Kardal se apoderó de uno de sus pechos mientras le lamía el interior de una oreja. Paseó el pulgar por el pezón hasta hacerla gemir. Sabrina notó una conexión inmediata entre el pecho y el vértice de sus piernas. Cuanto más le tocaba el primero, más le dolía el segundo.
Nunca había ido tan lejos, pensó abrumada. Probablemente debiera pedirle que parase… pero no quería. Se sentía vulnerable, pero no tenía miedo. Podía ser que Kardal la hubiese secuestrado, pero ya no lo temía. Había vivido toda la vida tratando de honrar a su familia, pero la conversación telefónica con su padre le había dejado claro que le daba igual lo que hiciese. ¿Y qué si se acostaba con Kardal y perdía la virginidad?
Cuando este le separó las piernas, sin embargo, no pudo evitar acobardarse.
– Kardal, yo no…
– Lo sé, pajarillo. Eres virgen y no voy a aceptar las consecuencias de desflorar a una princesa -dijo él, sonriente, después de darle un beso fugaz-. Estoy muy orgulloso de mi cabeza y no pienso perderla ahora. No iré demasiado lejos -añadió, y dejó de sonreír. Luego le subió el vestido hasta la cintura y se apretó contra Sabrina. Ella notó algo duro entre los muslos. Algo que nunca había visto hasta el baño de Kardal, que nunca había tocado, pero que tenía una función evidente.
– Quiero que sepas cuánto te deseo -gruñó él-. ¿Notas mi excitación?
Sabrina asintió con la cabeza, incapaz de hablar. Los separaban varias prendas. Sus bragas, los pantalones de él y lo que quiera que llevase debajo. Pero su erección era palpable. Kardal se frotó despacio sobre ella.
– ¿Te gusta? -preguntó de nuevo sonriente-. Si sigo, ¿me dirás qué es lo que quieres?
– No entiendo -Sabrina frunció el ceño. Kardal volvió a frotarse.
– Quizá no sea tan buena idea -gruñó apretando los dientes. Luego se giró hasta acabar tumbado junto a ella.
Pero, de pronto, subió la mano por uno de sus muslos y la colocó entre sus piernas. Sabrina sintió un placer incomparable, aunque tenía la sensación de que no deberían estar haciendo aquello.
– No te preocupes -dijo Kardal como si le hubiese leído el pensamiento-. Seguirás tan intacta como antes. Bueno, puede que intacta no, pero sí virgen -añadió mientras apretaba la mano contra las bragas.
Ella quiso preguntarle por qué estaba haciendo eso, por qué tanto interés en tocarla ahí, pero antes de dar voz a sus dudas, Kardal empezó a frotarla, a trazar círculos con el pulgar y colmar de atención un punto pequeño que estimuló todo su cuerpo.
– ¿Kardal? -jadeó Sabrina.
– Disfruta, princesita -dijo él sin dejar de tocarla.
Sabrina separó las piernas. Pensó que debería sentir vergüenza, pero lo único que le importaba era lo bien que Kardal la hacía sentir. Cuando este se inclinó a besarla, se sorprendió mordiéndole los labios. Necesitaba un beso profundo y apasionado. Necesitaba que siguiese haciendo eso con los dedos.
La tensión crecía por momentos. Notaba los pechos más sensibles por segundos. Cuando apenas podía respirar, Kardal le susurró algo y dejó de acariciarla.
– ¿Qué? -preguntó confundida Sabrina. Tenía la sensación de que se moriría allí mismo si Kardal no continuaba.
– Tengo que tocarte -gruñó y le bajó las bragas de un tirón.
Estaba totalmente desnuda de cintura para abajo. Ningún hombre la había visto así jamás, pero le dio igual que Kardal la examinara. Lo que fuera con tal de que siguiese tocándola.
Lo que, por suerte, ocurrió. Pero esa vez con mucha más delicadeza. Kardal separó sus rizos y localizó de nuevo el punto. Rodeó la piel humedecida hasta que Sabrina se quedó sin aliento y el tiempo se detuvo.
Entonces, cuando ya creía que se moriría de placer, Kardal introdujo un dedo en su interior. El impacto la trasladó a un universo glorioso que la hizo desbordarse. Sabrina se apretó contra él. Lo instó a que siguiera hasta terminar de saborear aquel paraíso extático. Luego la invadió un aletargamiento plácido. Casi no podía mantener los ojos abiertos.
– No te preguntaré si te ha gustado -Kardal sonrió con arrogancia.
– ¿Se supone que siempre es tan increíble?
– No. La próxima será mejor.
– No es posible.
– Por supuesto que lo es -Kardal le dio un beso en la mejilla-. Podría volver a tocarte hasta tenerte al borde del precipicio. Luego, cuando estuvieras temblando, podría penetrarte llenarte por completo. Con cada arremetida, sentirías un poco más de placer y la tensión crecería hasta caer los dos juntos.
Sabrina se ruborizó. Se bajó el vestido para cubrirse los muslos.
¿Es… lo que vamos a hacer?
– No, por más ganas que tenga de hacerte el amor, no es el momento.
– Entonces, ¿por qué me has tocado así?
– Para enseñarte lo que puedes llegar a sentir. Ahora podrás soñar conmigo por las noches -contestó él y se tumbó a su lado-. ¿De verdad ha sido tu primera vez?
– No salía mucho -respondió Sabrina tras asentir con la cabeza.
– ¿Cómo es posible? Eres preciosa. Y los occidentales no están ciegos. El piropo le iluminó la cara.
– Era muy cuidadosa con los chicos con los que salía. Tuve un par de novios, pero… no quiero ser como mi madre, ir de un hombre a otro -Sabrina se encogió de hombros-. Así que era más selectiva. Además, era princesa y se suponía que tenía que mantenerme virgen para mi marido.
– ¿Ningún hombre intentó hacerte cambiar de idea?
No podía creerse que estuvieran teniendo esa conversación tan relajada en la cama. Llevaba un vestido de manga larga, pero hacía unos cuantos minutos que tenía las bragas en el suelo.
– Un par de chicos lo intentaron -Sabrina se mordió el labio inferior-. En general, no tenía interés y no me costaba decir que no. Y cuando me interesé, me vi obligada a contarles quién era. No lo encajaron bien.
– Ya supongo -dijo Kardal y ambos se echaron a reír.
– ¿Tú le decías a la gente quién eras? – preguntó Sabrina tras deslizar la mano por los labios de Kardal.
– No, esta ciudad debe permanecer oculta. Tenía que protegerla en secreto. Además, cuando decía que era un príncipe, la gente empezaba a comportarse de otro modo.
– Te entiendo. Yo también quería abrirme a mis amigos, confesarles quién era… Pero no podía.
Kardal se tumbó boca arriba y la hizo rodar hasta tenerla encima. Sabrina apoyó la cabeza sobre uno de sus hombros.
– Yo hablaba con mi abuelo -comentó él – Podía comprenderme, porque había dirigido la ciudad durante casi cuarenta años.
– Todavía lo echas de menos.
– Todos los días. Hace cuatro años que murió y todavía lo echo en falta. Tengo tantas preguntas sin respuesta… Nadie me entiende.
Pensó en decirle que el rey Givon lo entendería. Pero aunque Kardal pudiese reconciliarse con su padre, necesitarían tiempo para establecer una relación de confianza.
– Es una pena lo de tu padre- se limitó a comentar
– Sí. No estoy de acuerdo en lo que hizo aquí, pero ha sido un buen gobernante para su pueblo.
– Ojalá pudiera hacer algo -dijo Sabrina-. Podría escucharte si te sirve de algo. No sé mucho de dirigir una ciudad, pero sí de todo el rollo de la realeza.
– Gracias – Kardal la miró a los ojos – Me encantaría compartir contigo mis preocupaciones.
– ¿De verdad?
– A mí también me sorprende. Pero no eres como pensaba -dijo él tras asentir con la cabeza. Hizo ademán de añadir algo, pero se calló y se levantó-. Gracias, ha sido un «placer» pasar este rato contigo -agregó antes salir de la habitación.
Sabrina se quedó mirándolo. Cuando la puerta se cerró, apretó la cabeza contra la almohada y suspiró. ¡Qué encuentro más raro! No entendía a Kardal en absoluto, pero le gustaba. Se preguntó cuánto tiempo tardaría en volver a tocarla y sintió un escalofrío agradable por todo el cuerpo
Capítulo 10
SABRINA, Kardal, Rafe y Cala estaban sentados en torno a una mesa ovalada en un pequeño vestíbulo que comunicaba con la sala del dono. A pesar de la importancia de la reunión, Sabrina no conseguía concentrarse. Estaba demasiado ocupada admirando la habitación.
No era grande, de unos cinco metros cuadrados quizá. Tenía ventanas altas y anchas en una pared con vistas a un jardín hermoso con flores exóticas y plantas de todo el mundo. Había una buganvilla que parecía tener muchísimos años. Se preguntó de dónde procedería. ¿Qué príncipe de los ladrones habría ordenado llevarla a la ciudad?, ¿Lo habría pedido alguna princesa para tener algo bonito a lo que mirar mientras esperaba a que su marido terminara la jornada?
La pared estaba decorada con varios tapices fantásticos, aunque era un delito que el sol cayera directamente sobre uno en el que aparecía la reina Victoria de picnic. Había zonas descoloridas. Tenían que proteger el tapiz cuanto antes si no querían que terminara de arruinarse.
– ¿Sabrina? -la llamó Kardal con impaciencia, como si hiciera tiempo que intentara captar su atención.
– ¿Qué? Perdón -Sabrina se centró en la reunión.
– Kardal y yo hemos crecido en este palacio y estamos acostumbrados a su esplendor -dijo Cala, dedicándole una sonrisa indulgente-. Pero es normal que la primera vez te distraigas.
– No es solo eso -contestó Sabrina-. Hay muchos tesoros en peligro. Esos tapices no deberían estar expuestos a la luz del sol. Se están estropeando.
– Ya te ocuparás de eso en otro momento – Kardal le recriminó con la mirada-. Ahora tenemos que planear la visita.
Sabrina se limitó a asentir con la cabeza. Kardal no paraba de rezongar desde que había accedido a recibir al rey Givon. Lo cual no era de extrañar. Era lógico que estuviese nervioso y que a veces hasta se arrepintiera de haber dado luz verde a la invitación. Encontrarse con su padre después de tanto tiempo tenía que ser muy difícil.
– ¿Cuántas personas asistirán a la fiesta? – preguntó tras alcanzar su libreta-. ¿Y cuántas van a venir en total?, ¿Habrá espacio suficiente en los establos para todos los animales?
– Te aseguro que el rey de El Bahar no vendrá en camello -contestó Kardal.
– Ni que tuviera que saberlo por ciencia infusa -Sabrina pensó en sacarle la lengua, pero se contuvo-. El palacio está en pleno desierto. Que yo sepa, no hay grandes carreteras. Y con una caravana se corre el riesgo de llamar la atención y desvelar la ubicación de la ciudad.
Kardal se acercó a ella. Estaba sentada entre Rafe y él, con Cala de frente. Aunque se sentía a gusto con la madre de Kardal, Rafe seguía dándole mala espina.
– Entiendo lo que dices de la caravana – dijo Kardal-. Pero el rey no vendrá en camello ni en caballo.
– De acuerdo. ¿Cómo vendrá entonces?
– En helicóptero -contestó Cala tras mirar su cuaderno.
– Vendrá con el piloto y un agente de seguridad -añadió Rafe tras consultar una agenda electrónica-. Seremos responsables de su seguridad una vez estén en la ciudad.
– ¿Solo tres personas? -preguntó Sabrina-. Mi padre siempre viaja con un mínimo de diez acompañantes. Hasta en vacaciones hay gente del servicio. ¿Viene tan solo porque considera esta visita como una toma de contacto para ir conociéndote? -añadió mirando hacia Kardal.
– Justo -se adelantó Cala-. No quiere que haya gente alrededor que lo moleste. Estuvimos hablándolo y nos pareció que sería lo mejor.
– ¿Has hablado con él? -le preguntó Kardal, como si le hubiese filtrado algún informe secreto a un enemigo mortal.
– Sí, he hablado con él -respondió su madre sin perder la calma-. Varias veces. ¿Cómo crees que surgió la idea de la visita?
Kardal no respondió. Sabrina intentó encontrar algo que decir para aliviar la tensión del momento.
– La seguridad del rey no será problema – intervino Rafe, como si no hubiese notado la tensión entre madre e hijo-. Tengo entendido que Sabrina se está encargando de organizar la visita guiada por la ciudad, así que me coordinaré con ella. Supongo que sería buena idea aprovechar para enseñarle el aeródromo militar.
– ¿Dónde está? -preguntó Sabrina – ¿Está lejos de la ciudad?
– Me temo que no puedo informarla de la situación exacta, señorita.
– Claro, como soy un riesgo tan grande para la seguridad de la ciudad… -Sabrina miró a Kardal-. Deja que adivine: si me lo dice, tendríais que matarme para que no revelara el secreto.
– Exacto. Y no me apetece nada -contestó Kardal.
– A mí tampoco me entusiasma -dijo Sabrina-. Bueno, ¿cuánto tiempo tardaréis en enseñarle el aeródromo?
– Digamos una tarde -contestó Rafe tras consultar su agenda-. El departamento de seguridad en cualquier momento. ¿Cuándo te viene bien, Sabrina?
Esta notó que Kardal estaba incómodo. De pronto tuvo una corazonada.
– Está aquí, ¿verdad?, ¿El departamento de seguridad está en el castillo?
– Claro -Rafe se encogió de hombros-. ¿Dónde si no?
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