– Eso es lo malo de las familias -Morgan arrugó la nariz-: te han visto en tus peores momentos y no les importa recordártelo.

– Morgan… -la voz de Georgia sonó aguda.

– Especialmente las hermanas mayores -concluyó Morgan, entrando en la camioneta.

Jarrod mantuvo la puerta abierta para Georgia, después cargó la maleta en la parte de atrás y ocupó el asiento del conductor.

– ¿Cuándo has vuelto? -le preguntó Morgan en cuanto se pusieron en marcha.

– Hace una semana.

– Sé que el tío Peter ha sufrido otro ataque al corazón, así que supongo que ésa es la razón de tu visita.

– Así es.

– Me han dicho que vives en los Estados Unidos. ¡Qué suerte! Y qué mala suerte tener que volver a este rollo de pueblo.

– Morgan… -Georgia intentó detener el parloteo de su hermana.

– Es un rollo. Aquí no hay nada que hacer.

Georgia suspiró.

– Jarrod -Morgan puso la mano en su brazo-, siento lo del tío Peter. Siempre le he tenido cariño -dijo, con sinceridad.

Georgia apenas la oyó. La mano de Morgan parecía resplandecer sobre el brazo de Jarrod, reclamándola como un imán. ¿Qué le estaba ocurriendo? Hubiera querido quitársela de un manotazo.

– Sé que Georgia lo visita todas las semanas -oyó que seguía Morgan-, pero seguro que está encantado de que hayas venido.

Georgia hizo un esfuerzo para apartar la mirada de la mano de su hermana. Hacía más de una semana que no iba a ver a su tío. Desde que había recibido la noticia de la llegada de Jarrod y había salido huyendo como un conejo asustado.

Debía haber supuesto que en el estado en que estaba Peter, su hijo iría a verlo. Pero, tal vez para engañarse a sí misma, ni siquiera se había planteado esa posibilidad. La noticia la había tomado desprevenida y el temor de encontrarse con Jarrod y actuar estúpidamente le había impedido volver. Y, tal y como estaba comportándose en su primer encuentro con él, comprobaba que sus temores eran fundados.

– ¿Qué tal está? -preguntó Morgan.

Jarrod se encogió de hombros imperceptiblemente.

– Según el médico, ha mejorado. Pero el último ataque ha sido muy severo y por eso Isabel me ha avisado.

Pronunció el nombre de su madrastra con un timbre agudo y Georgia se tensó, bloqueando los recuerdos antes de que la asaltaran.

Desde pequeña, la relación entre su tío e Isabel le había desconcertado. Era fría y distante y, al contrario que sus padres, nunca reían juntos. Y cuando Jarrod se unió a la familia, Georgia sintió lástima por aquel adolescente alto y desmañado al que le había tocado vivir en un ambiente tan silencioso e impersonal.

Isabel Maclean era la hermana mayor de la madre de Georgia, pero entre ellas no había ninguna similitud. La madre de Georgia estaba llena de vida, era cariñosa y cálida. Isabel apenas sonreía, y Georgia no recordaba haber recibido ni un solo abrazo de ella.

Cuando llegó Jarrod, Georgia tuvo la sensación de que, aunque no lo expresaban abiertamente, él e Isabel sentían una antipatía mutua. Al menos, eso había creído Georgia.

Recordaba el día en que preguntó a Jarrod qué opinaba de Isabel y él había evitado contestar, hasta que Georgia le había provocado con una sucesión de besos, haciéndole cosquillas en el lóbulo de la oreja. Entonces él se volvió hacia ella, la abrazó casi con desesperación y la besó con una fiereza que inicialmente la asustó.

– ¿Y qué tal sobrelleva la situación la tía Isabel? -preguntó Morgan.

– Con su acostumbrada impasibilidad -dijo Jarrod, secamente.

– Es más fría que un témpano.

– ¡Morgan! -la reprendió Georgia.

– Es verdad, Georgia, siempre lo ha sido. Cuando era pequeña trataba de imaginar cómo reaccionaría si trepaba a su regazo con los dedos pegajosos y le manchaba el vestido, pero nunca me atreví a comprobarlo -Morgan dejó escapar una risita-. Estoy segura de que se hubiera desmayado. Es completamente distinta a nuestra madre. ¿A que no parecían hermanas, Jarrod?

– La verdad es que no.

Georgia percibió el dolor de su voz.

– Claro que -continuó Morgan-, tampoco adivinarías que Georgia y yo somos hermanas. Georgia es idéntica a mamá y Lockie es rubio, como papá -rió quedamente-. Yo estoy a medio camino. Y hablando de Lockie, ¿dónde está nuestro querido hermano?

– Recogiendo la furgoneta -dijo Georgia-. Pero parece que ha llegado antes que nosotros -añadió, cuando Jarrod detuvo el coche detrás de la furgoneta de Lockie.

La luz del porche estaba encendida y Lockie abrió la puerta cuando ya estaban subiendo las escaleras.

– ¡Ya era hora! ¿Estás bien, Morgan?

– ¡Bien! -dijo ella, con aire de mártir.

Jarrod dejó la maleta en el suelo.

– Gracias por ayudarnos, amigo -dijo Lockie.

– Desde luego, pobre Jarrod -Morgan hizo una mueca-. Sólo llevas aquí una semana y ya estás acudiendo al rescate de la familia Grayson. Papá me ha contado que de pequeño te dedicabas a sacar a Lockie de líos.

Jarrod soltó una carcajada.

– Lockie tenía la habilidad de que siempre lo pillaran haciendo algo malo.

– Y cuando Georgia llegaba tarde, decía que había estado contigo y papá no la reñía -comentó Lockie, a su vez.

Georgia tragó saliva. Decir que estaba con Jarrod no había sido nunca una mentira.

– ¿Georgia solía llegar tarde? -Morgan puso los brazos en jarras-. Lo había olvidado. Así que cuando me riñes estás siendo una hipócrita -hizo una mueca a Georgia-. Estás ruborizándote. Eso te pasa por tener un pasado turbio.

Georgia tenía un nudo en la garganta y por más que lo intentó, no logró dar una contestación ingeniosa. Miró de soslayo a su hermano y vio que también él había enrojecido. Ni siquiera se atrevió a mirar a Jarrod.

Lockie rompió el silencio.

– Ya sabes lo que dicen, Morgan: ten cuidado con los discretos. Justo lo contrario de lo que tú eres. De todas formas -continuó deprisa para que su hermana no lo interrumpiera-, ¿qué es eso de que Steve te ha pegado?

– Claro que me ha pegado -Morgan señaló una marca rojiza en la mejilla-. Pero no te preocupes, yo le devolví el golpe y él se marchó de casa. Eso es todo.

Lockie arqueó las cejas.

– ¿Por qué os habéis peleado?

– Por todo y por nada -Morgan apretó los labios-. Es un cabezota y un sabiondo.

– Pues ya sois dos -dijo Lockie, secamente.

– ¡No empieces, Lockie! -replicó Morgan-. Ya tengo bastante con Georgia. Y no estoy dispuesta a soportar un interrogatorio de mis dos hermanos mayores a estas horas. Es tarde y estoy cansada. Ya hablaremos por la mañana. Me voy a la cama -se volvió hacia Jarrod y su rostro cambió de expresión-. Nadie me entiende -dijo, con un suspiro-. No sabes cómo te comprendo, Jarrod. Si yo pudiera, también me marcharía -y, sin decir más, salió.

Lockie tomó la maleta de Morgan.

– ¡Qué paciencia, Señor! ¿Quieres un café? -le ofreció a Jarrod-. Yo necesito un poco de cafeína. ¿Quieres una taza?

– Sí, gracias.

Georgia fue a la cocina y comprobó, desolada, que Jarrod la seguía y la observaba en silencio.

Ráfagas de la conversación anterior pasaron por su mente: «Isabel me ha avisado», «Sigues siendo demasiado guapo para tu propio bien», «Tengo la misma edad que Georgia cuando…»

Y con una nitidez asombrosa, recordó la mano de Morgan sobre el brazo de Jarrod.

– ¿Cómo va el café? -Lockie apareció, rompiendo la atmósfera de tensión que se había formado en la cocina-. Morgan ha decidido que se queda a tomar una taza -añadió, poniendo los ojos en blanco.

Georgia sacó automáticamente otra taza del armario, las llenó y las puso sobre una bandeja. Cuando iba a levantarla, Jarrod se adelantó a ella y le hizo una seña para que lo precediera al salón.

Morgan los esperaba, arrebujada en un sillón. Jarrod le dio una taza y ella le sonrió.

– Gracias, Jarrod -su joven voz sonó más ronca que de costumbre-. Supongo que habrás notado algunos cambios en la zona -continuó, animadamente-. Como el nuevo centro comercial y las casas que han construido por todas partes.

– Después de todo, ha estado cuatro años fuera, Morgan -dijo Lockie, en tono impaciente-. A mí me interesa más que nos hable de Estados Unidos.

Jarrod se encogió de hombros y se sentó.

– La verdad es que no tengo demasiado que contar. He estado trabajando un montón.

– ¡Eso es un sacrilegio! -exclamó Morgan, mirando a su hermana-. Pareces Georgia. Es lo único que hace: trabajar, trabajar y trabajar.

Georgia se sentó en un sillón aunque ansiaba ir a su dormitorio a descansar y quedarse a solas.

– No seas exagerada, Morgan.

– En cambio tú no haces nada -Lockie miró a su hermana con enfado-. Sólo te dedicas a salir por ahí con tus amigos.

Morgan le dirigió una mirada de odio.

– No salgo por ahí. Y, por si no lo sabes, no es fácil encontrar trabajo.

– Lo sabemos -intervino Georgia, para poner paz, pero Morgan alzó la mano.

– No te molestes en echarme un sermón -levantándose, dejó la taza bruscamente sobre la mesa -. A veces pienso que estáis esperando que me meta en un buen lío -y salió de la habitación.

Lockie comentó entre dientes:

– Tengo la sensación de que Steve y Morgan quieren jugar a ser mayores pero que son demasiado jóvenes -hizo una pausa y miró a Georgia con cara de preocupación-. ¿Un buen lío? ¿No estará tomando drogas o algo por el estilo, verdad?

Georgia apretó la taza entre sus manos y alzó la mirada hacia su hermano.

– Claro que no. Morgan no sería tan estúpida -continuó Lockie de inmediato, respondiéndose a sí mismo y acabando con una carcajada-. En fin, ya basta de hablar de Morgan. Estoy seguro de que a Jarrod no le interesa hablar de esto -miró a su hermana-. No tienes un minuto de descanso, ¿verdad, Georgia? Debes estar agotada después de trabajar todo el día y tener que salir corriendo a buscar a Morgan.

Georgia asintió y bebió un sorbo. Ella sabía bien que no era su hermana la que la hacía sentir exhausta.

Si por lo menos estuviera sola, tendría la oportunidad de analizar sus reacciones. ¿Cómo podía haber calculado el impacto que tendría sobre ella el retorno de Jarrod Maclean? ¿Cómo podía saber que después de tantos años seguiría teniendo el poder de alterar sus emociones?

Se veía de nuevo a los diecisiete años, la edad a la que Jarrod apareció en su vida. Georgia había estado jugando al tenis y llegó a casa sudorosa después del viaje en bicicleta. Al entrar en casa lo había encontrado en la misma silla que ocupaba en ese momento. Al verla, se levantó y Georgia comprobó que era bastante más alto que Lockie. Sus ojos lo recorrieron hasta llegar a su rostro y a sus magníficos ojos azules.

Georgia vio de soslayo que Jarrod daba un sorbo al café. ¿Se acordaría también él? Probablemente no. ¿Por qué iba a hacerlo?

– ¿De qué estábamos hablando? -siguió Lockie-. Ah, sí. De los cambios que se han producido en estos años.

– Cuando tomé la salida de la autopista creí que me había equivocado -comentó Jarrod-. Sólo esta casa y la de mi padre están igual que en el pasado.

Lockie levantó la vista al techo.

– Así es. Menos mal que tu padre nunca ha tenido que vender sus terrenos y sólo vendió una parcela a nuestro padre.

Jarrod asintió en silencio.

Georgia no podía creer que estuvieran los tres hablando tan tranquilamente de cosas sin importancia cuando los espantosos acontecimientos de cuatro años atrás todavía seguían con ellos.

– En esos tiempos debían ser grandes amigos -siguió Lockie-. Si no, el tío Peter no les habría vendido a nuestros padres el terreno.

En ese instante, Georgia miró las manos de Jarrod y vio que apretaba la taza con tanta fuerza que los nudillos se le ponían blancos. Su mirada viajó hasta su rostro y vio que apretaba la mandíbula con fuerza.

¿Qué habría causado esa reacción? ¿Cómo iba a importarle a Jarrod que su padre hubiera vendido a los Grayson una parte de terreno diez años antes de que conociera la existencia de su hijo?

Georgia siguió observándolo, tratando de adivinar sus pensamientos, pero Jarrod bajó la mirada al café y ocultó la expresión de su rostro.

– Esta casa necesita unas cuantas reparaciones -continuó Lockie-. Papá consigue un nuevo contrato cada vez que dice que va a hacerlas. Le he prometido ayudarle a pintarla por fuera cuando vuelva de la costa. Y tenemos que cambiar los cables de la electricidad.

Jarrod sonrió crispadamente y cruzó las piernas.

– Estas casas coloniales son muy hermosas pero requieren muchos cuidados -dijo, pausadamente.

– Desde luego que sí -Lockie miró el reloj, y al oír que sonaba el teléfono, sonrió-. Justo a tiempo. Debe de ser Mandy. Me dijo que llamaría cuando llegara. Si me disculpas, Jarrod, voy a contestar a la cocina.

Georgia parpadeó desconcertada al quedarse sola con Jarrod.