– ¿Por qué dices eso? -aquello no estaba yendo como esperaba y Jefferson no sabía qué había hecho mal.

– Me hablas como si fuera una niña a la que ofreces un caramelo. Tú, con tu dinero, tus casas en Beverly Hills y tus jets privados. ¿De verdad creías que te diría que sí? -le espetó Maura, quitándole al corderito y el biberón de las manos-. Pues no, Jefferson. Me gusta mi vida y tu dinero me da exactamente igual. Por mí puedes quemarlo si quieres.

Absolutamente atónito, Jefferson sacudió la cabeza.

– ¿Sólo te has quedado con lo del dinero?

– No soy yo la que habla de mansiones en Beverly Hills. Eres tú quien intenta convencerme para que deje mi casa -replicó ella-. Tú, con tu dinero, con tus trajes caros y tus jets privados. Como todos los hombres ricos, utilizas el poder como mejor te conviene sin dejar que nadie se interponga en tu camino. No tienes ni idea de cómo vive la gente de verdad, ¿no?

– ¿La gente de verdad? -repitió él. Aquello era absurdo y Jefferson se levantó, enfadado-. No sé de qué estás hablando, Maura. Sólo estoy intentando hacer lo que debo hacer para ti y para el niño.

– Y resulta que yo no estoy cooperando, ¿eh?

– Esto es ridículo -Jefferson la tomó por los hombros-. No vas a hacerme sentir culpable por ofrecerte a ti y a mi hijo una vida mejor.

– ¿Y quién ha dicho que sea una vida mejor? -le espetó Maura.

– No mejor, más fácil.

– Lo más fácil no siempre es lo mejor. Cuando me case, si me caso algún día, será por amor, Jefferson King… y aún no he escuchado esa palabra de tus labios.

Él la soltó como si lo hubiera quemado.

– Esto no tiene nada que ver con el amor.

– Eso es lo que estoy diciendo.

– No estábamos enamorados cuando hicimos a ese niño. ¿Por qué tenemos que estar enamorados para criarlo?

Maura respiró profundamente y después soltó el aire, despacio.

– Cuando nos acostamos juntos ninguno de los dos pensó que sería algo permanente, ya lo sé. Fue un momento de locura… criar a un hijo es mucho más que eso.

– Esa noche fue algo más que un momento de locura y tú lo sabes.

– Sí, es verdad -asintió ella-. Sentíamos afecto el uno por el otro, pero el afecto no es amor.

Jefferson no podía darle lo que ella quería. Había amado una vez y cuando todo terminó había jurado que no volvería a amar a nadie. Sentía algo por Maura, pero no era amor. Había estado enamorado una vez y lo que sentía ahora en el pecho, apretando su corazón, no se parecía nada.

– No hay nada malo en que sintamos afecto el uno por el otro. Muchos matrimonios empiezan con menos.

– El mío no -contestó ella, mirándolo a los ojos-. Tú has cumplido con tu obligación, Jefferson King. Ahora puedes volver a tu vida sabiendo que has hecho lo que debías. Pero te lo digo desde ahora: no voy a casarme contigo.

Ocho

Dos días después, Maura se sentía como un animal enjaulado. Seguía llevando la granja como siempre, pero bajo el ojo vigilante de Jefferson King, que estaba en todas partes. No había tenido un momento para sí misma desde que llegó durante la última tormenta. Si salía de la casa, allí estaba. Si iba a darle de comer a los corderos, él aparecía para echar una mano. Si iba al pueblo, Jefferson iba con ella. Había llegado a un punto en el que casi lo esperaba. Maldito fuera, seguramente eso era lo que había planeado que ocurriera.

Aunque había hablado con los vecinos de Craic y de nuevo todos lo habían recibido con los brazos abiertos, Jefferson seguía en el trailer, aparcado frente a su casa. No volvió al hostal ni buscó un cómodo hotel. Oh, no. Se quedó en el trailer para decirle cómo iba a ser su futuro, le gustase a ella o no.

– ¿Qué clase de mundo es éste en el que una mujer tiene que salir a escondidas de su casa? -murmuró para sí misma mientras cerraba la puerta de atrás sin hacer ruido. Lo único que quería era estar sola para poder pensar, para compadecerse de sí misma, para llorar en privado. ¿Eso era tanto pedir?

Estar con Jefferson la dejaba agotada. El esfuerzo que tenía que hacer para disimular lo que sentía por él parecía estrangularla. ¿Pero cómo podía profesarle amor a un hombre que pensaba que «el afecto» era base suficiente para un matrimonio?

Haciéndole una seña a King, se dirigió a los pastos y el perro la siguió, persiguiendo su imaginación y a los conejos que siempre esperaba encontrar por el camino.

Maura tuvo que sonreír. Lo había logrado, había conseguido salir de la casa sin que Jefferson la siguiera. Hacía un buen día, aunque sabía que el buen tiempo no podía durar. Pero mientras durase quería estar fuera, disfrutando del sol y de la brisa que movía su pelo. Y mientras paseaba se preguntó a sí misma si podría irse de allí, dejar de ver aquellas colinas y los campos, las cercas de piedra y los árboles retorcidos por el viento. ¿Podría marcharse?

Si Jefferson hablase en serio, si hubiera amor en esa proposición en lugar de simple sentido del deber, ¿podría vender la granja y mudarse a miles de kilómetros de allí, dejar atrás la belleza de esos prados por una ciudad abarrotada de gente a la que no conocía?

La respuesta era, por supuesto, sí. Por amor lo habría intentado al menos. Podría no vender la granja sino alquilarla a algún vecino y así podría ir a visitarla… aunque la idea de marcharse le rompía el corazón. Pero sí. Por amor hubiera hecho ese esfuerzo.Por afecto, no.

– ¿Te encuentras bien? -oyó una voz demasiado familiar detrás de ella.

Maura suspiró. Al final, no había logrado escapar. No se volvió, no aminoró el paso, se limitó a gritarle:

– ¡Estoy bien, como cuando me hiciste esa misma pregunta hace una hora!

Jefferson llegó a su lado un segundo después y, caminando a su paso, metió las manos en los bolsillos del pantalón y levantó la cabeza para sentir el sol en la cara.

– Es estupendo ver el sol por una vez.

– La primavera es una época muy tormentosa -dijo ella, intentando controlar los latidos de su corazón. No era sólo su constante presencia lo que la hacía sentir atrapada, sino su propio cuerpo, la reacción de su corazón lo que la tenía tan alterada.

Estar cerca de Jefferson encendía su sangre. El olor de su piel, su voz, su proximidad, todo eso combinado hacía que lo deseara como no sabía que podía desear a alguien.

– ¿Dónde vas?

– A dar un paseo hasta las ruinas.

– Eso son por lo menos dos kilómetros.

– Por lo menos -asintió ella-. Estoy acostumbrada al ejercicio, Jefferson. Y no necesito un guardaespaldas.

Él sonrió entonces.

– Pero a mí me gusta estar contigo.

Maura se puso colorada sin poder evitarlo. Y su corazón, naturalmente, empezó a hacer ese ridículo baile… seguramente serían las hormonas, se dijo. Había oído que las mujeres embarazadas estaban más emotivas que nunca, así que no era enteramente culpa suya desear que la tomara entre sus brazos, que la tumbase sobre la fragante hierba y…

Maura sacudió la cabeza. No, no era culpa suya en absoluto.

– ¿No deberías estar trabajando con tu gente?

– El director sabe lo que hace y a mí no me gusta meterme en los asuntos de los demás.

– Pero te encuentras muy cómodo metiéndote en mis asuntos -le recordó ella.

– Tú no estás trabajando, estás dando un paseo.

– Eres un hombre imposible, Jefferson King.

– Eso me han dicho -Jefferson se inclinó para cortar un narciso que crecía al borde del camino y se lo ofreció con una sonrisa.

Encantada a pesar de sí misma, Maura lo aceptó y empezó a jugar con él entre los dedos.

– ¿Cuánto tiempo vas a quedarte en Irlanda?

– ¿Ya quieres que me vaya?

No, pero no se lo dijo.

– No tienes por qué quedarte.

– Yo diría que sí -Jefferson se detuvo para tomarla del brazo y mirar su abdomen.

No se notaba el embarazo porque llevaba un jersey grueso, pero Maura notó esa mirada posesiva y… le gustó. A una parte elemental de su alma le encantaba que la mirase así.

Pero aun admitiéndolo, también debía admitir que no significaba nada. Estaba preocupado por ella y por el niño, pero no los quería. El deseo sin amor era una cosa vacía de la que ella no quería saber nada. Especialmente ahora que tenía que pensar en otra persona.

– ¿No tienes mundos que comprar, películas que rodar, gente a la que gobernar?

Él sonrió y ese gesto fue otro golpe para una mujer cuyas emociones estaban ya ligeramente descontroladas.

– He estado trabajando.

– ¿En el trailer?

– Con la tecnología que hay ahora podría trabajar desde una tienda de campaña en el desierto. Lo único que necesito es un ordenador, una conexión a Internet y un fax… que voy a comprar hoy en Westport. No te importará que me conecte desde tu casa, ¿verdad?

– No sé si es buena idea…

– Gracias -dijo Jefferson, como si no la hubiese oído.

Ella murmuró algo entre dientes. Se daba cuenta de lo que estaba haciendo y, aunque no tenía intención de ser nada más que un problema que Jefferson King debía resolver, en el fondo se alegraba de que tuviera que esforzarse tanto para persuadirla.

– ¿Cómo se escapó el toro?

– Ah, te has enterado.

– Davy Simpson sigue contando la historia. Y cada vez que la cuenta, él corría un poco más rápido y el toro era un poco más grande.

Maura soltó una carcajada.

– Porque es irlandés. Nos encanta que la gente cuente historias.

– Ya, bueno. El toro, Maura. ¿Lo soltaste tú?

– ¡Claro que no! -exclamo ella. Podría haberlo pensado, pero nunca lo hubiera hecho. En realidad, se había quedado horrorizada cuando el toro escapó-. No, en serio, fue un accidente. Tim Daley vino a ayudarme ese día… Tim tiene dieciséis años y no deja de pensar en Noreen Muldoon.

– Ah, yo sé lo que es eso.

– ¿Qué?

– Nada, nada -sonrió Jefferson-, Sigue.

– No hay mucho que contar. Después de darle de comer, a Tim, que se pasa el día soñando con Noreen, se le olvidó cerrar la cerca y… -Maura se encogió de hombros-. Fue un accidente y, afortunadamente, no pasó nada. Pero tardé más de una hora en devolver el toro al corral.

– ¿Tú devolviste el toro al corral?

– ¿Quién si no? Es mi toro.

– Tu toro -repitió Jefferson, dejando caer la cabeza sobre el pecho.

– Y que escapase fue un error, aunque admito que las ovejas correteando por el decorado… no lo fue.

– No me sorprende.

– Estaba enfadada porque tú no me devolvías las llamadas.

– Y tenías razones para estar enfadada -admito él-. Pero ahora estás siendo cabezota sólo para fastidiarme.

Maura se detuvo de golpe, con los narcisos creciendo a su alrededor, el cielo azul con unas cuantas nubes navegando por él como barcos en un plácido océano. La brisa soplaba, moviendo la hierba y, en la distancia, King ladraba, encantado de la vida.

– ¿Eso es lo que crees? ¿De verdad crees te castigaría a ti, a mí y a nuestro hijo sólo por fastidiarte?

– ¿No lo harías?

– Si piensas eso es que no me conoces tan bien como crees, Jefferson. Estoy haciendo lo que me parece mejor para todos. No voy a ser una esposa por compasión.

– ¿Qué? ¿De dónde has sacado eso?

Maura sacudió la cabeza.

– Los dos sabemos que tú no estás interesado en casarte. Es el niño lo que te preocupa y eso dice mucho de ti, pero sólo quieres casarte conmigo porque crees que estoy en una «posición difícil».

– No es compasión, Maura, es preocupación. Por ti y por nuestro hijo.

– Da igual, no pienso irme de mi casa. No pienso convertirme en la clase de persona que tendría un sitio en tu mundo. ¿No te das cuenta de que no podría salir bien? -le preguntó Maura, poniendo una mano en su brazo-. Yo no tengo sitio en tu mundo como tú no lo tienes en el mío. En un año nos tiraríamos los trastos a la cabeza y eso sería horrible para nuestro hijo.

– Un gran discurso -dijo él, tomando su mano-. Pero es mentira y tú lo sabes. Esto no tiene nada que ver con Hollywood y tú sabes perfectamente que podrías ser feliz en cualquier sitio.

– Yo no…

Jefferson levantó una mano, para que lo dejase terminar.

– No quiero que mi hijo crezca sin mí, Maura. No quiero verlo una vez al mes o durante las vacaciones, así que no pienso irme de aquí. No voy a marcharme y será mejor que te acostumbres a la idea de verme por aquí.

– No valdrá de nada, no voy a cambiar de opinión.

– No estés tan segura -dijo él entonces-, y no digas nada de lo que tengas que arrepentirte después.