgia de un salto al presente.

¿De qué estaban hablando? De canciones. De canciones sensuales. Y Jarrod la censuraba. Georgia se pasó la mano por los ojos al tiempo que él se alejaba unos pasos de ella, con actitud de reproche. ¿Cómo se atrevía?

– ¿Te hace falta dinero, Georgia? -preguntó.

Georgia parpadeó. La pregunta la tomó por sorpresa.

– No. ¿Por qué lo preguntas?

– Lockie me ha dicho lo de tu coche y he pensado que si le dejabas grabar esas canciones porque necesitabas dinero, yo podía…

– ¡No! -¿cómo podía pensar Jarrod que aceptaría su dinero?-. No, Jarrod, no. No es una cuestión de dinero -dijo, entre dientes, pero antes de que continuara, Lockie se reunió con ellos e incluso él tuvo dificultades para conseguir que los otros dos participaran en algo parecido a una conversación.

Al poco rato, Jarrod se marchó y antes de que Lockie hiciera preguntas, Georgia escapó a su dormitorio, completamente exhausta emocionalmente, como si hubiera superado una ardua prueba y aún le quedara la peor parte.


La clientela del club, como la noche anterior, parecía encantada con la actuación, y Georgia tuvo que admitir que Lockie tenía una habilidad especial para seducir a su público.

Mientras tanto, ella, dominada todavía por los recuerdos, había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para fijar en su rostro una sonrisa artificial.

La causa de su estado de ánimo estaba sentada en la primera fila, igual que la noche anterior. Los focos que iluminaban el escenario ocultaban el resto del local, menos la posición que ocupaba Jarrod, apoyado en el respaldo y escuchando la música atentamente.

No había dicho que fuera a ir al concierto. La noche anterior ya había supuesto bastante sufrimiento para Georgia, pero no iba a ser nada comparado con lo que pasaría esa noche.

Jarrod la observaba sin ninguna señal de tensión, ajeno a la confusión que estaba creando en Georgia cuando estaba a punto de cantar la canción. Su canción.

– Y ahora la joya de la corona, la guinda del concierto -anunció Lockie al micrófono-. Este será el primer single del disco que esperamos grabar pronto, y en cuanto la oigáis entenderéis por qué. Es la bomba -se pasó la mano por dentro del cuello de la camisa y se abanicó exageradamente-. Señoras y señores. Una vez más, la increíble y magnífica Georgia Grayson.

Lockie se echó hacia atrás y el grupo comenzó a tocar la introducción al tema. Las luces se atenuaron y un foco iluminó a Georgia, ataviada con un vestido azul que se ceñía a sus curvas y caía con sensualidad, flotando alrededor de sus piernas. Llevaba unas sandalias de tacón alto y Georgia no había necesitado el silbido que le dedicó su hermano para saber que estaba muy atractiva.

Había llegado el momento de cantar la canción. Georgia no dejaba de repetirse que haciéndolo, lograría exorcizar el pasado. Pero ahora que tenía que hacerlo, no sabía si sería capaz de hacerlo.

Y comenzó a cantar.

Tócame. Toca mi cuerpo…

El público dejó de hacer ruido.

Tócame, acaríciame con tus dedos…

Se podría haber oído una aguja caer al suelo.

¿Puedes sentir el inicio del fuego…?

Georgia cantó desde principio hasta el estribillo con voz desgarrada, dando vida a la letra con una interpretación emocionada, llena de pasión.

En mis sueños lo he sentido…

Y podía volver a sentirlo sólo con saber que Jarrod estaba allí.

Tus dedos encendiéndome…

Lo recordaba tan vivamente que podía volver a sentir el placer.

Descubriendo cada resquicio secreto de mi cuerpo…

Jarrod conocía cada poro, cada parte oculta, y sabía cómo acariciarla hasta hacerle perder el control.

Al tiempo que susurro tu nombre…

Oh, Jarrod.

Tócame. Toca mi cuerpo…

Georgia le cantaba a él. La canción era para él.

Desde el escenario era imposible adivinar la expresión de su rostro, pero Georgia sentía su presencia con tal intensidad que el resto del público se perdía entre las sombras, no tenía entidad. Estaba a solas con Jarrod y el tiempo era una ilusión. Él era su primer amor, su único amante. Su voz lo alcanzaba, acariciándolo como solía hacerlo en el pasado.

Tócame. Nuestros cuerpos fundidos en uno…

Georgia acabó la canción y cuando sonó la última nota, hubo una fracción de segundo de silencio seguida de una ovación ensordecedora.

El ruido atravesó la barrera de dolor que había entumecido a Georgia. Por un instante, no supo qué estaba pasando ni pudo reaccionar. Sintió que Lockie se aproximaba a ella, al tiempo que las luces se hacían más intensas. Lockie cubrió el micrófono con la mano y la habló al oído.

– ¡Georgia, has estado magnífica!

Georgia pestañeó y sus ojos viajaron hacia Jarrod. Estaba inclinado hacia adelante y, entre el humo de los cigarrillos, Georgia pudo ver que estaba extremadamente pálido. Tenía el inequívoco aspecto de un hombre que hubiera recibido un golpe en pleno pecho y no hubiera podido recuperar el aliento.

– Será mejor que des las gracias -la animó Lockie, señalando al entusiasmado público.

Y Georgia hizo un esfuerzo sobrehumano para fingir una sonrisa.

– Tengo que descansar, Lockie -dijo en voz baja, inclinando la cabeza hacia adelante para ocultar los labios.

– De acuerdo. Pero querrán que vuelvas a cantar -dijo Lockie-. Ven después del próximo tema.

Georgia asintió con la cabeza. No le resultó fácil que sus piernas obedecieran la orden de avanzar.

– ¿De acuerdo? -insistió Lockie.

Y Georgia volvió a asentir, logrando, sin saber muy bien cómo, salir del escenario.

– Un gran aplauso para la fantástica Georgia Grayson -dijo Lockie, haciendo una reverencia en su dirección-. Os prometo que volverá.

Georgia estuvo a punto de desmayarse cuando llegó al camerino. Forcejeó para abrir la ventana y se apoyó en la pared, tomando aire frenéticamente. A través de la ranura abierta pudo ver un par de estrellas recortadas contra el oscuro cielo.

Jamás volvería a cantar aquella canción. En lugar de acabar con los fantasmas había logrado despertarlos y abrir todas las heridas. Y delante de un montón de gente. Dejó escapar un gemido. Especialmente, delante de uno de los miembros del público. Acababa de desnudar su alma ante Jarrod Maclean.

Y había sido tan clara. Otro gemido brotó de su garganta. ¿Clara? En todo lo relacionado con Jarrod Maclean siempre había sido así.

Después de tantos años, acababa de demostrarle a él y a sí misma que sus sentimientos no habían cambiado. Lo amaba tanto como en el pasado y su comportamiento de cuatro años atrás parecía no tener importancia.

Georgia se dijo que era una mera cuestión física. Suspiró desesperada. ¿A quién pretendía engañar? Lo cierto era que Jarrod Maclean le había robado el corazón y ella se lo había entregado sin oponer resistencia. ¡Aunque no se lo mereciera!

Georgia tenía ganas de llorar, pero el estrangulamiento que sentía en la garganta amenazaba con ahogarla. Le dolía todo el cuerpo. De un impulso se separó de la pared y miró por la ventana. Le temblaba todo el cuerpo.

Jarrod estaba en lo cierto. No tenía el temperamento para ser una estrella. Le faltaba ese algo que Lockie y los muchachos tenían: el placer de estar sobre el escenario, el ansia de ser aplaudidos. A ella le iba más estar en la sombra. Podía componer canciones pero…

Suspiró abatida. De pronto lo veía todo claro. Llevaba cuatro años sobreviviendo. Se había deslizado por la vida como un río por su cauce. Había perdido la capacidad de luchar y ni siquiera hacía un esfuerzo por recuperarla.

No había vivido, sino meramente existido, dejando pasar un día tras otro, un mes tras el siguiente. Morgan tenía razón.

¿Podía culpar a Jarrod? No, ella era la única culpable. Sólo ella era responsable de haber puesto su felicidad en manos de Jarrod y cuando él había optado por tener una vida propia, ella se había dejado hundir sin ofrecer resistencia. Comía, dormía, respiraba. Pero no vivía.

Eso tampoco significaba que pudiera perdonar a Jarrod lo que hizo. El dolor era demasiado profundo. Suspiró con desesperanza y de pronto contuvo el aliento, consciente de que ya no estaba sola.

Se giró bruscamente.

Jarrod estaba apoyado en el marco de la puerta. Llevaba una camisa color albaricoque que acentuaba el color tostado de su piel y unos pantalones color crema. Tenía las manos metidas en los bolsillos y cruzaba las piernas con aire casual.

Pero Georgia, que lo conocía bien, supo de inmediato que no estaba relajado. Un nervio le latía en la sien y sus ojos brillaban como zafiros. Georgia adivinó que apretaba las manos con fuerza.

– ¿Estás bien? -su voz la sobresaltó.

Georgia intento recuperar el dominio de sí misma.

– ¿Por qué?

– Has dejado el escenario precipitadamente.

Georgia se encogió de hombros.

– Los focos me estaban dando calor y necesitaba tomar un descanso.

Jarrod arqueó una ceja con escepticismo. Georgia añadió:

– Cantar es muy agotador.

– Especialmente cuando se pone tanto sentimiento -dijo él.

Georgia se quedó mirándolo sin saber qué contestar.

– Sea lo que sea lo que te pagan, no es bastante -Jarrod se separó de la puerta y miró en torno.

– La verdad es que me pagan bastante bien -dijo Georgia, rápidamente-. Una buena cantidad para contribuir al pago de mi coche.

Jarrod la observó con ojos turbios.

– ¿Recuerdas lo que te dije sobre un tiovivo y la dificultad de bajarse de él? Así es como se empieza.

– Como tú bien sabes por experiencia -dijo, Georgia, sarcástica.

Jarrod se sacó las manos de los bolsillos y las puso en jarras.

– Se ve que tienes buena memoria -replicó a su vez, en tono irritado.

– No creo que sea asunto tuyo -respondió Georgia, airada.

– Puede que no, pero alguien tiene que decirte que no puedes seguir así.

– ¿Y ésa es tu opinión después de dos actuaciones? -dijo Georgia, sarcástica.

– Sólo me preocupa que Lockie intente convencerte de que continúes con ellos. No vas a poder seguir su ritmo, Georgia. Dos noches a la semana añadidas a tu trabajo en la librería y a tus horas de estudio agotarían a cualquiera -Jarrod alzó las manos y las dejó caer-. ¿Y para qué? Es demasiado.

– No estoy más que ayudando a Jarrod -dijo Georgia, desafiante-. Mandy vuelve la semana que viene.

Jarrod masculló algo incomprensible y dio un paso adelante.

– ¿Y esa Mandy canta tan bien como tú?

– Mejor.

– Me cuesta creerlo. Escucha, Georgia, Lockie… -Jarrod sacudió la cabeza-. Ya hemos hablado de esto. Me preocupa tu salud. Mírate en el espejo.

– ¿Qué quieres decir?

– Quiero decir que tienes ojeras y has adelgazado.

Georgia apretó los labios. Había perdido siete kilos en cuatro años. O mejor, en un mes, cuatro años atrás.

– Pensaba que estaba de moda estar delgada. De todas formas, no puedes decirme nada, tú también has adelgazado.

– No estamos hablando de mí y sabes perfectamente a lo que me refiero, Georgia. No enfermes por culpa del grupo.

¡Enfermar! Georgia hubiera querido gritarle que el problema no era su salud, sino su corazón.

Le dirigió una mirada furibunda pero la preocupación que vio en los ojos de Jarrod la desarmó.

– ¿Enferma? Estoy más sana que un toro.

Jarrod dejó escapar una carcajada.

– Es posible, pero al acabar la canción has estado a punto de desmayarte.

– Eso ha sido por el tipo de canción que era -dijo ella, con picardía.

– Tengo que reconocer que es muy sensual -dijo él, secamente.

Georgia sonrió sin que sus ojos lo hicieran.

– Eso dicen los chicos y Lockie -dijo, con descaro.

– Sin embargo…, no te pega.

– ¿Tú crees? No es eso lo que he oído -dijo Georgia, provocativa-. Puedo pensar en unos cuantos hombres que me consideran sexy -mintió. Para ella sólo había habido un hombre.

– En cualquier caso, comprendo por qué Lockie la ha elegido como la canción estrella del disco -Jarrod hizo una pausa-. Es magnífica.

– Gracias -Georgia levantó la barbilla.

Jarrod seguía mirándola escrutadoramente, y Georgia sintió el impulso de decir algo que lo desconcertara, que le hiciera recordar…

– La escribí hace cuatro años -dijo, en tono seco.