– Puede que seas cabezota, pero eres una persona inteligente y sabes que tengo razón.
Ella suspiró.
– O sea, que soy inteligente si estoy de acuerdo contigo y tonta si no comparto tu opinión.
– Más o menos.
Su sonrisa era un arma y la usaba como un experto. Y ella era una víctima propiciatoria. Pero en fin, el hombre le había comprado una camioneta y le había puesto un lazo rojo. ¿Cómo iba a decirle que no cuando la sorprendía no con diamantes o abrigos de pieles sino con algo que necesitaba de manera urgente?
– Me lo estás poniendo muy difícil.
– Me alegra saberlo. Y ahora, ¿quieres que vayamos a dar una vuelta?
Maura tomó las llaves.
– Si vienes, abróchate el cinturón.
Jefferson lo hizo y ella tuvo que sonreír cuando la camioneta arrancó con el rugido de una pantera.
– Es preciosa.
– Sí -dijo Jefferson. Y cuando Maura lo miró vio que estaba mirándola a ella-. Es una belleza.
Jefferson tenía el certificado de matrimonio, de modo que sólo faltaba la novia. Pero Maura no mostraba signos de debilidad. Incluso se había ido a un hotel de Westport para dejarla en paz un rato y demostrar que podía ser tan sensato como cualquiera. ¿Pero lo agradecía Maura? No. Lo único que había conseguido siendo sensato era estar tres días sin verla. Incluso echaba de menos al perro.
Algo tenía que pasar y tenía que pasar pronto, pensó. No podía quedarse en Irlanda indefinidamente. Él tenía una vida, un trabajo esperándolo.
– Y ésa es la única razón por la que estoy dispuesto a probar el plan de Cara -le dijo a su hermano, por teléfono.
– ¿Cara? -repitió Justice- ¿Quién es Cara?
– La hermana de Maura, ya te lo he dicho.
– No puedo acordarme del nombre de todos los vecinos de ese pueblo. Cara es la hermana de Maura y Maura es la que no quiere saber nada de ti.
Jefferson hizo una mueca.
– Sí, gracias por recordármelo.
Justice soltó una carcajada. Estaba en su rancho de California, pero su voz sonaba tan cercana como si estuviera allí mismo.
– Perdona que esté disfrutando, pero si no recuerdo mal tú también te reías cuando Maggie me lo hacía pasar mal.
– Eso es diferente -suspiró Jefferson, acercándose al balcón de su suite, frente al río-. Antes eras tú el que lo pasaba mal, ahora soy yo.
– Ya, claro. Bueno, cuéntamelo otra vez: ¿cuál es el plan de Cara?
Él arrugó el ceño, mirando las calles de la ciudad. Era de noche, pero Westport estaba despierta y de fiesta. Había parejas paseando por la orilla del río Carrowberg, parándose de vez en cuando para besarse bajo las antiguas farolas. Era una vista estupenda, debía admitir, pero no era la que él deseaba. Él prefería la vista del lago frente al dormitorio de Maura… Maldita fuera.
Llevaba meses sin tocarla. Salvo ese beso interrumpido por el movimiento del niño. Y ese beso lo perseguía despierto y dormido. El deseo era como una garra que lo destrozaba por dentro y la única manera de contenerlo era estar con ella. Y la única forma de estar con ella era prometerle algo que no podría cumplir.
Era un hombre atrapado en una pegajosa tela de araña que lo enredaba más cuanto más intentaba escapar.
– ¿Sigues ahí? -lo llamó su hermano.
– Sí, aquí estoy -suspiró Jefferson-, ¿De qué estábamos hablando? Ah, sí, del plan de Cara. Ahora mismo le está diciendo a Maura que voy a despedirla de la película a menos que se case conmigo.
– ¿Estás loco?
– No… bueno, la verdad es que no lo sé.
– A ver si lo entiendo: estás pensando usar la extorsión para conseguir que la madre de tu hijo se case contigo. ¿Es eso?
– Sí, más o menos.
– ¿Y crees que así Maura te dirá que sí?
– Quiero casarme con la madre de mi hijo, pero ella no quiere saber nada. Yo quiero hacer lo que debo…
– Si estás enamorado de ella.
– ¿Quién ha dicho nada de amor?
– Creo que yo.
– Pues no digas tonterías -le espetó Jefferson, paseando por el salón-. Esto no tiene nada que ver con el amor, Justice. ¿Y desde cuándo hablas tú de esas cosas?
– Sólo digo que casarte con alguien sólo porque estés esperando un hijo no es una buena idea.
– Eso es lo que dice Maura.
– Pues es una chica lista… no, no es más lista que tú, cariño -oyó que le decía a su mujer-. Jeff, no te metas en un agujero del que no puedas salir. Puedes ser parte de la vida de tu hijo sin casarte con la madre.
Sí, claro que podía. Jefferson sabía que su hermano tenía razón, pero él no quería eso. Él no quería ser padre a tiempo parcial, uno de esos que veía por Los Ángeles. Él quería la misma relación que había tenido con su padre, quería una familia. ¿Lo convertía eso en una mala persona? ¿Por qué?
– No es así como quiero que sean las cosas -dijo firmemente. Había convencido a productores, directores y a actores, que eran los más cabezotas, y haría lo mismo con Maura.
– Haz lo que quieras -suspiró su hermano-, Pero te lo digo en serio, te vas a meter en un buen lío.
– No sería la primera vez.
Maura iba a ponerse furiosa, pero quería que fuese a Westport para hablar con ella y el plan de Cara parecía la única posibilidad.
Al oír un golpecito en la puerta Jefferson levantó la cabeza como un lobo oliendo a su presa. Tenía que ser Maura.
– Tengo que colgar. Maura está aquí.
– Espero que sepas lo que haces, Jeff -le dijo Justice.
Con las funestas palabras de su hermano repitiéndose en sus oídos, Jefferson tiró el móvil sobre la mesa y se acercó a la puerta.
Cuando abrió, Maura pasó a su lado, más furiosa de lo que la había visto nunca. Y lo único que él podía pensar era: «Dios, qué guapa es».
Llevaba unos vaqueros oscuros y un jersey rojo bajo un chaquetón que se quitó y tiró sobre el sofá para ponerse en jarras. Estaba despeinada por el viento y tenía las mejillas enrojecidas.
– ¿Cómo puedes ser tan mentiroso, tan traicionero…?
– Hola, Maura -dijo él, cerrando la puerta. Había planeado aquello con Cara y seguiría adelante con la farsa para conseguir lo que quería.
La total rendición de Maura Donohue.
– No me vengas con tonterías, Jefferson King. ¿Cómo puedes mirarme a los ojos? ¿Qué clase de hombre haría lo que tú has hecho? ¿Cómo puedes ser tan mezquino, tan…?
– ¿Cruel? -sugirió él-. ¿Malvado?
– Eso y mucho más -replicó Maura-, Está claro que no tienes un gramo de decencia en todo tu cuerpo.
Estaba más enfadada que nunca y eso lo hizo pensar que tal vez Justice iba a tener razón. Pero era demasiado tarde, se dijo. Había tomado una decisión y él no era un hombre que se echase atrás sólo porque hubiese encontrado un bache en la carretera.
– Veo que Cara te ha dado la noticia.
Maura apretó los labios, indignada. Desde que su hermana fue a la granja, llorando por aquella oportunidad perdida, en lo único que podía pensar era en ir a Westport y enfrentarse con Jefferson. El conserje del hotel, al verla tan airada, se había limitado a señalar el ascensor con la mano, sin atreverse a detenerla. Afortunadamente.
Y la actitud despreocupada de Jefferson no estaba ayudando nada. Parecía tan tranquilo, tanto que le hubiera gustado darle una patada. Estaba mostrando una cara que jamás hubiera sospechado en él. ¿Cómo era posible que no hubiera visto de lo que era capaz? ¿Por qué había confiado en aquel hombre? ¿Cómo podía haberse creído enamorada de aquel monstruo?
Por primera vez desde que lo conoció, Maura vio la fría resolución de un hombre poderoso que haría lo que tuviera que hacer para conseguir exactamente lo que quería.
– Has ido demasiado lejos -le advirtió.
– No sé qué quieres decir.
– No te hagas el tonto. Has despedido a mi hermana de la película.
Jefferson se encogió de hombros.
– El director no estaba contento con ella.
– Eso es mentira -dijo Maura-, Tú mismo me dijiste que Cara tenía posibilidades en el mundo del cine, así que el trabajo no es el problema. Soy yo. Crees que despidiendo a mi hermana conseguirás lo que quieres… y hay que ser muy rastrero para eso.
– Te equivocas -replicó él-. Hay que ser un hombre que quiere conseguir algo y está dispuesto a hacer lo que tenga que hacer. Te advertí que no iba a echarme atrás, Maura. Soy Jefferson King y un King hace lo que sea necesario para conseguir lo que quiere.
– ¿Cueste lo que cueste? -Maura buscó en sus ojos alguna señal del hombre del que se había enamorado, pero no había ninguna.
– Vamos a tener un hijo y haré lo que haga falta para asegurarme de que forme parte de mi vida.
La determinación de cuidar de su hijo debería ser algo bueno, pero Jefferson usaba su dinero y su poder como un bate de béisbol, moviéndolo de lado a lado y derribando a cualquiera que se pusiera en su camino. Y eso no podía entenderlo, ni perdonarlo.
– No tenías ningún derecho a meter a mi hermana en este asunto -le dijo-. Esto es entre nosotros, Jefferson, nadie más.
– Tú la has metido en esto al no atender a razones.
– ¿Y como no estoy de acuerdo contigo te parece bien usar las tácticas de un tirano?
– Eres tú quien se ha puesto difícil, no yo.
– Yo sólo quiero…
– ¿Qué? -Jefferson puso las manos sobre sus brazos-, ¿Qué es lo que quieres, Maura?
Algo en lo que él no tenía interés, pensó, mirándolo a los ojos y por fin, por fin, viendo al hombre al que amaba. También él estaba angustiado, se daba cuenta. Estaba tan frustrado como ella.
¿Qué quería?, le había preguntado. ¿Cómo iba a contestar a esa pregunta? Ella quería el cuento de hadas. Lo que quería era amar a Jefferson y que él la amase también. Casarse con él y formar una familia. Casarse sólo por el niño sería una tontería, pero sentía la tentación de decir que sí sólo para estar con él…
Pero sabía que si se mostraba débil algún día lo lamentaría amargamente.
– Quiero que le devuelves el trabajo a Cara.
– ¿Y qué me darás a cambio?
– No voy a casarme contigo sólo por el niño. No puedo hacer eso. Ni por mí ni por ti… sería condenarnos a los tres a vivir sin amor. ¿Qué tiene eso de bueno?
– Eres tan obstinada como yo…
– Sí, desde luego. Menuda pareja, ¿eh?
Jefferson la miró a los ojos, suspirando.
– Tu hermana puede volver al rodaje.
– Gracias -dijo ella, sorprendida y nerviosa. Seguía temblando con una mezcla de rabia, deseo y… ahora tenía que marcharse.
Pero las manos de Jefferson eran tan cálidas, tan tiernas. La calentaban, alejando el frío que había llevado con ella desde la calle. Pero estar con él sólo haría que la despedida fuese aún más difícil. Aunque despedirse de Jefferson le destrozaría el corazón de todas formas. ¿Una noche más empeoraría las cosas o lo haría todo más fácil?, se preguntó.
Como si hubiera leído sus pensamientos, Jefferson la apretó contra su pecho, enterrando la cara en la curva de su cuello. El calor de sus labios la hizo estremecer y sus manos, deslizándose arriba y abajo por su espalda, hacían que cada célula de su cuerpo gritase de alegría. Le dolía el corazón, su cuerpo ardía y Maura sabía que no había forma de parar aquello. No quería pensar, no podía pensar.
Lo que había entre ellos era tan poderoso que resultaba imparable.
– Te he echado de menos -dijo Jefferson por fin, besando su frente, sus mejillas, su nariz-. No quería -admitió luego-, pero te he echado de menos. No puedo dejar de pensar en ti, Maura.
– Yo tampoco -suspiró ella, ofreciéndole sus labios. Y Jefferson los tomó, besándola con tal ternura que le daban ganas de llorar.
La dulzura de sus caricias se llevaba la urgencia del deseo. Allí estaba su casa, pensó, allí era donde quería estar, en sus brazos. Para siempre.
Jefferson levantó una mano para acariciar su pelo, sujetando su cabeza mientras la besaba. Y ella se entregó por completo.
¿Cómo había podido pensar que podría vivir el resto de su vida sin experimentar aquello? ¿Cómo había podido aguantar meses sin las caricias de Jefferson? ¿Y cómo iba a soportar el resto de su vida sin él?
– Quédate conmigo -musitó Jefferson, llevándola hacia el dormitorio.
Se movía como si fuera bailando: una mano en la cintura, la otra sujetando su mano sobre el pecho. Y cuando la habitación empezó a dar vueltas, Maura supo que bailaría con Jefferson King en cualquier sitio.
– Quédate conmigo -Maura repitió sus palabras y, al ver el brillo de sus ojos, supo que le había tocado el corazón.
Diez
"Apuesta Segura" отзывы
Отзывы читателей о книге "Apuesta Segura". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Apuesta Segura" друзьям в соцсетях.